Opinión
Proteger los espacios públicos como bienes sagrados
Varias ciudades colombianas apuestan por recibir a los extranjeros. Sin embargo, los gobernantes tienen el desafío de conservar los valores culturales y el sentido de pertenencia por el territorio.
Los pensamientos, ideas, gustos y valores que tienen los humanos y que -de una u otra manera- representan a una parte de la sociedad se construyen con el paso de los años, a través de las enseñanzas que se trasmiten en la comunidad que integran y, principalmente, con la educación.
Recuerdo mis primeros años de infancia, cuando una maestra nos mostraba la importancia de tener sentido de pertenencia por los espacios públicos, señalando que eran de todos y, por esa razón, debían cuidarse. Entonces, nos contaba que las fachadas de las edificaciones tenían un color que previamente habían escogido los constructores o administradores del proyecto y no los que dejaban los manifestantes sobre las mismas cuando protestaban contra el establecimiento.
También nos decía que era inaceptable que los andenes, canchas y parques fueran alterados para favorecer intereses particulares, pues los principales beneficiados de esos sitios eran los niños, niñas, jóvenes, adultos y mayores.
A la par, y con firmeza, manifestaba que la basura debía depositarse en la caneca y sacarse a la calle únicamente en los días y horarios en los que pasaba el carro recolector, que el sistema Metro (que era nuevo en la ciudad) era de todos y debía conservarse siempre intacto y que los jardines (con sus árboles y flores) debían quererse porque hacían parte de nuestra riqueza natural.
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Hoy, siendo adulto, todas aquellas enseñanzas cobran mayor sentido. En ese tiempo, ella se refería a la Medellín de los 90 y de épocas anteriores, cuando la cultura de ‘La tacita de plata’ estaba en pleno furor.
Aunque las acciones que nos otorgaron ese honroso título se están recuperando en la actualidad, debe admitirse que se desdibujaron con el pasar de los años debido a varias razones, entre ellas, la llegada de extranjeros al país.
En muchas partes del mundo se hace difícil identificar las particularidades de las ciudades y las costumbres propias, pues se han convertido en metrópolis que reúnen numerosas culturas en un solo espacio geográfico y que retan a otros a respetar desde los hábitos, vestimentas, olores y gastronomías hasta el espacio público y las prerrogativas legales.
Lo anterior no es ajeno para nosotros. Cada vez es evidente la llegada de foráneos a Colombia, unos para visitar y otros para quedarse: cifras de Migración Colombia indican que, entre enero y junio del 2022 sumamos 46.785 extranjeros residentes, número que se añade a los 2,2 millones de venezolanos que han llegado en los últimos años.
Ciudades como Cartagena, Medellín y Bogotá apuestan por recibirlos con los brazos abiertos, sin embargo, los gobernantes tienen el desafío de conservar los valores culturales y de buscar que los ciudadanos se adapten a las realidades de la apertura global, sin trasgredir las costumbres, y de conseguir que los nuevos habitantes tengan un sentido de pertenencia igual o más alto que el de los nativos.
Indistintamente de los tintes políticos, es necesario construir políticas públicas a través de la pedagogía y, por qué no, de símbolos, como lo hizo el exalcalde de Bogotá Antanas Mockus, que durante sus dos periodos de gobierno implementó estrategias de cultura ciudadana, bajo la premisa de que “la vida y lo público son sagrados”.
Al interiorizar lo anterior, la comunidad entenderá que los bienes públicos deben protegerse como los de su hogar y que las diferencias de religiones, comportamientos, pensamientos políticos y económicos representan la diversidad del mundo que debe respetarse.
*Director del Área Metropolitana del Valle de Aburrá.
Twitter: @JDPalacioC
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