MUNDIAL RUSIA 2018

Cristiano y España, el inolvidable clásico ibérico a orillas del Mar Negro

El libro de la historia de los Mundiales de fútbol ya cuenta con un nuevo capítulo. Se escribió con letras doradas y llevó la firma del vigente balón de Oro: Cristiano Ronaldo. SEMANA vivió en carne propia el Portugal – España en el estadio Olímpico de Sochi.

Rodrigo Urrego B. Enviado SEMANA. Sochi/Rusia
15 de junio de 2018
Al final del partido el abrazo de portugueses y españoles. | Foto: Getty images

En Badajoz, capital de Extremadura, una de las 17 comunidades autónomas de España, el castellano se habla de una forma muy particular. Y no es el ‘portuñol’. Es la lengua de Cervantes, pronunciada en acento lusitano. Allí, portugueses y españoles no parecen vecinos. Parecen hermanos, como si portaran la misma sangre. No en vano comparten la misma casa, la llamada península ibérica, que hace miles de años hicieron parte del imperio romano. Pero lo cierto es que portugueses y españoles, aunque tengan muchos lazos de amistad, también tienen muchos nudos de rivalidad. Y sobre el césped de una cancha de fútbol todavía más: se olvidan de su parentesco, y parecen los peores enemigos.


Cuando Portugal y España se enfrentan, aquellos duelos se denominan, en ambos países, con el término Derby, palabra más propia de una carrera de caballos que de un cotejo futbolístico. En Suramérica, en cambio, se le llama clásico, para referirse a aquellos enfrentamientos entre los equipos de una misma ciudad, como en Argentina puede ser el Boca Juniros versus River Plate de Buenos Aires, o el Central versus Newells en Rosario, acaso la ciudad más futbolera del plantea; o lo que en Colombia sería un Millonarios contra Santa Fe. El duelo de los rivales del mismo patio. Pues eso es un juego entre lusitanos y españoles.


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El destino, y la suerte, puso a Portugal –campeón de la Eurocopa 2016- y a España –campeón mundial en Sudáfrica 2010- en el mismo grupo. Y los sitió frente a frente en el primer partido. No era la primera vez que se veían las caras de esa manera, pues el historial de enfrentamientos es tan amplio como la misma historia de ambas naciones.

Hasta el 2018, España y Portugal se habían enfrentado en 35 ocasiones, con amplio dominio español. Los españoles han ganado 16 partidos, los portugueses seis, en trece ocasiones han quedado en tablas. En grandes campeonatos, se han medido cuatro veces: El España, 1; Portugal, 1 en la fase de grupos de la Eurocopa 1984. El Portugal, 1; España,0 en la fase de grupos de la Eurocopa 2004. También el España, 1; Portugal, 0 en los octavos de final del Mundial 2010. Y el más reciente había sido el empate a cero goles en las semifinales de la Eurocopa 2012, el cual desequilibró España en la definición por tiros desde el punto penalti.

Pero el del Mundial de Rusia era un duelo bastante particular. El líder del ejército, Cristiano Ronaldo, es el alma del Real Madrid, el club de fútbol más importante de España, uno de los íconos de la que algunos historiadores americanos siguen llamando la madre patria. Es el equipo que más futbolistas aporta a la actual selección española (Sergio Ramos, Nacho, Carvajal, Isco, Asencio, Lucas).


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España llegaba a este duelo con una tempestad a cuestas, entre otras provocada por el Real Madrid y su presidente Florentino Pérez, tan poderoso como el presidente de Rusia, Vladimir Putin. Tras el retiro (por voluntad propia) de Zinedine Zidane, que ganó las tres recientes ediciones de la Champions League europea, Pérez contrató a Julen Lopetegui, seleccionador español, como su próximo entrenador. Los directivos de la Real Federación española de fútbol lo consideraron un agravio, y por eso se atrevieron a despedirlo a dos días del inicio de su participación en Rusia, a pesar de que tenía ilusionado a todo el país con un nuevo título mundial. En su reemplazo, nombraron a Fernando Hierro, ex capitán del Madrid y la selección España, y que venía desempeñando el cargo ejecutivo de la dirección deportiva de la Federación, como el nuevo adiestrador. Para nada es un secreto que un cambio de timonel a pocas horas de un Mundial suponía una crisis. Y así llegaba la famosa Roja.

Eran las 12 del mediodía en Moscú y el aeropuerto internacional Zhukosvsky empezó a ser invadido por aficionados portugueses. Pedro, nacido en la ciudad de Oporto, e hincha del Boavista (uno de los dos equipos de esa ciudad), llegó con tiempo de antelación a la sala de abordaje. Lo acompañan sus dos hermanos y unos amigos mexicanos que había conocido días antes en las soberbias juergas de la calle Nikólskaya, en el corazón de la capital rusa. “Es una ventaja que no se puede dejar pasar”, decía en referencia al estado de salud de la selección española. “El derby no siempre lo suele ganar el más fuerte, es un partido aparte”.



Rafael, en apariencia mayor para andar de correrías mundialistas, pero con la casta de un toro bravo que pide lidia, nació en el Puerto de Santamaría, Cádiz. Hace cuatro años estuvo viendo el debut de la selección española contra Holanda, cuando la naranja mecánica le propinó una goleada de libro 5-1 en la primera aparición de la Roja en el Mundial de Brasil. Dice que el Portugal - España es como en la liga de su país un Real Madrid versus Atlético de Madrid. Para Pedro como para Rafael, se puede perder contra cualquier rival, incluso el más modesto. Pero contra el rival de patio, sería una daga en el corazón.



En otra mesa, Raúl, con camiseta y gorra de España, dice que de ganar a Portugal sería conquistar el territorio portugués y pondrían la bandera gualda y roja en la capital de Lisboa, como en épocas de las cruzadas y del imperio romano. Con ironía dice que el rival más fuerte del grupo es Irán. Paulo, su compañero de viaje, es portugués. Asegura que para los lusitanos el duelo ibérico es un partido de entrenamiento. “No hay nada para perder ni para ganar. Es un partido más”. Ambos amigos y rivales terminan abrazados y sonriendo. “No es una guerra”, coinciden.

Entre Badajoz y el río Caya, el que marca la línea divisoria entre España y Portugal, hay apenas un kilómetro. Pero en la capital extremeña es probable que ni siquiera el clásico de la península ibérica se viviera con tanta fraternidad como se palpitaba en esa sala de espera del aeropuerto Zhukosvsky. Más aún cuando el vuelo U 307, de Ural Airlines con destino Sochi, se retrasaba por casi dos horas. Españoles y portugueses compartían impaciencia. Temían por perderse el clásico por el que habían pagado miles de Rublos para presenciarlo desde la trinbuna el estadio olímpico de la llamada capital deportiva de Rusia.

Una falla técnica, era el único reporte. Algunos confesaban que entonces era mejor no viajar y seguir tranquilos en Moscú frente a un televisor. Otros, como uno de los amigos de Rafael, pedía llamar a Fernando Hierro, el que tuvo que ponerse la sudadera para reparar el fallo técnico de la selección España. Finalmente llegó el llamado para abordar el vuelo. No se hablaba de otra cosa que del clásico ibérico. Los españoles decían reconocían que Cristiano Ronaldo, solito, era capaz de ganar el duelo. Y le temían. Pero otros aseguraban que Sergio Ramos, el actual capitán el Madrid y de la Selección, tenía el antídoto. Lo lesionaría.

Dos horas después aterrizó en el aeropuerto de Sochi. Si se creía que la tradición de aplaudir en la cabina cuando un avión aterrizaba en su destino, era tradición exclusiva de los colombianos, en este caso portugueses y españoles aplaudieron, se abrazaron y hasta tararearon juntos la música de los himnos de uno y otro lado de la frontera.

Le recompensa llegó pasadas las nueve de la noche en el Olímpico de Sochi. Cristiano pegó primero. Se inventó un penal, el juez lo compró, y como se deben anotar goles desde los doce pasos puso a Portugal por delante. Diego Costa, brasileño nacionalizado español, marcó el empate. Le puso el codo en la cara a Pepe, un ex del Real Madrid, y luego se inventó un jugadón para marcar el empate. Los lusitanos se marcharon al descanso gracias a Cristiano que marcó el segundo tanto, aunque los españoles se lo anotaron a su portero, David de Gea, de floja reacción.


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Condenados a la remontada, los españoles parecían romper con el maleficio de sus estrenos en los mundiales, pues los primeros partidos para ellos han sido un suplicio. Esta vez, con un futbol colectivo que arrancaba gritos de admiración entre los fanáticos rusos, que en su mayoría llenaron el estadio para ver a las estrellas de la península ibérica, lograron darle la vuelta al marcador. De nuevo Costa, tras jugada de pizarrón, y Nacho, que se vistió de Hierro como en sus mejores épocas en el Madrid, anotaron para el 3-2 que parecía definitivo.

Pero llegó el minuto 88, el antepenúltimo. Cristiano vuelve a provocar una falta y esta Piqué fue el infractor. Tiuro libre cerca al área. Y con el botín blanco de su pierna derecha el astro portugupés se mandó un golazo de tiro libre. Era su tercer gol en un mismo partido en un mundial. Corrió a la línea lateral y señalaba al piso como si quisiera decir que Sochi había el territorio de su nueva conquista. Y de verdad lo fue. No solo porque marcó el empate, sino porque el público se rindió a sus botas blancas.


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¡Qué partido! ¡Inolvidable! Se abrió un hueco en el libro de la historia del fútbol de los Mundiales. Lágrimas en los portugueses, y también en los españoles que vieron escapar el triunfo ante su clásico rival. Lagrimas entre los que fueron a admirar a los dos equipos. Y como si el duelo se hubiera hecho en Macondo, a la ribera del río Magdalena, al momento en que finalizó el encuentro, y los jugadores de España y Portugal se fundieron en un fraternal abrazo, el cielo también lloró y sus lágrimas cayeron en el estadio durante toda la noche. El clásico ibérico que se jugó este 15 de junio a orillas del Mar Negro, sin duda nadie en el mundo lo podrá olvidar.