ESPECIAL CUNDINAMARCA
Cundinamarca también sabe a café. Más de 28 mil familias de 69 municipios viven de cultivarlo
Desde mediados del siglo XIX el departamento es uno de los principales productores de este grano. Los pequeños caficultores son quienes hoy mantienen viva la tradición.
El café es sinónimo de cultura paisa o por lo menos eso piensa una buena parte de los colombianos. La siembra y cosecha del grano tiende a relacionarse con el carriel, el sombrero aguadeño y el poncho puesto sobre el hombro. De hecho, Juan Valdez, personaje creado en 1959 para promocionar el café de Colombia, es el arquetipo de los cafeteros de Antioquia y del Eje Cafetero.
Pero la realidad dista de este imaginario. Colombia es un país cafetero cuyos cultivos se pueden encontrar en las tierras templadas de las faldas de las tres cordilleras, incluida la Sierra Nevada de Santa Marta, que colindan con los valles interandinos y comenzaron a cultivarse desde la segunda mitad del siglo XIX, tiempo en el que Cundinamarca fue el gran protagonista. Esta región, junto con los Santanderes, impulsaron el primer boom de exportaciones cafeteras y con este, la entrada que Colombia había estado buscando para integrarse a la economía mundial.
En la segunda mitad del siglo XIX, lo que en ese entonces se llamaba Estados Unidos de Colombia, buscaba afanosamente una materia prima para exportar que le produjera los ingresos suficientes para desarrollar al país. Lo intentó con la quina, el tabaco y el añil, pero sus bonanzas duraron poco y su producción entró en crisis. Los comerciantes que acumularon cierto capital con estos productos buscaron uno nuevo en el cual invertir y la oportunidad se presentó con el café.
Los primeros en iniciar la siembra del aromático fruto fueron los comerciantes y terratenientes santandereanos, les siguieron los de Cundinamarca y Bogotá, que establecieron sus primeros cultivos en Yacopí, Pacho y La Palma; de allí se expandió hacia todo el occidente de las ‘tierras calientes’. Los cafetales se convirtieron en parte del paisaje cundinamarqués en la región del Tequendama y el Valle del Sumapaz.
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A diferencia de ahora, donde la economía cafetera está encabezada por pequeños y medianos propietarios, en esa época el café se sembraba en grandes haciendas y la mano de obra estaba conformada por campesinos, aparceros e indígenas que habían perdido sus tierras, luego de que el Gobierno promoviera una agresiva política de abolición de resguardos.
Las cifras difieren de autor a autor, pero se puede concluir que durante el tercer tercio del siglo XIX fue la segunda región del país en exportar café, por debajo de los Santanderes (que por esa época formaban un solo Estado hasta 1886 y luego un departamento). Aproximadamente se producían entre 150.000 y 200.000 sacos de café al año. Por ese tiempo Antioquia, incluido el Eje Cafetero, no sobrepasaba los 70.000 sacos.
Nuevo modelo de producción
Al cruzar el siglo XIX, en plena Guerra de los Mil Días, Cundinamarca casi igualó la producción de los Santanderes, pero al poco tiempo, durante los primeros 30 años del siglo XX, ambas regiones comenzaron a ser eclipsadas por Antioquia y el Eje Cafetero. Eso no significó que la caficultura en Cundinamarca entrara en crisis. En las décadas siguientes la producción del grano para exportar continuó en aumento. En su libro El café en Colombia, 1850-1970, el historiador Marco Palacio calculó que el departamento exportaba 226.000 sacos en 1922 y 452.000 en 1932.
Lo que sí cambió fue el modelo de producción. Por un lado, de acuerdo con historiadores como Palacios y Absalón Machado, desde finales del siglo XIX y en el transcurso del primer tercio del siglo XX la comercialización del café pasó de manos de los comerciantes bogotanos, muchos de ellos dueños de las haciendas, a las de las casas comerciales internacionales. Al no tener el control sobre la venta muchos de los hacendados contrajeron grandes deudas con los intermediarios extranjeros y no les quedó más remedio que salir de sus haciendas para solventar sus acreencias.
Por otro lado, el modelo de producción cafetera generó un conflicto social entre hacendados y campesinos por el derecho a la tierra. Entre 1870 y 1930 la mano de obra estaba vinculada por relaciones serviles, por no decir medievales. Una de ellas era la aparcería, en la que el terrateniente le permitía a una familia sembrar una porción de tierra de la hacienda a cambio de dividir por mitades la cosecha.
Otra modalidad era el arrendamiento, en donde campesinos se asentaban en una parcela y podían construir su rancho y sembrar cultivos de pancoger, en contraprestación debía trabajar en las tierras de la hacienda. Los hacendados también tenían otras modalidades para contratar mano de obra, como el pago en especie o con papeles que solo podían ser intercambiados por productos en las tiendas de los dueños de las haciendas.
Todo este sistema laboral entró en crisis y hacia la década de 1930, el movimiento agrario comenzó una serie de agitaciones y huelgas que poco a poco cambiaron la configuración del modelo de producción de café. En los años siguientes, y pese a las continuas crisis que ha tenido la caficultura, como la de finales de la década de los ochenta del siglo pasado, Cundinamarca continuó con una producción importante del grano.
En la actualidad, según la Federación Nacional de Cafeteros, de 116 municipios que conforman el departamento, 69 ubicados en las vertientes de la cordillera Oriental cultivan café. Hay cerca de 32.027 fincas cafeteras y más o menos 28.600 familias dependen de su producción. Del área sembrada, el 93 por ciento pertenece a pequeños caficultores, el 4 por ciento a medianos y el 3 por ciento a grandes propietarios.