Alberto Solà ha consultado a doctores, jueces y detectives sobre la identidad de su padre. Todos coinciden en lo mismo: lo más probable es que sea Juan Carlos I. | Foto: Albert Balaguer Anguila

REALEZA

"No quiero ser rey, solo que me reconozcan"

Un mesero catalán afirma que su padre es Juan Carlos I de España, quien nunca lo ha reconocido. El supuesto hijo le contó su historia a SEMANA.

6 de julio de 2014

Alberto Solà, uno de los camareros de la cafetería El Drac, en el diminuto pueblo catalán La Bisbal, conoció a Juan Carlos I cuando prestó servicio militar. Corría 1978 y el monarca, que tres años antes había sido coronado rey tras la muerte del general Francisco Franco, recibía al entonces presidente de Francia, Valéry Giscard, en el Palacio Real de Madrid. “Yo estaba en primera fila y él, que pasaba revista, se detuvo a cinco metros de mí. En ese momento no le presté demasiada atención, pues todavía no sabía que el rey era mi padre”, le contó Solà a SEMANA.

En 2012 el español, convencido de su parentesco con el monarca, presentó una demanda de paternidad para que la familia real lo reconociera, pero los juzgados de primera instancia la rechazaron porque, según la Constitución española, “el rey es inviolable”. En otras palabras, intocable. Pero cuando el soberano abdicó hace un mes y le cedió el trono a su hijo Felipe, quedó vulnerable a posibles demandas. Esto llevó de nuevo a las cortes tanto a Solà como a Ingrid Sartiau, una belga que también afirma ser hija de Juan Carlos. Sin embargo, todo parece indicar que los esfuerzos de ambos serán en vano, pues la semana pasada el Congreso español aprobó una reforma legal para blindar al rey. 

La nueva inmunidad del monarca, conocida como aforamiento, lo protege de cualquier tipo de denuncia civil o penal. La medida es sumamente popular en España, donde salvaguarda a más de 10.000 personas, incluidos políticos, jueces y militares. Los aforados solo pueden ser imputados en el Tribunal Supremo, donde no hay cabida para casos como el que Solà presentó hace dos años. La noticia, de todas formas, no detiene al español: “No quiero ser rey, solo quiero que me reconozcan. Lucharé hasta el final porque con la verdad en las manos no me para nadie”, sentencia el mesero, a quien no le cabe la menor duda de que desde su infancia siempre ha sido objeto de una suerte de vigilancia invisible.

“Yo nací en Barcelona el 16 de agosto de 1956. Luego, el 29 de noviembre, me llevaron a escondidas a Ibiza a que me cuidara otra familia. A ellos les pagaban cada tres meses entre 900 y 1.000 pesetas , una cantidad importante de dinero si se tiene en cuenta que estábamos todavía en la posguerra. Cinco años después volví a la península y en 1964 me adoptó una pareja de campesinos que nunca quiso hablarme de mis orígenes. Era un tabú en la casa”, relata Solà.

Según cuenta, su madre biológica es María Bach Ramón, hija de una de las familias banqueras más importantes de Barcelona. Ella y el rey habrían tenido un affaire, del que habría nacido Solà, cuando ambos rondaban los 18 años. La breve aventura habría ocurrido antes de que don Juan Carlos conociera a su futura esposa, Sofía de Grecia.

Aunque nunca ha tenido contacto con su mamá, Solà no la culpa por haberlo abandonado, pues cree que no tuvo voto en esa decisión e incluso siente que siempre lo ha cuidado. Para él, los responsables de cambiar su destino fueron sus abuelos paternos, el rey Alfonso XIII y la reina Victoria Eugenia de Battenberg. “A los ocho días de nacer me registraron y bautizaron con los apellidos de mi madre. En esa época la ley no permitía cambiarlos, pero mi caso fue una excepción y las autoridades los

reemplazaron con los de mis padres adoptivos”, argumenta.

Para Solà, las dudas sobre su origen surgieron durante sus años en el servicio militar, en los que vivió varios episodios inusuales. Desde que llegó al cuartel militar en 1977, sus superiores no lo trataron como al resto de sus compañeros. Primero, le hicieron ir durante dos semanas a un hospital, donde fue sometido a todo tipo de pruebas médicas. Luego, durante unas maniobras de entrenamiento en Zaragoza, un helicóptero llegó a buscarlo: “Aterrizó a las 11:30 de la mañana. De la nada un soldado me pidió que me montara y lo acompañara. Y me dijo: ‘Su padre ha sufrido un pequeño accidente sin importancia y le dieron ocho días de permiso para que lo visite’. Antes de subirme, el cabo, que simplemente estaba siguiendo órdenes, se volteó y me preguntó sorprendido quién era yo para obtener semejante privilegio”.

Solà empezó a resolver ese interrogante en enero de 1982, cuando visitó la clínica Maternidad de Barcelona para averiguar más sobre su pasado. Allí, el director lo retuvo cinco horas y le explicó que tenía un historial muy delicado y complejo. Le reveló que sus apellidos eran Bach Ramón y que había pasado su niñez en Ibiza. Sin más detalles, al final el doctor soltó una frase que le quedó grabada para siempre: “A su padre búsquelo en la política. Si no sucede nada en este país, permanecerá ahí muchos años”.

El español encontró la siguiente pista de casualidad mientras vivía en México, en 1986. Como estaba a punto de casarse, pidió que le enviaran desde España su acta de nacimiento y le llegó una que jamás había visto. Confundido, volvió a llamar al hospital, pero lo ignoraron. Solo le dijeron que en adelante cualquier reclamo lo tenía que hacer por vía judicial.

“Fue entonces que las cosas se pusieron raras, –asegura Solà–. En 1993 el gobierno me intentó cuadrar una tercera madre, por decirlo así, una señora llamada Josefa Gañeta. Yo todavía seguía en México y entablé una amistad a larga distancia con ella. Pero, después de dos años, recibí una llamada anónima de Madrid que me dijo que Gañeta no era mi madre. Todavía no me la creo, eso simplemente no sucede en la vida real. Por eso es que ahora hablo con actitud”.

El engaño de la tercera madre ya fue demasiado para el español. Cansado de las incongruencias y del misterio, contrató a unos detectives en 1998 para averiguar, de una vez por todas, la identidad de sus padres. Lo que le dijeron confirmó sus sospechas: había un 80 por ciento de probabilidad de que estuviera emparentado con la familia real. Además, un historiador le explicó que en su acta de nacimiento aparece la frase ‘chupete verde’, un término que se usa para identificar a los niños de sangre azul. “Poco después, en 2001, un magistrado de Barcelona me dijo a puerta cerrada y en presencia de mi abogado que yo era el hijo de Juan Carlos I. Ahí lo entendí todo”, afirma Solà.

La noticia no sorprendió al mesero, pues todos los españoles conocen la fama de mujeriego del rey, quien esta semana volvió a figurar en la prensa por sus líos de faldas. El periódico británico The Times reveló que en 2010 el soberano estuvo a punto de abdicar para poder pasar más tiempo con la princesa Corinna zu Sayn-Wittgenstein, una de sus supuestas amantes.

Aunque el destino lo llevó a servir platos en una cafetería y no a ocupar el trono de España, Solà no tiene quejas. Lo único que quiere es conocer a su verdadero padre y que este lo reconozca. De todas formas, en su pueblo la gente ya lo trata como si fuera miembro de la familia real. “No me gusta que me digan majestad o príncipe, –asegura–, pero monarca sí”.