CRÍTICA LITERARIA
‘Sin remedio’, de Antonio Caballero: una novela cómicamente/trágicamente actual
Para la investigadora Diana Diaconu, el reciente estudio ‘Sin remedio: una novela sobre la indiferencia y el escapismo de los colombianos’, que acaba de publicar Iván Vicente Padilla en la Universidad Nacional, da ejemplo de cómo hacer crítica e historia literaria en Colombia.
La editorial de la Facultad de Ciencias Humanas de la Universidad Nacional de Colombia publicó recientemente ‘Sin remedio‘: una novela sobre la indiferencia y el escapismo de los colombianos de Iván Vicente Padilla Chasing (Bogotá: Universidad Nacional de Colombia, 2019, 244 pp). En los últimos años, el profesor e investigador de trayectoria ha publicado numerosos estudios sobre la literatura colombiana de los siglos XVIII, XIX y XX. Algunos de estos títulos son Jorge Isaacs y María ante el proceso de secularización en Colombia (1850-1886), de 2016, Cuestión española y otros escritos de José María Vergara y Vergara (editor) y Sobre el uso de la categoría de la violencia en el análisis y explicación de los procesos estéticos colombianos, de 2017.
De manera que, con esta última investigación sobre la novela Sin remedio de Antonio Caballero se vuelve ya inteligible que todos estos estudios monográficos, en su conjunto, representan contribuciones fundamentales para la articulación de un nuevo discurso historiográfico del que estábamos muy necesitados. Y en ese sentido, este libro se convierte en un ejemplo de cómo hacer crítica e historia literaria en Colombia.
Sale en una colección también excepcional, y lo ilustra una inspirada selección de caricaturas que dialoga con el discurso crítico. Es un acontecimiento editorial este modelo de nueva crítica literaria con el sello de nuestra Universidad Nacional y del equipo editorial dirigido por Camilo Baquero Castellanos.
Fijémonos, primero, en la novela que el profesor Padilla decide enfocar. De entrada llaman la atención dos características muy peculiares: se trata de una obra clave, que ocupa un lugar imprescindible en la historia de la narrativa colombiana, comparable con clásicos como María, La Vorágine o Cien años de soledad. Sin embargo, también se trata de una obra que no había tenido parte de una lectura crítica profesional, y cuya recepción había sido empañada por una cantidad de lugares comunes que Iván Padilla desmonta uno por uno, sistemáticamente.
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Así como lo había hecho en su anterior estudio, dedicado a María, el profesor Padilla emprende un rescate oportuno en una época, como la nuestra, dominada por decepcionantes neoformalismos y regresos al enfoque temático, disfrazados de ropajes falsamente novedosos.
Gracias a su sólida formación teórica, Padilla aprecia la novedad, la originalidad de lo que Pierre Bourdieu llama la “toma de posición” de un escritor, su reacción, su respuesta en este diálogo que entablan las obras que constituyen un “campo literario”. De esta manera percibe lo que a muchos otros críticos se les pasó por alto: la novedad del proyecto artístico considerado de manera integral y no la supuesta novedad del tema urbano, el asombro –ingenuo– de reconocer las calles de Bogotá en una gran novela, o la dudosa novedad de la escritura.
Desde este punto de vista, el libro demuestra con rigor que, por más que la crítica mediocre confunda al lector, en la literatura la novedad no es nunca de índole temática, ni formal. Sobre todo en aquellas conjunturas en las que se tiende a sobrevalorar la escritura experimental, es importante recordar que la originalidad de una obra literaria nunca está en la escritura en sí, en su estructura, composición, estilo, etc., es decir en las capas superficiales y tangibles de la forma artística. Muchos críticos que confunden la novela innovadora con el alarde técnico trabajan ligeros de teoría y llegan a conclusiones muy equivocadas como, por ejemplo, que obras como María o Sin remedio no son muy originales, ni muy innovadoras dentro del género novelesco. En sus libros, el profesor Padilla revela a los lectores en qué consiste la “novedad” de estas propuestas fundamentales para la historia de la novela colombiana.
Lo hace a través de un auténtico discurso historiográfico, quizás su gran mérito y el gran aporte de su ensayo. Porque en este discurso historiográfico las dotes las del teórico y del historiador de la literatura confluyen con las del crítico que remueve prejuicios y lugares comunes e involucra al lector a través de una estructura apelativa, de un discurso fresco, actual, generador de dialogismo. Todo esto resulta en un discurso en tres dimensiones que combina en dosis justas la crítica literaria, la auténtica dimensión histórica (¡tan diferente de la acumulación wikipédica de datos!) y la reflexión madura que permite leer, descifrar la forma artística y percibir los relieves de la cartografía literaria, los momentos de ruptura con la tradición y de reformulación transgresora, es decir, la novedad de la propuesta, allá donde las apariencias engañan. Sobra decir que este tipo de discurso no está al alcance de cualquier investigador y se echa de menos en el campo de la crítica colombiana. Sin embargo, si el profesor Padilla sigue ocupándose como lo viene haciendo de obras clave de la literatura colombiana como María y Sin remedio, sometiéndolas al tipo de lectura que propone en estos estudios monográficos, pronto tendremos la historia de la literatura colombiana que se deja esperar.
Para iluminar el caso de Sin remedio vale la pena recordar que, con respecto a varias novelas muy valiosas del llamado post-boom, modestas desde el punto de vista del despliegue de técnicas literarias pero que rompen con la escritura consagrada por el boom, el profesor Iván Padilla tiene su propia teoría. Esta la había formulado antes también, en el ensayo “Sobre el uso de la categoría de la violencia en el análisis y explicación de los procesos estéticos colombianos” (2017) o en artículos como el que dedica a la novela de Evelio Rosero “Los ejércitos: novela del miedo, la incertidumbre y la desesperanza” (2012). Son novelas que desobedecen la fórmula exitosa, convertida en receta: fragmentación del discurso, multiplicación de los puntos de vista, alteraciones de la temporalidad, etc., y parecen volver y a una narración plana. Razón por la cual muchos críticos las miran con desencanto. Padilla insiste en lo que llama su carácter “fenoménico”. Lo novedoso de estas novelas está en la mirada, en el centro evaluador que filtra toda la materia narrativa y en las relaciones sui géneris del protagonista con el autor, que ya no es el antiguo “autor-deicida” de Mario Vargas Llosa. Es el caso de Ignacio Escobar en Sin remedio, de María del Carmen en ¡Que viva la música!, de Ismael Pasos en Los ejércitos.
Otro aspecto clave a destacar se desarrolla en la segunda parte, dedicada a “Ignacio Escobar o el escobarismo: un mal auténticamente colombiano” (2019: 81-143). Se trata del centro del libro, no sólo desde el punto de vista estructural, también su foco de construcción de sentido. El libro ilumina y despeja las dudas alrededor de un aspecto esencial, tal vez el más problemático de la obra y primera causa de los despistes de la crítica anterior. Ya vimos como Sin remedio comparte con las “novelas fenoménicas” posteriores a García Márquez el papel fundamental que desempeña el protagonista y su mirada, su percepción, para analizar la producción de sentido en la novela y también para apreciar justamente el aporte: la originalidad de la novela de Antonio Caballero.
Iván Padilla, profesor del programa de Literatura de la UN. Foto: Agencia de noticias / Unimedios
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Ahora bien, la interpretación y valoración que Ignacio Escobar hace de su realidad histórica es todo menos banal, porque su actitud ante la vida es muy compleja. La evaluación de este sujeto inventado, que no debe confundirse con un yo autobiográfico, es el foco, el punto neurálgico de la creación de Antonio Caballero; por eso Padilla considera a Sin remedio una de las grandes “novelas fenoménicas” del post-boom, que deja atrás la visión mítico-mágica. Por esta razón, también considera que habría que centrar la interpretación de la novela en la abulia de Ignacio Escobar, una abulia muy particular y aparentemente contradictoria porque es una abulia extremadamente crítica, subversiva. En esta rebeldía pasiva, en su quietismo sui géneris que representa una protesta extrema y una toma de posición no sólo ética, sino también política, está la clave de la novela. Y a la vez, la fuente de confusiones y malentendidos, porque este aspecto central permanece incomprendido en la mayoría de los comentarios críticos.
Efectivamente, el autor del estudio pone en el centro de su lectura al personaje y propone una justa valoración de su dimensión histórica. Con este fin crea la categoría del “escobarismo” (2019:84) como “un mal auténticamente colombiano”, histórico. Lo contrasta con actitudes similares más en las formas de conducta que en esencia, como el bovarismo, e inscribe la figura de Escobar en toda una tradición y toda una familia de abúlicos occidentales con la intención de revelar mejor el carácter excepcional del personaje de Antonio Caballero, altamente representativo del sujeto colombiano. La referencia a la autenticidad es un guiño al lector de Sin remedio porque trae a su memoria toda una discusión entre filosófica y humorística sobre este aspecto íntimamente vinculado con los males históricos que analiza Antonio Caballero y que se deja resumir en la reflexión -en tono irónico y sentencioso- de Escobar: “La inautenticidad es lo único verdaderamente auténtico en Colombia” (2002:99).
Todo este análisis se hace a través de un discurso crítico que resulta novedoso en Colombia, y no solo porque combina espíritu crítico, agudeza y originalidad con una lectura profunda de la obra que descifra su forma artística. A esto se le suma un horizonte cultural muy amplio del que carecen muchos de nuestros colombianistas: un conocimiento extenso y exacto de la literatura universal y de la historia de Colombia. Todo esto le permite al autor diferenciar a Ignacio Escobar del cliché del “poeta maldito a la colombiana” (2019: 97) y aclarar por qué esta interpretación no es válida. Igualmente, demuestra por qué Sin remedio no se debe leer como una “novela de artista” (95), como una novela de formación (32-33) o como una “novela existencialista” (100-101). Sobre todo en el caso de esta última y muy oportuna distinción, Padilla demuestra una premisa fundamental de su planteamiento en un caso concreto: la lectura de una obra literaria requiere la superación del nivel temático y formal y la comprensión de la forma artística. Aunque enfoque un problema existencial, por el tipo de evaluación de este problema, por el tratamiento que le da, Sin remedio no es una novela existencialista sino más bien su parodia y se inscribe, en realidad, en “las antiguas tradiciones cómico-satíricas” (78). En cambio, el autor del ensayo revela las afinidades que tiene la novela con los grafitis del mayo de 68 francés (107) y su personaje con protagonistas de obras aparentemente tan distintas, como La hojarasca de Gabriel García Márquez (92) o ¡Que viva la música! de Andrés Caicedo (127).
Reedición de Sin remedio, de Tusquets Editores, publicada el año pasado.
Ubicar una obra en la tradición a la que realmente pertenece, y que a menudo no está a la vista de todo el mundo, porque se trata de una tradición subterránea, sepultada por el olvido o, a veces, por la censura, equivale a interpretarla. Significa leerla en el contexto de su auténtica serie literaria, conforme al pacto de lectura que propone, de acuerdo con el modo de lectura prefigurado por la propia obra, encontrando al lector allá creado.
En el caso de Sin remedio, captar la visión que Ignacio Escobar tiene de su realidad colombiana, reconocer su carácter “cómico-serio” en el sentido de Bajtín, equivale casi a descifrar la complejidad del protagonista. Permite entender las características aparentemente extravagantes y paradójicas de Escobar, su perfil típicamente colombiano, su axiología fundamentalmente moderna a pesar de ciertos gestos considerados propios del sujeto posmoderno (97). En el análisis de una de las escenas que considera especialmente relevantes para la comprensión de la problemática de la novela y la configuración del personaje, por ejemplo, la escena de la discusión de Escobar con su pareja, Fina, la lectura de la forma artística es especialmente sutil y revela el gran talento de Antonio Caballero de poner en escena una filosofía hecha cuerpo. El profesor Iván Padilla descifra la problemática filosófica aguda plasmada por el autor a través de lo que numerosos lectores entendieron como meras escenas eróticas, conversaciones de alcoba, o incluso lamentables vulgaridades. Desde luego, lo hace sin censura de lo carnal, lo erótico y lo sexual, pero también sin considerar precipitadamente esta forma de amor como la clara evidencia de que nos la tenemos que ver con un sujeto posmoderno.
Es esencial entender qué clase de humor se trata en Sin remedio, para no confundir esta gran novela con un libro divertido, ameno y salpicado de escenas y alusiones eróticas, provocadoras, como si de literatura comercial se tratara. En esa trampa ya ha caído más de un reseñista. Aquí se trata de un humor que se inscribe en la tradición milenaria de los géneros “cómico-serios” estudiada por Bajtín en cuanto origen de la novela dialógica (Capítulo 2 ¿Una novela cómica?). Una novela que se burla de la verdad única y de la “seriedad” monológica típica de los discursos hegemónicos, oficiales, carnavaliza los valores y los discursos ideológicos impuestos por el poder y parodia la “alta” literatura, respetuosa del canon, con la frescura y la desenvoltura de la cultura popular. Entendido así, lo cómico aporta en Sin remedio precisamente la distancia contemplativa indispensable para la evaluación de unos verdaderos dilemas existenciales, a través de un espíritu crítico agudo. Conjuga risa y contemplación filosófica. Conduce, en otras palabras, precisamente a esta peculiar abulia de un ser dotado de un espíritu crítico particularmente agudo.
De otra parte, lo que afirma Masoliver Ródenas (32) sobre Sin remedio se podría decir también sobre el ensayo crítico del profesor Iván Padilla: es un libro divertido, cuyo lector se descubre riendo a solas; y, sin embargo, no es un libro ligero, conceptualmente es muy riguroso y complejo.
Por eso pertenece a un nuevo tipo de crítica, casi inexistente en Colombia y que, me atrevo a opinar, se debería practicar más: una crítica exigente y rigurosa desde el punto de vista conceptual, pero que en lo formal no es ni rígida, ni abstracta. Una crítica que entiende que no es pecado hacer reír al lector, ni hablarle de tú a tú, y que el humor y lo cómico pueden ser incluso más profundos que lo estérilmente “serio”.
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La última parte del libro, “¿Qué no tiene remedio en Sin remedio?” (145-224) es esencial para entender no solamente la interpretación que Caballero hace de la historia contemporánea de Colombia, sino también al protagonista como sujeto colombiano cuya indiferencia no tiene causas psicológicas, sino históricas, sociales y culturales. Su conducta no se explica por el supuesto perfil posmoderno de este sujeto contemporáneo, sino por las circunstancias históricas particulares de la Colombia contemporánea. Esta tercera parte revela cómo el orden social que se impone en Colombia, en pleno siglo XX, es, en realidad, una vuelta a la premodernidad disfrazada de régimen político moderno, es el modelo de sociedad feudal disfrazado de democracia. Por tanto, aquí no se puede hablar con propiedad de la crisis de los metarrelatos modernos, sino que son los pseudo-discursos modernos, el pseudo-Estado y la pseudo-democracia quienes inducen la abulia de los pseudo-ciudadanos. Aquí, éstas son las causas que generan sujetos incompletos, individuos que no acaban de asumirse y sufren profundas y desesperanzadas crisis de identidad. Se trata de una evaluación que, de hecho, no es exclusiva de Antonio Caballero, sino que se puede leer, bajo las formas más variadas, en las propuestas de la mayoría de los autores contemporáneos imprescindibles: Andrés Caicedo, Fernando Vallejo, Evelio Rosero, Darío Jaramillo, Tomás González.
Desde el punto de vista de la recepción, esta última parte del libro, que revela el trasfondo histórico y sociocultural de Sin remedio, es de particular importancia en una sociedad como la colombiana actual, que tiende a las visiones maniqueas y donde el público lector se siente a menudo despistado ante propuestas literarias como las de Antonio Caballero o Fernando Vallejo, que critican de manera incisiva la demagogia ideológica tanto de la derecha, como de la izquierda. Los comentarios del profesor Iván Padilla permiten entender la situación creada como una prolongación anacrónica del bipartidismo del Frente Nacional: una situación histórica que genera una preocupante miopía y conduce a radicalizaciones de todo tipo. Según se puede leer en Sin remedio, la situación no cambia a partir de las primeras “elecciones democráticas”, sino que se perpetúa acarreando cada vez mayor desintegración y degradación social. Es por eso (y no porque asumiera una posición conservadora) que Antonio Caballero ironiza y desautoriza el radicalismo revolucionario que desemboca en la violencia. Al hacerlo permite ver al mismo tiempo que no se trata de una real alternativa, sino del resultado directo e igualmente desafortunado de los abusos de la oligarquía que se turna el poder y parece tener secuestrado al propio país. Los lectores lo pueden confirmar revisando también las caricaturas de Antonio Caballero de la misma época. Caricaturas tan actuales como la novela Sin remedio, no solamente por su genio, sino también porque, como advierte con irónica agudeza Caballero en el epígrafe de la Tercera Parte (147): “Los dibujos de humor político suelen depender de la actualidad inmediata, y eso hace que con el tiempo se vuelvan incomprensibles. Pero en Colombia no. En este país la realidad inmediata se repite siempre, idéntica a sí misma. Lo cual, aunque sea una tragedia para la población en general, es una bendición para los dibujantes de humor: pueden hacer todos los días los mismos chistes”. Antonio Caballero, Este País (1998). Por esta razón, Padilla explica cómo, a través de la voz escéptica e irónica de Ignacio Escobar, Antonio Caballero se burla del discurso encendido y poco lúcido, poco coherente, de sus amigos militantes que instan a Escobar a escoger bando, a tomar las armas…
La crítica de la demagogia o de los delirios de la izquierda no es muy común ni siquiera en las propuestas críticas de los auténticos escritores y fácilmente se malentiende en un país donde la violencia de estado y el totalitarismo fueron siempre de derecha. La lectura del profesor Padilla ilumina este problemático aspecto a través de una lectura capaz de captar evaluaciones éticas, sociales, políticas, históricas, culturales que no están tematizadas, sino plasmadas en los sociolectos de la época, en las conversaciones de salón, por lo tanto son menos fáciles de percibir. Esta lectura matizada de la forma artística se ve complementada de manera ideal con el conocimiento a fondo de la historia de Colombia, considerada dentro de un marco más amplio, mundial, que le permite evaluar cómo afecta el contexto de la Guerra Fría a Colombia y en general, a los países latinoamericanos (Capítulo 5: “Antonio Caballero, Sin remedio, la Guerra Fría y el Frente Nacional”, 151-169).
Quizás el mayor mérito de todas estas reflexiones es que en su conjunto devuelven al público colombiano la riqueza de sentidos de Sin remedio, un libro perturbadoramente actual, en un momento cuando había quedado opacada por lecturas que no estaban a la altura de esta gran novela. Este ensayo crítico permite comprender Sin remedio como lo que es: una obra comprometida con la realidad histórica de su país y no con una bandera u otra, como es el caso de la auténtica literatura de todos los tiempos, así toque puntos neurálgicos en la época que provocan el disenso de los contemporáneos y empañan su visión: una novela que evalúa la complejidad del proceso histórico, social, cultural colombiano, sin tomar partido de manera doctrinaria por una ideología determinada. Así descubrimos que Antonio Caballero hace una crítica de los discursos ideológicos demagógicos y en este sentido propone una des-ideologización del discurso literario que se puede leer en las grandes obras latinoamericanas contemporáneas, como las de Roberto Bolaño, Ricardo Piglia, Rodrigo Fresán, Juan Villoro, etc. y aquí, desde luego, Fernando Vallejo. En sus obras abundan los individuos problemáticos que desestiman la acción directa como fuerza generadora del verdadero cambio histórico y que bien podrían constituir la gran familia espiritual de Ignacio Escobar.