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“Hoy se nos exige constantemente renunciar a la complejidad de las cosas”: Salman Rushdie

Una entrevista exclusiva con el autor de ‘Los versos satánicos’ sobre su última novela, ‘La decadencia de Nerón Golden’.

Sara Malagón Lllano*
27 de enero de 2018
Rushdie nació en 1947. Crédito: Beatriz Pérez.

Salman Rushdie concedió esta entrevista con una condición: “No puedes preguntar nada que no tenga que ver con La decadencia de Nerón Golden”. No quería que le preguntasen sobre el hecho de que es un escritor perseguido. Tampoco quería hablar de sus otros libros. Y en lo posible, me dijeron, es mejor no mencionar la comparación que los medios han establecido entre esta novela y Donald Trump. Sería mala idea, entonces, preguntarle cómo hizo para predecir durante la era Obama que un personaje como Trump llegaría a convertirse en el presidente de Estados Unidos. Y cómo fue escribir una ficción relacionable a ese hecho cuando pocos se atrevían a imaginar que algo así podía suceder.

Esta vez, Rushdie quería hablar de literatura, de su nuevo libro; del hecho de que esta novela, aunque premonitoria, política y realista, va mucho más allá de Donald Trump.

A pesar de que la idea inicial se mantuvo, aquella de crear un personaje perverso, brutal y poderoso, Rushdie terminó escribiendo un libro ambicioso sobre la naturaleza humana, y también sobre la sociedad estadounidense contemporánea en su conjunto: es decir, sobre capitalismo, consumismo, materialismo, la falta de liderazgos, la muerte del sueño americano. Y la razón por la que escribió ese tipo de libro, alejándose un poco de sus trabajos anteriores, nos la reveló en esta entrevista.

El tema de la identidad está presente en su nueva novela desde el primer párrafo. ¿Para usted, agarrarnos a ese concepto es algo negativo en el mundo de hoy?

Una de las cosas que siento es que esa palabra, “identidad”, se ha convertido en algo central, pero significa cosas distintas para cada quien, y con respecto al contexto desde donde se nombre. Sin embargo, la cuestión de la identidad nacional, “qué significa ser un estadounidense hoy”, es tal vez la acepción más presente en esta novela. A René, el narrador, le molesta mucho el tema porque está demasiado en el centro de la conversación. Por fuera de Estados Unidos, en India por ejemplo –y esta novela tiene su lado indio–, la cuestión de la identidad tiene que ver más con cuestiones religiosas. Es por eso que existen tantas pugnas entre los hindúes y los musulmanes. La razón por la que la mafia india colaboró con los yihadistas en los atentados de Bombay en 2008 (que es un hecho presente en la novela) tiene que ver con esa pugna. Entonces, mi intención con esta novela era mirar ese asunto desde una perspectiva amplia. Desde el punto de vista ficcional, los Golden (la familia protagonista) están buscando una reinvención de sí mismos borrando su propia historia, su propio pasado. Y en la literatura norteamericana ese siempre ha sido un gran tema: la idea de que puedes ir a Estados Unidos y convertirte en una persona distinta, o que incluso estando ya allí puedes reinventarte a ti mismo.

¿Es por eso que su novela ha sido comparada con El gran Gatsby de Fitzgerald?

La novela de Fitzgerald ciertamente es sobre la reinvención. Gatsby no es el nombre de Gatsby en el mismo sentido de que Nerón Golden no es el nombre de Nerón Golden. Pero sucede por diferentes razones. Todo el esfuerzo de Gatsby viene del amor. Él quiere transformarse en alguien a quien Daisy −cree él− podría amar. En el caso de mi personaje, la reinvención no tiene que ver con el amor; en cierto sentido, tiene mucho más que ver con el miedo. Él está tratando de escapar de algo de su pasado. Gatsby está buscando algo, mientras que Nerón está huyendo de algo. Pero esa idea, el mito de que uno puede volverse un hombre nuevo en la ciudad de Nueva York, es un tema históricamente literario.

Ya que habla de suprimir el pasado, en la novela hay una profunda reflexión sobre el bien y el mal, y en ciertos pasajes se insinúa que la maldad tiene que ver con ese intento de borrar el propio pasado, como en el caso del personaje de Nerón. ¿Qué relación existe entre la maldad y el hecho de anular los propios orígenes?

Es una pregunta interesante. Para mí, tratar de ser una persona sin historia implica borrar también los estándares morales, perder la capacidad de juzgar entre el bien y el mal. Y eso sucede porque nuestra historia, nuestras experiencias, moldean nuestro conocimiento ético, moral. Si afirmas que el pasado no existe, eso te hace de cierta manera una persona amoral. Además vivimos en una época en que tendemos a ver a la gente en blanco y negro. “Esa persona es buena o mala”. Con Nerón yo quería descubrir si era posible crear un personaje que no es bueno, que es culpable de muchos hechos oscuros, y aun así ser capaz de escribir sobre su humanidad de manera que al lector le importe ese personaje, se preocupe por ese personaje, sin perdonarlo por lo que ha hecho, y sin amarlo, pero conociéndolo como una persona llena de complejidades. Vivimos en un momento histórico en que se nos exige constantemente renunciar a la complejidad de las cosas. Se nos exigen descripciones simples, buenas o malas, pero al fin y al cabo absolutistas, de las cosas y de la gente. Yo quería, de alguna manera, sanar eso, recuperar aquello que la novela, como género, siempre ha sabido: los seres humanos no son nunca una sola cosa, enteramente. Son como 16 cosas distintas al mismo tiempo. Yo quería, entonces, recuperar esa idea de la complejidad intrínseca al ser.

Su personaje ha sido comparado con Donald Trump. Por eso mismo, al leer su novela, me chocó y me sorprendió la cultura que usted le confiere a Nerón: su habilidad para tocar el violín, su conocimiento sobre los mitos. ¿Por qué quiso que, a pesar de lo brutal y perverso que es, fuese, sin embargo, un hombre culto?

Porque eso hace al personaje más interesante. Si alguien es simplemente un bruto, un salvaje feo, violento, ignorante y perverso, es menos interesante. La cultura de Nerón, esa civilización, hace más dramática su propia barbaridad. La hace más radical. Nerón es un personaje que se crió en un mundo culto, pero termina en un lugar oscuro.

¿Qué relación hay entre la tragedia clásica como tema (y como parte de la estructura de su libro) y la historia que usted narra (es decir, nuestra contemporaneidad)?

En una tragedia griega, desde el principio se sabe qué va a pasar. Pero antes de que en efecto suceda, pasan muchas cosas. Y mientras tanto, por la misma conciencia de lo que vendrá, se va construyendo y acrecentando la tensión dramática. Esa inevitabilidad, la idea del destino ineludible, es lo que constituye la esencia y el mood de la tragedia griega. Yo pensé en crear algo similar con la familia Golden: en cierto sentido, sus miembros creen que han triunfado, que han dejado atrás exitosamente su propio pasado. Y esa es su desgracia, y su ingenuidad, porque en realidad no lo han logrado. Ese pasado los persigue de muchas maneras, y el lector lo sabe desde el principio. Al lector se le dice rápidamente que este hombre estuvo involucrado en un crimen terrible, y que está tratando de huir de él. Y como lectores, también rápidamente deducimos desde ese mismo momento que eso no va a funcionar. En ese sentido, estamos a la espera de que lo terrible suceda, de la misma manera en que en la tragedia griega estamos a la espera de la calamidad. Y luego, en efecto, la tragedia llega.

De su novela se dice que es un “regreso al realismo”. ¿Qué opina de esa afirmación? ¿Y por qué la alternancia de esa realidad contemporánea con el mito, con el Imperio Romano, con los dioses?

Porque eso es básicamente lo que sé hacer yo (risas). No acepto del todo esa tesis de que esta novela es mi regreso al realismo porque mis libros siempre han estado enraizados en el realismo. Un libro es interesante porque el mundo de ese libro es real, aunque haya elementos surrealistas en él, que de todas maneras no serían exitosos si no estuvieran anclados en la realidad. Yo siempre he estado interesado en la realidad. Incluso este libro, que tal vez sí es el más realista de todos, no tiene un realismo fotográfico. Es más como la ópera, en donde existe un mundo en el que ciertos personajes están de alguna manera exacerbados, magnificados. Son un poco más grandes que la vida. Y la razón por la que eso funciona –cuando funciona– es que siguen anclados en lo real. Este libro no es de un realismo como el de Raymond Carver. Es de otro tipo, tiene mucho más que ver con la tradición de Charles Dickens. Dickens tenía una obsesión con el realismo. El Londres de Dickens, por ejemplo, está descrito con detalles absolutamente realistas. Y sin embargo, en sus novelas emergen personajes mucho más grandes que ese mundo, mucho más grandes que la vida. Y funcionan precisamente porque surgen de ese tremendamente detallado universo.

Otra cosa interesante es René, la voz que narra. Él dice esconderse detrás de la primera persona del plural unas páginas después de que empieza la historia. Pero primero habla desde un “nosotros”. ¿Quién es ese “nosotros”, además del mismo René? ¿Es la sociedad, que cuenta en retrospectiva sobre la tragedia que no vio venir, pero de la que es hasta cierto punto culpable?

Creo que es el “nosotros” de la gente de Estados Unidos que es como René, y que René representa. Ahora, como los sabemos todos, hay una fuerte división entre dos Estados Unidos: uno progresivo y liberal, y su opuesto. René crece en esa idiosincrasia progresiva y liberal. Cuando habla desde un nosotros, muy al principio de la novela, está hablando de su propio barrio, a donde llega la familia Golden, y también habla de gente como él. A mí me gusta mucho ese personaje, porque yo quería que ese narrador en primera persona fuera descubriendo la historia de los Golden de la misma manera en que el lector lo hace. René es el representante también del lector en el libro. Pero además, quería que fuese mucho más joven que yo, que tuviese una perspectiva del mundo mucho más afín a las generaciones jóvenes; que tuviese ese entusiasmo, esa ambición, incluso esa arrogancia e ingenuidad de los jóvenes. Él se presenta a sí mismo como alguien que va a ser un gran cineasta sin siquiera haber hecho una sola película (risas). Está diciendo constantemente cómo es que va a hacer estas grandes películas, que ya concibe como obras maestras, pero tiene unos 23 años y no ha hecho nada en la vida. Yo quería precisamente esa perspectiva y esa energía joven. Y también quería que fuese estadounidense. Muchos de los personajes de la novela son inmigrantes. El mismo Nueva York está hecho por inmigrantes. Yo mismo soy un inmigrante en Estados Unidos. Pero quería narrar desde la perspectiva de alguien cuyas raíces están en Estados Unidos, precisamente para buscar una perspectiva opuesta a la mía. Ese personaje es una de las cosas que más me satisface de esta novela, aunque al principio tuve la pésima idea de que fuese un escritor.

¿Y por qué era una pésima idea?

¡Era pésima! Escritores que escriben sobre escritores… A mí me parece una idea terrible. Y sucede que conozco gente joven que está en el proceso de convertirse en cineastas, y empecé a relacionar a René con ellos. Cuando llegué por fin a eso, todo el libro se abrió ante mí. Él fue un verdadero descubrimiento.

Ya que toca el tema de la inmigración, ¿qué tan mítico, en el sentido de irreal y lejano, es hoy el sueño de encontrar una mejor vida en otro país, específicamente en el Estados Unidos actual?

Bueno, yo he sido dos veces inmigrante. Me sentí muy en casa en Inglaterra, y ahora me siento así en Nueva York. Creo que en la vida real, y a pesar de las circunstancias, la gente puede hacer eso. Y lo logra con éxito. Se ve en las ciudades cosmopolitas. Pero en una novela, eso generalmente nunca funciona. En las novelas, a los personajes les cuesta mucho dejar el pasado atrás. En la vida real, la gente puede dejar el pasado atrás.

Su novela se enmarca en un momento en que los libros sobre las intimidades políticas del presidente proliferan. ¿Es esta, de alguna manera, la versión ficcional, novelada, de esos libros contados por personajes como René, que son casi intrusos que revelan confidencias del poder?

Nerón es sin duda un hombre con poder, y creo que el poder es un tema importante en el libro. La corrupción de ese poder. No por nada se hace llamar Nerón, como el más corrupto de los emperadores romanos. Nerón fue, de hecho, lo primero que tuve para este libro. Fue mi primer personaje, antes incluso de escoger dónde se narraría la historia. Tenía la idea de un hombre poderoso y corrupto que de alguna manera me agradaba. Y la pregunta es: ¿puedo escribir sobre un hombre poderoso y corrupto, y aun así hacerle sentir al lector compasión? ¿Se puede hacer un personaje así que sea convincente? Esa fue la pregunta que me llevó a escribir este libro. Nerón se mueve entre la mafia de Mumbai, su clase alta y el mundo yihadista: está justo en el centro de ese triángulo. Y ese me parecía un lugar interesante para situar a un personaje. Luego decidí que la novela no se desarrollara en India, sino en Nueva York, a pesar de los orígenes del personaje.

Y sin embargo, usted terminó escribiendo una novela no solo sobre Nerón, sino sobre la sociedad estadounidense contemporánea. ¿Por qué quiso hacerlo?

En realidad lo que terminó pasando es que se juntaron dos libros que tenía en la cabeza: el primero es el que acabo de describir, y el segundo nació del hecho de que sentí que había llegado a un límite con el tipo de libros que escribí hasta ese momento, con esos elementos fantásticos y surrealistas. El libro que le antecede a esta novela es una historia de hadas en Nueva York. Después de eso, sentí que ya no haría nada similar que fuese distinto e innovador. Entonces quise escribir otro tipo de novela sobre Nueva York, una mucho más social, que se unió a la historia de la familia que quería dejar su pasado atrás.

¿Para terminar, usted cree que a través de la escritura, y sobre todo de la literatura, podemos entender esta, nuestra realidad actual?

Espero que sí. Sin duda creo que una de las cosas que puede hacer hoy la literatura es, volviendo un poco al principio, enseñarnos o recordarnos cómo realmente somos los seres humanos, en un momento en que caemos, cada vez con más fuerza, en posiciones extremas. El ser no es singular, es plural. Es muchas cosas, es contradictorio. Si nos entendemos así, es más fácil encontrar puntos de encuentro con otras personas. Deberíamos entonces aprovechar ese poder de la literatura, el de mostrarnos las cosas en su variedad, en su multiplicidad, en su complejidad, cosa que nos permitirá reencontrar lazos en esta sociedad tan rota.

*Editora de Revista Arcadia.