Opinión

El poder de nuestra voz: fomentando la seguridad psicológica en el trabajo

La libertad de expresión en los entornos laborales facilita los procesos de toma de decisiones y maximiza los resultados organizacionales.

Yukari Sawaki
21 de marzo de 2025, 3:24 p. m.
En un contexto de dólar fluctuante, incertidumbre política y desarrollo de tecnologías como la IA, las empresas se plantean ampliar sus plantillas.
La seguridad psicológica en el trabajo implica que los miembros de un equipo se sientan libres para expresar sus ideas. | Foto: ManpowerGroup

En un mundo donde son cada vez más evidentes las brechas en la escucha activa y poca valoración por las opiniones diversas, optar por el silencio o la complacencia ante un debate puede parecer la alternativa más fácil y cómoda. Sin embargo, ¿qué efectos tiene, tanto a nivel individual como organizacional, esta falta de manifestación?

Uno de los conceptos claves es la seguridad psicológica, desarrollado por Amy Edmondson, profesora en la Escuela de Negocios de Harvard, quien la define como un entorno en el que los miembros de un equipo se sienten libres para expresar ideas, hacer preguntas y cometer errores sin temor a ser ridiculizados o penalizados. Sus investigaciones muestran que esta seguridad es el factor que diferencia a los equipos de alto desempeño. Este tipo de ambiente fomenta la confianza, la apertura y la colaboración, lo que a su vez potencia el rendimiento y la innovación.

Estos hallazgos nos invitan a reflexionar sobre la relevancia de incorporar la libertad de expresión como parte esencial de las culturas organizacionales, logrando que haya mayor apertura al disenso constructivo y se promueva más la divergencia en pro de ampliar perspectivas y enriquecer los procesos de toma de decisiones, que conduzcan a maximizar los resultados.

El conflicto en el marco del respeto debería ser más promovido, para generar menos conformismo y más la sana discusión. En este punto, el rol del líder es fundamental, motivando a los equipos a desafiar la norma, a proponer y expresar desacuerdos, incluso cuando estos contradigan nuestras propias creencias.

En este sentido, no hablar en el entorno laboral no representa solo la ausencia de comunicación, sino una renuncia ante la posibilidad de evolucionar. Es una forma de reprimirnos y limitarnos, perdiendo la oportunidad de contribuir al desarrollo de la organización y, más importante aún, a nuestro propio desarrollo. Este último punto no es menor, ya que los efectos no se circunscriben únicamente al ámbito organizacional, sino que afectan profundamente el ámbito personal.

Al callar, enviamos el mensaje de que nuestra opinión no es válida o carece de importancia. Cada vez que optamos por no expresarnos, nos privamos de la oportunidad de enriquecer las conversaciones y de compartir nuestra perspectiva única. Nos robamos la oportunidad de transmitir e influir genuinamente, no solo ante los demás, sino ante nosotros.

He escuchado a muchos profesionales decir que prefieren no controvertir para evitar roces con el otro. Pero, ¿quién sana el roce que causamos a nuestro propio bienestar cuando callamos? El hecho de evadir un problema puede traer alivio momentáneo, pero no desaparece ni disipa la tensión. Por el contrario, la acumula, generando resentimiento y emociones restrictivas que, tarde o temprano, afectarán nuestra salud emocional y los ambientes laborales.

Entonces, ¿cómo podemos actuar? Pocas veces somos tan conscientes del poder de las múltiples voces y de los costos tan altos que puede generarle a una empresa ponerlas en mute. Por eso es fundamental proporcionar los momentos, prácticas y las herramientas adecuadas que faciliten la conversación abierta, así como promover el aprendizaje en habilidades de negociación y resolución de obstáculos y diferencias. Al hacerlo, las organizaciones no solo se convierten en lugares más inclusivos y creativos, sino que también se posicionan mejor para enfrentar los desafíos del futuro.

En lo individual, cada uno de nosotros debe trabajar en su propio liderazgo personal: el cambio comienza desde adentro. Debemos iniciar por reconocer que nuestra voz tiene el poder de generar cambios. No confundamos prudencia con silencio; ni respeto con callar.

Nunca permitamos que nadie nos apague y menos que quien lo haga seamos nosotros. La valentía de expresar es un regalo no solo para uno, sino para todos los que nos rodean. Al hacerlo, nos convertimos en un referente para los demás y contribuimos a un entorno laboral más auténtico y dinámico.

Finalmente, como líderes, deberíamos considerar como prioridad la construcción de entornos de confianza, donde motivemos a todos, donde nos movamos del miedo al coraje y la valentía. Creemos espacios en los que el verdadero indicador de las buenas relaciones no sea la ausencia de conflicto ni de participación, sino la abundancia de debate y el reconocimiento del poder de nuestras voces.