Rosario y Andrés. Créditos de izquierda a derecha: Carlos Julio Martínez y Fernell Franco.

En la intimidad

Andrés Caicedo: un muchacho sin piel

Ayer publicamos la primera entrega de una extensa entrevista con Rosario Caicedo, hermana del autor de '¡Que viva la música!', sobre la infancia y los primeros años del escritor. En esta, la segunda y última entrega, la historia de una vocación que terminó muy pronto. " Morir y dejar obra", anunció. Y cumplió este plan en su totalidad.

Redacción Arcadia
8 de septiembre de 2016

Cuando se fue a Estados Unidos, ya Andrés había escrito obras de teatro, tenía un cine club, ¿cómo recuerda esa época?

Me fui a Estados Unidos a los 22 años. Andrés no había cumplido los 21 cuando yo salí del país. Él ya había hecho de todo. Ya se le conocía mucho. Él me empezó a escribir queriéndose ir prácticamente desde que llegué. En él siempre había ese deseo de irse de la casa. Si tú apodas a tu ciudad “Calicalabozo”, evidentemente no estás muy contento con ella. Andrés odiaba -y esa era palabra que siempre usaba- las reglas sociales de la familia pequeñoburguesa a la que pertenecía. Nunca pudo aceptar los tipos de comportamiento con los que no estaba de acuerdo. Me llamó mucho la atención que cuando llegué a Estados Unidos, en el 72, él me dijo por teléfono: “Estoy empezando a escribir unos guiones de cine para venderlos en Hollywood”. Es como si hubiera estado esperando la oportunidad para finalmente salir de un ambiente que lo aprisionaba. Él estaba viviendo en un sitio donde sentía que “las puertas de la inquisición estaban por todas partes”. La Cali que atrae y también destruye. De esa ciudad quería huir.

Para leer la primera parte de esta entrevista, haga click aquí.

¿Qué guiones escribía?

Para 1971, el interés de Andrés se fue concentrando más y más en el cine. Ya tenía cineclub, tenía revista, se le conocía como crítico de cine en Cali. Su obsesión y conocimiento sobre el cine no parecía tener fin. Ya para el 72 su obsesión cinéfila llegó a tal magnitud que decidió dejar el teatro, su pasión de joven adolescente. Empezó entonces a tener este sueño delirante de escribir unos guiones para que yo, Rosario, sin saber inglés en ese momento, se los tradujera, para irlos a vender a Hollywood. “¡Por dios de mi corazón!”, le decía yo siempre en las cartas, “mijo, ¡por Dios, cómo vas a hacer eso!”. Él me decía: “ya los tengo pensados, los estoy sacando de unos cuentos de terror de Lovecraft, de los que yo me invento también”. Ahora, ¿de dónde se sacó Andrés Caicedo la obsesión que tenía con H.P. Lovecraft? Lovecraft, que sin ser parte del canon literario de Estados Unidos, Andrés se lo había leído todo.

Él llegó a los Estados Unidos con sus tres guiones en español cuidadosamente organizados. Me los entregó y me dijo: “Tú los vas a traducir”. Le respondí: “Andrés, yo a duras penas hablo inglés”. Y me dijo: “No, no, no Rosarito, tú no confías en tus habilidades, aquí comenzamos con un diccionario”. Yo le decía que no podía suceder, pero él tenía una obsesión delirante.

Se fue entonces a Los Ángeles...

Sí. Yo me vine a visitar a mi familia en Cali, pero antes lo puse en el avión. A través de un contacto de Luis Ospina, él se quedó con unos amigos suyos un tiempo. Pero el dinero no era mucho. Mi familia no tenía dinero, aunque mis papás le mandaban con gran esfuerzo lo que podían. Llegó a vivir a una zona aterradora, en Alvarado Street. Se veía 6 o 7 películas diarias. Allá empezó a escribir ¡Que viva la música!


Andrés Caicedo (1951-1977).

¿Cómo le fue en Los Ángeles?

Como a los perros en misa. Imagínate que su sueño era conseguir a Roger Corman, productor de películas B. Él debió pensar, "como no es un productor de los mejores, lo voy a poder encontrar y venderle mis guiones”. Logró pasar sus guiones a una gente, que ya es impresionante. Parece haber visto, según su mismo diario, al mismo Corman. Evidentemente quienes vieron los guiones le dijeron “muchas gracias, pero no”. Andrés era una persona deprimida, que como lo dijo tan acertadamente la admirable Patricia Restrepo, vivía en una burbuja de terror. Y fallar con los guiones lo deprimió profundamente, porque le hizo pensar que no iba a poder salir. Él veía quedarse en EEUU como una huida de Cali, y para él fue una derrota volver.

¿Y cuándo se volvieron a ver?

Cuando lo recogí en el aeropuerto de Houston, ciudad donde viví mis primeros dos años en Estados Unidos. Él había pasado como un mes y medio en Los Ángeles. Nunca podré olvidar cuando lo vi venir.  Me abrazó y me dijo: “Aquí encuentras a un derrotado llanero literario”. A nosotros nos encantaba de niños el Llanero solitario, el cómic.

¿Cómo era su disciplina como escritor?

Andrés era profundamente disciplinado. Usó todo tipo de drogas, pero no era el roquero, el pepero típico. Tenía que haber sido muy disciplinado para escribir toda la obra que dejó. Era muy organizado. Cuando vino a Estados Unidos me dijo: “Estoy escribiendo una novela y la quiero terminar aquí. Porque la heroína es mujer y yo quiero que tú me cuentes mucho de cómo hablan las mujeres”.  

Entonces se regresó a Colombia...

Se devolvió y empezó a producir de una forma aún más obsesiva. En Los Ángeles había comenzado con ¡Que viva la música! y al regresar al país, se fue a terminar de escribir el libro en una casa en Silvia, Cauca. En el 74. Yo lo fui a visitar.

Al terminar la novela ¿qué ocurrió? Fue penoso el proceso de publicación...

No te imaginas lo difícil. Todas las cosas que él trató de publicar fueron muy difíciles. Es de las cosas que más me impresiona viendo las cartas y un nuevo material inédito. Me impresiona la cantidad de cartas de Andrés escribiendo a editoriales de México, de Buenos Aires, de todas partes para ver si le publicaban. No solo ¡Que viva la música! sino El Atravesado, que él siempre consideró su primera novela. La primera versión de El atravesado no se la publicó nadie, sino mi mamá. A pesar de que le prometían que se la iban a publicar. Este libro se lo publicó mi mamá para regalo de sus 24 años.


La primera edición de ¡Que viva la música!, publicada por Colcultura.

¿Y cómo es el cuento de la contratapa de ese libro regalo de su madre?

El texto de atrás está firmado por Jaime Manrique Ardila, pero escrito por Andrés Caicedo. Yo me la pillé de una cuando me llegó el libro. Jaime, que era muy amigo de él, me lo confirmó después. Él me llamó y me dijo: “Quiero hablar contigo”. Andrés ya había muerto. Yo lo supe desde el primer momento porque el texto de principio a fin tenía el estilo inconfundible de Andrés, y lo llamé, no porque me sorprendiera, sino porque el texto termina con esto: “Palabras que por cierto no vienen a hacer más amable la suerte del autor, ahora que su trágica defenestración y descorazonamiento nos deja sin respuesta la cantidad de preguntas que teníamos para hacerle”. Y lo que me dio a mí la clave de que él lo había escrito fue la palabra ‘defenestración’, que él idolatraba. Entonces le dije: “¡Andrés, esa palabra no la usa nadie!” Tiene un significado muy trágico, eso de asesinar a alguien tirándolo por la ventana… Él mismo me había mostrado años atrás la definición en el diccionario. Así que le dije: “Vos escribiste esto”. Me contestó: “¡Cómo se te ocurre, Rosarito!”.

Ese fue su primer libro impreso...

Una edición supremamente barata. Cuando el libro ya estaba impreso Andrés se fue a la editorial para que agregaran el cuento “Maternidad”, que él consideraba su obra maestra. Hay varias versiones de por qué lo puso en el lado interior de la portada: se dice que no había plata para dos páginas más, pero yo creo que ya estaba impreso y entonces él dijo: “Métalo en la tapa”. Le debieron decir que no cabía y por eso la letra es tan pequeña. Le dije: “Andrés eso no se puede leer. Él me contestó: “No Rosarito, es que tienes los ojos malos”.


La primera edición de ‘El atravesado‘, que mandó imprimir la mamá de Caicedo.

La portada de ese libro es una pirateada total. Está la carátula del disco de The Rolling Stones, del concierto en Nicaragua. Usó la imagen pero le puso palabras en español: “loca, mano”. Y le puso “Ediciones marca pirata de calidad”. Él idolatraba la piratería.

¿Qué balance hace de ese hombre que peleó, se incomodó, escribió, dejó obra, pero que además fue su hermano?

Siempre deseo aclarar que Andrés y el significado de su obra y de su persona, no le pertenecen en ningún momento a la familia Caicedo Estela. Andrés es de sus miles de lectores. Hace décadas se salió del entorno familiar: lo que él deseó siempre. Ahora, a través de sus palabras, está en muchas partes y forma parte de la vida de miles. Ese es el regalo que la vida le da a un buen escritor: lo inmortaliza. Y el hecho de que yo sea su hermana es solamente una coincidencia. Y aquí te aclaro: a mí me gusta la literatura de Andrés Caicedo no porque sea mi hermano. Me gusta porque me gusta. Punto. Se hubiera podido llamar Andrés Ruíz y yo estaría fascinada con sus escritos.

Pero sucede que amé mucho a ese hermano, y también amo mucho su literatura. A mí me tocó vivir muy de cerca la lucha de ese hermano brillante porque lo publicaran, porque se le entendiera. Y lo digo siempre: él se fue con la percepción de un mundo que no lo entendía. Tengo una visión muy clara de Andrés cuando entendí lo vulnerable que era emocionalmente. En algún momento de una pelea familiar, como las hay en cualquier familia, Andrés se desbarató. No sé por qué sería, tal vez por el pelo largo -en la casa le decían que tenía el pelo más largo de Cali-, pero Andrés estaba profundamente afectado. Me acuerdo que le dije: “No le pares atención”. Se quedó mirándome y me dijo: “Rosarito, nuestra diferencia es que tú tienes piel y yo no. A mi todo me afecta, todo me entra, porque no tengo piel”. ¿Qué puede hacer una persona sin piel? ¿Cómo puede vivir? Recuerdo que me hice esas preguntas continuamente después de esa trise y premonitoria conversación.

¿Cómo la han afectado los mitos que rodean a Andrés, comenzando por su suicidio?

Mira, cada persona en una familia tiene una versión distintísima del mismo acontecimiento. Cuando hay cuatro hijos, también hay cuatro papás y cuatro mamás. Esta es mi versión. La de las otras dos hermanas de Andrés a lo mejor es supremamente distinta. Como fui tan cercana a él, siento que viví muy de cerca esa profunda angustia y brillantez. Otra cosa es el mito: un suicida joven y bello, que además escribió, entra en el territorio del mito, como todos los escritores suicidas: Plath, Woolf, etc. El suicidio es algo que nadie puede explicar. Como dijo Camus, es el único problema filosófico verdaderamente serio. Yo no tengo el menor interés en explicarlo. Lo que me interesa es celebrar su gran legado literario. Respeto profundamente su decisión. No me sorprendió en lo más mínimo.

Pero evidentemente su muerte cambió radicalmente a su familia de origen. En formas positivas y negativas. A mi papá le dio la oportunidad para hacer una extraordinaria labor introspectiva y expiatoria. A él le agradeceré siempre -aparte de a Luis (Ospina) y a Sandro (Romero Rey)-, haberse dedicado a comprender, a luchar porque la obra no se perdiera, a pesar de haber tenido una relación profundamente conflictiva con Andrés. Mi papá se dedicó, desde el primer minuto en que su único varón se mató, a entender a su hijo muerto. Analizando las cartas que se han encontrado, mi papá empezó a escribir a editoriales y periódicos unas semanas después para que publicaran los libros. Él define para mí la valentía ante la peor tragedia que un padre puede imaginar.

Andrés dejó todo organizado: paquetes de folders, de mí para ti, de mí para el cine, etc. Él era muy consciente, nunca arrogante, de que escribía supremamente bien. Y que a pesar de su talento, de su continua producción, muchos caminos para publicar sus escritos estaban cerrados. Y siendo ese joven “sin piel”, cada negativa, cada censura a quien él era, lo afectaba demasiado. Pero, ¿sabes una cosa? Siempre he estado profundamente convencida de que Andrés tenía su plan de vida y muerte perfectamente planeado. Pasara lo que pasara. Desde muy joven sabía que viviría muy poco y produciría mucho. Y así lo hizo. Totalmente consecuente con sus valores y sus actos. Nunca bajó la cabeza. Siempre con la mente en alto, orgulloso de su obra. Y cuatro décadas de lectura de sus escritos ha probado que tenía toda la razón. Es su corta y prolífica vida la que yo celebro.


Algunos de los libros de Andrés Caicedo.