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Diez años sin García Márquez: la huella eterna del Nobel y su vínculo con Sucre
Aquí nacieron su papá y sus abuelos, conoció a su esposa Mercedes y se inspiró para escribir varios de sus libros.
En el parque de Sincé, un municipio ubicado a unos 30 kilómetros de Sincelejo, capital de Sucre, hay una estatua de Gabriel García Márquez que recuerda que aquí también vivió durante cerca de un año, cuando era niño.
La imagen reposa sobre un banco de la plaza, que está ubicada al frente de la casa del balcón corrido, que hoy es orgullo de los sinceanos. “Todavía existe, en las mismas condiciones en las que ellos la vivieron en los años 30, y así lo escribió de forma muy poética en sus memorias”, precisó el investigador Frank Acuña Castellar, especialista en la ruta garciamarquiana de Sucre.
“Tomamos en alquiler una casa enorme en la mejor esquina de la población, con dos pisos y un balcón corrido sobre la plaza, por cuyos dormitorios cantaba toda la noche el fantasma invisible de un alcaraván”, escribió García Márquez sobre esta propiedad donde vivió en Sincé, en su autobiografía Vivir para contarla.
La casa hace parte de la ruta garciamarquiana, que los sucreños quieren se siga consolidando en el departamento, porque hoy se concentra en Magdalena, Barranquilla, Bolívar y Zipaquirá, en donde también vivió el nobel.
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En Sucre, los expertos que han estudiado su vida y obra, así como sus biógrafos más acreditados, coinciden en la influencia que tuvo para su desarrollo creativo su paso por los municipios de Sincé y Sucre-Sucre.
Sangre sucreña
Gabriel Eligio García, papá de García Márquez, nació en Sincé, así como su abuelo, Gabriel Martínez Garrido, y una buena parte de sus parientes. A esto se debe que de Aracataca, Magdalena, se hayan mudado a este municipio donde el escritor pasó unos meses de su niñez cuando tenía 8 años. A su influencia de la estirpe paterna, investigadores y ‘gabólogos’ han vinculado su espíritu creativo y soñador.
En su novela Vivir para contarla, García Márquez relató la memoria de sus años de infancia y juventud, dijo que viajar a Sincé fue “una nueva escuela de vida, con una cultura tan diferente de la nuestra (Aracataca) que parecían ser de dos planetas distintos”.
En el texto contó que en ese municipio visitó huertas vecinas, aprendió a montar en burro, a ordeñar vacas, a capar terneros, a armar trampas de codornices y a pescar con anzuelo.
De acuerdo con Acuña, autor del texto Los 10 hitos de García Márquez en Sucre, Sincé significó para él una forma de libertad.
“Más bien de libertad absoluta, el descubrimiento del mundo que Mina, refiriéndose a la abuela materna, mantuvo vedado en Aracataca. Como lo relató en sus memorias, Gabo interpretó la novedad, los primos de colores distintos, los parientes de apellidos raros, que hablaban en jergas diversas como otro modo de querer, y eso es hermoso. Hay que recordar, y enseñarles a nuevas generaciones, que esa maravilla, lo que yo llamo la reconfiguración del mundo de Gabo, ocurrió en nuestra Sucre querida”, precisó Acuña.
De su primera visita a Sincé, por ejemplo, García Márquez atesoró los mangos que probó del árbol del patio del abuelo, que vendía por un centavo. Esta experiencia, así como las vividas en otros destinos de Sucre, alimentaron el imaginario, que, años más tarde, daría lugar a obras reconocidas como fundamentales para la literatura en lengua española del siglo XX.
“Gabo hizo un periplo en La Mojana, en las corralejas, que le permitió mirar muchas escenas que nunca antes había visto. La cultura, la música, la cotidianidad, las tradiciones en general, las leyendas, lo influenciaron. Es claro que la referencia de las berenjenas en El amor en los tiempos del cólera está asociada a la gastronomía de la región, así como las alusiones territoriales que plasma en Crónica de una muerte anunciada o El coronel no tiene quien le escriba”, detalló Acuña.
También se inspiró en la región cuando escribió en 1954: “El fantasma de Sincelejo es convincente: un niño escuálido, decapitado, como corresponde a un descendiente directo del jinete sin cabeza, y al parecer muy desnutrido. Cuando no está en los puros huesos, la obligación de un buen fantasma es manifestar a simple vista una desnutrición sobrenatural que impida confundirlo con un noctámbulo deambulante de la ciudad”, texto que hace parte de la columna “Hay que cuidar a los fantasmas”, que publicó ese año en El Espectador.
Para Acuña, una de las evidencias de la influencia del Caribe sucreño en la obra de García Márquez tiene que ver con la hipérbole. “Aquí uno ve un viaje de ganado –por ejemplo, 200 novillos–, pero nosotros seguro decimos que eran como 2.000. Eso es muy del Caribe profundo. Tendemos a ser exageradísimos. Eso Gabo lo captó y transfiguró literalmente de una manera magistral”.
‘Los de Sucre’
En la actual Mojana sucreña, específicamente en Sucre, el autor de En agosto nos vemos vivió 12 años, entre idas y vueltas desde Barranquilla y Zipaquirá. Sin embargo, de acuerdo con Acuña, Sucre siempre se cruzó en el camino del nobel a través de un grupo de personas, conocido informalmente como ‘los de Sucre’, que impactaron la vida del literato.
“Se trata de un grupo de sucreños clave para Gabo en distintos momentos de su vida. Por ejemplo, su primer corrector de estilo, Jorge Álvaro Espinoza, a quien él llamaba ‘navaja crítica’, y con quien compartía pensión en la calle Florián de Bogotá, era de Sincé. De hecho, fue quien le recomendó leer el Ulises de James Joyce”, recordó Acuña.
En un buque en el Caribe, que partía desde Magangué, conoció al sincelejano Adolfo Gómez Támara, quien para ese año, 1947, era el director de becas del Ministerio de Educación y le sugirió beneficiarse de una ayuda académica en el Liceo Nacional de Varones de Zipaquirá. Más adelante, cuando era estudiante de derecho en la Universidad Nacional, coincidió con su primo Carlos H. Pareja, también de Sincé, quien era dueño de la Librería Colombia, una de las más importantes del país, para esa época, detalló el ‘gabólogo’.
También fue un sucreño quien contribuyó a estimular la escritura creativa de García Márquez cuando le prestó La metamorfosis, de Franz Kafka, y en Cartagena se reencontró con Héctor Rojas Herazo, oriundo de Tolú, quien fue su maestro de escuela en Barranquilla, y años más tarde su compañero y mentor en El Universal, cuando inició su vida periodística.
De hecho, en Sucre fue donde conoció a su esposa Mercedes, y así se cuenta en el libro El olor de la guayaba, de Plinio Apuleyo Mendoza. Además, su suegro era de Corozal.
“A Mercedes la conocí en Sucre, en un pueblo del interior de la Costa Caribe, donde vivieron nuestras familias durante varios años, y donde ella y yo pasábamos nuestras vacaciones. Su padre y el mío eran amigos desde la juventud. Un día, en un baile de estudiantes, y cuando ella tenía solo 13 años, le pedí sin más vueltas que se casara conmigo”, le respondió García Márquez a Apuleyo cuando le preguntó sobre el amor de su vida.
“Cada detalle merece ser visibilizado, para que la gente comprenda la influencia del territorio y nuestra gente en la vida y obra de Gabriel García Márquez, y esto estimule el turismo y se traduzca en una vida más próspera para la región”, advirtió Acuña.
La propuesta es que la ruta garciamarquiana departamental, además de Sucre-Sucre, incluya a Tolú, Caimito, Sincelejo, Sincé y Corozal.