POESÍA
Siete poemas de amor (y duelo) de Fernando Molano Vargas
"Estos casi no son poemas de amor. Son poemas de mi amor. De un amor, quiero decir. Y son también de mi deseo". Con esas palabras hablaba el escritor bogotano de su único poemario, 'Todas mis cosas en tus bolsillos', en 1997. El libro, por muchos años una joya oculta, fue reeditado este año por Planeta.
Desde mi ventana
A la voz de sus sueños silenciosos
y dóciles
como suelen los condenados
del borde del sardinel
levantan sus traseros
dos chicos enamorados
Y ocultos tras de los autos
casi al desgano
los une la despedida:
bajo sus pantalones el deseo
acecha como un bandido
a los jovencitos
sumidos en un abrazo
Lento el andar
los tercos ojos que vuelven
van pues hacia sus casas:
a salvo de la noche
¿se acariciarán en sus cuartos
solos
mediodesnudos
sonriendo bajo las cobijas
como asustados?
7 p.m.:
esta hora en que las madres
ocultan a los niños
En las duchas
Porque es un muchacho muy bello
y entonces cuesta creer
Él riega talco sobre sus pies
y quedan huellas en el piso
Y sus huellas se desdibujan
si uno las roza con los dedos
Pero el talco no sabe a nada
cuando uno se lleva los dedos a la lengua
De verdad
es como un acto de fe
Dulce hermano de los arietes
De niño, papá despeinaba mi copete para que yo
me enojara como un hombre.
En los pesados trabajos de su taller de hierros forjó
rudamente mi cuerpo. A los quince años mis piernas
sostenían sin dificultad una nevera, y en mi pecho
hubiesen podido llorar dos o tres muchachas.
Allí mismo, en los sucios almanaques Texaco que
envejecían sobre las paredes, él me enseñó el amor
por las mujeres desnudas; y asomado a la puerta de
las cantinas donde a veces bebía, aprendí la manera
de aprovecharme de ellas. «Pero llegado el día en
que tu madre enferme de muerte —me decía ebrio
mientras los llevaba a casa—, será justo que prefieras
cuidar de tu esposa».
Sin preguntar nada, un día celebró las heridas de
mi primera riña y, sonriendo, descargó un puño
sobre mi pecho. De alguna manera él supo entonces
sobreponerse al miedo, y hoy, a mis diecisiete, presumo
de poder llegar tarde a casa.
Oh, Diego, en largas jornadas papá hizo de mí una
fortaleza. Y es una maravilla cómo se sostienen sus
muros ahora que entras en mí como un duende, y
podemos a solas jugar y amarnos como dos niños.
Esta hora de los moteles
Sigue por su cintura
mi pierna
y está para mi mano
su espalda
—arriba mirón el techo
para mi corazón
su silencio
Pero suenan
como alarmas terribles
en su dulce ensueño
los cuatro golpes firmes
tras la puerta
—¿hemos ya gastado nuestro rato?
si sobre el piso
al pie de esta cama sucia
todavía nuestro deseo
permanece tibio
entre su pantaloncillo
y el mío
En un bar mirar parejas, solo
Porque uno los ve bailar
y es como si en otro lugar
estuviesen quieto
porque
giran hermosamente sus cuerpos
sobre sus pechos lentos
y entonces es como si la alegría
En algún giro
distraídos te miran
sinceramente parada
y en el siguiente de ti se olvidan
—pero tu mirada persiste
en ellos
En la jovial frescura de un trago
sientes perfectamente
toda alegría como una traición
ahora
y no entiendes esta sonrisa en tus labios
tu amigo muerto
esa cerveza fría en tu mano
V.I.H.
Soy joven y estoy aún,
digamos,
en ese tiempo inverosímil
que para mis mayores ha huido
tan de prisa.
En mí el deseo
se encabrita a cada instante
de cada noche y de cada día,
y bien podría ser recomenzado
sin dar, por otra parte, mucho.
Así, no tengo por qué pedir la fuerza
y el coraje: yo no los tengo simplemente
y sigo —sin proponérmelo siquiera
echando cosas en el talego de mis sueños.
Aún conservo —no sé explicar cómo
una pizca de esperanza
suficiente
para creer que serán mejores las cosas
—no las mías: las cosas llanamente
e intento,
aunque no puedo evitarlo a veces,
no ser cruel.
Pero hacia mí la muerte se apresura.
En verdad, hace años la tengo
pegada a mis talones,
soplándome su vaho en los carrillos.
Manos arriba contra la pared,
apretados los muslos y los ojos,
ella me tiene;
y aguardo, solo, a que por fin me aseste
su triste golpe.
¿Qué espera, pues, la muerte?
¿Qué pretende conmigo esa señora
sólo rozando mi cuerpo
sus tiernos velos
sin abrazarme?,
mientras a mi espalda bulle
y me excita
la vida,
y el amor,
y el deseo:
los muchachos,
el fresco aroma
en sus axilas...
Me gustaría quedar atrapado en ti
Querido Diego,
bien sé yo que no me escuchas, tan muerto como estás;
pero, ¿no podríamos, en esta noche, juntos soñar que
Eres un bello espíritu sentado a mi lado sobre el piso,
a orillas de la cama; charlando ingenuamente, como
solíamos, los simples asuntos de la vida?
Porque aún me rompen la cabeza ciertas preguntas
y, ahora mismo, no tengo con quien conversar de
mis asuntos. A veces no entiendo nada. Pero aún sigo
creyendo que cada cosa, cada temblor, guarda dentro
de sí un sentido. Tan sólo no dura mucho. Igual que
tú; igual que Luis Jorge, a su modo.
Aquí el mundo sigue dando vueltas —sin ti: a mí
todavía me resulta extraño—. Los ríos siguen corriendo
y no se cansan; florecen las flores y los muchachos;
los amigos vienen a visitarme; aún hay problemas en
casa. Y a mí todavía el amor me excita: como el de este
hermoso chico —sinceramente lo amaba— en cuya
despedida he venido a soñar contigo en este tonto
escrito de un libro dedicado a ti. Si pudiera ya cerrar
la página. Permanecer aquí a tu lado, amor.
Al menos déjame darte un beso. Vamos,
apresuremos los labios: podría amenazar de nuevo el día...
Todas mis cosas en tus bolsillos
Fernando Molano Vargas
Seix Barral, 2019.