Novedad

“Amar la guerra es odiarse a uno mismo”

La Asociación Cultural Letra a Letra recién publicó ‘Silabario en el camino’, un libro de 650 páginas que reúne la obra poética de Juan Manuel Roca entre 1973 y 2014. Hablamos con él.

Christopher Tibble
23 de septiembre de 2016
Roca durante la marcha para rendir memoria a las víctimas de la violencia en Bogotá el seis de Marzo de 2008. Crédito: Gerardo Gómez /JetSet.

Han pasado más de 40 años desde su primer poemario,  Memoria del agua (1973). ¿En qué ha cambiado Juan Manuel Roca desde entonces?

Yo creo que uno siempre está en evolución permanente, no solo en lo que escribe sino en cómo ve el mundo. Ver el transcurrir del tiempo también cambia el sentido de la estética, pero creo que desde mi primer libro hay una constante: una preocupación de la poesía como una forma de pensar en imágenes. Pero sí han cambiado los registros, los tonos, mi poesía se ha vuelto menos lingüística, contempla una manera del lenguaje más minimalista. Hay cambios que se pueden percibir.

¿La poesía colombiana también ha cambiado mucho?

Sí. De todas las artes en el país, la poesía es la que tiene un cuerpo más definido generacionalmente. Desde José Asunción Silva, nuestro primero poeta moderno, pasando por generaciones como la de Mito y la del nadaísmo. Digamos que desde la generación de Mito, la poesía colombiana se decanta de la influencia de la española y han surgido unas cabeceras importantes. No es una coral de la misma sonada, sino que hay muchos tonos personales. Desde entonces se ha enriquecido muchísimo.

¿Es Colombia un territorio fértil para la poesía?

Yo creo que sí, pero acá se sacraliza mucho a la poesía diciendo que este en un país de poetas, como se dice de  Nicaragua, Perú o Chile, que también tienen grandes exponentes. Por otro lado, hay quienes afirman que la poesía colombiana es muy conservadora y señalan más bien sus carencias. No creo que ninguno de esos dos extremos sea del todo cierto. La poesía no se mueve en una sola línea y hay muchas vertientes, y un país que ha producido a Luis Vidales, Carlos Obregón, Aurelio Arturo, Héctor Rojas Herazo, Luis Carlos López, Fernando Charry Lara, Álvaro Mutis, no se puede decir que sea pobre. Hay una tradición menor que, digamos, la peruana, pero me parece que nuestra poesía es de las más importantes de la región.

¿Cómo entender el papel de la guerra en nuestra poesía?

Es inevitable que un tema tan violento, tan áspero, que no ha dejado ser a este país, aparezca en la poesía. Hay gente refractaria que no quiere que la guerra aparezca en la poesía porque piensa que ensucia, pero la poesía debe estar sucia de realidad. Es decir, es impensable que la violencia falte en la poesía que escribimos. Siempre señalo la primera página de La vorágine, donde José Eustasio Rivera dice: “Jugué mi corazón al azar y me lo ganó la violencia”. Creo que los poetas acá no le dan la espalda a la violencia. Es una vocación lírica y social a la vez.

Para alguien que nunca se ha acercado a la poesía, ¿cómo la definiría?

Me gusta mucho la expresión de Henry David Thoreau, que dice que la poesía es la salud del lenguaje. Creo, además, que se puede generar una teoría general de las artes a partir de lo poético. Para mí, la poesía es el epicentro de las arte, de la pintura, de la narrativa, del cine. Es una forma de pensar que va más allá del género, es una forma de vivir y respirar en el mundo. En eso se ha fundamentado, y por eso es importante.

¿Cómo es su proceso de elaborar un poema?

Bueno, no siempre surge de algo determinado. No tengo un programa definido para su realización o su intento. La poesía puede surgir de maneras distintas. A veces más de la atmósfera que de una idea, a veces a partir de algo que me ha sucedido en la vida cotidiana. Son muchas las  maneras en las cuales algo me lleva a intentar traducirlo en palabras. Pero en todas esas, hay un común denominador: la creación de atmosferas. A mí la poesía sin atmosfera me resulta plana. Puede ser teórica, muchas veces conceptual, pero no poética.

Usted ha dedicado varios poemas a Luis Vidales, incluso un libro. ¿Por qué?

Luis Vidales es muy importante para mí por muchas razones. Una es de orden familiar. Buena parte de mi infancia transcurrió a su lado. Me llevó a entender que la poesía rebasaba lo manierista, que es una manera de plantarse en el mundo. Pero también es quien escribió el primer libro de vanguardia en Colombia: Suenan timbres, en 1926. Con él, Vidales le dio una vuelta de tuerca a nuestra poesía, le puso un acento mucho más contemporáneo y adosó a la poesía colombiana, que eran tan solemne, con el humor y el sarcasmo. Y esa es una línea que cada vez me interesa más. Así mismo, rescato y aprecio su conocimiento de las artes plásticas.

Usted en 2005 publicó un libro llamado Las hipótesis de Nadie, que ganó el Premio Nacional de Poesía. ¿Quiénes son los nadie, los anónimos, los sin nombre que aparecen en casi todos sus poemarios?

Es una identidad fantasmal que aparece y desaparece en mis poemas. Nobakov decía que la poesía nació el día en que el niño bajó de la montaña gritando ‘¡lobo, lobo!’, y no venía nadie detrás. Esa entidad fantasmal me seduce mucho. Nadie es una figura que ha rondando mucho en la historia de la literatura. En nuestro continente también están los NN, los desaparecidos, esos hombres fantasmas que están junto a nosotros pero que no volvemos a ver, que son una especie de nadie para nosotros y nosotros un nadie para ellos. En otro orden, poder elogiar a nadie nos permite presumir que somos alguien, así seamos nadie. Es un personaje paradojal para cuestionar nuestra existencia, para pensar que en la vida, entre esa nada antes de nacer y esa nada después de morir, en ese paréntesis, hay que llenarla de alegría y poesía.

Usted ha hecho campaña por el SÍ en el plebiscito. ¿Qué le diría a quienes se inclinan por el No?

Yo les diría una cosa muy sencilla: amar la guerra es odiarse a uno mismo. Estar por el No, de manera consciente o inconsciente, es estar intentando prolongar una sucesión de violencia que nos tiene en guerra desde hace más de 50 años. Pensar en el Sí es abrir una compuerta, abrirla del todo para que este país, al que no han dejado ser, pueda ser. Es un momento esperanzador y por eso me mantengo en el Sí.

¿La poesía puede funcionar como una manera de reconocer, de acercarse al otro?   

Yo creo que sí. A mí preguntan a menudo qué van a hacer los poetas en el posconflicto, y siempre respondo que lo mismo que hacemos siempre: entender la poesía como una resistencia espiritual. Creo que si bien el acuerdo es imperfecto, buscar la perfección en la política es condenarnos a todos a la parálisis. Y nadie quisiera una guerra vitalicia”.

Noticias relacionadas