Ambiente
Estudiando el canto y la genética de las ballenas jorobadas, científicas colombianas descubren aspectos claves para la conservación de esta especie
Desde el 2009 la Fundación Macuáticos trabaja de manera interrumpida en el Pacífico colombiano investigando a estos mamíferos. Por medio de técnicas como la fotoidentificación, distribución espacial, acústica pasiva y muestreo genético generan datos que contribuyen a su conservación.
Lo que inició como un semillero de investigación en la Universidad de Antioquia, se convirtió en la génesis de la Fundación Macuáticos Colombia, una organización liderada por nueve mujeres investigadoras que se dedican al estudio y conservación de mamíferos acuáticos. Durante más de 10 años han enfocado sus esfuerzos en las ballenas jorobadas, logrando identificar más de 850 individuos que se han acercado a las aguas del Golfo de Tribugá en la costa pacífica colombiana.
“Yo tenía claro que quería hacer algo en el país, especialmente en el Pacífico porque es una región con muchos vacíos de información”, explica Natalia Botero, bióloga e integrante de Macuático. Luego de conocer la experiencia de una colega en Coquí, un corregimiento de Nuquí, eligieron esta zona para empezar las investigaciones. “Ella me contactó con Cruzmélida Martínez, quien cocina delicioso, su esposo, un pescador, y su cuñado, dueño de unas cabañas. Ellos se han convertido en una familia para la fundación desde el 2009”, añade.
El primer proyecto lo enfocaron en estudiar la identidad taxonómica, distribución espacial, estructura social y comportamiento de mamíferos marinos. “Georreferenciábamos todos los avistamientos para conocer qué especies hacían presencia en la zona y dónde. Al mismo tiempo que realizamos actividades de educación ambiental con las comunidades, entrevistas con los pescadores y reuniones con los consejos comunitarios”, señala Botero y destaca que este fue el inicio del catálogo de foto-identificación que cuenta con cerca de 850 individuos identificados en el golfo. “Colaboramos con colegas del Pacífico Sudeste para construir un reporte a la Comisión Ballenera Internacional donde se actualizó la estimación de abundancia en la zona”.
En el 2013, junto a Christina Perazio, quien analiza el canto de ballenas jorobadas, realizaron la primera publicación que existe en el país sobre el canto de esta especie. Botero explica que, de acuerdo con la teoría e investigación, año a año las ballenas cantan la misma canción, pero hay cambios muy pequeños que se van acumulando. “El canto que se escucha en junio es diferente al de octubre y radicalmente distinto al que se escuchará en unos años, entonces Christina ha encontrado que, aunque se oyen diferente, parece que las frecuencias no lo son, algo que desde la comunicación es muy interesante”, señala.
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Dos años más tarde empezaron a trabajar temas de genética, capturando piel que se desprende y queda flotando en el agua. “Cuando las ballenas saltan, coletean o dan golpes, por la fuerza del impacto con el agua, la capa más superficial se desprende, entonces nos acercamos y con una malla de limpieza de piscinas recogemos esa piel, una capa muy fina pero perfecta para hacer extracción de ADN”, explica Botero y agrega que con este método han logrado recolectar 250 muestras que al ser estudiadas en colaboración con la Dra. Susana Caballero de la Universidad de los Andes, les han permitido realizar estimativos de diversidad genética, evidenciando la conectividad migratoria entre Colombia y la Antártica.
A esto se suman los muestreos con biopsia remota, en colaboración con la profesora Andrea Luna de la Pontificia Universidad Javeriana, hecha por medio de una ballesta que dispara flechas de punta cilíndrica de tres centímetros de longitud, la cual permite tomar una muestra de la capa entera de piel y una porción pequeña de la capa de grasa. “Con esto no solo estudiamos la genética, también la toxicología con el mercurio y fisiología”, comenta Botero.
Junto a la doctora Kerri Seger, experta en acústica pasiva, han logrado acceder a hidrófonos especializados, los cuales pueden sumergirse durante varios meses. “Con estos podemos describir el ambiente acústico del golfo e identificar qué actores bióticos (ballenas, delfines, camarones, peces) y abióticos (tráfico marítimo) hacen presencia”, explica. Gracias a esta técnica consiguieron publicar un estudio que indica que esta zona es acústicamente pura, lo cual tiene implicaciones favorables en la conservación, sin embargo, no dejan de tener amenazas.
Al respecto Botero explica que las especies que han logrado identificar son de hábitos mayoritariamente costeros.. “Esto las pone en un área de influencia de las actividades humanas, por ejemplo, hemos registrado casos donde algunas ballenas jorobadas quedan enredadas en mallas fantasmas o artes pesqueras. A esto se suma la colisión con embarcaciones, sobre todo con barcos de avistamiento turístico”, señala Botero y hace énfasis en que para proteger a las ballenas es vital informarse. “Si vamos a verlas, lo debemos hacer de manera responsable, cumpliendo la normativa”.
Para la temporada de avistamiento que empieza en julio, esperan consolidar una alianza con Parques Nacionales Naturales, especialmente para hacer monitoreo en jurisdicción del Parque Nacional Natural Utría. Adicionalmente, desde septiembre estarán en Coquí dándole continuidad al trabajo de los últimos años con énfasis en el estudio de la distribución, comportamiento, genética y acústica de ballenas jorobadas y pequeños cetáceos, buscando además fortalecer todos los procesos de trabajo con las comunidades.
“La novedad este año será un trabajo con Oscar Caicedo, estudiante de maestría de la profesora Caballero en los Andes, con el cual realizaremos un piloto de monitoreo de ADN ambiental”, comenta Botero y explica que este procedimiento consiste en utilizar captura de agua, hacerla pasar por ciertos filtros que se procesan en Reino Unido, para conocer el registro de las especies que han dejado de un modo u otro rastro de sus ADN en el ambiente. “Sin duda es algo que nos genera mucha ilusión, ya veremos con qué nos encontraremos”, concluye.
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