Entrevista
“La tradición periodística del Caribe es profunda y demoledora”
Seleccionado por varios medios como uno de los valores destacados de las nuevas letras del Caribe colombiano, Paul Brito ha cultivado el cuento, la novela y la crónica periodística. 'El proletariado de los dioses', su más reciente libro, reúne textos publicados en medios impresos nacionales y extranjeros.
El proletariado de los dioses (Collage editores, 2016) incluye una muestra de su trabajo periodístico. Se percibe en sus textos una inclinación a escribir sobre temas alejados de las coyunturas políticas o económicas. ¿Cuál es su criterio para escoger los hechos o personajes sobre los que escribir?
Más que crónicas, pienso que escribo ensayos narrativos elaborados con algunas herramientas periodísticas. El hecho de que discurran al margen de coyunturas sociales viene a corroborar ese cierto distanciamiento con el periodismo. Y precisamente porque mi interés es más literario y filosófico busco temas menos coyunturales. Posiblemente no tengo que hacer esfuerzo para reflejar mi época pues al ser producto de las circunstancias históricas que me ha tocado vivir, lo debo reflejar involuntariamente. El criterio para escoger los hechos o personajes que quiero poner en primer plano es que me conmuevan o me intriguen y, en el caso de este libro, la pauta era encontrar personas que desarrollaran lúcidamente una actividad repetitiva o estuvieran sometidos a alguna obsesión o dolencia constante, pero que a base de encararlas alcanzaran cierta maestría que los liberara. Personajes que precisamente lograran superar las condiciones externas para instaurar su propio mundo con sus propias leyes y su propio ritmo.
El tono de los textos está muy cerca de cierto tipo de periodismo costeño: ameno, juguetón, ligero. ¿Cuál ha sido su relación con la tradición periodística de la Costa Caribe? ¿Qué opinión tiene de los trabajos reporteriles de Cepeda, de García Márquez, Gossaín, de Fiorillo, de McCausland?
La tradición periodística de la Costa Caribe, en especial la línea que han seguido esos escritores que mencionas, suele mostrar una apariencia de amenidad y humor, pero entraña una visión profunda y demoledora. Es como si esa tradición hubiera entendido que la mejor manera de abordar la realidad es congeniando con ella, recrearla desde sus códigos para conocerla desde adentro y desenmascararla. En esa breve lista de autores costeños faltó una figura imprescindible que la ha recogido y potenciado: hablo por supuesto de Alberto Salcedo Ramos, de quien mi generación ha aprendido mucho. Y no hay que olvidar tampoco otro periodista que también ha sido un faro: Alfonso Fuenmayor.
En el libro dedica usted un texto a la vida deportiva del Canario Brito, su padre, y otro a las experiencias docentes de su madre. ¿Cómo contar cosas tan íntimas sin caer en la cursilería?
Mi forma de eludir el sentimentalismo es seguir teniendo clara mi intención periodística aunque el tema me atañe afectivamente, es decir, me cuido de que siga imperando en él la misma exhaustividad y objetividad con que trato otros temas. En el caso de mi papá, me propuse verificar rigurosamente una vieja anécdota suya sobre un gol que supuestamente metió en el estadio El Campín, aunque al hacerlo terminara descubriendo otras verdades más sutiles. En el caso de mi madre se me ocurrió alternar su historia con la vida de un famoso exconvicto que estuvo internado en el mismo colegio donde ella trabajó, cuando este era una cárcel; eso me ayudó a mantener cierta distancia y a establecer un juego de correspondencias donde yo no estuviera tan implicado.
Y sin embargo, todos los temas que usted aborda tienen el sello de su personalidad: su disminución auditiva, sus manías, su costumbre de levantar pesas. En su opinión, ¿qué tanto debe haber del periodista en sus notas? ¿Qué tanto hay de usted en las suyas?
Cuando comencé a escribir estas crónicas, el editor de una revista me señaló eso mismo: que los textos estaban supeditados al radio de mi propia vida. Al principio fue por una razón práctica: ¿para qué investigar y hacer trabajo de campo sobre un tema que no conocía, si ya había hecho sin proponérmelo parte del trabajo de campo con esos temas personales que mencionas y ya los había analizado involuntariamente? Por recomendación de aquel editor, salí a buscar otros temas y otros personajes que no estuvieran ligados directamente conmigo: orfebres, guacharaqueros, relojeros, jubilados, policías, sacerdotes. Pero me daba cuenta de que mi mirada y mis obsesiones seguían muy presentes. Supongo que en esencia soy más literato y filósofo que periodista, y un escritor nunca deja de ser él mismo ni de forjar su propia visión de la realidad. Desde que comencé a escribir, el periodismo ha estado muy presente en mi vida, como una manera de ganármela. Comencé publicando cartas de lector en El Heraldo y El Espectador, y luego fundé un periódico latinoamericano en Barcelona; allí fui editorialista, columnista, reportero y editor, aunque de manera más bien instintiva pues no estudié la carrera. Seguramente el periodista que hay en mis textos también es consecuencia directa de mis vivencias y de mi afecto por una profesión que le ha dado de comer a mi familia.
Hace poco usted publicó una novela corta y en su bibliografía hay dos libros de cuentos. ¿Cómo se retroalimente su escritura literario con la periodística? A la hora de escribir ficción, ¿emplea herramientas del periodismo?
Creo que ambas escrituras van muy unidas, sobre todo en estos momentos en que estoy desarrollando un libro que es una especie de reportaje sobre mi niñez y mi adolescencia, una crónica fragmentaria sobre el pasado, los orígenes, la identidad, los afectos, las pérdidas, el paso del tiempo, pero deshaciéndome de los elementos demasiado periodísticos que le quitan la apariencia de relato, de narración literaria. Para escribirlo me ha tocado entrevistar a fondo a mis familiares y viejos amigos, y reconstruir el marco histórico y la atmósfera de cada época. También estoy escribiendo una novela que se desarrolla en países donde nunca he estado, algo que nunca me hubiera planteado si no creyera que la investigación, el olfato y el sentido de realidad que proporciona el periodismo puedan rellenar esos vacíos de conocimiento y experiencia.
Hay algo que advertí cuando comencé a escribir crónicas: al contrario del cuento o de la manera como yo lo asumía, ese formato periodístico me permitía, además de trascender el marco específico e individual del relato breve, incorporar reflexiones y análisis en el mismo flujo narrativo de la historia, y establecer paralelismos con otras áreas del conocimiento y otros rincones de mi experiencia; eso me ayudaba a fortalecer la voz y la mirada del narrador, su visión y su cobertura de la realidad, y su capacidad de hacer girar todo en torno a una conciencia principal, lo que a mí me parece imprescindible en la novela. Durante muchos años intenté pasar del cuento a este género y observaba que no era el camino más indicado. En cambio, la manera que tiene la crónica de desplegarse en ramas sin abandonar el tronco principal y replegarse en el interior del cronista se me antoja más afín al formato también híbrido de la novela.