Ambiente
Así protegen a las tortugas marinas que llegan a las playas de Bahía Solano
Hasta playa Cuevita, en el corregimiento de El Valle, en el Chocó, llegan permanentemente tortugas golfina, negra, verde y carey a poner sus huevos. En el Día Mundial de las Tortugas Marinas, celebramos la labor de la familia Pinilla Bermúdez, que desde hace ocho años se dedica a protegerlas de los perros, las mareas y los cazadores. Construyeron un pequeño vivero en donde permanecen a salvo hasta que nacen y son liberadas.
Recorrer La Cuevita, una playa de nueve kilómetros en el corregimiento de El Valle, en Bahía Solano, es el plan de todas las noches y madrugadas de la familia Pinilla Bermúdez, que desde el 2013 es guardiana de cuatro especies de tortugas: golfina, negra, verde y carey, que durante todo el año llegan hasta este lugar del Pacífico colombiano para desovar.
Tortugas del Pacífico es el nombre con el que bautizaron este proyecto que comenzó a gestarse hace 25 años, cuando la Fundación Natura llegó hasta El Valle para implementar un plan de conservación. “Ellos compraron un lote en playa Cuevita, donde montaron una estación llamada ‘septiembre’, porque es el mes de más arribo de tortugas a esta playa”, recuerda Pedro Pinilla, encargado del monitoreo y la liberación junto a sus padres, hermanos y sobrinos.
Debido a los inconvenientes que se presentaron con los nativos, la fundación se marchó luego de 12 años. “Cambiar las dinámicas de consumo de una comunidad es muy complejo. Sin embargo, dejaron la semillita para que a partir de allí nacieran otras organizaciones”, señala Pinilla, y hace énfasis en que el consumo de tortugas y sus huevos es una tradición muy arraigada. “Si no hay conciencia y conocimiento de lo que esto genera en el entorno, se seguirá haciendo sin mayor preocupación”.
Con la llegada de nuevos miembros a la familia Pinilla entendieron que de no cambiar las cosas, sus nietos y bisnietos se perderían la oportunidad de vivir, disfrutar y conocer a las tortugas. Pinilla describe ese momento como crucial, pues cambió la forma como se relacionaban con estos animales. “Empezamos a salir durante las noches, tomábamos los huevos y los dejábamos en otra parte de la playa para que no fueran recolectados por las personas”.
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Pinilla explica que cuando una tortuga llega a desovar deja huellas en la arena; además, dependiendo de la especie, hace hoyos que miden desde 45 centímetros hasta un metro con 50 de profundidad. “Toda esa arena que mueve se conoce como arado, así que los habitantes de la zona saben que donde hay uno, allí hay huevos”.
Con el tiempo comprobaron que la estrategia de recogerlos no estaba salvando los huevos e identificaron dos problemas. El primero, que los perros de la zona llegaban hasta los nuevos lugares y se los comían. El segundo, las mareas que se conocen como ‘puja covadora’. “Estas se llevan casi dos metros de arena, así que un nido de 45 centímetros de profundidad es fácilmente arrasado y los huevos se convierten en alimento para otras especies”, advierte Pinilla.
Decidieron entonces construir un pequeño vivero con tapas y recipientes plásticos que llegaban a la playa. En este empezaron a dejar los huevos que recogían en sus monitoreos cada tercer día, les construyeron un ambiente natural para que allí nacieran las tortugas que luego serían liberadas. “Verlas nacer nos cautivó, así que empezamos a realizar monitoreos todos los días del año”, cuenta Pinilla
La temporada alta de anidamiento es entre julio y diciembre; sin embargo, de enero a junio las tortugas también llegan, pues Cuevita es la playa más importante en Sudamérica para la conservación y anidación de la tortuga golfina. Adicionalmente arriba la tortuga negra, verde y carey, esta última de forma accidental por el tiempo, las corrientes y la necesidad de desovar.
Pinilla cuenta con orgullo que la temporada pasada recolectaron 1.323 nidos de tortuga, cada uno con un promedio de 35 a 150 huevos. Esta es una cifra récord que creen se debe a que por la pandemia el año pasado no hubo prácticamente actividad en las playas, pero también es el resultado de la semilla que dejó la Fundación Natura hace 25 años. “Hemos logrado liberar muchísimas tortugas y somos conscientes que de cada mil, solo una vuelve, así que el trabajo es arduo”, añade.
A ese esfuerzo de conservación se suman campañas de sensibilización con los habitantes de la zona para evitar la caza y recolección de huevos. “A veces te encuentras con personas que llegan en busca de carne de tortuga porque les comentaron que hace unos años en esta zona abundaban”, señala Pinilla. Así mismo se implementó el plan Adopta un par de chanclas, para descontaminar un poco el lugar, pues constantemente a la playa llegan zapatos de distintos tamaños y colores que cualquiera se puede llevar para darle una mejor disposición final.
“Aquí está involucrada toda la familia, incluso los pequeños son capaces de dar charlas a los visitantes sobre la labor que llevamos a cabo y las diferentes especies que vienen a esta zona”, cuenta Pinilla, convencido de que crear conciencia en los niños es la mejor herramienta para proteger el futuro de estas especies.