Cultura
Un paraíso llamado Silvia: viaje al corazón del pueblo misak en el Cauca
Entre montañas se esconde este municipio, al sur del país ,en donde se encuentra el resguardo más grande de los misak. Sus saberes y tradiciones se preservan con entusiasmo por los más jóvenes.
Lo primero que sorprende a los visitantes al llegar al Resguardo de Guambia, en el Cauca, donde habita la mayoría del pueblo misak, es la naturalidad con la que llevan su vestimenta tradicional: sombrero (tampal kurai), ruana, mochila y reboso, en el caso de los hombres; y anaco y chumbe, en el de las mujeres. Así le ocurrió al influencer de turismo Camilo Pardo, quien por pura casualidad se encontró con este lugar al sur de Colombia.
“Nunca antes lo había ubicado en el mapa como destino turístico. De hecho, no tenía idea de lo que había en el departamento más allá de Popayán, donde, por cierto, tampoco había estado antes. Al llegar al pueblo lo que más me sorprendió fue encontrarme con una comunidad que vestía de forma similar. Parece simple, pero es algo hermoso”.
Camilo describe a los misak como gente amable, aunque tímida ante la insistencia de los turistas de tomarles fotografías. Esa fijación por la imagen que parece controlar al resto del mundo, no ha logrado sumar adeptos en Silvia y menos en el Resguardo de Guambia, el territorio ancestral del pueblo misak. Aquí los hombres pasan los días dedicados a la agricultura, una actividad en la que también participan algunas mujeres cuando no están a cargo de las labores del hogar o tejiendo.
Precisamente, a través de los tejidos es que ha logrado trascender la cultura misak. De hecho, las mujeres pasan una buena parte de sus días, entre cinco y seis horas, dedicadas a la elaboración de la vestimenta de los miembros de toda la comunidad. “Una expresión de la supervivencia de la historia y la memoria que han dejado nuestros mayores”, explicó María Cecilia Tombé, quien lidera la Asociación Espiral Misak, de la que hoy hacen parte 29 mujeres y un hombre.
Tombé heredó de su madre y sus abuelas el amor por la tradición del tejido guambiano y se lo legó a sus hijos. Como todas las mujeres de la comunidad, comenzó a aprender este arte cuando tenía 7 años. “Desde muy pequeña me enseñaron lo que significa estar siempre con las manos ocupadas, contar historias a través de los tejidos”, recordó. Hacer memoria, mediante el arte y el oficio, ha sido la labor de las generaciones que la antecedieron, la suya, y las que le ha tocado formar.
Confeccionar una cobija o un anaco (la falda negra de las mujeres), les puede llevar más de un mes, porque el proceso incluye la trasquilada de ovejo, el lavado, el hilado y luego el tejido. “En algunas familias nos apoyan los hombres, pero en otras les toca exclusivamente a las mujeres; porque ellos se dedican a actividades agrícolas y agropecuarias”, detalló Tombé.
La organización se ha dedicado a la investigación “y al diálogo con los mayores y mayoras, con las familias, nuestras abuelas y madres, para así, luego, entre enrollar y desenrollar, y tejer y entretejer, llevar el hilo de nuestra memoria e historia, y garantizar que trasciendan a nuestros hijos y nietos”, explicó.
Los esfuerzos por visibilizar la sabiduría ancestral, plasmada a través de sus tejidos se hace evidente en sus populares mochilas. Un ejemplo de ello es la línea en honor a la cacica Mama Manuela, “defensora de los territorios en la época de la conquista, cuando los españoles llegaron a acabar con todo”. Como esta, cada línea registra una historia, además del sentir de la mujer que lo tejió.
A la fecha, la comercialización de mochilas no les ha permitido contar con un ingreso fijo como esperan, sino por temporadas, principalmente en las ferias nacionales. “Esa es una debilidad que debemos fortalecer. Luchamos por conseguir que las ganancias sean mensuales, y así contribuir con las necesidades de las madres cabeza de familia de la comunidad”, contó la madre artesana.
Aunque la asociación tiene 30 agremiados, de los tejidos se benefician unas 130 personas. Por eso, además de posicionar sus creaciones en el país, les gustaría poder incursionar en el mercado internacional. Junto con las mochilas también producen tejidos en tela: ruanas, chumbes, tendidos de cama o caminos de mesa, entre otros productos. Las mujeres más jóvenes han incursionado en la bisutería con chaquiras y apliques de chumbe.
En el resguardo aún trabajan con la lana de ovejo como materia prima natural, porque no cuentan con suficientes animales para garantizar los insumos. En algún momento llegaron a pensar en criarlos, pero no han tenido éxito con los terrenos. Por eso hoy la alternativa más viable es importar materia prima desde Nariño o Ecuador. Sin embargo, las posibilidades de transporte son limitadas.
Poco a poco el turismo hacia Silvia ha ido creciendo y la comunidad está consciente de lo que esta actividad puede representar como fuente de ingreso. Para Camilo, una de las particularidades es que este tipo de plan inmersivo permite conocer de primera mano las creencias de este pueblo originario, además de disfrutar de un recorrido fascinante por lugares ancestrales.
“Durante la visita me invadió una energía difícil de describir. Sorprende la cantidad de jóvenes con la vestimenta misak, visiblemente orgullosos de su pueblo. Es una sensación contagiosa. Es normal que los mayores hagan todo lo necesario por preservar las tradiciones, pero ver a las nuevas generaciones alardear de su herencia, es algo tan bonito. Resultó ser un viaje extraordinario”.