ENTREVISTA
"En la escritura no quiero jugar siempre el mismo juego": una charla con Octavio Escobar
Hablamos con el escritor manizalita, ganador del Premio de Novela del Ministerio de Cultura, sobre su más reciente novela, "Mar de leva".
Javier y Mariana vacacionan en una ciudad modernizada, inventada por Joseph Conrad. Como en otras de sus novelas, en Mar de Leva el narrador Octavio Escobar Giraldo –ganador del Premio de Novela del Ministerio de Cultura– le apuesta a vincular referencias literarias con la cotidianidad para dar cuenta de momentos culminantes en las existencias de sus personajes. En esta historia, la tensión emocional y dramática –como en la vida fuera de los libros– se desarrolla en medio de las minucias del día a día: navegar en redes sociales, visitar centros comerciales, dejar pasar el tiempo en asuntos domésticos.
A propósito de su reciente lanzamiento, hablamos con Escobar sobre los tejidos entre la adolescencia, la escritura y su relación con la vida cotidiana.
Javier, uno de los protagonistas de Mar de leva, vive un momento culminante en su formación como persona. ¿Qué momentos de su adolescencia y juventud recuerda con especial nitidez que ahora considere definitivos en la formación de su personalidad?
Fui un niño enfermizo y un adolescente solitario, muy encerrado en la lectura, así que las experiencias que revolucionaron mi mundo ocurrieron en mis primeros semestres de universidad y no tuvieron un carácter excepcional. Estudiar Medicina marca, por supuesto, porque la muerte deja de ser una fábula y la vida gana mayor valor, pero nunca me tuve que enfrentar a circunstancias dramáticas como las de Javier. En este sentido es un personaje muy autónomo, lejano de rasgos autobiográficos.
¿Desde el principio supo el peso que iba a tener en la historia las referencias del universo conradiano o fue algo que se dio en la escritura?
El universo conradiano era desde tiempo atrás un deseo. La forma en que en Nostromo el escritor polaco-británico construye ese país que es todos los países latinoamericanos, Costaguana, y su puerto principal, Sulaco, me fascinó en mis comienzos literarios, y desde entonces quería imaginar cómo sería ese mundo del siglo XIX en el siglo XXI. En viajes fui registrando detalles que pudieran integrarse a ese mapa ficticio; cuando surgió el argumento adecuado, me lancé de cabeza a revisar Nostromo con ojos de arqueólogo o de urbanista, algo así. De otras obras de Joseph Conrad me apropié de algunas cosas y al final integré también, en mucha menor medida, unos rasgos geográficos de Tirano Banderas de Valle Inclán. Así nació mi Sulaco, que de ninguna manera implica que el lector tenga que haber pasado por las obras de Conrad para leer Mar de leva. La historia de Javier, Mariana y Elena se desarrolla entre esas murallas, en casas que tienen historia y que ahora son atracciones turísticas, pero los hechos que los involucran son independientes de las referencias literarias.
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La novela se desenvuelve entre la tensión del secuestro del padre de Javier y la cotidianidad de unas vacaciones. ¿Qué de especial tuvo la escritura de esta novela? ¿Hubo alguna diferencia entre la redacción de esta y las anteriores?
El gran condicionante fue, por supuesto, el espacio físico en el que pasan el fin de semana mis personajes, que me obligaba a describir con mayor fidelidad de la habitual, y a discurrir desde una historia patria prestada, para ser leal con Conrad y sus obras. Aunque la excusa turística facilitaba las cosas, mi esfuerzo estaba dirigido a que cierta minuciosidad no hiciera que la narración se “lentificara” y terminara aburriendo al lector. Otro aspecto delicado era la construcción de los personajes: hacerlos comprensibles, revelar sus contradicciones y sus fragilidades a través de circunstancias banales, de diálogos cotidianos, mientras se pasean sin otra pretensión que conocer los sitios a los que llevan a todo el mundo y matar el tiempo.
Hasta hace un tiempo su nombre estuvo vinculado con el cuento –De música ligera– y la narrativa posmoderna –El último diario de Tony Flowers–. Sus últimas novelas son más sobrias, menos experimentales. ¿A qué cree que se deba ese cambio? ¿Por qué ahora se siente más cómodo en el registro de la novela?
Siempre he dicho que para mí la escritura entraña un carácter lúdico que hace que cambie de formas, de registros, porque no quiero jugar siempre el mismo juego, así que no son extrañas esas variaciones. Por otro lado, por circunstancias que tal vez no entiendo bien, me parece que el tipo de historias que se me están ocurriendo hoy se desarrollan mejor en la novela que en el cuento. Tal vez cambió mi forma de observar, tal vez son otras mis formas de leer la realidad. Lo cierto es que hay un libro de cuentos en formación. El deseo de experimentar sigue allí, pero hay que esperar historias que lo ameriten, temas que despierten las ganas de romper moldes. Aun así, siempre hay en un párrafo, en algún rincón del libro, un pequeño atrevimiento, una rebeldía.
Además de cultor, usted es un lector atento de la novelística en castellano. En ese papel de lector, ¿cuáles son los principales temas y preocupaciones de las novelas colombianas actuales? ¿Cuáles son sus principales desvelos narrativos?
Quiero creer que la novela colombiana pasa por un buen momento y me gusta su diversidad, me gusta explorar qué temas poco tratados aparecen aquí y allá, cómo son a veces abordados de formas novedosas. Antes era difícil que convivieran en un mismo período el retrato de la vida en el Pacífico que hace Pilar Quintana en La perra, la narración intimista, centrada en un medio rural de Felipe Martínez en La cosecha y el retrato del mundo wayúu en su lucha contra una multinacional que hace Philip Potdevin en Palabrero. Todas las Colombias están aflorando en nuestros libros y eso es sano. Y lo hacen de la mano de escritores serios, respetuosos del oficio, que narran lo que quieren, no lo que el mercado les pide, y que tienen la posibilidad de publicar en la gran editorial y también en proyectos independientes que hacen las cosas bien y ganan día a día visibilidad.
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