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“Una vida de pueblo” hecha poemas por Louise Glück
De sus 12 poemarios, el más reciente publicado en español, “Una vida de pueblo”, tiene 41 poemas que traslucen la “inconfundible voz poética que a través de una belleza austera hace universal la vida individual”, como bien dijo el jurado de la Academia sueca. He aquí una reseña.
En los poemas de Una vida de pueblo abundan los ambientes rurales con distintos personajes: seres humanos, animales, la hierba, las hojas secas, el sol. Poemas que son escenas, fulguraciones, visiones, imágenes, miradas sobre el cuerpo, olores; en síntesis, historias encantadoras, a veces dulces y tiernas, otras, crudas e incisivas.
El lector puede contemplar los personajes en su devenir experiencial: un granjero que quema hojas secas hasta que “el aire se aquieta./Donde estaba el fuego, sólo hay polvo desnudo, rodeado de rocas./Nada entre la tierra y la oscuridad”. Una adolescente que se pregunta por el placer, de sí misma y de sus padres, y que descubre poder estudiar la nuca de un chico que le gusta. Un amigo enamoradizo que siempre va tras mujeres, y “Se vuelve, no lo que son, sino lo que podrían ser”.
Una lombriz les habla a los seres humanos, mortales, que se paran sobre la tierra y se niegan a entrar en ella. Ellas, las lombrices, pueden partirse en dos, recriminarles a los seres humanos que están mutilados en el núcleo, con la mente escindida de los sentimientos, e invitarlos a que entren a la tierra sin temor, para habitar su terror hasta que la muerte termine pareciéndoles “una red de canales o túneles como los de una esponja o un panal”, que puede ser explorada con libertad.
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Glück insiste en el dominio delicado que la naturaleza ejerce sobre los seres humanos. En “Marzo”, a una vecina que ha deseado vivir cerca del mar, pero que solo lo ha visto “una vez, en una película”, se le dice: “El mar no cambia como cambia la tierra;/no miente./Le preguntas al mar, qué puedes prometerme,/y dice la verdad; dice borradura”. En conexión con ello, en “Pastoral”, la borradura reaparece en el simple gesto de tumbarse sobre la hierba: “cuando te cansaste de caminar,/te echaste en la hierba./Cuando te levantaste de nuevo, por un momento pudiste ver dónde/habías estado, la hierba estaba resbaladiza ahí, aplanada/con la forma de tu cuerpo. Luego, cuando volviste a mirar,/fue como si nunca hubieras estado allí”.
En los poemas de Una vida de pueblo, Louise Glück construye historias e imágenes con suavidad y delicadeza, y, generalmente, al final, introduce giros que confrontan, que pueden despertar la reflexión o remover la sensibilidad de los lectores. En “Cazadores”, los gatos que merodean en la noche y muerden la pata de una rata provocando su quejido, termina con los versos: “Sólo alégrate de haber estado en la cama/donde los gritos del amor ahogan los gritos de los cadáveres”. Y en “Un trozo de papel”, un hombre visita a su médica, se entera de que está cerca de morir, y al meterse en la cama en “una noche de verano como cualquier otra; la oscuridad nunca llega”, como si hubiese muerto con los ojos abiertos.
Merecidísimo el Premio Nobel a Louise Glück, una poeta de la naturaleza –animal (humana), mineral y vegetal–, que en la conversación telefónica con la Academia, cuando se le comunicó que era la ganadora del premio, admitió sentirse abrumada por la ingente cantidad de llamadas que estaba recibiendo; preocupada por mantener su vida privada junto a las personas que quiere. Sugirió Averno como puerta de ingreso a su obra poética.
*Desde que publicara su primer libro de poesía, Firstborn (1968), con el cual obtuvo el Premio de la Academia Americana de Poetas, Glück ha recibido muchos premios; entre otros, el Premio Pulitzer de Poesía, por The Wild Iris (1992) (El iris salvaje, Pre-Textos, 2006); el primer premio otorgado por los lectores del New Yorker y el Premio Bollingen, por Vita Nova (1999) (Pre-Textos, 2014), y el Premio L. L. Winship/PEN New England, por Averno (2006) (Pre-Textos, 2011). Además, le han sido otorgados, entre otros, los galardones: la Medalla Nacional para las Humanidades; el Premio William Carlos Williams, y este año 2020, el Premio Tomas Tranströmer.