Música
¡El vinilo sigue vivo! Nuevos artistas y melómanos en Cali unen fuerzas para que el formato no muera
En el Día Internacional del Disco de Vinilo, melómanos colombianos desempolvan sus colecciones de long play, hacen un recuento de los espacios dedicados al elepé en la capital del Valle y explican por qué algunos artistas contemporáneos deciden elegir un método de reproducción tradicional en plena era digital.
Desde La Matraca, un espacio que nació en 1964 en una esquina del barrio Obrero de Cali, Leyda Santa Riascos, bacterióloga y directora cultural del recinto, ha conservado, junto a su esposo, más de 12.000 discos antiguos de tango, boleros y música antillana. Leyda empezó a coleccionar vinilos a los 10 años, contagiada por la afición de su familia a los boleros y los tangos. Por eso, en la década del 50, cuando llegaron los primeros elepés a Colombia, ella y su hermana decidieron empezar a comprarlos. En ese momento, los discos podían costar 15 pesos, una cifra alta: debían ahorrar para lograr coleccionar uno o dos vinilos al mes.
Algunos años después su hermana murió, pero Leyda continuó dedicada al tango en homenaje a ella. Se formó por un tiempo en este ritmo y actualmente pertenece a la Academia Nacional de Tango de Argentina, el ente más importante del género en el mundo. Cuenta que siempre ha sido una apasionada de la música y que en La Matraca ha encontrado la posibilidad de convertir una esquina de Cali en un sitio de divulgación de la música internacional.
Aunque pareciera que Leyda mantiene viva una tradición que se ha perdido, Óscar Jaime Cardozo, productor, investigador, melómano y coleccionista de vinilo en Cali, asegura que esta pasión nunca murió. En su casa conserva más de 25.000 elepés de salsa y realiza semanalmente un programa radial y otro televisivo en los que conversa sobre este género. Así ha notado que los melómanos le han dado la vuelta al país. Recibe llamadas de coleccionistas en Aguachica, Túquerres, Villavicencio y otras ciudades en las que ni siquiera él pensó que podía tener seguidores.
“Somos la capital mundial del archivo discográfico”, resalta Cardozo luego de asegurar que Cali fue una tierra fértil para la música fonograbada; de hecho, allí se llevó a cabo el primer encuentro de melómanos del mundo. Fue muy importante porque, anteriormente, los caleños viajaban al Puerto de Buenaventura para encontrarse con los marinos que traían los elepés más vendidos en Nueva York y grababan la música en cassettes o vendían los discos a otras personas de la ciudad.
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En ese intercambio comercial y cultural, la salsa tomó mayor relevancia en Cali y se formó un grupo de coleccionistas que aún conserva la tradición. Cardozo asegura que la magia de limpiar el disco y dejar la aguja en el punto exacto del vinilo representa una experiencia mágica que el CD nunca pudo igualar: “El mercado de los CD nació con una corta vida debido a la piratería, que también acabó con las discotiendas. En cambio, para piratear un LP las personas necesitaban un músculo financiero mucho mayor”.
Los discos de vinilo también conservan el sonido análogo. En el pasado, las orquestas grababan en bloque, organizaban los micrófonos y expresaban todas sus emociones en la pieza final. Motivados por esa cercanía con los artistas, “los coleccionistas nos encargamos de demostrar que el vinilo está vivo. Dijimos ‘no se va a acabar’ y no lo dejamos morir”, afirma Cardozo.
En la actualidad, se ha despertado el interés por coleccionar, preservar y bailar la música que se reproduce desde los vinilos. Coleccionistas de tangos, música andina colombiana, boleros, rancheras, vallenato y jazz mantienen tiendas y encuentros alrededor de esta actividad y nuevos artistas deciden apostarle a este tipo de grabaciones.
Uno de ellos es Julio Cortés, pianista y productor con más de 35 años de trayectoria musical en el Grupo Niche y otras agrupaciones colombianas. Hoy es vocalista de la agrupación ‘Julio Cortés y su corte’, con la que rescata géneros olvidados de la salsa como el bolero, el bugaloo, el danzón, el guaguancó y la descarga.
En su casa funciona JC Sound Studios, un sitio de grabación propio que le permite enviar piezas musicales a Nueva York para que los realizadores conviertan sus composiciones en discos de vinilo. En ese proceso ha evidenciado que en Europa y Estados Unidos se están prensando los elepés de manera permanente.
En menos de un mes espera recibir Siglo XXI, su próxima producción, y tal como ha hecho en años anteriores, venderá los discos en Bogotá, Bucaramanga, el Eje Cafetero, Medellín y Barranquilla, donde se encuentran tiendas estratégicas de coleccionistas. Cada pieza de su autoría tiene un valor aproximado de 70 mil pesos en estos lugares, sin embargo, eso no representa ni la mitad de la inversión que se necesita para obtener un disco antiguo en los encuentros de melómanos. “En la feria de Cali, un elepé de cualquier artista supera el millón de pesos”, puntualiza.
Sin embargo, el artista caleño también publica en las plataformas digitales sus canciones. Así conserva la tradición y compite con los músicos que aún prefieren las últimas tecnologías.