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Los colombianos que desafiaron la guerra y la pobreza para brillar en el fútbol mundial
La Selección Colombia es hoy símbolo de identidad y unión nacional, un sentimiento que afloró en la década de los noventa con la clasificación a una Copa del Mundo después de 68 años. Un esfuerzo que inspira a cientos de niños y jóvenes de municipios apartados.
Desde muy pequeño Juan Guillermo Cuadrado aprendió a esconderse debajo de la cama cada vez que comenzaba el sonido de las balas. En ese entonces, Necoclí, el municipio antioqueño donde nació, era uno de los epicentros de los enfrentamientos entre la guerrilla y los paramilitares. Un día de 1992, cuando por fin todo quedó en silencio, Marcela Bello, su madre, encontró a su esposo tendido en el suelo. Una bala perdida le robó la posibilidad a Cuadrado de crecer junto con sus dos padres.
Desde entonces, la vida de la familia cambió para siempre. Marcela tuvo que irse a Apartadó, donde trabajó en una finca bananera durante jornadas extenuantes después de las cuales se ponía a estudiar para terminar el bachillerato. Con mucho esfuerzo logró pagarle a su hijo una escuela de fútbol. “Yo sí sabía que él jugaba mucho, porque todos me lo decían. ¿Pero quién puede predecir el futuro? Era un tiempo muy difícil”, recuerda.
Decidieron regresar a Necoclí porque la violencia comenzó a acercarse de nuevo, pero el entrenador de Juan Guillermo la buscó para pedirle que le permitiera a su niño quedarse con él en Apartadó y así seguir formándose como futbolista. “Ahorita todos hablan de Cuadrado, pero no saben cuánto fue mi sufrimiento cuando me tocó tomar la decisión de dejarlo ir. Fue privarme del tiempo más precioso que una madre puede compartir con un hijo. Pero hoy veo reflejado todos esos esfuerzos, viendo un hijo que le da tanta satisfacción al pueblo colombiano”, afirma.
Las historias de jugadores como Cuadrado, Dávinson Sánchez y Yerry Mina, entre otros, son el reflejo de una sociedad desigual, en la que sobra talento pero faltan oportunidades. Hoy, sin embargo, ese esfuerzo de mujeres como Marcela se ve reflejado en una Selección Colombia que se ha convertido en símbolo de identidad y unidad nacional. El periodista deportivo Nicolás Samper explica que ese sentimiento comenzó a aflorar en la década de los noventa cuando después de 28 años, Colombia clasificó a su segunda copa mundial en medio de un convulsionado momento político y de mucha violencia. Habían asesinado a Luis Carlos Galán, a Bernardo Jaramillo y a Carlos Pizarro. Explotaban bombas y el karma del narcotráfico seguía creciendo. “Mucho se habla de que el fútbol es un distractor, y sí, lo es. Pero en ese momento era algo a lo cual aferrarse. Que al menos el fútbol nos dé algo de la sonrisa que nos quitaban los carros bomba a diario”, explica.
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Un sentimiento similar surgió durante la Copa América de 2001, que finalmente se jugó en Colombia. En los meses previos al torneo explotaron bombas en Bogotá, Medellín y Cali, y el vicepresidente de la Federación Colombiana de Fútbol fue secuestrado. Como resultado, las selecciones de Argentina y Canadá se negaron a asistir. El país se la jugó por evitar que le quitaran la sede del campeonato. “Y la gente, al sentirse paria quiso convertir esa copa en una demostración de que podemos hacer las cosas”.
El resultado fue la primera victoria de la selección en un torneo internacional. “A medida que se iba desarrollando la copa uno veía noticias y en cuestión de seguridad todos esos índices mejoraron mucho”, rememora Juan Carlos Ramírez, uno de los jugadores de la selección que obtuvo el título.
Este año, en la Copa América que se juega en Brasil, la tricolor ha evidenciado nuevamente su capacidad de unirnos como país en medio de un escenario difícil por la pandemia y las movilizaciones sociales. Aunque se perdió la sede, sus jugadores han demostrado en la cancha que le ganaron a la adversidad y a pesar del olvido al que están condenados muchos de los municipios de los que vienen, de la ausencia de oportunidades, se superaron y hoy inspiran a cientos de niños y jóvenes que tienen en un balón la posibilidad de hacerles el quite a la pobreza y a la delincuencia.
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