Medioambiente
Educación energética, la tarea pendiente para frenar el calentamiento global
Cada vez que se usa energía para producir luz o movimiento también se genera calor, independientemente de la fuente de la que provenga. Por eso, antes de seguir persiguiendo nuevas fuentes de energía es necesario educar sobre su uso.
“No se crea, no se destruye, solo se transforma”, dice la primera ley de la termodinámica al definir el concepto de energía. Ley que, por lo visto, se cumple tanto como se ignora e, incluso, algunos intentan violar. Si no se cumpliera no habría celulares, ni aviones, ni radiografías, ni café caliente y Richard Branson no habría volado al espacio.
La segunda ley de la termodinámica, adaptada a términos futbolísticos, diría que “nadie gana, tampoco empata y lo grave es que no se puede dejar de jugar”. En otras palabras, cuando transformamos una forma de energía en otra –electricidad en luz, gasolina en movimiento, alimentos en calor corporal, etcétera– nunca toda la energía se transforma en lo que queremos. No toda la electricidad que gasta un bombillo se convierte en luz, siempre una parte se vuelve calor; en un vehículo solo una pequeña parte del combustible se convierte en transporte porque gran parte se transforma en gases calientes (la mayoría invisibles) y, de nuevo, en calor. Y así en cada transformación de energía.
Al ser cientos de miles de millones las transformaciones de energía que hacemos los seres humanos continuamente, todos vamos contribuyendo al calentamiento global. Unos más que otros.
La mayor atención está en la generación de electricidad, la obtención de combustibles y la producción de calor. Dicho de otro modo, la sociedad escucha que lo importante es generar más energía y ahora de fuentes renovables. Esto último evidentemente es saludable para el planeta y para los que lo habitamos. Sin embargo, la atención centrada en la generación, oculta un problema mayor que estamos dejando para que las generaciones futuras lo resuelvan: ¿cuánta energía es suficiente?
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Al ritmo actual en que cambiamos unas formas de energía por otras, sabiendo que en cada cambio una parte se convierte en calor, no llegaremos muy lejos. Así como no lo lograrán los osos polares al derretirse cada vez más rápido sus témpanos de hielo; los habitantes de las orillas del océano Índico en Bangladesh cuando el nivel del mar llega a sus casas; los campesinos del Cerrado Brasileño por las sequías e incendios; los habitantes de suburbios californianos al ver en cenizas su casas. La lista de desastres ambientales es ya larga y cada año aumenta.
Por eso, antes de seguir persiguiendo nuevas fuentes de energía se hace necesario educar decididamente la manera en que cada persona la usa y la cantidad que utiliza. Es un asunto personal, de decisiones familiares, de acuerdos grupales, veredales y empresariales.
Entre los numerosos movimientos económicos y sociales que avizoran el futuro, muchos coinciden en que es necesario dilucidar los límites del consumo de energía. “Ni tanto que queme al santo, ni tan poco que no lo alumbre” es la idea, puesto que, en un planeta limitado de espacio y recursos, seguir creyendo que no son inagotables resulta evidentemente pernicioso. Esto se predijo con lujo de detalles en el informe ‘Los límites del crecimiento’, encargado al MIT.
Un asunto doméstico
¿Cuánta energía se convierte en calor cuando lo que queremos es luz? Un bombillo incandescente antiguo transforma en luz tan solo el 5 por ciento de la electricidad que consume y el 95 por ciento lo convierte en calor, por lo que resulta imposible tocarlo sin quemarse los dedos, y por eso se utilizan todavía para mantener caliente la comida callejera que se expone en vitrinas. Estas razones motivaron a la Unión Europea a prohibir su fabricación a partir de 2016.
Un tubo fluorescente, por su parte, convierte en luz más o menos el 50 por ciento de la electricidad que usa, la otra mitad la utiliza para generar calor. Y un bombillo ahorrador de luz convierte el 80 por ciento en luz y en calor el 20 por ciento, mientras que uno LED, en promedio, usa el 95 por ciento para producir luz y tan solo el 5 ciento calor.
Quizás entre los artefactos domésticos más importantes está la nevera, de allí que se ha establecido el llamado ‘Etiquetado de eficiencia energética’, que aún sigue siendo un galimatías para la mayoría de la población. No obstante, el esfuerzo permite a quienes compran su nueva nevera una orientación para que no sea la adquisición de un factor que aumente el cobro mensual de electricidad. De la misma manera, el etiquetado de eficiencia energética empieza a aplicarse a muchos otros electrodomésticos.
Este tipo de estrategias, para que cada vez más personas mejoren su educación energética, son el primer paso para que entre todos resolvamos la pregunta: ¿cuánto es suficiente?
*Consultor y fabricante de sistemas de energías renovables, investigador y docente universitario.