Agricultura
Palmito en vez de de coca, el modelo de negocio que le cambio la vida a más de mil familias campesinas en Putumayo, Tumaco y Buenaventura
La historia de Édgar Montenegro y su familia es un sueño que empezó en los años 90 y aún no toca techo. Junto a otras familias productoras han convertido al palmito en un exitoso producto de exportación, que sustituyó miles de hectáreas de cultivos ilícitos y permitió la conservación de los bosques.
En la década de los ochenta los cultivos de coca se convirtieron en la principal fuente de ingresos de cientos de agricultores en el Putumayo. La rentabilidad y facilidad de su producción, contrastaba con la carencia de infraestructura vial, asistencia técnica, créditos y fomento agropecuario para los cultivos tradicionales. Sin embargo, un proyecto de palmito liderado por una familia campesina se ha convertido en una efectiva alternativa de sustitución que además contribuye a la conservación de los bosques.
La historia de Corpocampo comenzó mucho antes de que sus fundadores siquiera hubieran elegido su nombre. Édgar Montenegro, líder de esta iniciativa, era en ese entonces un niño que vivía junto a su mamá y sus siete hermanos en la vereda El Danubio, a la que llamaban la selva.
En realidad eran unas tierras que su papá, Luis Enrique Montenegro, ocupó en los años 60 cuando llegó del Caquetá en busca de madera. Mil hectáreas de bosque baldío llenas de vegetación y fauna. “Él le daba tierra a los que iban llegando para poder tener vecinos, porque los más cercanos estaban a más de dos horas de camino”, recuerda Montenegro.
Tener que ir desde aquel lugar hasta Puerto Asís significaba un día entero de viaje. “Las vías de acceso eran terribles y ese trayecto se convertía en toda una odisea”. Entre sus memorias, atesora con especial cariño cuando escuchaba los partidos de fútbol en la radio y convertía el potrero en un estadio. Hasta el recorrido del Tour de Francia lo revivió con sus hermanos a su manera, soñando que las pequeñas colinas que subían y bajaban en bicicleta eran en realidad el famoso circuito.
No fue una infancia triste pero sí de mucha pobreza, aclara. El negocio de la madera no daba los suficientes réditos para la manutención de una familia numerosa, así que el siguiente paso fue preparar el terreno para cultivar. “Sembramos café, cacao, cardamomo, millo, pero después de recoger los productos nos tocaba enfrentarnos a ese camino de 10 horas donde los caballos se enterraban. No había quien comprara lo que producimos”, asegura Montenegro.
Llegó la coca
Durante algunos años la comunidad logró organizarse, las familias de campesinos trabajaban y preparaban la tierra hasta que en los 80 llegó la coca. “La plata se empezó a ver y con ella los problemas de poder, incluso por ese motivo un vecino asesinó a otro”, señala Montenegro.
La presencia de narcotraficantes como Henry Loaiza Ceballos, alias Alacrán, y Carlos Mario Jiménez Naranjo, alias Macaco, comenzó a afectar el ambiente hasta entonces tranquilo de Puerto Asís y sus alrededores. “No hubo un día en que no se conociera la noticia de un muerto”.
Entre tanto su mamá, Cecilia Amaya, intentaba alejarlos del narcotráfico. Creyó que la educación los mantendría a salvo pero Luis Vallecilla, un bisnieto del expresidente José Vicente Concha, que visitó el municipio en una misión educativa en compañía de una belga le dijo que debía sacarlos pronto o terminarían en el negocio.
El consejo se lo tomó en serio y a Amparo Díaz, bogotana que pasaba por un restaurante de Puerto Asís, le entregó a su hijo Édgar. “Me vine con el sueño de poder sacar a mi familia adelante”. Terminó el bachillerato en jornada nocturna y empezó a estudiar en el Sena, mientras trabajaba en un supermercado. Con el tiempo logró conseguir un patrocinio que le permitió iniciar una carrera Comercio Exterior en la Universidad Jorge Tadeo Lozano.
Paro cocalero
La situación en el Putumayo no mejoró. En julio de 1996 miles de campesinos llegaron a los municipios de Mocoa, Puerto Asís, Orito, La Hormiga, Villagarzón y la inspección de El Tigre, provenientes de sus fincas. Durante varios meses se paralizaron las actividades comerciales y la producción petrolera de la zona, en un paro cocalero que dejó enfrentamientos con la fuerza pública, amenazas a líderes sociales y promesas incumplidas por parte del Gobierno.
Los campesinos exigieron inversión social y la suspensión de las fumigaciones con glifosato, además expresaron su voluntad de sustituir los cultivos de coca a cambio de garantías efectivas para la producción y comercialización de otros productos.
La resiliencia del palmito
En 1998 comenzó el plan de sustitución de cultivos con el apoyo de la Agencia de los Estados Unidos para el Desarrollo (USAID). “Mi familia lideró los inicios de este proceso; la política era que donde hubiera coca se sembraba palmito”. En la región se creó una asociación de productores, que luego se integró a otras cuatro para conformar Agroamazonia.
“Mi hermano me recomendó como un enlace en Bogotá para comercializarlo”. Fue así como en el 2001 se abrió el mercado para palmito en la capital del país. “Cuando llegó Carrefour hicimos un convenio con el gobierno francés y lo vendíamos por medio de Presidencia de la República”, relata Montenegro. Pero la buena fortuna fue temporal. “Las fumigaciones por aspersión que realizaba el gobierno norteamericano dañaban el palmito y los campesinos se desmotivaron”.
La familia Montenegro comenzó a pensar en alternativas para no perder la cosecha. En el 2003 como una respuesta ante la crisis que se vivía por las fumigaciones nació la planta Corpocampo. Un negocio con un francés que buscaba el producto en Colombia fue el impulso que necesitaban. “Así creció la empresa. Incluso llegamos a exportar y abrir mercados en diferentes países”.
Por su vocación, Corpocampo comenzó a hacer parte de la iniciativa Business Call to Action (BCtA), que lidera el Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo (PNUD) y fue nominada al premio Business for Peace, con el que han sido reconocidas figuras como Elon Musk y Richard Branson. “En marzo del 2018 fuimos uno de los proyectos ganadores y logramos mayor visibilidad”, recuerda con emoción Montenegro.
Actualmente, las más de 1.200 familias vinculadas a Corpocampo reciben plántulas, semillas y asistencia técnica. “Nosotros aprendemos todo sobre el cultivo y ese aprendizaje se lo pasamos después a los campesinos”. Adicionalmente existe un proyecto con excombatientes del frente 48 de las Farc para la siembra de 80 hectáreas en sistemas agroforestales.
Algunos restaurantes nacionales incluyeron el palmito de Corpocampo en sus recetas. Esta iniciativa ha representado un importante estímulo para el proceso de sostenimiento de la compañía. Angie Melo, chef ejecutiva del El Gato Gris, valora el hecho de que con el uso de este alimento, además de innovar, pueda contribuir a la conservación. “La planta del palmito es nativa, así que con esta se cuidan los bosques”, comenta.
Este proyecto apoya a las comunidades afrocolombianas e indígenas en la región del Pacífico colombiano, además del programa de sustitución de cultivos ilícitos en el Putumayo. “Ha sido un proyecto muy bonito, pero con muchas dificultades porque la coca es un negocio fuerte que da muchos ingresos a la gente y competimos con eso”, concluye Montenegro.