Opinión

“He conocido los lados más oscuros y dolorosos de miles de jóvenes colombianas”: la presidenta de la Fundación Juanfe hace un llamado a invertir de manera sostenida en la niñez y la juventud

Por más de 22 años Catalina Escobar ha sido testigo de las brechas de género en Colombia asociadas a la violencia y la pobreza. Con cifras nos recuerda en esta columna que invertir en las mujeres hace la diferencia para el desarrollo de los países y un mayor bienestar de la sociedad.

Catalina Escobar*
10 de marzo de 2023
En el 2022 el Departamento de la Función Pública reveló que la participación de las mujeres en cargos de liderazgo y máximo nivel decisorio alcanzó el 46 por ciento.
"Debemos comprometernos en enfocar nuestros esfuerzos para que cada vez más niñas y mujeres tengan espacios que les permitan desarrollar todo su potencial", dice Catalina Escobar. | Foto: Getty Images

La conmemoración del Día de la Mujer nos recuerda dos episodios que cambiaron la historia de las mujeres para siempre. El primero se remonta a finales del siglo XIX, justo después de la Revolución Industrial que transformó la economía y el modo de trabajo. Ese 8 de marzo de 1857 las mujeres que trabajaban organizaron una huelga para protestar por sus condiciones laborales que no les permitían vivir dignamente.

Catalina Escobar, presidente Fundación Juanfe
Catalina Escobar, presidente Fundación Juanfe | Foto: Juan Carlos Sierra

En 1908 en la fábrica textil Cotton de Nueva York, 129 mujeres llamadas ‘garment workers’ se declararon en huelga alegando largas jornadas laborales, pidiendo mejores salarios y un trato digno en sus condiciones bajo el lema ‘Pan y Rosa’. La historia cuenta que los dueños de la fábrica ordenaron cerrar las puertas y prendieron fuego con las mujeres adentro. Eso motivó a 15 mil mujeres a marchar en las calles de Nueva York. Desde 1977 en la Asamblea General de la ONU se declaró el 8 de marzo como el Día de la Mujer.

A partir de entonces el mundo cambió para nosotras y hemos ganando terreno en espacios trascendentales: pudimos empezar a votar, hemos cambiado políticas públicas, avanzamos en los cargos de liderazgo a nivel político y empresarial; trabajamos para que más niñas y mujeres accedan a la educación, se nos respeten los derechos y tengamos espacios en los principales debates mundiales.

Pero a pesar de que todos los años conmemoramos los avances y generamos conciencia sobre la importancia de nuestro rol en la sociedad, no hemos avanzado tan rápido como quisiéramos. De hecho, Colombia ha sido un país con grandes polaridades. Por un lado, en el 2015 fuimos el segundo país con más mujeres en cargos de liderazgo: el 53,1 por ciento de las mujeres ocupaban cargos directivos. En el 2022 el Departamento de la Función Pública reveló que la participación de las mujeres en cargos de liderazgo y máximo nivel decisorio alcanzó el 46 por ciento. Ese mismo año, la brecha de género llegó al 71 por ciento y nos situamos en el puesto 75 entre 155 países evaluados en este aspecto (el índice de la brecha de género analiza la división de los recursos y oportunidades entre hombres y mujeres).

Otro aspecto que profundiza las brechas de género en Colombia está asociado a nuestra sangrienta historia, en la que las mujeres han sido instrumento de guerra de los grupos al margen de la ley. Recuerdo haber leído el libro sobre la memoria histórica de las mujeres víctimas de los grupos paramilitares; tuve la oportunidad de haber recibido en mi oficina a las jóvenes de la organización Rosa Blanca, exguerrilleras, que fueron enlistadas en las filas de las Farc siendo niñas para recibir el adoctrinamiento, ser abusadas sexualmente y obligadas abortar de manera infame y dolorosa.

Lloramos juntas porque sentí su dolor y frustración; les quitaron sus muñecas y libros para ponerles un fusil y ser violadas. Recuerdo haber leído también el libro de Haydée Méndez sobre Mujer, justicia y género que eriza la piel con tanto dolor.

Por otro lado, la experiencia me ha llevado a conocer a lo largo de 22 años los lados más oscuros, dolorosos y duros de miles de jóvenes colombianas, en especial en Cartagena y Medellín. Niñas que quedan en embarazo y cuyas posibilidades de estudiar y sobrevivir en el mundo laboral son nulas. Con entornos muy complejos que las han convertido en receptoras de todo tipo de violencias. Muchas consumen sustancias sicoactivas, han estado en la prostitución y, lo peor, se han querido suicidar como vía de escape a tanta miseria y desgracia.

Son niñas y jóvenes invisibles para la sociedad, que sufren los más graves atropellos, sin que el país o sus políticas públicas las tengan en cuenta. El embarazo adolescente en Colombia llega a un vergonzoso 19 por ciento. Adicionalmente, según el DANE, en el 2022 se reportaron 3.500 bebés de niñas entre los 10 y 14 años.

Así mismo, hoy Colombia ocupa el segundo lugar de los países de la OECD con mayores índices de violencia contra la mujer. Según Medicina Legal, en el 2022 cada 8 horas fue asesinada una mujer, y 8 cada hora fueron víctimas de violencia intrafamiliar o sexual. Entre enero y octubre de ese mismo año, 827 mujeres fueron asesinadas y 58.117 sufrieron violencia intrafamiliar o fueron abusadas sexualmente.

Hace unos años en el Foro Económico Mundial al que asistí en Davos escuché una conferencia magistral de quien fue la mano derecha del secretario general de las Naciones Unidas, Kofi Annan, Sir Mark Malloch-Brown, quien preguntó al auditorio: “¿quieren ir rápido en el desarrollo en sus países? Entonces inviertan de manera contundente, decidida y sostenible en dos temas fundamentales: en educación, y en niñas y mujeres”.

Y es que las mujeres representamos el 51 por ciento de la población global. ¿Cómo pretendemos avanzar en política, creación de leyes, impartición de la justicia, en crear empresas, si estamos dejando la mitad de la población atrás, conformada por mujeres y niñas?

La equidad de género es el mejor instrumento para el desarrollo, en otras palabras, es el mejor negocio para todos. La evidencia global nos muestra que cuando las mujeres obtienen ingresos, reinvierten el 90 por ciento en sus familias y comunidades, mientras que el los hombres esa cifra llega al 38 por ciento. Madres con 1 a 3 años de escolaridad, reducen la mortalidad infantil en un 15 por ciento. Que una joven haga un año adicional de secundaria, garantiza sus ingresos futuros entre un 15 y 25 por ciento más. Hay una correlación directa entre niñas estudiando y el desarrollo de un país y su economía.

Cuando una niña ha estudiado por más de siete años, se casará cuatro años después y tendrá 2.2 menos hijos. En un país como Kenia eso significa que el PIB podría incrementar £3.4 billones, casi 10 por ciento, si las 1.6 millones de niñas que viven en el país completaran su educación secundaria y las 220 mil madres adolescentes no quedaran embarazadas a temprana edad.

Cada vez es mayor la evidencia sobre el poder transformador cuando se invierte de manera sostenida en niñas y mujeres, en su educación y en defender sus derechos. Un país crece cuando sus mujeres crecen.

Este 8 de marzo que pasó no solo debería ser un día al año. Debemos comprometernos en enfocar nuestros esfuerzos para que cada vez más niñas y mujeres tengan espacios que les permitan desarrollar todo su potencial. Tenemos que ser capaces de ser mentoras de otras mujeres, transferir nuestros conocimientos, liderar de manera fuerte, con carácter, pero siendo empáticas.

Debemos generar discursos y consensos elevando nuestros argumentos frente a tantas injusticias. Debemos también alzar nuestras banderas porque Colombia es un país que si se nace niña y en los percentiles más bajos de pobreza, las posibilidades de crecer y desarrollarse de manera digna disminuyen significativamente. Ese es el gran compromiso que muchas adquirimos y no se puede quedar en un solo día del mes de marzo.

*Presidenta de la Fundación Juanfe

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