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La increíble historia detrás del documental “RENJIFO, el científico colombiano que capturó la biodiversidad”, que estrena este domingo Señal Colombia
Equipado con una cámara fotográfica, un gancho para serpientes, un machete y unas bolsas de tela que cargaba en un morral, el biólogo colombiano recorrió todo el país para atrapar culebras y lograr producir un suero antiofídico polivalente. Durante sus viajes tomó más de 85 mil imágenes de especies de flora y fauna que hoy forman parte de una colección del Banco de la República.
Un importante capítulo de la historia de la ciencia en Colombia se escribe en una hacienda en Funza, Cundinamarca, a no más de 25 kilómetros de Bogotá. Aquí, desde hace veinte años, vive junto a su esposa Patricia el biólogo Juan Manuel Renjifo, hijo del reconocido médico y salubrista bugueño Santiago Renfijo, exministro de Salud y cofundador de la Escuela de Medicina de la Universidad del Valle. ‘Renjifo’, el pico más alto de La Macarena, se llama así en honor al galeno que participó en la primera expedición a la sierra. De hecho, a su cargo estuvo el primer decreto para convertirla en Parque Nacional.
Hasta la casa de Juan Manuel llegó el equipo de producción de Señal Colombia para rodar el documental “RENJIFO, el científico colombiano que capturó la biodiversidad”, que se estrena este domindo 16 de abril, a las 8:30 de la noche. “Yo ya vi los elefantes, vi los tigres, los leones, los vi en su entorno natural. Por lo menos tuve esa oportunidad. Hay especies de las que tengo fotografías, que ya no existen”, le contó el biólogo a los productores.
SEMANA también conversó con Renjifo sobre su increíble historia cuando inició la producción de suero antiofídico contra la mordida de culebra en el país.
El interés del doctor Renjifo por estudiar enfermedades como la malaria, la fiebre amarilla y el chagas determinaron los primeros años de vida de Juan Manuel. A los 44 días de nacido ya estaba en Villavicencio, donde su papá ejerció como el primer director del Instituto de Enfermedades Tropicales Roberto Franco. Su niñez y adolescencia transcurrieron rodeado de ratones, curies y conejos. “A los 6 años, cuando vivíamos en Cali, íbamos a buscar peces en el Anchicanyá para sus acuarios y a los 8 o 9 años me tomaron mi primera fotografía junto a una culebra”. El biólogo rememora con orgullo cada logro de su padre y reconoce que aunque por un camino distinto de la ciencia, su trabajo fue determinante para conectarse con la naturaleza.
Lo suyo fueron las culebras, “más bien, toda clase de bichos”, precisa Juan Manuel, quien se toma el tiempo para mostrarnos portadas de libros, publicaciones especializadas, fotografías y cráneos de serpientes mientras avanza con los detalles su historia. El relato transcurre entre un coro de grillos que el biólogo de 72 años cría dentro de la finca, para tener luego como alimentar a los pájaros.
Ir tras las serpientes es lo que le ha ocupado gran parte de su vida, en especial, luego de que el Instituto Nacional de Salud, donde se inició como auxiliar de laboratorio, le encargó la producción del suero antiofídico contra la mordida de culebra. A esta tarea dedicó más de 30 años de su vida, desde 1975 que se produjo el primer lote. “Fueron dos mil frascos de polivalente y mil doscientos de monovalente; desde entonces nunca han parado. La producción se elevó a más de 10 mil”.
Conseguir la mayor cantidad de especies en las diferentes regiones se convirtió en el mayor desafío, “porque teníamos que hacer un suero polivalente, que sirviera para todo el territorio. Tratándose de serpientes, los sueros son regionales, es decir, los venenos son muy específicos y varían de acuerdo a la altura, la especie y la subespecie. Entonces estos sueros tienen que prepararse en el mismo país para que tengan mayor efectividad”, precisa Renjifo.
Llamar por teléfono a pedir apoyo para que le enviaran las culebras al instituto no era una alternativa. “Me hubiesen tildado de loco”, dice. Así que decidió recorrer todo el país hasta encontrarlas. “Literalmente caminé todas las regiones durante 30 años: el Vaupés, el Apaporis, Caquetá; para llegar a la punta de Dibulla recuerdo que atravesé los desiertos durante ocho días a pie. Las encontré y las trasladé vivas hasta al serpentario”.
Igual pensaron que había perdido la cabeza cuando decidió explorar territorios con presencia de grupos armados. “Yo nunca tuve problemas. Notificaba a la policía sobre la expedición, visitaba al cura del pueblo y conseguía a un baquiano que me acompañara al monte. Salía a las 5 de la tarde y regresaba a las 2 de la mañana con las culebras. Además viajaba con una sábana y un proyector para ofrecer charlas sobre el accidente ofídico a donde llegaba” comenta.
En tres décadas jamás lo mordió una especie venenosa, pero conoce muy bien de las magnitudes que puede alcanzar el dolor y de los distintos efectos del veneno dependiendo de la especie. Por eso, antes que el suero, cree que lo importante es la prevención.
Fotógrafo por naturaleza
Sus inicios en la fotografía fueron como aficionado; tomaba imágenes en blanco y negro con cierta regularidad, pero cuando comenzó a hacer trabajo de campo se convirtió en una necesidad. “Cuando uno coge un bicho para clasificar escribe en una libreta el color, el tamaño, todas esas cosas; pero yo no soy bueno para dibujar, sacaba fotos. Así que me tocó aprender fotografía”.
Cuando salía en busca de culebras, regresaba con cien rollos fotográficos para revelar. Entre sus equipos, atesora la cámara Linhof de formato medio que tiene desde hace unos 20 años y que ahora comparte espacio en su estudio con modelos de última generación. “Es toda manual, tiene un lente Voigtlander, que fue construido en Alemania antes de la Segunda Guerra Mundial”. Su interés por la fotografía fue creciendo junto a su portafolio de la biodiversidad colombiana. Adicionalmente, hubo un auge de las colecciones biológicas en el país, “por eso los ejemplares que capturaba, además de fotografiarlos, los llevaba la Universidad Nacional. Todo pasaba a ser parte de un documento científico”.
Hace tres años llegó hasta el estudio de su finca en Cundinamarca María Belén Sáez, la directora del Museo de Arte de la Universidad Nacional de Colombia. Le manifestó a Renjifo su interés de incluir algunas de sus fotos en la exposición El Origen de la Noche, sobre la Amazonia. “Yo tengo una que otra foto”, le respondió él, con la idea de buscar en los seis archivadores donde resguardaba en físico las imágenes hechas en casi cuatro décadas. Cuando Sáez se percató del amplio portafolio con el que contaba el biólogo le pidió 4 mil imágenes, que él logró organizar en cuatros meses. Al final compiló 14 mil fotografías. “Las quiero todas”, le dijo Sáez.
Durante la exposición, Natalia Ruíz, quien era directora de la Red de Bibliotecas del Banco de la República, y de su institución líder, la Biblioteca Luis Ángel Arango, le expresó a Renjifo el interés de adquirir toda su colección de imágenes. El cambio de Gobierno en 2018 y de nuevas autoridades en la institución no los hizo desistir en su idea y compraron las 85 mil fotografías del archivo del biólogo (1974-2013), que más que una serie es un amplio estudio de la biodiversidad del país.
El legado
Al igual que él, su hija María Camila Renjifo creció rodeada de naturaleza. Cuando en el colegio le preguntaban a los niños por las mascotas que tenían en casa, ella hablaba de las culebras y ranas con las que convivía. “Era lo normal, esta finca además queda muy cerca de un humedal, pero sus compañeros no le creían”. En esa época, la familia atendía además un hogar de paso, donde llegaron a tener un águila arpía y hasta un cóndor. “El Instituto Nacional de los Recursos Naturales Renovables y del Ambiente (lnderena) me traía especies para su resguardo, antes de su proceso de liberación”, comenta.
En uno de los cumpleaños de Camila organizaron una fiesta a la que invitaron a todo el curso para demostrar que la niña decía la verdad. “Traje ratones, curies, hamster, águilas, tortugas, lagartos, grillos y culebras para un galpón que habilitamos en la finca para la celebración”. Cuando cumplió 17 años, Renjifo honró el interés de su hija dándole su nombre a una especie que descubrió en 2003 en la Central Hidroeléctrica Urrá, en Córdoba: la Micrurus camilae, mejor conocida como la serpiente coral.
Ahora Camila es bióloga como su padre y consiguió una beca para obtener su PhD en la Universidad de Liverpool, Inglaterra, centro de referencia de venenos y antivenenos de la Organización Mundial de la Salud. Al culminar decidió regresar impulsada por el sentimiento de amor que desde niña le inoculó su padre por Colombia. “Cuando nació, su papá y su mamá le regalamos un país y ella lo entendió muy bien”.
*Periodista.
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