Entrevista
“La novela gráfica colombiana está en un proceso de experimentación”
Guionista, editor y crítico de arte secuencial, Pablo Guerra es uno de los principales motores del cómic colombiano. Luego de trabajar en ‘Los perdidos’ y ‘El Drake’, acaba de publicar ‘Dos Aldos’ y ‘Caminos condenados’, dos de los primeros títulos de Cohete Cómics, el sello que Laguna abrió bajo su dirección.
Comencemos por Dos Aldos. En 110 páginas usted y el dibujante Henry Díaz construyen un relato gráfico que mezcla elementos de la ciencia ficción con los de la historia de amor. ¿Cuál es el origen de la historia? No es común encontrar una historia de ciencia ficción en la que el amor y la traición desplacen el componente distópico.
Tanto el amor joven como el escenario futurista estuvieron presentes desde el comienzo. Con Henry Díaz arrancamos a trabajar en Dos Aldos porque le hicimos una propuesta a una revista juvenil para hacer historias cortas. Y aunque nunca recibimos una respuesta de esa publicación, yo seguí expandiendo la historia a medida que iba encontrando más relaciones interesantes entre la identidad, la naturaleza, la ciencia y los dobles. La traición fue clave cuando nos propusimos hacer la novela gráfica pues a partir de ahí, construí todo el argumento para las 110 páginas.
En cuanto a lo distópico, yo en realidad nunca me plantee el escenario en esos términos. Más allá de saber si esta versión del futuro es buena o mala, me interesa crear historias de ciencia ficción donde sea difícil calificar el mundo.
Llama la atención que el dibujo de Dos Aldos es menos complejo que el que se suele encontrar en los cómics futuristas. ¿A qué razones obedece esa decisión estética?
Henry Díaz es un dibujante que propone una mirada muy sólida de los espacios, los cuerpos y las expresiones. Habría sido un error forzarlo a imitar un estilo de manera arbitraria porque él en sí mismo ya puede solucionar todo a su manera. Al mismo tiempo, ahora no hay un solo estilo para contar cierto tipo de cómic. No es indispensable imitar a Al Williamson o a Geoff Darrow o a Mézieres para hacer un cómic de ciencia ficción.
Por otro lado, sin Henry la historia sería completamente distinta. En la primera versión que hicimos del primer capítulo, Julia, la protagonista, se llamaba Ana, pero a medida que él la fue desarrollando ya en las secuencias, se volvió evidente que se trataba de un personaje diferente al que yo tenía en la cabeza originalmente.
Hablemos de ese asunto: ¿cómo se concilia la historia que usted, el guionista, crea con aquella que sale del lápiz del dibujante? ¿Cuál es su método de trabajo con los dibujantes? ¿Qué busca en un colaborador?
En una historieta, la historia se escribe cuando se dibuja. Yo construyo un mapa argumental y unos personajes pero en realidad el dibujante es quien narra materialmente la historia. En parte, mi labor como guionista es seducir al artista con la historia para que quiera apropiársela y encarnarla. Es por eso que, justamente, mi método de trabajo varía para adaptarse a la personalidad de cada dibujante, sobre todo cuando son colaboraciones de largo aliento.
Yo busco dibujantes que gráficamente tengan una voz propia y que dispuestos a salirse de su zona de confort. Me interesan dibujantes que hayan desaprendido los estilos prefabricados y que, por el contrario, se basen en la observación del espacio y las personas.
El despojo cotidiano, el elemento central de Caminos condenados, es una práctica que pone en tela de juicio la versión oficial de que basta desmontar los aparatos de violencia para conquistar la paz. Después de publicar este relato de no ficción, ¿qué opinión tiene de la realidad nacional?
Suena a lugar común pero nuestro país es un conjunto de realidades complejas. Por eso, sentirse cómodo con conceptos como la paz o el posconflicto es problemático pues pueden convertirse en generalizaciones que terminen ocultando esas realidades y sus inmensas dificultades. En el fondo, la continuidad entre el despojo violento y estas nuevas formas de violencia y encerramiento cuestionan la coyuntura histórica del país porque sigue habiendo grandes vacíos en la justicia y el acceso a los derechos. De este trabajo fue muy gratificante encontrar y representar comunidades vivas y activas que rompen con estereotipos sobre los habitantes de las zonas rurales y sobre las víctimas del conflicto. Pero que además tienen la respuesta a muchos de estos cuestionamientos.
A propósito, ¿cómo cambió su manera de trabajar el guion el hecho de partir de una investigación de las ciencias sociales?
Tuve que armar una metodología nueva para elaborar el guion de Caminos condenados. No quise hacer una adaptación literal de la investigación. Luego de conocer a algunos de los líderes de la región, opté por revisar las fotos, los videos, las grabaciones y las transcripciones del trabajo de campo para buscar una pauta que me permitiera arrancar.
Terminé haciendo una contraingeniería de la investigación para escenificar sus momentos determinantes y poder poner al lector en la posición del investigador que en el trabajo de campo está recibiendo muchos tipos de información, no solo lo que se dice, sino además, los gestos, las prácticas cotidianas, los recorridos, los alimentos, etc. La otra estrategia clave fue generar personajes ficticios en vez de utilizar a líderes particulares como protagonistas porque me permitió utilizar muchas fuentes y opiniones distintas para hacerlas converger en los globos. Cuando presentamos el boceto general del libro en Montes de María, pudimos cerrar el ciclo creativo y ver la reacción de la gente para afianzar las decisiones tanto del guion como del dibujo.
¿Qué experiencia le dejó haber trabajado en la editorial Robot? ¿Cuáles son sus aspiraciones con Cohete cómics?
El tiempo que hice parte de Editorial Robot me permitió darme cuenta del verdadero potencial de la historieta en Colombia, sobre todo a partir de la apertura de las librerías, las instituciones y los lectores a la novela gráfica. En ese momento, creo que tenía ni la experiencia ni las herramientas para aprovechar ese potencial.
Cohete Cómics quiere construir un catálogo que se corresponda con la calidad y la diversidad de la historieta contemporánea. Al mismo tiempo, es calve consolidar un público lector dispuesto a seguir esa producción.
En su papel de editor y de crítico de la narración secuencial nacional, ¿cuáles son las obsesiones que atraviesan el trabajo de los historietistas nacionales? ¿Cómo está de salud la novela gráfica colombiana?
Todavía la producción nacional sigue respondiendo, en términos generales, a nichos de lectura reducidos. En esa medida, no es fácil encontrar temas recurrentes más allá de la preocupación por cómo sobrevivir y crecer en un entorno cultural que, aunque mucho más abierto que en décadas anteriores, sigue siendo ajeno para el arte secuencial.
La novela gráfica colombiana es un fenómeno muy joven y todavía todos los actores de la cadena (creadores, lectores, editores, libreros, periodistas) estamos en medio de un proceso de aprendizaje y experimentación. Yo espero que el camino por recorrer nos siga dejando obras interesantes y autores que cada vez se sientan más cómodos en este formato y que dialoguen entre sí. Además, es importante que, como hasta ahora, la producción nacional siga siendo protagonista de la inclusión del cómic en el panorama cultural del país. Uno de los grandes padecimientos de décadas pasadas fue que las historietas internacionales eran muy populares mientras que las colombianas pasaban casi completamente desapercibidas.