MEDIO AMBIENTE
Pescar mucho para ganar poco: el círculo vicioso de la pobreza en el Pacífico
Para compensar los malos precios, los pescadores utilizan redes ilegales con una apretada malla para atrapar más peces. El problema, es que en ella caen muchas otras especies y camarones demasiado pequeños, contribuyendo a que haya más sobreexplotación, menos peces y más pobreza.
El calor es húmedo. Es mediodía y se siguen apilando las canoas a la orilla del río, en medio del barro y la basura del puerto: restos de nylon, plástico y madera. No paran de llegar los pescadores que sacan sus redes sin mucho pescado y apenas uno que otro camarón, mientras un grupo de niños juega desnudos en el agua. El gris oscuro de la tierra húmeda se mezcla con el verde intenso de la selva al fondo del paisaje decorado con casas de madera y de cemento.
La escena ocurre a diario en Pizarro, un pueblo perdido a orillas del Pacífico colombiano. Una especie de isla en tierra firme, aislada de un lado por el mar y del otro por la densa selva del departamento del Chocó. Hasta allí, solo se puede llegar desde el interior del país en avioneta desde Medellín o en barco, siguiendo un largo camino que recorre el río Baudó y en cuya desembocadura se ubica este pequeño casco urbano que apenas supera las tres mil personas.
Esta región, que históricamente ha sido una de las más afectadas por el conflicto armado, es también una de las más rezagadas del país en materia de servicios básicos y productividad. De hecho, toda la región Pacífica colombiana tiene los peores indicadores de pobreza del país: en el departamento del Chocó, según cifras del gobierno para 2018, el 58% de los habitantes vivía en la pobreza y el 32.7% en la extrema pobreza.
Pizarro es un ejemplo del abandono estatal de la región. No tiene agua potable ni alcantarillado, el servicio de energía eléctrica es intermitente y depende de una planta de combustible ya que no hay interconexión con el resto del país.
Las comunidades afro de Pizarro, y de la mayoría de los pueblos de la región, se alimentan de la pesca y dependen económicamente de ella siendo el camarón el principal objetivo de los pescadores artesanales. El problema es que ahora tienen menos que hace un par de décadas, asegura Eugenio Polo, vicepresidente de la Federación de Trabajadores de la Pesca Artesanal del Pacífico Chocoano, Fedepesca.
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Para subsistir, muchos pescadores utilizan artes de pesca prohibidas que les permiten capturar más camarón, pero donde también caen enormes cantidades de otras especies, además de juveniles. Esa sobreexplotación ha alimentado un círculo vicioso de pobreza y destrucción poniendo en peligro la principal fuente alimentaria y de subsistencia de los habitantes de la región.
Aunque el camarón es la principal pesquería del mar Pacífico de Colombia, nadie sabe con exactitud cuánto se captura, ni mucho menos cuánto sale de otras especies. Sin datos certeros de cuánto se pesca, la creación de políticas públicas efectivas que permitan la recuperación de los ecosistemas se hace poco viable y con ello la pobreza está lejos de superarse.
La envidia del sur
Según la Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura (FAO), la industria camaronera es una de las pesquerías en el mundo que registra mayor cantidad de pesca incidental, es decir, de especies que no son la objetivo. Tanto es así, que por un kilo de camarón capturado es posible que hasta 30 kilos de otras especies sean pescadas al mismo tiempo. Lo más grave es que de esa pesca incidental un importante porcentaje es descartado, es decir, que es devuelto al mar aunque la mayoría de las veces ya muerto. De los 7 millones de toneladas de descarte que el Foro Mundial para la Naturaleza (WWF) estima se producen anualmente en el mundo, un 27%, es decir, casi 2 millones de toneladas lo genera la flota industrial de camarón tropical, más específicamente aquella que utiliza la técnica de arrastre.
Tanto la pesca artesanal como la industrial han dejado marcas en los ecosistemas de esta zona. Desde mediados de la década de los cincuenta, se volvió un lugar común comparar la baja producción pesquera colombiana con la de otros países como Ecuador, Perú o Chile, asegura Luis Zapata, coordinador del programa marino costero de la organización científica Fondo Mundial para la Naturaleza (WWF). La idea de llegar a las cifras de pesca de los países vecinos para contrarrestar la pobreza de la región costera del Pacífico, se volvió el foco de empresarios y políticos, agrega. La industria colombiana pesquera se concentró entonces en el Pacífico para intentar acercarse a los índices de producción de sus vecinos del sur aunque eso, biológicamente, fuera un objetivo imposible de cumplir.
La corriente de Humboldt hace que en el Pacífico chileno, peruano y parcialmente en el ecuatoriano, las aguas frías más profundas y ricas en nutrientes asciendan y reemplacen a las más superficiales, cálidas y más pobres en minerales. “En Colombia no tenemos ese flujo de corriente, aquí los nutrientes dependen más de los ríos que desembocan en el Pacífico y de los manglares”, señala Zapata.
Para cumplir con el objetivo, el experto explica que entre la década de los cincuenta y sesenta del siglo pasado, llegaron varios barcos importados desde Europa para la pesca de camarón. “Al principio no había mucha competencia, entonces encontraron un ecosistema casi intacto en el que pudieron tener una abundante pesca”. A medida que pasó el tiempo, cuenta, en los ochenta, “la flota pesquera aumentó y llegó a los 180 barcos activos y fue entonces que comenzó la crisis, dice.
Los desembarques de camarón empezaron a declinar fuertemente debido a la sobreexplotación y hoy, de los aproximadamente 300 barcos registrados en el Pacífico, menos del 75% se encuentra en funcionamiento. “Antes había en Buenaventura 200 barcos, ahora apenas hay 40 y no todos están activos. Las cosas están muy complicadas, porque no tenemos mucho que pescar”, dice Pío León Sepúlveda, propietario de la empresa Sepúlveda Rodgers y Compañía Limitada.
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De acuerdo a un informe del Instituto de Investigaciones Marinas y Costeras José Benito Vives de Andréis (Invemar), entidad estatal que realiza estudios ambientales en los ecosistemas acuáticos de Colombia,“las capturas en el Pacífico han mostrado una tendencia decreciente desde el inicio de la pesquería en 1956”. Según el documento, en esa época se capturaban 38,5 toneladas por barco mientras que en 2017 y 2018 se pescaron 1,6 y 4,06 toneladas por barco, respectivamente.
Según el mismo informe, ese nivel bajo de la abundancia se registra desde mediados de los 80. “Una vez la pesca artesanal comenzó a extraer el mismo recurso, operando simultáneamente con la pesca industrial […] el recurso entró en una fase de sobrepesca sin mostrar signos claros de recuperación. En los últimos años el recurso muestra señales de agotamiento”.
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Luis Zapata cuenta que cuando comenzó a bajar la pesca en Colombia, tanto pescadores industriales como artesanales comenzaron a usar el llamado ‘trasmallo electrónico’, una red con espacios muy pequeños.
Aunque en Colombia está permitido el uso del trasmallo con un ojo mínimo de tres pulgadas, en Pizarro y otras comunidades del Chocó hay quienes utilizan trasmallo de hasta de apenas un cuarto de pulgada. “El trasmallo recoge animales muy pequeños de varias especies, inclusive muchos que no han llegado a la madurez. Los peces quedan atrapados y cuando sacan la red, saltan como si sintieran un corrientazo, por eso le dicen electrónico”, explica el experto y agrega que “el uso del trasmallo aumenta los índices de pesca incidental y el descarte, al mismo tiempo que deteriora el ecosistema”, a pesar de esto, se sigue utilizando. La razón: solucionar en lo inmediato la falta de recursos que hay en el mar y compensar, con cantidad, los bajos precios que los pescadores reciben por el camarón cosechado.
Una cadena de intermediarios
Los pescadores de Pizarro gastan varias horas al día en busca de camarones. Cuando regresan a sus pueblos se los venden a comerciantes pesqueros que a su vez los venden a transportadores para llevarlos a las principales ciudades. En esta cadena de intermediarios para llevar el camarón desde el mar hasta el puesto de venta en Bogotá, los menos beneficiados son los pescadores.
Según Karen Perea, contratista local de la Autoridad Nacional de Acuicultura y Pesca (AUNAP) en Pizarro, existen 1764 pescadores registrados en todo el municipio de Bajo Baudó. Manuel Tulio Aragón, pescador de una comunidad rural cercana a Pizarro llamada Orpúa, es uno de ellos. Tiene 43 años y pesca desde que tenía ocho. Aragón cuenta que él, como la mayoría, concentra sus esfuerzos en los camarones porque son los que mejor pagan, porque no ocupan mucho espacio de transporte y necesitan menos hielo.
La libra de camarón que pesca Manuel Aragón, la vende a comerciantes pesqueros de Pizarro a precios que oscilan entre 16 y 20 mil pesos colombianos, unos 4.5 dólares. Este mismo tipo de camarón es vendido en ciudades como Bogotá hasta a 80 mil pesos la libra, unos 20 dólares. Según cuenta Aragón, como el precio de venta es tan bajo para ellos, tienen que apuntar a pescar grandes cantidades para poder obtener ganancias usando artes de pesca que generan un alto descarte.
El pescador explica que son varios problemas los que los afectan económicamente. Además de la falta de vías para sacar el pescado, dependiendo de los barcos que hacen largos recorridos hasta Buenaventura o de la avioneta que dos veces por semana va a Medellín, el excesivo costo de la gasolina para las lanchas reduce las ganancias de los pescadores. “La gasolina la traen del interior por barco y es muy cara. Un galón puede costar hasta 16 mil pesos (4 dólares, aproximadamente) y hay gente que vive a dos horas de Pizarro y sale a pescar. Entonces hay que llevar todo al pueblo y en el viaje uno gasta mucha gasolina”, cuenta el pescador.
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Yiminson Córdoba es uno de los comerciantes que le compra a los pescadores artesanales en Pizarro. Su local se encuentra sobre el puerto, una casa de madera en la que se apilan canastas de plástico con los pescados y camarones, y donde la gente del pueblo llega a comprar parte de la pesca. Córdoba explica que el otro gran problema que afecta el precio es la falta de energía eléctrica constante. “Con este clima hay que conservar el pescado con hielo, y eso sale caro, porque aquí no hay luz eléctrica siempre. Apenas hay dos hieleras (fábricas de hielo) en el pueblo por las que hay que pagar para usarlas, y uno tiene que estar atento para tomar turno, porque en cualquier momento se va la luz”, señala el comerciante.
Estos costos hacen que la ganancia del pescador sea muy baja y no se vea reflejado en una mejora en su calidad de vida. John Winer Montaño, un joven pescador explica que muchos de ellos se han endeudado con el banco para comprar las lanchas y los accesorios de pesca y pasan gran parte de su vida pagando la deuda. “Le queda a uno para comer. Con la gasolina a ese precio, nos estamos acabando. Ojalá el Estado pudiera subsidiarnos el precio del combustible, al menos”, dice el pescador.
Por eso, Karen Perea asegura que la AUNAP, antes de sancionar a los pescadores que siguen utilizando trasmallos no permitidos, ha hecho un trabajo pedagógico para que ellos mismos sean conscientes de los daños al medio ambiente y a su propia economía. Manuel Eugenio Gómez, líder de la comunidad de pescadores artesanales de Pizarro y tecnólogo pesquero, cuenta que “a finales de los noventa un pescador salía con cuatro rollos de malla y volvía con 50 o 60 libras de camarón al día. Hoy, para pescar 10 a 15 libras, necesita llevar 15 rollos de malla, con el impacto que tiene eso sobre el ecosistema”. Sin embargo, agrega que continúan utilizando el trasmallo para poder compensar con cantidad el poco dinero que reciben por la pesca.
“No sancionamos porque sabemos el impacto que tendría en la economía de los pescadores. Queremos que ellos mismos se den cuenta y estamos planteando un proyecto para que el gobierno pueda aportar para el reemplazo de estas mallas”, dice Perea. Sin embargo, todavía existe un pendiente mayor de las autoridades de pesca que permita generar políticas realmente efectivas: generar un registro constante y efectivo de lo que se pesca.
Cifras poco fiables
De acuerdo con datos entregados por la AUNAP, entre 2018 y 2019 las principales especies capturadas de manera incidental fueron el pargo de seda (Lutjanus peru), el cuminate rojo (Bagre pinnimaculatus), el babre colorado (Notarius troschelii), la sierra (Scomberomorus sierra) y la lengua rosada (Brotula clarkae), más conocida como merluza y que está casi amenazada según señala la organización MarViva. Además, en menor porcentaje, también aparecen especies de tiburón como el martillo (Sphyina Corona) y el mamón (Mustelus lunulatus).
Para tener una mejor idea de la enorme cantidad de pesca que es capturada incidentalmente por la industria camaronera, en respuesta a un derecho de petición solicitado por Mongabay Latam y Rutas del Conflicto, la AUNAP entregó datos de una muestra de monitoreo a embarcaciones industriales que centran su trabajo en la pesca del camarón en aguas someras durante 2018 y 2019. Los datos de las redes de arrastre muestran para el 2018 que, en el Pacífico y el Caribe se capturaron 326 kilos de camarón por 19 mil kilos de pesca incidental; de estos 249,80 kilos de captura objetivo fueron en el Pacífico. Los números, sin embargo, no especifican qué porcentaje de esta cantidad fue descartada.
De ese modo, lo que ocurre específicamente en el Pacífico colombiano de acuerdo con cifras expuestas en uno de los informes de Invemar señalan que “por cada kilo de camarón se capturaron, en 2018, 22,4 kilos de fauna acompañante”, es decir, 22 veces más. De esa cantidad, 11 kg fueron descartados.
Todos los datos que hay disponibles son recogidos por el Servicio Estadístico Pesquero de Colombia (SEPEC) que, en opinión de algunos expertos, no son lo suficientemente sólidos.
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El sistema, que existe desde hace más de dos décadas, apenas terminó de consolidarse como un método más robusto de cobertura nacional hace seis años y funciona así: La Aunap contrata a la Universidad del Magdalena y a Invemar para hacer la recolección de información de muestras estadísticas que permiten hacer una estimación del total de la pesca en ríos y costas del país, pero no para hacer un control de la actividad de cada barco. Esto aplica para todas las pesquerías, no solamente para la de camarón.
Según Mario Rueda, coordinador del Programa de Valoración y Aprovechamiento de Recursos Marinos y Costeros de Invemar, el sistema ha ido mejorado la cobertura, pero aún tiene vacíos temporales en la recolección de información. “solo colecta datos cuando hay contrato entre la Aunap y las entidades que alimentan el sistema — por ejemplo, la Universidad del Magdalena. Hay años en que el contrato es de cinco meses, otros de 10 meses”, dice Rueda. Esto funciona así por limitaciones presupuestales.
El problema de esos vacíos en la información, es que no se sabe con certeza cuánto camarón se pesca realmente, ni tampoco el impacto que esa actividad tiene en otras especies que son capturadas incidentalmente.
La fragilidad del Estado para recoger datos que le permitan tomar decisiones sobre la pesca ha sido histórica. Según Luis Duarte, profesor de Ingeniería Pesquera de la Universidad del Magdalena, no existen datos oficiales que muestren el deterioro por la sobreexplotación pesquera durante la década de los noventa y la primera década del siglo XXI. Duarte señala que hasta 2003 existió el Instituto Nacional de Pesca, INPA, una entidad oficial que regulaba las actividades relacionadas y que llevaba al menos una década funcionado, y que dejó de existir durante el gobierno del entonces presidente Álvaro Uribe. “Todo lo que se había avanzado se perdió. Las funciones del INPA pasaron a otra entidad, cuya principal función era el desarrollo de rural. Apenas en 2016 se volvió a crear una nueva entidad especializada, la Autoridad Nacional de Pesca, AUNAP”, explica Duarte.
En opinión de Melisa Scheel, coordinadora de Monitoreo Pesquero de la Fundación MarViva, aunque se ha avanzado en los últimos años en la recolección y consolidación de datos, el sistema estadístico pesquero colombiano sigue siendo limitado. Ello, debido a que no hay una cobertura temporal y espacial de las embarcaciones. Además, agrega, que tampoco se analizan aspectos claves como la biología de las especies por lo que es difícil que se formulen medidas adecuadas para el manejo pesquero, para establecer cuotas máximas de captura incidental o incluso para la promulgación de políticas públicas de conservación.
Los esfuerzos por cuidar el Pacífico colombiano
Utilizar artes de pesca que sean altamente electivos al mismo tiempo que eficaces y económicos son los criterios con los que la FAO busca avanzar hacia un método más sostenible de pesca. Sin embargo, la misma organización es consciente de que ningún arte en la actualidad podría cumplir todos esos criterios.
A pesar de la difícil situación, en los últimos años, pescadores artesanales, industriales, entidades del gobierno y empresarios han comenzado varias iniciativas conjuntas para mejorar las condiciones de los ecosistemas y al mismo tiempo las posibilidades de ingresos económicos de las comunidades de la región.
Puntualmente en Pizarro, varias asociaciones de pescadores artesanales se organizaron junto al gobierno, a través de la AUNAP, para llegar a acuerdos que permitan mejorar las condiciones de pesca en la región. Según Perea, en Pizarro cerca de mil pescadores, organizados en 19 asociaciones, al ver la fuerte caída del recurso pesquero comenzaron a hacer vedas. Según cuenta el líder Eugenio Gómez, es la misma comunidad que se encarga de verificar que se cumpla y permitir así que la fauna se recupere.
El trabajo de la comunidad se concretó con un grupo interinstitucional de pesca de todo el Pacífico chocoano y entidades gubernamentales, para crear en el 2017 el Distrito Regional de Manejo Integrado (DRMI) que abarca más de 300 hectáreas de protección de ríos y manglares. En febrero de 2019, en el marco de este distrito, los pescadores artesanales e industriales llegaron a un acuerdo para que estos últimos se abstuvieran de pescar dentro de las dos millas más cercanas a la costa. “Históricamente entre industriales y artesanales se echaban la culpa de la disminución de la pesca. Al final han entendido que los dos tienen responsabilidad y tienen que trabajar en conjunto para que las cosas mejoren”, cuenta Gómez.
Aunque cada uno de los líderes pescadores insiste en que todavía queda un largo camino por recorrer, la organización de las comunidades ha dado sus frutos. Varias han dejado el trasmallo para pescar con anzuelo, otras más han restringido la pesca del molusco piangua Anadara tuberculosa al consumo intentando preservar la seguridad alimentaria. En Pizarro un grupo de mujeres se organizó para hacer embutidos con el descarte y de paso combatir el machismo que las excluía de la producción pesquera.
Pizarro trata de seguir los pasos de dos municipios más al norte, en Nuquí y Bahía Solano, donde existen áreas protegidas para restringir y reglamentar la pesca y donde la comunidad se organizó para vender directamente su pescado a famosos restaurantes en Bogotá y así evitar la intermediación. “La zona ha mostrado una recuperación muy fuerte en lo que es la producción pesquera y que las especies volvieran a la orilla. Tenemos un auge muy grande en pesca deportiva, nuestra pesca es mucho más selectiva porque es solo de anzuelo”, cuenta Jorge Chica, líder pescador de Bahía Solano.
Los habitantes de toda la región han comenzado un camino para solucionar los problemas de sobreexplotación y así mejorar su calidad de vida. En ese andar el gobierno los está acompañando, sin embargo, el Estado colombiano tiene pendiente una importante tarea: tener un registro permanente de las capturas es indispensable para que la ciencia y las autoridades puedan administrar las pesquerías de manera que se asegure la continuidad de las especies y la seguridad alimentaria de las personas.
Este artículo fue tomado en su versión original de https://es.mongabay.com/2020/05/colombia-oceanos-pesca-y-pobreza-en-el-pacifico/