Opinión
Afectaciones a nuestro ecosistema, resultado de excentricidades con la fauna y flora
Las absurdas pretensiones de algunos descerebrados tienen en aprietos a las autoridades del país, pues hay especies que no son nativas de nuestro territorio que tienen graves repercusiones ambientales.
Las especies invasoras son animales, plantas u otros organismos que pueden reproducirse fuera de su área de distribución natural, en hábitats que no les son propios, y que generan alteraciones en la diversidad y función de los ecosistemas y la salud pública. Después del daño, lo único que queda es la intervención humana para controlar los riesgos potenciales que se puedan derivar.
La falta de conciencia ambiental desencadena en tenerlas, pues el hecho de que algunos ejemplares lleguen a territorios donde no son nativos se debe, principalmente, al tráfico ilegal de fauna silvestre y, en ocasiones, a las absurdas pretensiones de algunos descerebrados que los adquieren para llamar la atención. Un fiel ejemplo de esto último que menciono fue lo que ocurrió en los años ochenta, cuando un personaje conocido –cuyo nombre no vale la pena mencionar- trajo de Estados Unidos jirafas, flamencos, dromedarios, rinocerontes y cebras, entre otros.
Años más tarde, algunos de estos animales fueron trasladados a zoológicos. Otros, murieron. Los que continúan son los hipopótamos del narcotráfico, que lograron adaptarse al nuevo entorno y que hoy se han salido de control porque, además de que tienen una expectativa de vida de 50 años, se han reproducido con gran facilidad: “importaron” cuatro y hoy son un poco más de 100.
El problema es que por su fuerza y agresividad se han convertido en un peligro para los habitantes del Magdalena Medio, han desplazado especies nativas y han afectado la composición química de los cuerpos de agua que habitan. A juicio de los científicos colombianos, la única solución es sentenciarlos a muerte.
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Ellos han señalado que exterminarlos no pondrá en riesgo su existencia, a pesar de que son vulnerables de encontrarse en peligro de extinción, según la lista de la Unión Internacional para la Conservación de la Naturaleza (IUCN). No pretendo entrar en confrontaciones técnicas, pues seguramente los profesionales tuvieron todo el rigor para sustentar su propuesta. Incluso, entiendo que estos pueden continuar desplazándose hasta llegar a la costa.
Sin embargo, considero que no se puede olvidar una premisa superior: se trata de seres sintientes que, a la fuerza, fueron extraídos de su hábitat natural.
Otro caso menos notorio, pero igual de complejo por sus implicaciones, son los caracoles africanos y europeos, que llegaron a América por razones económicas. El de jardín ingresó a Colombia en la década de los 60 para incentivar su cultivo para uso humano y suplir la demanda de los países consumidores por tradición (España, Francia e Italia). Entre tanto, el africano se masificó a partir del 2010 para su comercialización por las supuestas propiedades mágicas y curativas.
Estas inserciones ahora tienen en aprietos a las autoridades ambientales, la salud de las personas y las especies nativas. Para controlarlos, se deben utilizar químicos que afectan el PH de la tierra y que ponen en riesgo a los animales silvestres y de compañía. Hoy no tenemos un mecanismo acertado, pues está supeditado a la caza manual y a la incineración –en la que, en ocasiones, también perecen los autóctonos.
Podría seguir describiendo un sinnúmero de casos de fauna, sin contar los de flora, pero se trata de entender que las acciones que tenemos como humanos frente al medioambiente no son aisladas y terminan impactando nuestra salud y la existencia, debido a que la distorsión de ecosistemas puede cambiar las dinámicas naturales.
Solo leer y enseñarles a otros este tema puede marcar la diferencia. Yo hoy me atreví a escribir. ¿Qué tal si todos decidimos aprender y educar a los demás? La conclusión sería que todos podríamos lograr la construcción de un futuro sostenible, donde la vida, en todas sus formas, sea sagrada.
*Director del Área Metropolitana del Valle de Aburrá.
Twitter: @JDPalacioC