Animales
La desaparición de las ranas arlequín en Colombia y la carrera por conservarlas
Distintos centros de investigación pidieron a la UICN que declarara probablemente extinto al sapo quimbaya (Atelopus Quimbaya), endémico de los Andes colombianos. Lo preocupante es que la mayoría de especies pertenecientes a este género podrían correr la misma suerte, incluso dentro de áreas protegidas
Por: Alberto Castaño Camacho/ Mongabay Latam
Hace unas semanas científicos de diversas instituciones de investigación en biodiversidad, colombianas e internacionales, solicitaron a la Unión Internacional para la Conservación de la Naturaleza (UICN) que declarara extinto al sapo quimbaya (Atelopus quimbaya), especie de anfibio endémico de la cordillera de los Andes en Colombia. Parece que ni siquiera las áreas protegidas regionales y nacionales pudieron salvarlo. Si se le declara oficialmente extinto, representaría una de las pérdidas más grandes para la biodiversidad del mundo.
El sapo quimbaya vivía en la Reserva Natural La Montaña del municipio de Salento, Quindío; en el Parque Natural Regional de Ucumarí del municipio de Pereira, Risaralda y en la Reserva Bosque del Río Blanco en la cuenca del río Chinchiná, Caldas.
A pesar de ello, recientes investigaciones no han podido obtener registros de esta especie por lo que se cree que ha desaparecido del planeta. Este hecho vuelve a prender las alarmas por un fenómeno mundialmente conocido como ‘la declinación de anfibios’.
“Los anfibios fueron los primeros animales que pasaron del agua a la tierra y también son los primeros que están desapareciendo de ella. Esto es supremamente triste y preocupante”, dice el colombiano José Fernando González Maya, director del programa de conservación en Costa Rica de la rana arlequín (Atelopus varius).
El ecuatoriano Luis Coloma, uno de los investigadores más respetados en el mundo de la herpetología -rama de la zoología que estudia los reptiles y los anfibios-, afirma que “los anfibios son supremamente importantes para cualquier ecosistema en el que estén presentes. Tienen una característica única: una piel muy sensible al contacto directo con el agua, el aire y la tierra; perciben el mundo a través de ella y por eso terminan siendo indicadores de la calidad de estos elementos en la naturaleza. Entonces, si algo malo está sucediendo con el aire, la tierra o el agua, son los anfibios los primeros en afectarse”.
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Dentro de los anfibios, los Atelopus son uno de los grupos taxonómicos que más ha sufrido con la declinación mundial. A pesar de que comúnmente se les conoce como “ranas arlequín”, en realidad pertenecen a la familia Bufonidae, un grupo de sapos neotropicales que se distribuyen desde Costa Rica hasta el norte de Bolivia.
A pesar de que todos los investigadores entrevistados por Mongabay Latam aseguran que falta mucha información y estudios, las causas de la declinación de anfibios se atribuyen, en orden de importancia, a cuatro factores fundamentales. El primero tiene que ver con la aparición del hongo Batrachochytrium dendrobatidis (Bd), también conocido como hongo quitrído: un patógeno que afecta a los anfibios paralizándolos hasta provocarles la muerte. El segundo es el cambio climático, la intervención de sus hábitats naturales por parte del hombre a través de la deforestación es el tercer factor.
El último causal se atribuye a la presencia de la trucha arcoíris (Oncorhynchus mykiss),una especie de la familia de los salmónidos considerada por la UICN como una de las 100 especies exóticas invasoras más dañinas del mundo. “Si se busca mantener la diversidad y dinámicas de los ecosistemas andinos, la única solución es la erradicación de la trucha arcoiris”, afirma Juan Manuel Guayasamín PhD y biólogo evolutivo de la Universidad Indoamérica en Ecuador.
Atelopus en peligro
En la actualidad se reconocen 96 especies que hacen parte del grupo de los Atelopus,de las cuales cerca del 90 % se encuentran en peligro de extinción. Además, no se sabe con certeza de la existencia de muchas de esas 85 especies en peligro, ya que han dejado de ser observadas y algunas de ellas fueron vistas por última vez en los años 80.
“No sabemos si están extintas o todavía permanecen pequeñas poblaciones en sus localidades históricas”, afirma Diego Gómez Hoyos, magíster en Conservación y Manejo de Vida Silvestre de la Universidad Nacional de Costa Rica.
De las 96 especies de Atelopus, Colombia cuenta con 44 y es el país más diverso en estos animales. Según Gómez Hoyos, aproximadamente el 80 % de estos anfibios están en peligro de extinción en el país. “En Colombia pasa lo mismo que en el resto de países. Desconocemos si se han extinguido o se han reducido en abundancia o han sufrido extinciones locales. Falta mucho conocimiento pues hay pocos recursos para la investigación”, afirma.
De acuerdo con el investigador, las pocas investigaciones que se han adelantado se han limitado simplemente a los registros taxonómicos, “es decir, llegan a las zonas, colectan y describen pero no se conoce cuál es el papel de estos anfibios en los ecosistemas, los aspectos de su ecología o de su historia natural. De algunas especies se conocen apenas las observaciones anecdóticas, pero se desconoce mucho… casi todo” y agrega que “ese desconocimiento de la biología de este grupo de especies de Atelopus, lo que genera es una dificultad para diagnosticar lo que está sucediendo o lo que sucedió con algunas especies, así como definir acciones de conservación urgentes para mitigar o eliminar ciertas amenazas que las ponen en riesgo”.
Y es que para Gómez Hoyos, los anfibios hacen parte fundamental de las redes tróficas, para que la energía y la materia continúen en un flujo constante que permita la funcionalidad de los ecosistemas. “Algunas especies como los Atelopus, si desaparecen, pueden generar un desequilibrio en el ecosistema”, asegura. El experto compara lo que está sucediendo con una pared compuesta por muchos ladrillos, “si usted quita uno, después otro y otro; la pared se va debilitando hasta que finalmente se derrumba, esto es precisamente lo que se debe evitar para que no se debilite la funcionalidad de los ecosistemas y se siga contando con una estructura sana y funcional”.
Algunas de las especies de Atelopus en Colombia subsisten en la Sierra Nevada de Santa Marta -el macizo montañoso de mayor altura en el mundo ubicado a orillas del mar- y aparentemente sus poblaciones se encuentran en buen estado de conservación.
El profesor Luis Alberto Rueda Solano es biólogo con maestría en Ciencias Biológicas de la Universidad de los Andes en Bogotá, uno de los herpetólogos que más ha estudiado los Atelopus en el Parque Nacional Sierra Nevada de Santa Marta y Parque Nacional Natural Tayrona y dirige desde hace algunos años el ‘Atelopus Project Colombia’, una iniciativa de conservación de ranas arlequines financiada por The Conservation Leadership Programme (CLP) y la Universidad del Magdalena para la creación de un programa de monitoreo a largo plazo. Uno de los resultados más importantes del proyecto ha sido la recategorización a un nivel menor de amenaza para las especies Atelopus laetissimus y Atelopus nahumae, ubicadas en la categoría “En Peligro”, después de haber estado durante algún tiempo en la categoría “En Peligro Crítico”. El logro se dio gracias a la estabilidad de sus poblaciones, una información recopilada a través de los monitoreos realizados entre los años 2008 y 2015.
Alejandro Ramírez Guerra, coordinador de bienestar animal del parque Explora -un museo interactivo para la apropiación y divulgación de la ciencia y la tecnología en Medellín-, dijo en entrevista con Mongabay Latam que “la idea es aportarle a las especies que más lo requieran pues hemos observado que los proyectos de conservación muchas veces se hacen de una manera oportunista, con lo que mueve más recursos o con especies que sean más atractivas, no con las que más lo necesitan. Nosotros decidimos trabajar con anfibios, ya que son el taxón más amenazado en el mundo. Y no solo nosotros, estamos acompañados por actores importantes como la Asociación Colombiana de Herpetología, la Universidad de Los Andes, la Universidad del Magdalena, el Zoológico de Cali, entre otras”.
Ramírez Guerra y su equipo comenzaron a trabajar con la especie Atelopus laetissimusporque prácticamente nadie había trabajado nunca con ella, “no tenía un doliente, un empoderado. Solo Luis Alberto Rueda había trabajado en campo y todavía quedaban muchas preguntas por resolver”. Debido a esto decidieron hacer una prueba piloto en el Parque Explora, logrando mantener una población estable, hasta ahora solo de machos”.
Una de las razones más importantes para iniciar estudios con Atelopus laetissimus de la Sierra Nevada de Santa Marta radica en que esta especie puede ser tomada como referencia de estudio para otras especies de alta montaña, pues en Colombia casi todas han desaparecido sin haber encontrado razones concluyentes más allá de algunas especulaciones sobre la responsabilidad el hongo Bd. “Es por esto que los hallazgos que se obtengan a través de los procesos de investigación en esta especie en particular podrían eventualmente salvar la vida de otras especies de Atelopus de montaña, no solo en Colombia sino también en Ecuador o Bolivia”, afirma Ramírez Guerra.
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El propósito del Parque Explora, al igual que los esfuerzos de los biólogos colombianos trabajando en proteger las Atelopus laetissimus y varius, consiste en que al tenerlas bajo cuidado humano pueden responder preguntas que difícilmente se resolverían si estos anfibios estuvieran en la vida silvestre y asegurar la protección de algunos individuos de especies muy susceptibles a una extinción próxima. “Queremos funcionar como un arca para poder devolverlos al ecosistema cuando, Dios no lo quiera, ocurra una extinción”, asegura el coordinador de bienestar animal de Explora.
La importancia del Chocó biogeográfico
Mientras los proyectos de conservación avanzan en el Caribe colombiano con el apoyo de sectores tanto estatales como privados, el Chocó Biogeográfico -una de las regiones más abandonadas en Colombia-, carece del apoyo suficiente para que investigaciones avancen apropiadamente y se les brinde la continuidad requerida.
Allí se han adelantado incipientes avances en el estudio de los Atelopus, en especial de Atelopus spurrelli, que al parecer se encuentra en buen estado de conservación. “Esta ranita tiene un área de distribución amplia, sin embargo se cree que las poblaciones son naturalmente aisladas”, afirma Diego Gómez Hoyos, magíster en Conservación y Manejo de Vida Silvestre de la Universidad Nacional de Costa Rica, quien durante varios años adelantó estudios sobre esta y otras especies en el Pacífico colombiano.
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De acuerdo con él, uno de los lugares en los que la rana se encuentra en mejor estado de conservación es el Parque Nacional Natural Utría en el departamento del Chocó. “La última evaluación que hicimos nos arroja que la especie se encuentra como “Casi Amenazada”, pero no es un grado de amenaza tan alto como el de otras especies como Atelopus elegans o Atelopus varius”, indica. Por otro lado, el hongo Bd está presente también en el Pacífico, sin embargo, “se estima que las poblaciones de esta especie se encuentran en buen estado de conservación, aunque es apresurado decirlo con tan poca información”, sostiene el investigador.
En territorios insulares del Pacífico como el Parque Nacional Natural Isla Gorgona -incluido en la Lista Verde de Áreas Protegidas en el mundo de la UICN- se encuentra Atelopus elegans, ubicada en la categoría “En Peligro Crítico” por parte de la misma organización científica internacional, como consecuencia de la presencia del hongo asesino de anfibios. Este sapo también habita en el norte de Ecuador.
“Durante un tiempo realizamos investigaciones sobre Atelopus elegans en el Chocó, pero los recursos solo alcanzaron para dejar los protocolos de monitoreo. Si estas especies son objeto de conservación en áreas protegidas como los Parques Utría y Gorgona, las investigaciones deberían ser financiadas a largo plazo. La información que tenemos es prácticamente inexistente y así es imposible tomar acciones urgentes de conservación que puedan evitar la extinción de estas especies. Mientras no se adopten decisiones firmes, creo que es casi imposible que salvemos los Atelopus”, enfatiza Diego Gómez Hoyos.
El investigador cree que Parques Nacionales Naturales debería darle continuidad a la financiación de este tipo de investigaciones. “Si usted sale a la calle y le pregunta a cualquier persona si le parece importante la biodiversidad, todo el mundo le responde que sí. Si le hace la pregunta al gobierno también le dice que sí. Pero al revisar cuánto se invierte en Colombia en investigación para la conservación de la biodiversidad, usted no sabe si ponerse a reír o a llorar”, comenta.
El triste final del sapo Quimbaya
Uno de los ejemplos más dramáticos de lo que sucede con el grupo de los Atelopus es el caso del Atelopus quimbaya, que como se mencionó al principio de este artículo, es posible que sea declarado oficialmente como extinto, pues hace varias décadas no hay registros de él. “Esta especie que habitaba las montañas de los departamentos de Caldas, Risaralda y Quindío ha desaparecido para siempre. Para nosotros representa un reto inmenso determinar los motivos de su desaparición, es una labor titánica porque sin información histórica es casi imposible determinar las causas”, asegura Gómez Hoyos, autor líder del artículo en el que se reporta la extinción de esta especie.
El investigador cree que determinar las amenazas y fluctuaciones de las especies que aún están presentes es difícil, pero determinarlas con las que han desaparecido es mucho más complicado. Asegura que han buscado la presencia del hongo Bd., en muestras de colecciones y museos pero no lo han encontrado, aunque eso todavía no permite decir que no sea este el responsable de la desaparición del Atelopus quimbaya.
“Se ha especulado que el declive de las poblaciones podría obedecer al hongo o a condiciones climáticas cambiantes que llevaron a la desaparición de la especie. Nosotros encontramos que en años previos a la extinción del sapo Quimbaya hubo un aumento en la cobertura de nubes, el rango de fluctuaciones en las temperaturas se estrechó, las temperaturas máximas bajaron y las temperaturas mínimas subieron. Pero es muy difícil determinar las causas con exactitud”, asegura Gómez Hoyos.
Los milagros de Costa Rica y Ecuador
El Atelopus varius, más conocida como rana arlequín o ranita de Halloween, es una especie que habita en la cordillera de Talamanca entre Costa Rica y Panamá, en el Parque Internacional La Amistad -una gran área protegida para la conservación de más de 500 000 hectáreas de bosque-. Esta especie fue declarada extinta en 1996 por la UICN. Sin embargo, hacia 2008 un grupo de científicos colombianos y costarricenses registró observaciones de este desaparecido anfibio “regresándolo a la vida”.
A este tipo de especies, que han sido declaradas extintas y reaparecen después de algunos años, se les conoce como ‘Especies Lázaro’, haciendo alusión al personaje bíblico al que Jesús resucita.
“Esta es una especie sobre la cual se tenían conocimientos, es de las especies más estudiadas dentro del grupo de los Atelopus. A pesar de ello, todavía existen muchos vacíos que obstaculizan las acciones de conservación que podamos tomar. Si esto pasa con una de las especies más estudiadas, imagínense el panorama para las demás especies de las cuales no se conoce nada o casi nada”, dice a Mongabay Latam el investigador José Fernando González Maya.
Lo que sí se sabía, mediante las investigaciones realizadas, es que esta especie estuvo en grave riesgo de desaparición por la perturbación de su hábitat natural y la deforestación es uno de los factores determinantes que podría arruinar todos los esfuerzos por recuperar las poblaciones de esta especie. Es por esto que parte de las acciones de conservación realizadas por biólogos colombianos en la cordillera de Talamanca consiste en un vivero con plántulas de árboles y arbustos nativos para reparar los bosques de galería en el río Cotón y sus quebradas afluentes.
Se trata de un proyecto de cooperación con el Acueducto Integrado Gutiérrez Brawn -que abastece a 12 comunidades del cantón de Coto Brus en Costa Rica, cerca de la frontera con Panamá-, quienes incluyeron una imagen de la Atelopus varius en su logo como un gesto que “pretende mostrar la relación que tenemos los humanos con los anfibios. Si las poblaciones de anfibios se encuentran en buen estado de conservación, se garantiza que todos tendremos agua”, afirma Maricela Quesada Villalobos, secretaria general del Acueducto.
Pero si el caso costarricense es asombroso, Ecuador no se queda atrás. Igual que Colombia, este país sudamericano es uno de los más biodiversos del mundo en el grupo de los Atelopus. Tres especies constituyen el milagro: la Atelopus nanay, más conocida como Arlequín Triste, el Atelopus ignescens o Jambato Negro y el Atelopus balios o Jambato de río Pescado.
Estas tres ranas se creían extintas y han acaparado la atención de varios científicos que dedican su vida para que no las volvamos a perder. Uno de ellos es Luis Coloma, investigador de la Fundación Otonga y director del Centro Jambatu de Investigación y Conservación de Anfibios en Ecuador. “Nanay es ‘triste’ en lengua Quechua y es muy importante que una de esas especies lleve este nombre pues ‘Nanay’ es lo que sienten los investigadores por la catastrófica desaparición de los anfibios en el planeta”, asegura.
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Por su parte, Giovanni Onore, biólogo que trabajó en la alta montaña ecuatoriana, refirió en los años 80 que el Jambato Negro “era tan abundante en las charcas y la orilla de los ríos que había que tener cuidado de no pisarlos”. Sin embargo, a principios de los 90 la especie fue declarada extinta y redescubierta apenas en el 2016.”
“Pero no solo me lo decía el profesor Onore, también lo narró Marcos Jiménez de la Espada, un científico español que exploró el Ecuador a finales del siglo XIX, hacia 1870. En sus escritos afirma que los Jambatos se veían por millares”, afirma Coloma y complementa emocionado diciendo que “los Atelopus de montaña son mucho más difíciles de criar en cautiverio y son los que más han sufrido la declinación. Por eso para nosotros ha sido tan importante lograr la reproducción del Jambato negro. Nos ha tomado 15 años de desarrollo tecnológico lograr la reproducción de Atelopus,obteniendo los primeros éxitos en sapos de alturas y páramos”.
Al final lo que está claro es que la poca información, la baja inversión en investigación y las amenazas latentes y manifiestas en contra de la supervivencia del género Atelopus lo convierten en el grupo de anfibios más amenazado del planeta. De ahí la importancia de los estudios que se desarrollan en Costa Rica, Ecuador y Colombia por parte de científicos como Gómez, Rueda, Ramírez, Guayasamín, Coloma y muchos más. Están empeñados en una labor titánica para proteger al planeta de una extinción masiva de anfibios.