Poesía

Poemas para las vacaciones

Entre latinoamericanos, premios nobel, maestros del siglo XIX, lea a continuación la docena de poemas que aparecieron en la sección de la revista impresa 'Cosas para llevar...' durante 2015.

Revistaarcadia.com
23 de diciembre de 2015

Sin llaves y a oscuras
Fabián Casas (Buenos Aires, Argentina, 1965)

Era uno de esos días en que todo sale bien. 
Había limpiado la casa y escrito 
dos o tres poemas que me gustaban. 
No pedía más.

Entonces salí al pasillo para tirar la basura 
y detrás de mí, por una correntada, 
la puerta se cerró. 
Quedé sin llaves y a oscuras 
sintiendo las voces de mis vecinos 
a través de sus puertas. 
Es transitorio, me dije; 
pero así también podría ser la muerte:
un pasillo oscuro, 
una puerta cerrada con la llave adentro 
la basura en la mano.


Fragmento de Epitafio para Nueva York
Adonis (Al Qassabin, Siria, 1930)

Aquí,
en la cara musgosa de la roca del mundo,
no me han visto más que un negro al que iban a matar
o un pájaro que iba a morir.
Pensé:
Toda planta que habita un tiesto rojo
muda su naturaleza,
mientras yo me alejo del umbral.
Y leí:
Que las ratas en Beirut y en otras partes
se pasean burlonas por la seda de la Casa Blanca,
se arman con el papel de los documentos,
roen la humanidad.
Que los cerdos que aún quedan en el huerto del alfabeto
hollan la poesía.


Narciso
Leonard Cohen (Montreal, Canadá, 1934)

No conoces a nadie
Conoces algunas calles
colinas, verjas, restaurantes
Las camareras han cambiado

No me conoces
Yo estoy feliz con el otoño
las hojas las faldas rojas
todo en movimiento

Pasé junto a ti en una pared de mármol
algún nuevo banco
Sangrabas por la boca
Ni siquiera sabías en qué estación estábamos


Kyrie
Tomas Tranströmer (Estocolmo, Suecia, 1931Estocolmo, Suecia, 2015)

A veces, mi vida abría los ojos en la oscuridad. 
Una sensación como de multitudes ciegas e inquietas, 
que pasan por las calles camino de un milagro, 
mientras yo, invisible, permanecía inmóvil. 

Como el niño que se duerme con miedo 
escuchando los pasos pesados del corazón. 
Largo tiempo, hasta que la mañana pone sus rayos en la cerradura 
y se abren las puertas de la oscuridad.


El guardián en el hielo
José Watanabe (Laredo, Perú, 1945 – Lima, Perú, 2007)

Y coincidimos en el terral
el heladero con su carretilla averiada
y yo
que corría tras los pájaros huidos del fuego
de la zafra.
También coincidió el sol.
En esa situación cómo negarse a un favor llano:
el heladero me pidió cuidar su efímero hielo.

Oh cuidar lo fugaz bajo el sol...

El hielo empezó a derretirse
bajo mi sombra, tan desesperada
como inútil.
Diluyéndose
dibujaba seres esbeltos y primordiales
que sólo un instante tenían firmeza
de cristal de cuarzo
y enseguida eran formas puras
como de montaña o planeta
que se devasta.

No se puede amar lo que tan rápido fuga.
Ama rápido, me dijo el sol.
Y así aprendí, en su ardiente y perverso reino,
a cumplir con la vida:
yo soy el guardián del hielo.


Aclimatación
Ida Vitale (Montevideo, Uruguay, 1923)

Primero te retraes,
                                      te agostas,
pierdes alma en lo seco,
en lo que no comprendes,
intentas llegar al agua de la vida,
alumbrar una membrana mínima,
una hoja pequeña.
                                       No soñar flores.
El aire te sofoca.
                                    Sientes la arena
reinar en la mañana,
morir lo verde,
subir árido oro.

Pero, aún sin ella saberlo,
desde algún borde
una voz compadece, te moja
breve, dichosamente,
como cuando rozas
una rama de pino baja
ya concluida la lluvia.


Bailando en Odesa
Ilyá Kaminsky (Odesa, Ucrania, 1977)

En una ciudad gobernada conjuntamente por palomas y
cuervos, las palomas cubrían el distrito central y los cuervos
el mercado. Un niño sordo contó los pájaros que había en el
patio de su vecino, y obtuvo un número de cuatro dígitos.
Marcó ese número en el teléfono y le declaró su amor a la voz
del otro lado.

Mi secreto: a la edad de cuatro años me quedé sordo. Cuando
perdí el oído, empecé a ver voces. En un tranvía lleno de gente,
un hombre con un solo brazo me dijo que mi vida estaría
misteriosamente conectada a la historia de mi país. Y sin
embargo mi país ha desaparecido; sus ciudadanos se dan cita en
sueños para realizar elecciones. El hombre no describió sus
caras, solo unos pocos nombres: Roldán, Aladino, Simbad.


Los algebristas
Michel Houellebecq (Saint-Pierre, Isla de la Reunión, 1958)

Ellos flotaban en la noche cerca de un astro inocente,
Observando el nacimiento del mundo,
El desarrollo de las plantas
Y el impuro pulular de las bacterias;
Ellos venían de muy lejos, tenían todo el tiempo por delante.

Ellos en realidad no tenían
Ni idea sobre el porvenir,
Veían como el tormento,
La penuria y el deseo
Se instalaban sobre la Tierra,
Entre los seres vivos,
Ellos conocían la guerra,
Ellos cabalgaban el viento.

Ellos se reunieron en la orilla del estanque,
La neblina se levantaba y reanimaba el cielo.
Recordad, amigos, las formas esenciales;
Recordad al hombre. Recordadle largo tiempo.


Los descalzos
Nelson Romero Guzmán (Ataco, Tolima, 1962)

A mis pies les duele la tierra.
Los descalzos se hieren,
Pero doblan fácil la hierba
Que les cae del cielo.

Los descalzos tienen comezones
De piedra, y ansían
Caminar tranquilos sobre las aguas,
Imitar el milagro calzados con piel de océano.

Rompen la noche al andar.
La piedra les sube a los labios
Y no avanzan, dicen, maldicen la tierra
Que los sangra.

Ellos quisieron levitar
Sobre la tierra que los quema.


Cuando la desolación arrebató a su llorosa presa
Lewis Carroll (Daresbury, Reino Unido, 1832 – Guildford, Reino Unido, 1898)

Cuando la desolación arrebató a su llorosa presa
del desolado imperio del día sin esperanza;
cuando toda la luz, arrojada por ilusión sin brillo,
sólo sirvió para dar vida a la pútrida piedra;
cuando los monarcas, menguando a la confusa visita, 
desmoronados se desvanecieron en la negra noche;
cuando el crimen acechaba fuera con sedientos pasos,
y destellaba en rojo la espada jamás saciada;
En hora tal tu grandeza habría de verse
-Es decir, si esa hora hubiera existido-
En esa hora cantarán tus alabanzas, 
si no mi gente, muchos de lengua más valiosa; 
y te mirarán los hombres admirados
¡cuando llegue esa hora, pero no hasta entonces!


Encuentro inesperado
Wislawa Szymborska (Kórnik, Polonia, 1923 – Cracovia, Polonia, 2012)

Somos muy amables el uno con el otro,
decimos que es bonito encontrarse después de tantos años.

Nuestros tigres beben leche.
Nuestros azores van a pie.
Nuestros tiburones se ahogan en el agua.
Nuestros lobos bostezan ante una jaula vacía.

Nuestras víboras se han sacudido los relámpagos,
los monos la inspiración, los pavos reales las plumas
¡Cuánto hace que dejaron nuestro pelo los murciélagos!

Callamos sin terminar la frase,
sonriendo sin remedio.
Nuestras personas
no saben cómo hablarse.


Duermo en el bosque
Mary Oliver (Ohio, Estados Unidos, 1935)

Pensé que la tierra me recordaba,
me recibió de vuelta tan tiernamente,
disponiendo sus faldas negras, sus bolsillos
llenos de líquenes y semillas.
Dormí como nunca antes, una piedra en el lecho del río,
sin nada entre mí y el fuego blanco de las estrellas
aparte de mis pensamientos, y flotaban ligeros como polillas
entre las ramas de los árboles perfectos.
De noche escuché los pequeños reinos
respirar a mí alrededor, los insectos,
y los pájaros que trabajan en la oscuridad.
Toda la noche subí y bajé, como agua,
luchando con una luminosa condena. Por la mañana
había desaparecido por lo menos una docena de veces
en algo mejor.