Cultura
Los guardianes de la técnica del barniz de Pasto, Patrimonio Cultural e Inmaterial de la Humanidad
Gilberto Granja y su hijo Óscar llevan trabajando juntos más de 10 años en este oficio que viene desde la época de la colonia. Junto a ellos otros 34 talleres en la capital de Nariño se dedican a preservar esta tradición.
Óscar Granja dejó sus estudios en Bogotá para volver a San Juan de Pasto con el propósito de aportar a la preservación de la tradición de los artesanos en el territorio y apoyar a su padre, quien ha dedicado su vida a este oficio. Allí, don Gilberto Granja conserva un taller donde trabaja la técnica del barniz de Pasto, propia de esta región del sur de Colombia, declarada Patrimonio Cultural Inmaterial de la Humanidad por la Unesco, el 15 de diciembre de 2020.
“Todo inició en el momento que el investigador Álvaro José Gómez Jurado empezó a conocer los más de 30 talleres que se dedican a este arte en el casco urbano de Pasto. De allí salió su tesis de maestría, acogida por el departamento para declarar esta técnica como Patrimonio Inmaterial Cultural del Departamento en el 2014”, señala Granja. Con este documento, la Fundación Mundo Espiral, la Secretaría de Cultura del municipio y la dirección administrativa de Cultura del departamento, postularon ante el Consejo Nacional de Patrimonio esta técnica; ese mismo expediente lo presentó el Ministerio de Cultura ante la Unesco.
Así fue como el Comité Intergubernamental de Patrimonio Cultural Inmaterial de la Unesco reconoció los conocimientos y técnicas tradicionales asociados al barniz de Pasto como una fuente de identidad para las comunidades que lo practican. “Aquí no solo se declaró el oficio, también las técnicas y conocimientos tradicionales que se asocian este, como la carpintería, ebanistería y tallado en madera, realizado en el Departamento de Nariño y el barnizado decorativo, en la ciudad de Pasto”, comenta Granja.
Más de 50 años en el oficio
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Don Gilberto Granja aprendió desde muy joven la técnica en el barrio Obrero, en Pasto. “Había varios talleres, entonces en su búsqueda de un trabajo para subsistir pidió trabajo en el de la maestra Rosa Mejía”, comenta su hijo Óscar. Después de tres años, emprendió su propio camino y montó un taller. “Desde ese momento hasta hoy, ya lleva más de 57 años trabajando en el oficio”, añade.
Óscar aprendió muy joven la técnica para honrar el oficio de su padre. “El primer recuerdo que tengo de niño es estar en el taller haciendo alguna tarea con una lija sobre un tablero de madera”, comenta. Pasar una buena parte del tiempo de su infancia allí, facilitó la transmisión del conocimiento de manera directa y natural. “Aunque yo trabajaba durante las vacaciones en el taller, no me sentía muy cómodo; además mi papá y mi mamá me decían que yo no debía ser artesano”, cuenta. Luego de terminar el bachillerato dejó Pasto para estudiar arquitectura en Bogotá, una aventura que duró muy poco.
“En el 2007 cuando mi papá vino a Expoartesanías, una señora le preguntó si él le había enseñado a alguien, a lo que respondió: ‘Sí, a mis hijos, pero ellos están dedicados a otras actividades’’', recuerda Óscar, para quien el episodio resultó una revelación. Dos años después regresó a Pasto.
Siglos de tradición
La técnica del barniz de Pasto es un oficio artesanal único en el mundo, de origen precolombino. Varias crónicas de la conquista evidencian que los habitantes de la región de Timaná, Huila y Mocoa, Putumayo, usaban el mopa mopa. “La teoría del maestro Álvaro Gómez Jurado es que en la época de la colonia los españoles traían a Pasto a los artesanos que trabajaban en estas poblaciones, porque era un paso obligado entre Popayán y Quito, de igual manera entre la Sierra y la Costa Pacífica”, comenta Óscar para explicar que así fue como se asentó y consolidó el oficio en la ciudad.
Con el paso de los años la tradición se empezó a transmitir al interior de las familias, aunque se especula que hubo un momento en el cual se rompió la cadena del conocimiento. “Hay artesanías del siglo XVI decoradas con barniz de pasto, con varios colores y diseños de fauna, flora y castillos. Sin embargo, en algún momento se perdió el conocimiento de la aplicación de color”, señala Óscar.
Desde entonces los artesanos se dedicaron a trabajar en dos colores y las ‘momias’ se convirtieron en el principal tema de decoración; hacían referencia a los monolitos de San Agustín y eran decoradas sobre platos, mesas, cofres, bandejas, entre otros. En los años 70, Artesanías de Colombia, junto a pintores como Carlos Rojas y Carlos Baquero, les propuso a estos artesanos usar colores diferentes al blanco y negro, además de diversificar los diseños.
Así empezaron a utilizar anilinas y purpurinas para ampliar la paleta de colores y los diseños variaron con paisajes, flores y rostros. “Esto se popularizó gracias a la labor de un alemán llamado Walter Kanh, quien se dedicó a comercializar en Colombia las artesanías de Pasto y también las exportaba”, comenta Óscar.
La técnica
El Barniz de Pasto consiste en la transformación del cogollo de la hoja del árbol mopa mopa, que se da en el piedemonte amazónico, principalmente en los alrededores de Mocoa. Estos cogollos son una especie de goma o resina, que al irse juntando se va pegando y formando un bloque.
Óscar explica que los cosechadores se adentran en la selva, especialmente en las épocas de lluvia, forman bloques de un kilo y lo envían a Pasto, donde conservan el material en neveras. “En el taller se consumen al año entre dos y tres kilos, porque este material rinde mucho y el desperdicio es mínimo”, señala.
Para prepararlo, lo fragmentan y sumergen en agua caliente, así se hace elástico y maleable. “Este se deja manejar unos cinco minutos, antes de que se vuelva de nuevo duro, por eso hay que estarlo sumergiendo constantemente en agua caliente”, explica Óscar y añade que en todo el proceso utilizan las manos, porque si lo hicieran con herramienta se pegaría a esta.
Una vez le han retirado las impurezas más grandes, una labor que puede durar hasta un día, lo majan con una maceta de hierro sobre un yunque, alrededor de unas 10 o 12 veces. Después lo ubican sobre una superficie áspera, para que las impurezas más pequeñas se queden allí. “El material queda de un color verde oliva, producido por la clorofila de las hojas, ahí es cuando se adicionan las diferentes anilinas y purpurinas en polvo”, comenta Óscar.
Cuando se logra el color deseado, sumergen el material en agua caliente, los amasa un poco y al estar en un punto templado de temperatura, lo estiran entre dos personas. Como resultado, se forma una especie de tela con la cual se hace el decorado sobre los artículos en madera: jarrones, platos, bomboneras circulares, joyeros, entre otros. “Una vez se completa todo el proceso se aplica calor sobre el artículo para que el mopa mopa quede totalmente adherido y por último le aplicamos una capa de laca mate o brillante”, añade.
Hoy en día al menos 35 talleres se dedican a preservar esta técnica, y fue una de las razones que contribuyó a que la declaratoria contemplara su inclusión en la Lista de Patrimonio Cultural Inmaterial, bajo medidas urgentes de salvaguardia. Según la Unesco, esta práctica se ve amenazada por factores como los procesos de desarrollo y globalización que crean alternativas más rentables para los jóvenes de la región, la escasez del mopa en los bosques debido a la deforestación y al cambio climático.
“Con la declaración lo que tenemos es una responsabilidad muy grande de preservar esta técnica”, expresa Óscar, quien asegura que lo más complejo siempre ha sido la comercialización. “Nuestro fuerte es saber hacer las cosas con las manos. Sin embargo, el avance del comercio electrónico y el reconocimiento de mi papá nos ha permitido fidelizar clientes y llegar mucho más lejos”.
Fieles a la premisa de que el oficio no solo pertenece a los artesanos, sino a toda la humanidad, el taller de los Granja abre sus puertas a todo el que quiera aprender, con el fin de legar la tradición a nuevas generaciones, “Así las personas no se queden en el oficio, aquí podrán llegar, de igual forma realizamos talleres particulares con la Fundación Mundo Espiral y el Banco de la República. Allí hemos notado el interés de muchas personas jóvenes”, concluye Óscar.
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