Entrevista a Ariel Levy
“Lo importante es centrarte en lo que tienes y no en lo que la vida te quita”
La editorial Rey Naranjo acaba de publicar en Colombia ‘Vivir sin reglas’, una desgarradora memoria escrita por Ariel Levy, periodista de la prestigiosa revista The New Yorker, en la que habla sin tapujos sobre sexualidad, amor, feminismo y maternidad.
La escena es desgarradora, desconcertante: Ariel Levy está arrodillada en el baño de un hotel en Mongolia, doblegada por un dolor insoportable. Tiene cinco meses de embarazo y ha viajado al país asiático tras una historia para The New Yorker, la revista en que trabaja, a pesar de que su esposa Lucy y sus amigos cercanos se mostraron desconcertados con su decisión. Y ahí está ahora: doblada, confundida, hasta que en algún momento el dolor se vuelve insoportable y pierde el conocimiento. No sabe cuánto tiempo pasa, solo que abre los ojos y lo ve: a su lado, aún atado a ella por el cordón umbilical, está su bebe. Mueve levemente los brazos, parpadea.
Están ahí, en medio de la nada. Solos.
Y Levy lo cuenta.
Vivir sin reglas, editado en Colombia por Rey Naranjo, es uno de esos libros que no dan tregua. Escrito con una honestidad y visceralidad intimidantes, las memorias de esta periodista neoyorquina tienen, como lo advierte en el título, reflexiones violentas sobre la intimidad, sobre las distintas manifestaciones del amor y sobre lo que significa ser mujer y querer ser madre. Un libro en el que Levy se despoja de los prejuicios y utiliza su vida para narrar una historia desgarradora. Pero también bella: de ahí su mérito.
Desde Nueva York, hablamos con ella sobre su historia, la situación de las mujeres, la sexualidad y el significado de ser madre.
¿Qué tan fácil resulta poner la propia vida en palabras y alcanzar ese nivel de honestidad?
Hacer este libro fue algo diferente. Nunca antes había escrito sobre mí misma, así que resultó interesante saber si podría hacer algo de lo que no estaba del todo segura. Creo que una de las cosas que tiene el periodismo es que siempre estás juntando versiones de la verdad con lo que otras personas te dicen; puedes haber sido testigo de algunas, pero gran parte del tiempo juntas cosas. Y al final haces lo mejor que puedes, pero nunca sabes: solo esperas que sea así. Por eso pensé que sería interesante hacer algo de lo que por primera vez estaba segura. Dije: “Bueno esta es mi versión, yo lo viví, voy a contar la verdad”. Y fue emocionante. Hay algo realmente placentero en contar las cosas exactamente como fueron, en saber que no estás suponiendo nada. Eso me gustó. Fue liberador en muchos sentidos.
Una de las cosas más difíciles que tienen este tipo de libros es escribir sobre la gente cercana. En tu caso está Lucy, quien fue tu esposa, y todos sus problemas de alcoholismo. ¿Cómo lidia esa gente con el hecho de verse retratados en un libro?
Lucy leyó el libro, fue a la primera persona a quien se lo envié, advirtiéndole: “Si hay algo con lo que no puedas vivir, dímelo y miramos qué hacer”. Pero la verdad es que ella respondió, muy generosamente, que esta era mi historia, que no iba a meterse en nada. Como sea, aún me preocupo por ello a menudo. No sé, una cosa es que me haya dado su permiso, pero otra muy distinta saber que la historia ya está ahí afuera y que otras personas la están leyendo. No sé qué pensar de eso, la verdad sigo muy confundida. Escribir algo así te da a ti mucho poder, pero las personas de las que hablas no tienen la oportunidad de decir lo que piensan y esa es una de las cosas que no extraño de escribir una memoria. Hay muchas cosas que sí me hacen falta, escribir de mí misma fue divertido, sin duda, pero esta no es una de ellas.
El libro tiene episodios que son difíciles pero hermosos al mismo tiempo. Uno de los más impresionantes, sin duda, es la escena con tu bebé en Mongolia. ¿Consideras que escribirlos es una especie de catarsis? ¿O ha sido peor para ti?
Nunca pensé en eso, en realidad. Antes de Vivir sin reglas hubo un ensayo sobre el tema que escribí para The New Yorker, pero no fue algo que pensé mucho: simplemente lo escribí. No sé si sea una catarsis, pero sí necesitaba decirlo. La historia de Lucy todavía me genera conflictos, quizás no es del todo correcta, pero ya está. La historia del bebé, en cambio, me hizo sentir bien porque fue mi experiencia. Y es increíble: todavía recibo correos de mujeres que han perdido sus bebés de una manera parecida, y también de otras que han perdido a sus hijos más grandes. Siempre los respondo porque esa parte es maravillosa: que alguien se haya sentido conectado y menos solo en su experiencia luego de leer el libro. Eso me hace feliz.
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Dos de los grandes aspectos del libro son las preguntas que giran alrededor de la sexualidad y la maternidad. Ahora que vemos en EE. UU. el ataque de los partidos de derecha en estados como Alabama en contra de las leyes pro aborto, ¿consideras que, de alguna manera, tu libro puede ayudar a las mujeres en su lucha?
Eso me gustaría, claro, pero creo que este libro es tan personal que no va por ese camino. Escribí otro hace unos años (Chicas cerdas machistas), que era mucho más polémico y, digamos, feminista. Este no, es demasiado personal y creo que la gente ha respondido de esa manera. Yo espero que no se lea de esa forma; que no sea tomado como un argumento en contra del aborto, por ejemplo, porque no lo escribí pensando en eso. Pero por fortuna nadie lo ha visto así.
¿Cómo interpretas este momento en la historia para las mujeres, con movimientos como el #MeToo, por ejemplo, que se han vuelto tan masivos?
Todo siempre está cambiando, ¿no? Quiero decir, en un momento crees que las cosas van en la dirección correcta, tienes a Obama en la presidencia y piensas que finalmente estás entendiendo cuestiones importantes como el cambio climático, y de repente llega Trump y piensas: “Oh, por Dios: estamos jodidos. Completamente jodidos”. Pero esto también cambiará. A mí en realidad me preocupa el cambio climático, porque en ese tema no podemos echar reversa. Solo tenemos una oportunidad y las decisiones de nuestros políticos no pueden volver a tomarse. El resto de las cosas, como los derechos de las mujeres o de los gays, pueden volver a cambiar, pero no esto. El aborto es algo muy específico; si vives en Alabama y no tienes dinero para salir de allí a practicarte uno, eso te afectará la vida de una manera muy fuerte. Lo que está pasando en Alabama y Missouri es una crisis, y las mujeres van a salir lastimadas.
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¿Crees que las luchas de las mujeres en el mundo tienen ciertas características en común?
Depende. El año pasado escribí una historia en Sierra Leona, el lugar más peligroso del mundo para que una mujer quede embarazada. Esa historia era importante para mí. En mi opinión, lo peor que puede pasarte como mujer es perder a tu bebé, pero en Sierra Leona lo peor que sigue pasando es que, además de perderlo, las mujeres mueren de manera frecuente. Así que depende. Creo que las cosas por las que estamos peleando las mujeres son muy distintas en cada parte del mundo; en Estados Unidos, por ejemplo, ha crecido el #MeToo, y eso ha sido bueno. Es un movimiento que solo estoy mirando porque nunca he tenido una experiencia así, pero me parece muy bien que suceda.
Después de todo lo que cuentas en el libro, ¿qué piensas ahora mismo de la maternidad?
Ser mamá es algo que yo realmente quería y lo intenté con muchas ganas durante años, pero no pasó. Es algo que todavía me pone triste, pero creo que, al final, el mensaje del libro es que lo realmente importante es centrarte en lo que tienes y no en lo que la vida te quita. Me hubiera gustado tener un hijo pero esas son cosas que no siempre eliges. Y bueno, hay cosas de no tenerlo que también son buenas, como la libertad que te da.