LITERATURA
Tragaluz, los caminos de una editorial independiente que se transforma
Creada en 2005, esta editorial paisa ha demostrado que se puede tener un gran catálogo con identidad y belleza sin renunciar a los códigos de lo que se asume como literatura. Hoy se inaugura su nueva sede, una casa abierta al público con exposiciones de arte, café y espacios de trabajo colaborativo.
Después de los trámites que conlleva publicar un libro —hizo una lista de más de veinte procesos, cada uno con detalle, desde la recepción de un texto hasta la solicitud del ISBN—, dice que ahora está trabajando en una novela gráfica, que escribió el guión, que tiene los personajes, que tiene los escenarios. Rebusca en su escritorio y saca un libro de contabilidad de pasta dura y sobre las columnas del Debe, del Haber, del Total, aparecen los personajes y las piezas: piratas, malhechores, peces, celdas, arpones. La novela gráfica será la historia de un viaje, el viaje de un prisionero que ve todo desde una jaula. El prisionero es un alter ego de este hombre bajo, de pelo al rape, de manos ligeras.
—Yo hace un año me deprimí profundamente, por eso las pepitas —de su escritorio saca una caja de píldoras, las suena como si se tratara de una maraca—. Se me movió la cabeza y a partir de esa experiencia quise hacer esta historia. Este libro, que se llamará Sin jaula, habla de esa experiencia de estar cargando una jaula y ver desde ahí las cosas.
Juan Carlos Restrepo Rivas habla de su depresión como si se tratara de un tumor extirpado que se guarda en una caja y con el que hay un parentesco genético del que uno no se termina de librar por una cirugía. Es artista gráfico y hace 34 años se dedica a los libros. Edita, escribe, dibuja y ha publicado Somos igualitos, Vaivén, El son del solo (premio Nacional Ciudad de Bogotá), Patios enrejados (Premio Nacional Cámara de Comercio de Medellín – Novela), Novillo suelto y otros cuentos (Premio Nacional Cámara de Comercio de Medellín – Cuento) y La marcha del renglón. Además, es miembro fundador de Tragaluz Editores, y en la oficina de la editorial en el edificio Lugo, habla en una tarde de septiembre de 2017, detrás de él hay un gran ventanal. Comparte oficina con diseñadores, ilustradores y con su esposa Pilar Gutiérrez Llano. Cuenta, como si pasara rápido por un charco, que hace más de un año sufrió una depresión y de eso hará un libro.
—Lo difícil es montar esa historia en un vehículo narrativo para que no quede mi experiencia, para que no quede como una biografía. Llevo en todo esto un año y medio. Te voy a mostrar así como por encima. Estos son los bocetos.
En las páginas de rayas verdes y amarillas se ven cachalotes, peces, tiburones, personajes parados en fila militar, hombro a hombro, pero no se ve ninguna celda, ningún prisionero.
—Estos son los personajes, hay de todo. Hay una persona que arma jaulas, una que persigue, hay demonios. Son los mamarrachos que yo entiendo. Tiene que ver con el mar pero hay de todo. Es un mundo interior.
Sin jaula puede ser el resumen de la editorial Tragaluz o su bandera de creencias: mundos interiores, mundos convulsos, mundos asediados, mundos de inquietudes.
Tragaluz se ha hecho conocida por mantener la calidad en el diseño de sus libros, uno de sus títulos más reconocidos es El libro de los ojos, de Ricardo Silva Romero. Foto: Pablo Andrés Monsalve
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“Hace pocos días, en Bogotá, entré a una cafetería. Me detuve un momento, para buscar con la mirada una mesa. De inmediato se acercó la dueña, con una princesa de la mano. Era una princesita de ocho años, con su traje largo de seda azul, la escalera plateada, y una banda cruzada al pecho: ‘S. M. Catalina II’. La princesa Catalina requería la ayuda del señor, porque se encontraba en apuros económicos. Desde luego, Su Alteza quedaría muy reconocida (no en su reino, porque no tenía reino, sino en su corazoncito) por la ayuda que el señor yo pudiera prestarle. Y es así, con ese humor, con esa gracia, con tal ironía, como los niños de mi país se ingenian para solicitar dinero, sin necesidad de tocar el complicado organillo, o de cantar canciones difíciles en mojadas calles, bajo un paraguas roto”, le escribió el 13 de febrero de 1983 el poeta colombiano Jaime Jaramillo Escobar (X-504) al poeta brasilero Geraldino Brasil. El texto está en el libro Cartas a Geraldino Brasil 1979 – 1996 (Tragaluz Editores, 2011).
Leer un libro es, también, leer a su editor.
Por ejemplo, del libro Enciclopedia de Historia Universal, de Afonso Cruz, que es un gran diccionario con significados azarosos:
Lesión Muscular: “Cualquier ser humano tiene al menos dos almas. Una que baja, otra que sube. Del conflicto entre ambas se genera un nudo, un nudo ciego, al que llamamos corazón”. (Tal Azizi, Discursos).
Pessoa: “Dios, dice el catecismo, se revela en tres Personas distintas. Y cada Pessoa tiene una serie de heterónimos”. (Apolinário Cunha, Personas típicamente divinas).
(De la fatalidad del) destino: “Todos nosotros tenemos dos pasados, pero a uno de ellos le llamamos futuro”. (Malgorzata Zajac)”.
Del libro La deshumanización, Valter Hugo Mae: “Tal vez los muertos tuvieran miedo unos de otros. Es posible que se mataran más y más, hiriéndose y mutilándose en los espíritus aún ansiosos de cuerpos. Del modo en que al amputado le sobra la sensación del miembro perdido, tal vez a los muertos les sobre para siempre la impresión de los cuerpos. Y entonces se agreden unos a otros, furiosos por haber sido arrancados de la vida, rabiosos e incapaces de administrar mejor el horror. Yo protestaba. Es posible que Sigridur estuviera tan enferma que no tuviera tiempo para apiadarse de nosotros, para echarnos de menos, para esperarnos salvo con la intención de matarnos más y más también. Los muertos pueden ser solo un instrumento de la muerte. Como si existieran para extender el terrible reino que habitan”.
Del libro Pies atados, de Pilar Gutiérrez Llano: “El camino me ha traído aquí / Todos decapitados. / Unos marchan sin rumbo, / chocan sus cuerpos, / otros se han quedado ahí, sedentarios. / Siento vergüenza, / soy el único con cabeza. / Los puedo ver, oler, oír, sí, los oigo; / pasos, roces palmoteos”.
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Pilar Gutiérrez y Juan Carlos Restrepo se conocieron y se enamoraron en los primeros años de la década pasada, en los talleres literarios que dictaban en la Biblioteca Pública Piloto del escritor Jairo Morales y del poeta Jaime Jaramillo Escobar. Ella escribía y él diseñaba y trabajaba en editoriales universitarias donde había aprendido de trámites y procesos.
Pilar está sentada en una mesa de reuniones en las oficinas de Tragaluz, detrás de ella hay unos cuantos libros de la editorial y muñecos hechos de tela. Cada tanto se levanta y trae un libro para explicar una historia adyacente, un inciso. Su memoria es portentosa y cuenta los hechos con pulcritud cronológica.
—Nos conocimos en La Piloto. Nos volvimos pareja. Los dos trabajábamos con libros. Juan Carlos es diseñador, yo comunicadora social. Como diseñador, él le prestaba servicios a empresas. Como escritores, a los dos nos interesaban muchísimo los libros, éramos coleccionistas de literatura infantil, de libros ilustrados, y dentro de nuestras conversaciónes se repetía mucho algo como “Oíste, qué tan bueno una editorial bien bacana aquí en Medellín, que uno no tenga que irse para Bogotá”. No queríamos tocar la puerta de una editorial grande que realmente no era colombiana. Era una conversación muy coloquial. En un momento de la vida me fui a estudiar literatura a Maryland, tomé unos cursos aislados porque me quería dedicar a escribir. Cuando volví a Colombia me encargaron la biografía de Julio Ernesto Urrea, el fundador de Leonisa, la empecé a escribir, y cuando estaba terminando me di cuenta de que ser escritora de tiempo completo no era lo mío.
Cuenta cómo surgió la idea de hacer una editorial en Medellín. A principios de la década pasada eran pocas las editoriales en la ciudad, casi todas universitarias que publicaban a escritores locales que no llegaban a la gran distribución nacional. Gutiérrez quiso intentar, ya lo había hecho con una oficina de comunicaciones y publicidad donde se hacían libros y material impreso.
—Juan Carlos se quedó sin trabajo. Ese era el momento de empezar con la editorial independiente de la que tanto habíamos hablado. Empieza ese proyecto de emprendedores, y todos nos decían que no y que menos editorial independiente porque eso no funciona, eso no da plata y todo el mundo está quebrado. Pensábamos que teníamos ventaja porque los dos somos escritores, diseñadores. Nos soñábamos esa editorial y arrancamos.
Siempre hubo duda y eran tiempos de preguntas existenciales, de repensar la vida. Y querían que el nombre de la editorial fuera bonito, de alguna manera positivo y, en medio de una conversación en la casa, pensaron en la luz.
—Pensamos en algo luminoso, porque el momento de la vida estaba difícil y queríamos que eso que emprediéramos tuviera un nombre bien bacano. Y dijimos luminoso, luminoso qué es: ventana; ventana, feísimo, y lo buscamos en el diccionario y tenía sus sinónimos: claraboya, tragaluz y dijimos tragaluz, eso suena súper bonito, y fue así: Tragaluz y lo pintamos en una servilleta.
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Es una tarde de principios de 2018. Sentada en una gran casa de patio central del barrio Belén de Medellín, con un vestido de flores, la voz como un hilillo apenas vivo, Elizabeth Builes cuenta su historia como ilustradora. Estudió Artes y ha trabajado como ilustradora para el herbario de la Universidad de Antioquia, donde aprendió la importancia de los detalles y la exactitud. Esas plantas, esos insectos luego impregnaron su trabajo creativo, haciendo de su obra una pequeña colección de detalles que crecen en los bordes como una enredadera. Después de ganar el premio de ilustración Tragaluz en 2013, ilustró los libros El retorno, de la escritora portuguesa Dulce María Cardoso, y 24 señales para descubrir a un alien, de la bogotana Juliana Muñoz Toro.
—Tragaluz le dio un espacio a los ilustradores locales, que son un montón. Pero no solo nos dio un espacio, nos dio confianza.
—Y, cuando los editores piden ilustraciones para un libro, ¿indican qué se debe dibujar?
—No, para nada. Siempre dejan la interpretación al ilustrador, que uno llene esas páginas con su propio mundo. Incluso te mandan un texto y ya, les dices qué te produce, qué sensación te deja. Es un trabajo muy lindo, de autor.
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José Andrés Gómez tiene una camisa a rayas, está sentado en un café y no bebe nada porque tiene una gripa pertinaz. Es 2018. Publicó con Tragaluz los libros El catálogo Maxwell de objetos curiosos, Los cuadernos del doctor Calamar, Manual para cazar una idea y El magazín de famosos aún no conocidos. Divertimentos que caminan entre libro borgeano, de temática falazmente infantil con citas inventadas y referencias a mundos ocultos —una trama meramente literaria—, e ilustraciones sacadas de algún libro de Shaun Tan. Gómez es conocido por haber hecho parte de Cinema Zombie, un cine club que se hizo famoso porque era un tema repetido en los fanzines Robot.
—En mis libros parece que hay algo muy serio en el fondo, pero no. En la introducción del Catálogo se ve que hay toda una explicación sobre el caso de los objetos curiosos, pero no creo que alguien se vaya a creer esas cosas.
La conversación empieza a girar sobre los temas de la literatura fantástica y sus paseos por la literatura infantil; sobre la literatura infantil como un artefacto poderoso y no inferior, diálogos que siempre se arman cuando el tema es un círculo. Gómez vivió en España varios años, volvió a Medellín, estudió Comunicación Audiovisual en la Universidad de Antioquia, conoció dibujantes de cómic, escribió guiones, luego libros pensando en ilustraciones, y ganó un par de becas para publicar obras.
—Yo me gané la primera beca en 2010. Truchafrita me dio algunos consejos y me dio el nombre de editoriales, entre ellas Tragaluz. Yo les escribí y les dije que miraran a ver si les parecía. Al poco tiempo me dijeron que les había gustado y empezamos a trabajar. Nunca nada impuesto, siempre dialogando. Me ha gustado ese tipo de relación donde uno puede poner sobre la mesa ideas bacanas.
—¿Y eso hace diferente a Tragaluz?
—Siento que es una editorial que le apuesta al libro como un objeto físico, que hay un estética de verdad, que no es solamente un texto. También hay mucho énfasis en el término independiente, lo pienso desde la música y el cine, que es algo diferente al mainstream. Publican libros que no se verían en Alfaguara, y no es que esto sea la anarquía o el punk.
—¿Recurren a otras rutas por las que pasa la literatura?
—Eso es. Creo que un buen ejemplo es la colección Lusitania.
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La colección Lusitania se desarrolla con el apoyo del gobierno de Portugal y del Instituto Camões para la publicación de autores portugueses. La colección es bien cuidada y no abusa de la posibilidad de publicar a Pessoa, explora en autores contemporáneos como Dulce María Cardoso, Valter Hugo Mae y Afonso Cruz. Lusitania está a cargo de Jerónimo Pizarro, uno de los pocos hombres que tiene acceso al archivo de Pessoa, es doctor en la Universidad de Harvard y en la Universidad de Lisboa y profesor de la Facultad de Artes y Humanidades de la Universidad de los Andes.
—Creo que Tragaluz va camino a convertirse en una institución cultural, porque va más allá de ser una editorial. Hacen más dinámico el arte en Medellín y en Colombia. Presentar un libro a Tragaluz es someterlo a un proceso juicioso de edición, porque Pilar lo lee todo con mucho detenimiento y disciplina —dice Pizarro en una charla telefónica.
La nueva casa Tragaluz que se inaugurará este viernes en Medellín, es un espacio abierto al público donde habrá exposiciones de arte, cafetería y espacios de trabajo colabortivo. Foto: Tragaluz
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Pilar Gutiérrez trae unos libros a la mesa, observamos detalles: libros atados por cuerdas, ilustraciones, papeles, separadores que salen de las mismas portadas y en esas portadas quedan detalles mínimos. La idea es simple: no basta con hacer un libro, debe ser bello. La idea de hacer libros bellos que atrajeran clientes necesitados de servicios editoriales estuvo presente desde el inicio.
—Siempre le contamos a la gente que, mientras hacíamos esos servicios editoriales, nuestro objetivo era montar una editorial. Entonces empezamos a tocar puertas, literalmente. Nosotros teníamos oficina en el edificio Colmena y tocamos la puerta de la oficina que estaba al lado, que era Setas de Colombia, la empresa de champiñones. Y les dijimos: “hemos sido editores, comunicadores, hemos trabajado con impresos. Si ustedes necesitan catálogos, libros o alguna cosa que tenga que ver con esto, aquí nos tienen a la orden”, y nos dijeron que sí inmediatamente.
El segundo cliente fue la Biblioteca Pública Piloto, que buscaba quien diseñara el libro del concurso Pedrito Botero. Luego vino la Universidad de Antioquia y un rosario de empresas más.
—Mirá que es una historia muy bonita porque empezamos un proyecto arriesgado, prácticamente sin... prácticamente no, sin clientes. Pero eso fue así de rápido como te estoy diciendo, y así de afortunado, con el esfuerzo que implica tocar una puerta y uno con cara de nada, eso no es fácil. Fue un año muy bonito, los trabajos salieron muy bien y quisimos celebrar con la gente que nos dijo que sí, que creyó en nosotros, y lo hicimos con un libro que soñamos y que pagamos. Mandamos a hacer 200 libros de Tres poemas ilustrados, de Jaime Jaramillo Escobar. Nosotros dijimos: “Bueno, vamos a lanzar algo que se vea muy arriesgado desde el principio”, y qué más arriesgado dentro del mundo editorial que empezar una editorial con poesía. Entonces dijimos, lo vamos a empezar con poesía, con un gran poeta.
Daniela Gómez, asistente editorial, llega con el libro. Combina un proceso industrial y un trabajo manual —fue encuadernado a mano—, las tapas rojas en papel corrugado, una leve etiqueta como si viniera de un tiempo pasado. Ilustraciones de José Antonio Suárez: trazos de figuras humanas, mundos, barcas como ataúdes, peces picando en la cabeza frondosa de un árbol. Todo hecho con delicadeza mortal.
—Hicimos una fiesta, regalamos el libro y nos empezó a llamar gente interesada en el libro, gente que quería comprarlo. Ahí empezó la editorial propiamente, eso fue a finales de 2006. Tres poemas ilustrados inauguró una colección de poesía que se llama Poemas ilustrados, colección que permanece y que guarda los principios de la editorial. En ese momento dijimos que Tragaluz quería partir de textos muy buenos que terminaran en el libro-objeto, donde el diseño fuera un homenaje a ese texto tan bueno. Este libro fue una declaración de principios.
Tragaluz fue el inicio de un estilo —junto a Babel Libros, de Bogotá—, de una declaración de principios donde las editoriales independientes descubrieron que no bastaba con vaciar un texto sobre cuadros eternos de diseño. Ese protocolo se ha esparcido en más de 150 libros publicados en todos estos años. Y Pilar, entonces, empieza a disfrutar de su catálogo y toma un libro de una repisa.
—Mirá, esto es un exceso en todo porque es un libro con las hojas dobladas, que antes se llamaban libros intonsos, este realmente no es intonso porque no es para abrirlo… ¿te acordás que antes los hacían para abrir la hoja a medida que lo ibas leyendo? Este no, porque es un tipo de encuadernación japonesa o sea que este no es para abrir, pero es un deleite el papel y una fuente bien escogida y una ilustración perfecta y al final queríamos tener la voz del autor en un mini CD, pero ya no hay necesidad, ya ponés un link y la gente lo escucha. Todo esto era lo que queríamos hacer y lo hicimos. Ahora, Tragaluz no se podía dedicar a hacer exclusivamente libros de estos porque no nos hubiera resultado sostenible, esto es costoso, y en poesía… En fin, son lujos. Esos libros también son un regalo que le hacemos al poeta, un homenaje, porque también pagamos las regalías anticipadas.
La colección Poemas ilustrados tiene nombres importantes: Jaime Jaramillo, Meira Delmar, Eduardo Escobar, Carlos Vásquez Tamayo, Pablo Montoya, Jorge Cadavid, Helí Ramírez, Juan Felipe Robledo.
—¿No buscan autores que sean éxitos de ventas? ¿Un autor que la estalle?
—Siempre —ríe con júbilo.
—Por ejemplo El libro de los ojos, de Ricardo Silva...
—Sí… siempre estamos en esa búsqueda, lo que pasa es que no somos capaces de traicionarnos. El gran autor, sin traicionarse, es súper válido, y te digo una cosa, yo entiendo cuando las editoriales deciden darse un golpe para sacar algo que no dialoga mucho con su catálogo porque vende. Claro, a veces hay que hacerlo. Nosotros somos como tercos. Yo no tengo nada contra los best sellers, me encantan, pero me gustan mucho más los long sellers, los que se venden a través del tiempo y que están ahí y hacen parte de la identidad de la editorial y hacen parte de una historia. Pero qué nota, todos queremos un best seller, sin duda, si alguna de esas propuestas locas que hacemos nosotros se convierte en uno, sería maravilloso.
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Mientras estas entrevistas sucedían, Tragaluz no paraba. Durante un año se hicieron exposiciones en la Casa Teatro El Poblado, una de ellas con los apuntes de Juan Carlos Restrepo, sus dibujos, sus trazos y entre ellos los personajes de La jaula, libro que aún no se publica. Ayudaron a armar un grupo de trabajo con otras nueve editoriales antioqueñas para conspirar juntos, dar talleres, hacer exposiciones, publicar más y mejor.
Y entre todo ese largo etcétera, también empezaron a construir una casa, y un año después esa casa está lista. Es marzo de 2019, y en una noche se ve un gran hall atestado de gente del mundo editorial de Medellín, escritores, dibujantes, académicos. Después del hall y de la repartición de café y cervezas se abre un pequeño jardín de plantas muy verdes. En los dos pisos siguientes se repetirán las plantas emergiendo y dos balcones que dejan entrar el aire por las oficinas, abiertas al público que se pasea observando. Hay libros en estanterías, una pequeña cocina, la oficina de Pilar muy cerca a la de otros compañeros y alejada de todo, como si fuera una pequeña jaula, está la oficina de Juan Carlos Restrepo y recordé La Jaula y sus dibujos de soldados y peces, desde donde el mundo se ve levementre trastocado, arrasado.
*Corresponsal de revista SEMANA en Medellín.