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Hacienda Pilamo, un sueño de paz cumplido para las comunidades negras del norte del Cauca

Además de su valor histórico, este lugar es un ejemplo de resistencia y valentía. Más de 90 familias campesinas son hoy sus propietarias y ahora la ilusión es posicionarlo como un atractivo turístico a solo 20 minutos del casco urbano del municipio de Guachené.

30 de agosto de 2021
Además de su valor histórico, la Hacienda Pilamo es un ejemplo de resistencia y valentía. Más de 90 familias campesinas son hoy sus propietarias.
Además de su valor histórico, la Hacienda Pilamo es un ejemplo de resistencia y valentía. Más de 90 familias campesinas son hoy sus propietarias. | Foto: Esteban Vega La-Rotta.

En medio de un bosque de eucaliptos, samanes y ceibos, en zona rural del municipio de Guachené, al norte del Cauca, se esconde la Hacienda Pilamo. Escenario de batallas, esclavitud e historias de resistencia y desde 1996 propiedad de más de 90 familias campesinas negras. Hoy, ellas son las guardianas de más de 1.200 hectáreas que garantizan su seguridad alimentaria. La ilusión es poder transformarla en un destino de puertas abiertas.

Pilamo es la concreción de un sueño que arrancó en los años 80”, cuenta Félix Manuel Banguero, uno de los líderes del Consejo Comunitario Comunidad Negra de Pilamo de Palenque. Todo comenzó cuando en medio de un almuerzo comunitario, a orillas del río Palo, alguien levantó la mirada hacia las montañas y dijo: “No descansaremos hasta no tener dominio sobre la hacienda”, recuerda Banguero.

Pilamo es un sitio de buena y mala recordación, sostiene Jorge Arnul Marín, integrante del Consejo Comunitario. “Esta hacienda fue exportadora de guerra desde la independencia y es un símbolo de esclavización, desde su primer dueño, el señor Julio Arboleda de Popayán”, comenta Marín. “Lo tratan de escritor, periodista, poeta, empresario, de todo, pero esclavizó mucha gente”, añade.

En Pilamo inicia el pie de montaña y se puede ver desde su parte más alta el Cerro del Niño en Caloto y el Nevado del Huila, si las nubes lo permiten. En total son más de 1.200 hectáreas donde hay terrenos de cosecha, bosques, cuerpos de agua y zonas protegidas. “En este llano nació gente que conocimos y fue asentamiento de población esclavizada. Entonces se generó una sinergia que tenía mucho de memoria y un gran significado para nosotros el poder estar en este terreno”, comenta Banguero.

En la década de los 80 llegó el colectivo Los Trece, integrado por jóvenes que promovían conversaciones agropecuarias. “Teníamos una preocupación y es que todas las personas que salían de bachilleres se iban del municipio, había una fuga de cerebros que debíamos contener”, señala Banguero.

Entonces empezaron a generar un proceso de movilización junto a las comunidades indígenas Nasa, pero ante la burocracia de las cartas y la poca respuesta, se tomaron la sede del INCORA en Santander de Quilichao y Popayán. “Las cosas no estaban funcionando y de los 125 que empezamos terminamos 94”, recuerda Banguero.

En 1992 se apropiaron del territorio, pasando de campesinos a agrupación étnica como consejo comunitario. En 1996 el INCORA les hizo entrega oficial del terreno. “Antes de eso nosotros ya estábamos adentro. Llegábamos en la mañana, trabajábamos, hacíamos reuniones y volvíamos”, recuerda Banguero y destaca que el dueño del predio, Raffo Rivera, quería que esa tierra fuera para la población negra.

Tomar el territorio fue duro, pero tenemos una comunidad al frente que es capaz de generar procesos de diálogo y discusión que nos han permitido estar hoy aquí”, señala Marín y destaca los nombres de los líderes y lideresas que han llevado la batuta: Francisco Paz, Jaime Carabali, Nidia Lucumi, Flor Banguero, Marisa Arnul, Karina Viafara, entre otras.

“Este es un espacio donde hay trabajo para todo el mundo, lo que no tenemos es cómo pagarles a veces, pero trabajo hay”, cuenta entre risas María Banguero, quien se une a la conversación después de fumigar su cultivo de piña. “Al adquirir el territorio se le adjudicó a cada comunero una plaza para que produjera su pan coger, pero en el 2011 se amplió ese espacio a dos plazas más hasta llegar a las 12 por cada uno”, añade.

El único requisito para conservar el terreno es hacer presencia y participar de las discusiones todos los martes. “Llegamos a las siete de la mañana, se coordina el trabajo que hay que hacer, se limpia, se fumiga y cuando terminamos nos reunimos debajo de este árbol a hablar”, dice María, mientras eleva su mirada a ese lugar que se alza a más de siete metros de altura.

La ilusión es posicionarlo como un atractivo turístico a solo 20 minutos del casco urbano del municipio de Guachené.
La ilusión es posicionarlo como un atractivo turístico a solo 20 minutos del casco urbano del municipio de Guachené. | Foto: Esteban Vega La-Rotta.

Aunque son 74 comuneros, en total son más de 300 personas las beneficiadas con esta hacienda. “Hoy más que nunca necesitamos garantizar que la gente y su entorno más cercano tenga comida, necesitamos autonomía alimentaria”, señala Banguero y aclara que para lograrlo es importante el cumplimiento de los acuerdos de paz. “Queremos contribuir a la paz, porque esta no se construye si no hay armonía y gente trabajadora en los territorios”, añade.

Un destino con potencial

Ante el valor histórico y ambiental que tiene la Hacienda Pilamo, los comuneros trabajan para garantizar que el espacio se pueda convertir en un destino donde estudiantes, investigadores y la comunidad interesada se acerquen. “Desde el momento que se llega a Pilamo se respira y escucha diferente, este es un proyecto de paz. Tenemos bosques, reservas naturales, pasa un río, el terreno limita con las comunidades indígenas de Carrizal y López, es un mini paraíso que debemos proteger”, afirma Marín.

De ese potencial es consciente Elmer Abonia, alcalde de Guachené. “Tenemos que trabajar en la infraestructura turística porque este municipio es un punto de encuentro para las personas que vienen de municipios cercanos”.

Además de Pilamo, Guachené también cuenta con otros atractivos turísticos como el río Palo, en el que se congregan locales y visitantes durante los días festivos y a final de año. También está el Carnaval del Agua, que en 2020 disfrutaron más de 20 mil personas. Así mismo, ha aumentado el interés por conocer el Museo de la Fundación Yerry Mina. “Queremos capitalizar ese turismo para garantizar competitividad y generación de ingresos”, concluye Abonia.

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