Entrevista
“Mi libro es un canto de amor a Gabo y a mis amigos”: Guillermo Angulo
Uno de los amigos más cercanos de García Márquez describe en su nueva obra, Gabo+8, anécdotas íntimas de la vida del Nobel y de otros grandes de la literatura colombiana. En entrevista con SEMANA revive algunas de ellas.
“Soy un jardinero que escribe”. Así se define Guillermo Angulo a sus 93 años. Ha sido fotógrafo, cineasta, periodista y diplomático, pero hoy se dedica a cultivar orquídeas. Sin embargo, aprovechó la cuarentena para concluir una tarea pendiente: escribir un libro sobre Gabo, su amigo entrañable y, de paso, recordar las proezas de una generación de ocho intelectuales que revolucionaron la cultura en Colombia a mediados del siglo XX.
Al Nobel lo conoció un día de 1957 en París, cuando tenían de todo menos dinero. Desde entonces los unió el amor al cine, las reuniones con amigos, la capacidad de observación y un cariño profundo. La historia de su amistad quedó plasmada en Gabo+8, un libro que Angulo describe como “familiar”, pues su hijo mayor lo mantuvo mientras lo redactaba y el menor se encargó del diseño de la publicación. “Lo único que me tocó hacer fue escribirlo”, dice el autor.
Y para hacerlo, echó mano de una memoria envidiable, con la que revive conversaciones que datan de hace más de 60 años. Curiosamente, el libro arranca con la historia de la muerte de García Márquez y con la pérdida de su valiosa memoria.
SEMANA: ¿Por qué decide empezar por el final de García Márquez y por sus problemas de memoria?
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GUILLERMO ANGULO: El tema del Alzheimer tiene dos razones. Primero, es la enfermedad con la que murió Gabo. Segundo, es la enfermedad que padece Vanna, mi mujer. El libro está dedicado a Vanna, en su laberinto. Ese capítulo, para mí, es el más importante del libro, porque resulta que un neurólogo colombiano, el doctor Javier Lopera, descubrió, leyendo Cien años de soledad, que allí había un tema científico. Gabo habla de que en Macondo hay una peste del sueño y luego una peste de la memoria, y muchos años después de que él escribiera eso se descubrió la relación entre el sueño y el Alzheimer. Yo no sé si Gabo lo sabía o lo intuyó, pero lo que es interesante de esto es que 30 años después de que se publicó la novela, un médico americano,Prusiner, hizo ese descubrimiento y se ganó un premio Nobel. O sea que hubo una complicidad, sin saberlo, de Nobel a Nobel.
SEMANA: Usted dice en el libro que Gabo llevaba 10 años muriéndose...
G.A.: Es que es así, una muerte lenta. La vida es tener memoria. El doctor Lopera dice que lo bueno es que lo último que se pierde es la sonrisa, y es cierto. Mi mujer a veces no me reconoce y me pregunta: “¿Y usted quién es?” Y yo hago como que la regaño y le respondo: “¿Y usted está durmiendo con un desconocido?” Ella se sonríe y me dice “Angulo”. Me reconoce. Lo mismo pasó con Gabo. Un día estaba en su casa y la Gaba me estaba dando un bastón muy lindo, que todavía tengo, y él le dijo: “Ajá, Mercedes, ¿le estás regalando mis bastones a Anguleto? (así me decía él)”. Pero lo dijo con una sonrisa de aprobación. Al año siguiente volví a su casa, ya no se acordaba de mi nombre, pero me trataba con cariño. Yo le propuse que saliéramos al jardín para hacerle unas fotos y me preguntó: “¿Cuánto me pagas?” y yo le dije: “No, el fotógrafo soy yo, tú me tienes que pagar a mí”. Se volvió a reír y se fue conmigo a hacer las fotos. Una de ellas es la que está en la portada del libro.
SEMANA: Y justo usted tiene una memoria prodigiosa. ¿Anotaba algunas de las conversaciones y anécdotas que aparecen en el libro o son recuerdos?
G.A.: Yo no anoto nada. Primero, porque no pensaba hacer un libro sobre esto. Yo no soy escritor. Yo soy un jardinero que escribe. Además, no tengo inventiva. El único cuento que he escrito, todo el mundo me ha dicho que es muy malo y es porque es inventado.
SEMANA: ¿Qué anécdota usaría para describir a Gabo, el amigo?
G.A.: Resulta que cuando él se ganó el Nobel nos había invitado a su casa. Llegamos al aeropuerto y les dije a los compañeros que iban conmigo, que eran Fernando Gómez Agudelo y su señora: “Gabo nos había dicho que nos esperaba en el aeropuerto y no va a poder estar, le acaban de dar la noticia del Nobel”. Cuando llegamos, ahí estaba. Y le dije “Gabo, pero tú con tantos compromisos y vienes a buscarnos”, y me dijo: “Para mis amigos, el Nobel no me va a cambiar en nada”. Y eso fue cierto.
SEMANA: En su libro le hace un par de críticas...
G.A.: Es que esta no es una biografía porque las biografías, como deben ser, son exhaustivas sobre la persona, y los míos son momentos de convivencia. Y no es una hagiografía porque quiero darme el lujo de hablar mal de mi amigo, como cuando digo que no era buen reportero. A él lo mandaron al Chocó a hacer un reportaje sobre unas manifestaciones que se estaban haciendo porque iban a anexar el Chocó a tres departamentos limítrofes. Cuando Gabo llegó, eso había pasado hacía ocho días. Ya no había nadie en las calles. ¿Y entonces qué hace? Con el representante del periódico en el Chocó, fabrican una manifestación y hablan de ella como si estuviera pasando.
SEMANA: Hay un capítulo que se llama Gabo supersticioso. ¿En qué se evidenciaba ese rasgo de su personalidad?
G.A.: Yo no tengo ninguna superstición y aprendí lo que eran, que en Venezuela llaman la pava, con él. Un día en un restaurante en París me pidió la sal. Se la iba a pasar a las manos y él las retiró como si le estuviera pasando un cenicero de hierro candente, y me señaló la mesa con el dedo sin decirme nada. Después le pregunté y me dijo: “Todo lo que viene del mar es salado y trae mala suerte”. Él cuenta que cuando llegó a la casa de Neruda en Isla Negra, Chile, se dio cuenta de que todo venía del mar, estaba llena de conchas y había, incluso, un caballo de mar disecado en la mitad de la sala. Luego me contó: “Había tal cantidad de cosas pavosas que era como una antipava. Y después de que murió Neruda, volví. Pero volví porque averigüé que había muerto en el hospital. Si hubiera muerto en Isla Negra, yo no hubiera entrado, pero entré y escribí sobre la pared: ‘Confieso que he venido’’'.
SEMANA: ¿A qué más le tenía miedo García Márquez?
G.A.: Él tenía un sueño recurrente: de pronto se despertaba sudando, Gaba no estaba al lado y tocaban la puerta con insistencia y él se levantaba a abrir furioso. En la puerta había un tipo y Gabo le decía: “¿Y usted qué quiere?”, y él otro le respondía: “Vengo por los originales de mi novela: Cien años de soledad”. En eso Gaba le dice: “Ajá, Gabito, ¿te volviste sonámbulo?”. Esa historia seguramente es inventada, pero no por mí sino por Gabo.
SEMANA: Hay otro capítulo que se llama Gabo latin lover...
G.A.: Esas son unas cosas que no debí haber contado, pero como soy indiscreto, las conté. Hay una historia muy bonita. Gabo tenía una amante que fue muy bella, muy conocida como modelo, y le avisa a Gabo de su llegada. Ese aviso también salió en los periódicos. Entonces el amante verdadero de esa muchacha le dijo: “Voy mañana a las 8 de la mañana a visitarte”. Y ella llama a Gabo y le dice que no se van a poder ver porque su amigo va a ir al siguiente día a verla. Gabo le dice “no, vente que yo te mando con mi chofer a las 6 de la mañana”. Al otro día ella madrugó y le dijo al chofer en el camino que por favor le comprara El Tiempo y El Espectador. Llegó a su casa, se puso la pijama y se metió en la cama a leer los periódicos. A las 8 en punto llegó su amante y ahí la encontró leyendo. Perfecto. Pero 10 minutos más tarde entra la muchacha del servicio con el desayuno para los dos y con El Tiempo y El Espectador. Gabo, cuando me contó esto, me dijo: “La conclusión es la siguiente: es imposible mentir”.
SEMANA: Gabo pensaba que cuando él se muriera lo iban a olvidar como al escritor José María Vargas Vila...
G.A.: Él tenía una gran admiración por el éxito de Vargas Vila porque era el único colombiano que podía vivir de la venta de sus libros. Me dijo: “Yo creo que, como él, cuando yo me muera, se van a olvidar de mí. Y cómo él, yo voy a morir en Barcelona”. Se equivocó.
SEMANA: Pero con este libro uno siente que García Márquez está más vivo que nunca...
G.A.: Este libro es un canto de amor a él y a mis amigos, porque el libro tiene otras ocho personas principales. Lo que quiero decir es que no solo existió Gabo. Gabo era una personalidad particular, un poco fuera de serie aquí y en cualquier parte, pero aquí hubo grandes escritores contemporáneos, que en un momento dado, desde la Revista Mito, le abrieron las puertas del país a lo que era la intelectualidad moderna en ese tiempo. Ellos, por primera vez, publicaron a Borges cuando nadie lo conocía.