GRUPO RÍO BOGOTÁ
VIDEO: Pedro Palo, la joya de la cuenca baja del río Bogotá
Los muiscas la llamaban Tenasucá y fue una de las lagunas donde hacían sus pagamentos. Aunque hoy luce espléndida y envuelta en la niebla del bosque, muchos han intentado lastimarla. Roberto Sáenz, dueño de una de las ocho reservas naturales que la rodean, es su defensor.
En la vereda Catalamonte, a 12 kilómetros del casco urbano del municipio de Tena, se impone con fuerza una inmensa y embrujadora laguna de aguas verdosas bañada por el rocío de la niebla del bosque y donde sólo se escucha el canto romántico de las aves.
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Se trata de Pedro Palo, cuerpo lagunar con 21,5 hectáreas de espejo de agua y que hace parte de las 125 hectáreas de la reserva forestal protectora-productora que lleva su mismo nombre. Está enclavada en una zona montañosa a 2.011 metros sobre el nivel del mar, un terruño sagrado y gobernado por el frío.
Los habitantes de la zona la respetan por su imponente belleza y las leyendas que sobreviven al paso del tiempo. Cuentan que los muiscas le hacían pagamentos y ofrendas en oro como tunjos y figuras de animales acuáticos antes de la llegada de los españoles. La llamaban Tenasucá y era uno de los sitios de adoración a dioses como Bachué y Bochica.
Pedro Palo o Tenasucá está envuelta en la niebla del bosque y las leyendas de los muiscas. Foto: Nicolás Acevedo Ortiz.
Los tenenses aseguran que debe su nombre a tres mitos: el primero narra la historia de un índigena muisca al que los españoles llamaron Pedro, que fue capturado y encerrado para que revelara en dónde estaba escondido el oro. Un día, el muisca desapareció de la prisión, y con los poderes de los dioses ancestrales, fue hallado vivo caminando sobre un inmenso palo sobre el espejo de agua.
Otros dicen que la razón fue una expedición de jesuitas en 1600, cuando Pedro, uno de los religiosos, se cayó en las aguas de la laguna mientras la recorría en una canoa. El cuerpo del sacerdote nunca fue encontrado y lo único que sobrevivió fue su sotana enganchada en las ramas de un palo.
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El relato más reciente es el de un campesino también llamado Pedro que, luego de ingresar borracho a las perpetuas aguas de la laguna, murió ahogado. Su cuerpo apareció en una de las orillas de arenas blancas junto a un palo de gran tamaño.
Además de los nombres Pedro y los palos donde fueron encontrados sus cuerpos o ropas como protagonistas, estas narraciones tienen en común la bravura de la laguna. Al parecer, los muiscas depositaron un hechizo de protección inquebrantable sobre sus aguas para evitar que fuera atacada o perturbada.
Nadie puede ingresar a la laguna. Los turistas sólo pueden apreciarla desde alguna de las reservas naturales que la rodean. Foto: Jhon Barros.
Los bosques aledaños a Pedro Palo fueron transitados por las tropas de la campaña libertadora de Simón Bolívar y Francisco de Paula Santander y sirvieron como un laboratorio de estudio para la Expedición Botánica de José Celestino Mutis, que descubrió varias especies de quina en el territorio ancestral.
Además de ser un sitio sagrado para los muiscas, Pedro Palo es un epicentro de biodiversidad, el más importante de la cuenca baja del río Bogotá. En sus zonas boscosas han identificado 341 especies de aves, 204 de plantas, 35 de mamíferos y 10 de murciélagos.
La zona sirve de hogar para osos perezosos, ñeques, lapas, cusumbos, osos de anteojos, cuchas y tigrillos carmelitos, animales que se camuflan entre la densa vegetación conformada por cedros, amarillos, encenillos, cauchos, alisos, laureles, yarumos, cucharos y nogales.
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Árboles de gran porte rodean el cuerpo de agua de la laguna de Pedro Palo. Foto: Jhon Barros.
A la deriva
Luego de la independencia de Colombia, a Pedro Palo le llegaron visitas no deseadas. En la década de 1910, los predios aledaños al cuerpo lagunar fueron comprados por colonos, la mayoría con intenciones de meter ganado y acabar con los bosques.
Hacia 1970, la vegetación nativa empezó a sucumbir y las aguas verdosas recibieron químicos y contaminantes de las actividades agropecuarias. Los nuevos habitantes hicieron palidecer el verde por las vacas, todo con el fin de lograr la titulación de las tierras.
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Varios científicos y académicos se percataron del potencial ambiental de la laguna en 1980, por lo que empezaron a hacer investigaciones sin impactar los ecosistemas. En 1990, la Corporación Autónoma Regional de Cundinamarca (CAR) tomó la primera decisión para evitar futuros impactos y declaró 125 hectáreas como reserva forestal protectora-productora.
En el siglo XX, muchas personas cercenaron los bosques nativos de Pedro Palo para meter ganado. Foto: Nicolás Acevedo Ortiz.
Pero la medida no fue del todo efectiva. En los 90, Pedro Palo recibió los impactos de los turistas, quienes llegaron a las montañas de niebla de Tena a acampar. Así aparecieron las basuras, fogatas, paseos de olla y el desorden.
Pero la bravura de la laguna no dejaba que nadie ingresara a sus aguas: cuentan los rumores del pueblo que siete personas murieron ahogadas por atreverse a nadar, posiblemente bajo los efectos del alcohol o por fuertes calambres.
En 1995, uno de los dueños de los predios de Pedro Palo quiso ampliar su dominio. Decidió apropiarse de un terreno de los curas jesuitas y construyó una cabaña cerca del espejo de agua. El personaje empezó a cobrar por el ingreso, lo que generó un caos aún mayor en la reserva.
Pedro Palo está envuelta en un hechizo de protección de los muiscas. Foto: Nicolás Acevedo Ortiz.
La lucha
Los golpes contra Pedro Pablo llevaron a la CAR a cerrarla definitivamente en 1998, medida que también le ordenó a los habitantes de la zona sembrar árboles nativos en los 50 metros que rodean al espejo de agua.
La pesca, caza y turismo, menos el científico y de investigación, quedaron prohibidos. Un guardabosque fue contratado para que velara por la naturaleza y la polémica cabaña fue demolida.
La decisión de la CAR le dio un nuevo respiro a la laguna, pero aún seguía vulnerable. En los primeros años de la década del 2000, algunas autoridades quisieron comprar los predios privados para tener un control total de la zona. Roberto Sáenz, que heredó una de las tierras adquiridas a comienzos del siglo XX, decidió dedicarse de lleno a evitar un mayor desangre.
Roberto Sáenz se convirtió en los ojos y voz de la laguna de Pedro Palo. Foto: Nicolás Acevedo Ortiz.
“Casi todos los dueños de las tierras son primos míos. Entonces decidí investigar a fondo la situación y en 2005, junto a mi hermano, concluímos que la mejor opción era consolidar reservas naturales de la sociedad civil alrededor de la laguna”, comenta Roberto.
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Este ingeniero de sistemas y especialista en bioestadística de 56 años, logró convencer a sus familiares para conformar ocho reservas naturales: Poza Mansa, Tenasucá, La Cabaña, La Finca, Hostal, Kilimanjaro, La Granja y Altos de Pedro Palo.
Sáenz es dueño de Tenasucá, el verdadero nombre de Pedro Palo. Su reserva es una mancha popocha de verde con 42 hectáreas, un sitio privilegiado desde donde se aprecia la majestuosidad de la laguna. Allí construyó una casa de madera, donde está radicado desde hace más de tres años y que utiliza para hacer turismo natural y de investigación.
Desde su reserva natural, Roberto contempla todos los días la magia de Pedro Palo. Foto: Jhon Barros.
Defensor de la laguna
Son pocos los que conocen tanto a Pedro Palo como Roberto Sáenz. Desde que decidió tomar la batuta para liderar su lucha, se empapó de toda su historia, sus verdugos y sus potencialidades.
“En 1913 mi bisabuelo compró varios terrenos a su alrededor, por lo que varios de mis primos son los dueños actuales. Cuando la CAR la cerró en 1998, decidí involucrarme en el proceso y apoyar la formulación del plan de manejo ambiental. En esa época vivía en Bogotá, pero la verdad me la pasaba más en el predio familiar”, dice Roberto.
Uno de los primeros proyectos de Sáenz fue la creación de varios corredores biológicos para conectar las zonas afectadas por el ganado, trabajo liderado por el Instituto Humboldt. Luego construyó un vivero de árboles nativos con el apoyo de la CAR, y siempre estuvo pendiente de la formulación del plan de manejo, proceso que se concretó en 2014.
Desde hace más de tres años Roberto está radicado en Pedro Palo. Vive en una casa elaborada con eucaliptos. Foto: Jhon Barros.
“La CAR me propuso ser guardabosque de Pedro Palo, pero no acepté. Ese cargo no me permitiría denunciar las cosas como son”, asegura este amante de la naturaleza.
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Hace más de tres años, Roberto tomó la decisión de radicarse del todo en Pedro Palo. En Bogotá dejó a sus dos hijos ya grandes y abandonó los trabajos de ingeniería. “Llegué a un acuerdo con mi esposa Vicky, que consistió en vernos los fines de semana ya fuera en Bogotá o en Tenasucá. Ese negocio nos ha funcionado muy bien”.
Poco a poco, Sáenz fue transformando la casa elaborada con eucaliptos. Hizo cuatro habitaciones, tres para la gente que viene a hacer investigaciones y una para su nido familiar, un cuarto repleto de libros.
Roberto desayuna, almuerza y come de las verduras y frutas que brotan de un huerto que construyó en la reserva Tenasucá. Foto: Jhon Barros.
No tiene televisor y el baño cuenta con dos cisternas que no utilizan agua: una para el líquido y otra para el sólido. Lo que sale del sanitario lo convierte en abono. La sala y el comedor están llenos de hamacas, artesanías, ollas de barro y muebles de madera. En la cocina abundan los frascos de vidrio con diversos productos, además de botellas desocupadas de cerveza que atraen los insectos.
Desde hace cinco años, Roberto trabaja en un proyecto de agroecología que consiste en cultivar sosteniblemente en una huerta para consumir o vender los productos orgánicos libres de fertilizantes y pesticidas.
Investigadores y amantes de la naturaleza visitan la reserva natural de Roberto para conocer la historia de Pedro Palo. Foto: Jhon Barros.
“La huerta nació hace ocho años, pero ahora puedo asegurar que vivo de ella: desayuno, almuerzo y ceno con lo que me da y vendo algunos productos. Además, obtengo recursos económicos de los investigadores o turistas que visitan Tenasucá, quienes tienen prohibido el ingreso a la laguna; sólo pueden observarla desde la distancia”.
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Cada 15 días, Roberto viaja a Bogotá para vender los productos que saca de la huerta. “Debemos volver al campo y recuperar ese tejido social y sostenible. Hay que cambiar ese paradigma de la competitividad por el de la solidaridad. El propósito no es competir sino trabajar con respeto y confianza”.
Roberto vende los productos de su huerta en un mercado campesino en Bogotá. Foto: Nicolás Acevedo Ortiz.
La huerta de Roberto es un policultivo. El toronjil se mezcla con la cebolla, las guatilas con los hinojos y el cebollín con las lechugas. “Mide 3.000 metros cuadrados y todo nace donde quiere. Hay repollos, ají, pepino, acelga roja y amarilla, perejil liso y crespo, hierbabuena, acelga, col rizada, fríjol, banano, repollo verde, granadilla, papa criolla, brócoli, coliflor, espinaca, mora y durazno”.
Kinua, Amaranto, Pepita y Balú, cuatro perros criollos, y la gata Tijiquí, son los compañeros de Roberto. Con estos animales recorre las montañas y contempla la magia de la laguna de Pedro Palo, un lugar que se adueñó de su corazón y el cual jamás piensa abandonar.
Cuatro perros criollos y una gata son la compañía de Roberto en la reserva. Foto: Jhon Barros.
* Este es un contenido periodístico de la Alianza Grupo Río Bogotá: un proyecto social y ambiental de la Fundación Coca-Cola, el Banco de Bogotá del Grupo Aval, el consorcio PTAR Salitre y la Fundación SEMANA para posicionar en la agenda nacional la importancia y potencial de la cuenca del río Bogotá y sensibilizar a los ciudadanos en torno a la recuperación y cuidado del río más importante de la sabana.