Opinión
Colombia en el corazón
Una bella catarsis del escritor bogotano Gonzalo Mallarino, quien comparte la apremiante necesidad que lo invade de poder regresar al campo.
Por Gonzalo Mallarino*
Yo no tendría ningún problema en no volver a viajar nunca más a otros países. Ningún país del mundo me ata a la vida, solo Colombia. ¿Cuántas veces he afirmado esto en los últimos años?
Y ahora que empiezo a envejecer, se ha ahondado más. El mar esplendente, o la vega de flores, de pájaros y corrientes, o el cerro nublado y teñido del verde profundo y húmedo de nuestro campo, o la planicie donde el sol rebrilla en las espigas o se hunde en la comba del cielo, en el último arrebol curvo de la tarde, todo eso es el transcurrir de mis pensamientos, de mis sentimientos, de mis anhelos, mucho más que cualquier cosa que haya visto en otra parte.
La voz de Beiro y Milton en los campos de millo del Tolima. La voz de las mujeres ancianas que cantaron “la tortuga debajo del agua” en la tarde de Balsillas. La voz de don Gonzalo Pantoja, mendicante, con las piernas llagadas en la infancia en Cali. La voz de aquellas dos adolescentes que se apartaron del camino y echaron a andar loma arriba a buscarse otra vida. La voz de esa muchacha de ojos claros y piel tan blanca que estaba tendida en el pasto en una universidad.
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Cuando ya me vacunen, quisiera volver al campo. A las regiones, que son el vitral de Colombia por el que pasa la luz del tiempo, la luz de la historia. Quiero tomarme un jugo en una plaza, quiero sentir en la boca el polvo del camino en una vereda en la que el sol cae como de plomo. Quiero sentir las chicharras en medio de los árboles y mirar con ternura las hormigas que van por un suelo cubierto de materias y de hojas.
Me hace mucha falta Colombia. Yo amo la llovizna en el parque El Virrey y la melancolía que me trae al corazón y a las yemas de los dedos, pero ya quiero volver. Sé que hay dolor, claro que sí, sé que hay infamia, pero también estoy cierto de que no hay otra ruta. La única forma de retirarse, de irse ya, de mirar la muerte con algún sentido de consuelo, de jornada humana, es comprobando que los niños y las mujeres estén en paz en las más distantes regiones de mi país y que una sonrisa vuelve a pintarles de flores la cara.
Lo único que hay en el porvenir para mí, es Colombia. No ansío otra cosa. Y Colombia no es ya Bogotá, no son ya las ciudades y los centros comerciales y los museos y las avenidas. No. Ya, ahora, aquí, en el comienzo del final, en la entrada a esta alameda que es el final, que es el otoño de los años, lo único es Colombia. Aquí y ahora, las regiones y la gente que lucha y canta y ama y llora y levanta las manos crispadas hacia las nubes. Ya me hacen falta. Ya no quiero estar más en silencio, viendo caer el día. Encerrado. Ya quiero salir otra vez y ver las axilas y las pestañas de Colombia. Donde corre el líquido de la vida misteriosa y donde tiembla el tiempo de los besos y las miradas.
Esta quimera que nombramos Colombia, tiene que cuajar. Tiene que fraguar.
*Escritor
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