Adelanto
‘Las horas más oscuras’ de Winston Churchill
En este libro de Anthony McCarten está basada la película de Joe Wright, nominada al premio Óscar a Mejor película 2018. Aquí uno de sus capítulos, que explica quién era Churchill en mayo de 1940.
El zángano de la sociedad
Pues bien, ¿quién era ese hombre que iba a ponerse al frente de Gran Bretaña en uno de los conflictos más graves de su historia?
Intentar definir en «cuatro palabras» a Winston Leonard Spencer Churchill es una tarea tan escurridiza que hemos visto gastar en él más tinta que en cualquier otro personaje de la historia. El número de libros acerca de su persona empequeñece al de los que se han escrito acerca de Washington, César o Napoleón, y hace que resulten insípidos los intentos colectivos que se han hecho por describir a su gran enemigo, Adolf Hitler. Y ello por la sencilla razón de que rara vez en la historia un solo personaje ha hecho tantas cosas —tantas cosas buenas y tantas cosas malas— y ha marcado una diferencia tan grande a lo largo de una vida tan dilatada y tan plena, por no hablar de los sesenta y cinco años anteriores al comienzo de esta historia en la Cámara de los Comunes durante aquellos tensos días del mes de mayo de 1940.
Orador titánico. Borracho. Ingenioso. Patriota. Imperialista. Visionario. Diseñador de tanques. Metepatas. Espadachín fanfarrón. Aristócrata. Prisionero. Héroe de guerra. Criminal de guerra. Conquistador. Hazmerreír. Albañil. Propietario de caballos de carreras. Soldado. Pintor. Político. Periodista. Ganador del premio Nobel de Literatura. La lista continúa sin parar, pero ninguna etiqueta, tomada aisladamente, le hace justicia; tomadas en conjunto todas ellas constituyen un reto comparable a mezclar las piezas de veinte rompecabezas y pretender conseguir una sola imagen.
De modo que ¿por dónde debemos empezar si queremos verlo como un todo, contemplarlo limpiamente, libre de mitos, desde una perspectiva moderna y empleando el lenguaje psicológico que nos es familiar hoy día?
Imaginemos la siguiente escena: Winston sentado en una silla delante de un psiquiatra moderno. ¿A qué categoría de persona se consideraría que pertenecía? Tras hablar de sus cambios de humor, ¿acabaría saliendo con un diagnóstico de trastorno bipolar, de maníaco-depresivo, y se vería obligado a tragar litio por un tubo? O, tras confesar todas sus rarezas, su anticonformismo excéntrico, su impulsividad y su afición al riesgo y su predilección por los monos de terciopelo de una sola pieza, de color rojo o verde, ¿le dirían que tenía un trauma infantil reprimido y un síndrome de niño abandonado? ¿Qué loquero sería lo bastante valiente como para decir a Winston Churchill que el suyo era un caso grave, aunque manejable, de personalidad narcisista e histrionismo acentuado? Una simple enumeración de lo que bebía a diario probablemente nos permitiría concluir que, según las definiciones habituales hoy día, era un alcohólico que no dudaba en automedicarse.
Así que empecemos por el exterior y vayamos abriéndonos camino hacia el interior. Fijémonos primero en las fuerzas que lo configuraron durante aquellos primeros años que nos llevan al hombre en el que con toda certeza se convirtió: un hombre capaz tanto del miedo como de la mayor seguridad en sí mismo, tanto de la desconfianza en la propia persona como de la más absoluta convicción, tanto del mayor autodesprecio como de una autoestima exagerada, tanto de una belicosidad de perro de presa como de una indecisión angustiosa.
Winston era ante todo, y sobre todo, un victoriano. Pasó los primeros veintisiete años de su vida bajo el reinado de la reina Victoria, en una época en la que el imperio estaba en su máximo apogeo; su visión del mundo fue esculpida por la supuesta hegemonía de la superioridad británica en todos los rincones del mundo.
Era además un aristócrata. Nacido en Blenheim Palace, Oxfordshire, el 30 de noviembre de 1874, fue el primer vástago de lord Randolph Churchill, hijo del 7.o duque de Marlborough, y de su esposa, lady Randolph Churchill (de soltera Jennie Jerome), supuestamente sietemesino, aunque probablemente fuera concebido fuera del matrimonio.
Randolph y Jennie habían sido presentados por el príncipe de Gales, el futuro Eduardo VII, en la regata de Cowes, en la isla de Wight, en agosto de 1873. Winston cuenta en su libro Mi juventud cómo Randolph «se enamoró de ella al primer golpe de vista» y de manera impetuosa la pareja se comprometió a los tres días. Se casaron en el curso de una modesta ceremonia en la embajada británica en París el 15 de abril de 1874, dos meses después de que el novio obtuviera por primera vez un escaño en la Cámara de los Comunes por el partido conservador con solo veinticinco años.
Jennie tenía veinte cuando nació Winston. La joven adoptó la típica actitud de las señoras victorianas de clase alta en lo tocante a la crianza de los niños, y dejó a su hijo y al hermano menor de este, Jack, fundamentalmente al cargo de su niñera, la señora Elizabeth Everest, a la que Winston llamaba cariñosamente Old Woom; ella lo llamaba a él Winny. Jennie era una glamurosa joven de la alta sociedad, hija de un acaudalado magnate estadounidense, originario de Nueva York, conocido como el Rey de Wall Street. Interrumpir una vida de fiestas, viajes y aventuras amorosas para cuidar de sus hijos no era del estilo de Jennie. Winston escribiría más tarde: «Para mí, mi madre siempre lucía resplandeciente cuando era un niño. Brillaba para mí igual que el lucero de la tarde. La amaba con ternura ... Pero a distancia».
La situación con su padre era incluso peor. Winston lo idolatraba, pero la vida de lord Randolph se veía absorbida por su carrera política. Reconocido como excelente orador, Randolph fue un adalid del conservadurismo progresista y un respetado canciller del Exchequer y líder de la Cámara de los Comunes.* Sin embargo, este ascenso meteórico como nuevo astro del partido tory no duró mucho tiempo. Su estrella se apagó y, tras menos de un año formando parte del Gabinete, dimitió el 20 de diciembre de 1886 debido a las discrepancias suscitadas por unos presupuestos muy impopulares que había presentado. Randolph siguió siendo diputado, pero los problemas de salud que lo habían atormentado durante años se agravaron rápidamente.
La dolencia que supuestamente padecía era sífilis. Siguen en pie las especulaciones sobre cómo y cuándo exactamente la contrajo, pero es posible que fuera ya en 1875. Durante los veinte años transcurridos hasta su muerte prematura con apenas cuarenta y cinco, sufrió un deterioro progresivo de sus facultades mentales causado por la dementia paralytica o parálisis generalizada, inherente a dicha enfermedad. Esta circunstancia impidió que el muchacho creciera al lado de su padre y que padre e hijo llegaran a comprenderse, pérdida que acabaría pesando terriblemente sobre Winston durante el resto de su vida. En su autobiografía, Mi juventud, podemos leer:
Mi padre murió el 24 de enero en las primeras horas de la mañana. Tras recibir aviso en la casa del vecindario en la que me había quedado a dormir, crucé corriendo en medio de la oscuridad Grosvenor Square, cubierta por completo de nieve en aquellos momentos. Su muerte fue prácticamente indolora. De hecho llevaba ya largo tiempo sin conocimiento. Todos mis sueños de camaradería con él, de ingresar en el Parlamento a su lado y con su apoyo, se desvanecieron. Solo me quedaba el deseo de perseguir sus metas y de reivindicar su memoria.
Como tantos otros chicos de su clase de su misma época, Winston había sido enviado a un internado a los siete años y encontró semejante experiencia desde todo punto penosa: «Al fin y al cabo ... había sido muy feliz en mi cuarto de los niños con todos mis juguetes ... Ahora no habría más que clases». Azotar a los alumnos era práctica habitual y aquel chico precoz, que leía ya La isla del tesoro y otros libros impropios de su edad, era uno de los que a menudo recibía una buena ración de vara. Tras asistir a varias escuelas preparatorias diseminadas por todo el país, Winston acabó ingresando en el prestigioso colegio de Harrow en abril de 1888. Desde el siglo XVIII los Churchill habían estudiado en el destacado colegio rival de Eton, pero Harrow, situado en lo alto de una colina y disfrutando por tanto de unos aires de mayor calidad, fue considerado mejor para la constitución algo enfermiza de Winston.
Winston no era un alumno aplicado y por consiguiente fue colocado al fondo de la clase. Odiaba las lenguas clásicas, pero descubrió que tenía una gran facilidad para el inglés y la historia, temas que le vendrían como anillo al dedo. Describiría a su profesor, el señor Somervell, como «un hombre encantador, con el que tengo una gran deuda». Aquel maestro apasionado tenía a su cargo «la misión de enseñar a los muchachos más torpes la materia más despreciada, a saber simplemente escribir en inglés». Palabras, oraciones, estructuras y gramática le calaron «hasta [los] huesos» y nunca lo abandonaron.
En Harrow, Winston descubrió otras actividades que le gustaban y en las que destacaría. Ingresó en los Cadetes, participó en campeonatos de esgrima, ganó premios por aprenderse de memoria largos fragmentos de poesías, y publicó varios artículos en la revista del colegio, The Harrovian.
Cuando Winston estaba a punto de concluir su estancia en Harrow, decidió emprender la carrera militar, de modo que empezó a prepararse para el examen de ingreso en la Real Academia Militar de Sandhurst. Su primer intento en julio de 1892 no salió bien: sacó solo 5.100 de los 6.457 puntos exigidos como mínimo. Necesitaría otras dos intentonas antes de obtener finalmente una plaza en agosto de 1893. El deterioro de la salud mental de Randolph Churchill, sin embargo, supuso que el joven Winston, de solo dieciocho años, que quizá se esperaba una carta de calurosa felicitación de su padre, recibiera solo una tremenda reprimenda. Para demostrar cómo las grandes dotes de su padre para la prosa fueron utilizadas de forma brutal para bajarle los humos al chico —y vaya si se los bajó—, quizá valga la pena citar sus palabras:
9 de agosto de 1893
Querido Winston:
Me sorprende bastante el tono de entusiasmo que empleas por haber sido incluido en la lista de Sandhurst. Hay dos maneras de aprobar un examen: una encomiable, y otra todo lo contrario. Por desgracia tú has escogido este último método, y parece que estás encantado de tu éxito...
Con todas las ventajas que tenías, con todas las capacidades que crees estúpidamente poseer y que algunos parientes tuyos te atribuyen, con todos los esfuerzos que se han hecho para que tu vida resultara fácil y agradable y para que tu trabajo no fuera ni excesivo ni ingrato, este es el gran resultado con el que te presentas entre los aprobados de segunda y de tercera categoría, que solo valen para obtener un grado en un regimiento de caballería ... Pues bien, conviene ponerte las cosas bien claritas. No creas que vaya a tomarme la molestia de escribirte largas cartas cada vez que cometas una tontería o que sufras un fracaso. No volveré a escribirte sobre este asunto y tú no te molestes en responder a esta parte de mi de mi [sic] carta, pues ya no doy la más mínima importancia a cualquier cosa que puedas decir acerca de tus éxitos y de los conocimientos adquiridos. Grábate de forma indeleble en la mente cuál es mi postura al respecto y sepas que si tu conducta y tus actos en Sandhurst son similares a los que has tenido en otros establecimientos ... comportándote de forma chapucera, despreocupada y alocada ... entonces mi responsabilidad sobre ti se ha acabado. Te dejaré depender de ti mismo y te prestaré solo la ayuda que sea necesaria para que puedas llevar una vida respetable. Como estoy seguro de que no puedes evitar llevar la vida ociosa, inútil e improductiva que has llevado durante tus años en el colegio y durante los últimos meses, te convertirás en un mero zángano de la sociedad, en uno más de los cientos de fracasos de los colegios privados,** y acabarás por llevar una vida astrosa, infausta e inútil. De ser así, tendrás que echarte la culpa a ti mismo de tanta desgracia. Tu propia conciencia te permitirá recordar y enumerar todos los esfuerzos que se han hecho para darte las mejores oportunidades a las que te daba derecho tu posición y cómo has desaprovechado prácticamente todos ellos.
Espero que te vaya bien en el viaje. Pide consejo al capitán James para que te mandemos lo necesario para el equipo que se requiera en Sandhurst. Tu madre te envía su cariño.
Afectuosamente tu padre
Randolph S. C.
Podemos imaginar el efecto demoledor que tendría semejante carta en un joven que ansiaba desesperadamente la aprobación de su padre. No obstante, aquel «zángano de la sociedad» obtuvo buenos resultados durante su estancia en Sandhurst, y un mes antes de que muriera lord Randolph, Winston se graduó obteniendo un notable octavo puesto entre ciento cincuenta. Tras unos comienzos que, a juicio de muchos, fueron bastante flojos, aquel resultado supondría un final muy respetable para sus estudios. Churchill escribiría más tarde: «Estoy totalmente a favor de las public schools, pero no deseo volver allí nunca más».
En marzo de 1895 ingresó en el 4.o Regimiento de Húsares de la Reina como segundo teniente. Los seis meses que duró el curso de instrucción de los nuevos reclutas fueron muy intensos y, según escribiría Churchill, «el Cuarto de Húsares superaba en severidad cualquier experiencia que hubiera tenido yo anteriormente en materia de equitación militar». Pese a todo se acostumbró enseguida y se entregó con los brazos abiertos a la libertad que acababa de descubrir. Ingresó en un club de caballeros de Londres, se mantuvo al corriente de los tejemanejes de la política, alternó con la alta sociedad y asistió a fiestas y bailes, jugó al polo y participó en la carrera de obstáculos a caballo de la brigada de Caballería, y aun así se tomó el curso de adiestramiento en serio.
Tras la muerte de su padre en 1895, dio la impresión de que la vida empezaba a mejorar para Winston, hasta que el 2 de julio recibió un telegrama con más noticias demoledoras. Su antigua niñera, la señora Everest, estaba gravemente enferma. Se trasladó a todo correr a Londres Norte para estar a su lado, y llegó totalmente empapado a casa de la enferma, pues por el camino lo había sorprendido un aguacero. En Mi juventud comenta:
... [la señora Everest] todavía pudo reconocerme, pero poco a poco perdió el conocimiento. La muerte le llegó de forma muy apacible. Había llevado una vida tan inocente y cariñosa de servicio a los demás y tenía una fe tan sencilla que no abrigaba miedo alguno ... había sido la amiga más querida y más íntima que había tenido yo en mis veinte años de vida.
La señora Everest no tenía hijos, pero murió en paz con un joven tan abnegado como un hijo a su lado. Durante toda su vida Winston fue famoso por ser un hombre sumamente emotivo, capaz de expresar sus sentimientos en público. Se cuentan innumerables anécdotas en las que aparece llorando abiertamente, según refirieron no solo sus amigos más íntimos, sino también políticos y soldados que prestaron servicio a su lado. En un niño tan sensible, no deberíamos subestimar la tensión emocional que debieron suponer unos padres como los suyos; de no ser por el amor constante que recibió de la fiel señora Everest, habría sido un hombre totalmente distinto, y su futuro habría sido quizá totalmente distinto.
Winston se sentía cada vez más intranquilo por su carrera, y, al tiempo que continuaba cumpliendo con sus obligaciones militares, comentaba que durante
... la última década de la época victoriana el Imperio había gozado de un período tan largo de paz casi ininterrumpida que las medallas y todo lo que representaban como experiencia y aventura estaban volviéndose sumamente raras en el ejército británico ... por consiguiente la falta de una cuota suficiente de servicio activo era sentida agudamente por mis contemporáneos en los círculos en los que en aquellos momentos me sentía llamado a vivir mi vida.
Esas ansias de combate no tardarían en ser satisfechas, y además de manera brutal, pero hasta que esa guerra aterradora no se extendiera ante sus pies manchados de barro en las trincheras de Europa, Winston y los demás oficiales como él desearían ardientemente entrar en acción.
* El canciller del Exchequer equivale a nuestro ministro de Hacienda y el líder de la Cámara de los Comunes es el ministro del gobierno del Reino Unido encargado de las relaciones con la Cámara de los Comunes. Es miembro del Gabinete. (N. del t.)
** En Inglaterra y Gales el término public school [«escuela pública»] designa a un selecto grupo de escuelas privadas independientes, todas ellas de pago, que en general son las más antiguas, más caras y más exclusivas del Reino Unido. Recientemente el término ha evolucionado para designar más concretamente a todas las escuelas privadas para alumnos de entre 13 y 18 años. Entre las más conocidas figuran centros tales como Eton College, Harrow School, Rugby School, Westminster School, Winchester College, o St. Paul’s School. (N. del t.)