CULTURA

Los mitos y leyendas de los embera katío inspirados en el Atrato

La historia de un amor prohibido, la aparición del agua y hasta la creación del sol y la luna es narrada desde las creencias de los katíos, comunidad indígena que tiene presencia en Antioquia, Chocó, Panamá y Ecuador.

15 de diciembre de 2017
| Foto: Gurí Arte / @guri.arte

La diosa de la lluvia

Cuentan los katíos que mucho antes del descubrimiento de América en 1492, vieron aparecer a una mujer con imagen sobrenatural de las llanuras orientales del río Atrato. Era Dabeiba (o Dabaibe), la diosa que les enseñó a realizar todo tipo de trabajos. Les explicó cómo se hacían las cestas y las canastas, les dijo de qué color debían pintarse el cuerpo y hasta cómo teñirse los dientes. Además, les mostró la forma en la que debían cultivar el maíz y el plátano –alimentos en los que se sustenta su economía– y cómo se fabricaban los textiles.

La leyenda cuenta que esa era su labor: transmitir el conocimiento a los indígenas. Cuando su padre, el dios Caragabí, se dio cuenta de que la había cumplido, la llamó nuevamente al cielo. Se dice que algunos katíos la vieron subir a un cerro y desaparecer entre las nubes.

Dabeiba era la diosa causante de la lluvia, de los huracanes, los terremotos y la tempestad. Así que cuando hay temporadas lluviosas, o cuando tiembla la Tierra, es porque ella está buscando el bienestar de los campos.

El tesoro perdido

Pero hay más relatos que involucran a esta mágica figura femenina. Dabaibe fue una diosa benéfica que entregaba innumerables bienes a los katíos. Ellos, para agradecer y recordar su generosidad decidieron construir en su nombre un templo de oro, aparentemente ubicado entre las montañas y llanuras que rodean el río Atrato.

Como recuerda el historiador Javier Ocampo López en su libro Mitos y leyendas de Antioquia la Grande, conquistadores españoles como Jorge Robledo o Vasco Núñez de Balboa decidieron someter a las tribus indígenas del Chocó y Antioquia tratando de hallar, en esas zonas que habitaban los aborígenes, aquel templo repleto de metales preciosos. Sin embargo, nunca lo encontraron.

Union prohibida

Recién creado el universo, algunos de sus primeros pobladores fueron los hermanos Humántahu y Gedeco, que se amaban apasionadamente y decidieron estar juntos sin que sus padres se enteraran. Aun así, Caragabí, el dios que todo lo ve, se enteró y decidió castigarlos: a Humántahu lo convirtió en el sol y a Gedeco en la luna. El padre de Dabeiba resolvió que, con el fin de prohibir este tipo de uniones entre hermanos, otorgaría un apellido diferente a todas las familias para que pudieran distinguirse los unos de los otros. La leyenda cuenta que Gedeco nunca dejó de amar a Humántahu, pero él sí la olvidó. Así fue como se crearon el sol, la luna y los apellidos.

La fuente del agua

Caragabí creó todo lo que existe en el universo con excepción del agua. Como no sabía dónde obtenerla le pidió ayuda a su padre, Dachizeze, quien le entregó una suerte de varita que, al golpearla contra dos piedras, generaría el líquido. Caragabí les dijo a los embera que todos los días, en la mañana, les daría el agua.

Durante mucho tiempo esa fue la forma de conseguirla. Pero un día los embera vieron a un indígena cargar agua y pescados en abundancia. Se lo contaron a Caragabí, quien decidió seguir al indio para saber en qué lugar conseguía alimento y bebida. Lo siguió hasta el cerro Kugurú, donde había una laguna.

Por alguna razón que se desconoce, cuando los indígenas fueron al lugar en busca de agua, no encontraron nada, solo una selva y un árbol gigante que llegaba hasta el cielo: el Jenené. Por temor a su poder, Caragabí ordenó a los mejores guerreros que lo derribaran, pero mágicamente los cortes que hacían sus hachas se regeneraban cada noche.

El dios instaló una guardia nocturna y se dio cuenta de que un sapo era el que curaba al árbol con su saliva y, para castigarlo, lo aplastó y lo obligó a cuidar el agua para siempre; esa es la razón por la que estos anfibios viven en las orillas de los ríos y lagunas. Después de varios intentos, y sin la intervención del sapo, lograron derribar el árbol. De sus ramas surgieron los ríos, de las chamizas las quebradas, y del tronco, los mares.

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