MUNDIAL RUSIA 2018
El día por el que Falcao esperó toda su vida
Tras la lesión que le impidió hacer parte del plantel que jugó en Brasil hace 4 años, El Tigre llega en un gran momento a cobrar revancha en Rusia. La ilusión de un país entero está puesta en él.
Era el 9 del momento. A su lado no existía nadie más. ‘Killer’ titulaban algunos, ‘pura dinamita’ le decían otros. Sus temporadas en el Viejo Continente eran soberbias y parecía que era solo el comienzo. El talento y las condiciones eran evidentes, le daban para llegar a donde se lo propusiera. No por nada, luego de marcarle un doblete al Sporting de Gijón, lo calificaron como “la fuerza que mueve al mundo.”
Ganó su último título en España, la Copa del Rey de 2013 contra el Real Madrid, y mucho se empezó a rumorar acerca de su siguiente destino. Algunos lo situaban en Inglaterra, haciendo suya la Premier League, o llegando a Italia a imponer su talento en el Calcio. Pero no, él sorprendió a todos. El hijo de Santa Marta, el mismo que debutó con gol en River, aquel que marcó 17 veces en una sola edición de la Europa League, decidió irse al Principado de Mónaco.
Transferencia récord para un colombiano hasta esa fecha. Más de 60 millones de euros fueron desembolsados para que los goles de Radamel migraran hacía la costa mediterránea de Francia. Allí se había armado un equipo que giraría alrededor suyo. Incluso, para potenciar sus capacidades al máximo, contrataron al que era su socio en las eliminatorias suramericanas cuando defendía la camiseta de Colombia. Y fue así como, de la mano de James Rodríguez, Falcao siguió haciendo lo que mejor sabe hacer.
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En ese espacio de tiempo también consiguió su hazaña más grande, la que lo coronó como ídolo de su país.
Era 11 de octubre de 2013 y una tarde calurosa en Barranquilla. El Estadio Metropolitano estaba abarrotado de personas que se habían acercado con la ilusión de ver a su selección clasificar a un Mundial por primera vez en 16 años. Todo pintaba bien, tan solo había que empatar contra Chile y listo, la tarea estaría hecha. No contaban que, en los primeros minutos, los chilenos aprovecharían una serie de groseros errores en defensa y se irían al entretiempo con una ventaja de 3 a 0.
Además, el equipo estaba perdido. No se veía claridad ni síntomas de mejoría. Alguien tenía que tomar las riendas y alumbrar el camino. Ese alguien fue Radamel Falcao García. ¿Quién más que él?
En la segunda mitad, la tricolor fue apabullante y agobió la tranquilidad de su adversario que ya se veía ganador. Con un gol de Teófilo Gutiérrez y dos del Tigre, Colombia hizo lo imposible. En la mente de todo el que vio esa gesta está la imagen de Falcao sacándose su camiseta, gritando fuertemente, desahogándose de tanta bronca y corriendo a abrazar a sus compañeros en el banco de suplentes.
Ese día lo consagró y era inevitable imaginarse a ese fenómeno marcando goles en Brasil. Tan solo le quedaba continuar con su buen desempeño en su club para llegar en el mejor nivel. Tuvo incluso chance de poner a soñar aún más a sus compatriotas cuando marcó el primer tanto en un amistoso en el que Colombia le ganó a Bélgica, una de las favoritas. Bien iban las cosas hasta que un partido de la Copa de Francia aguó la fiesta.
¿Por qué fue titular por un partido de Copa? ¿Por qué lo convocaron si jugaban contra un equipo de cuarta división? ¿Por qué no lo sacaron del campo si vieron que el rival jugaba brusco? Nadie supo y nadie sabrá, pero, por algún motivo, Falcao se cruzó con un profesor de geografía que ese día le cambiaría radicalmente la vida. Y lo lesionaría de gravedad, también.
Su nombre es Soner Ertek, jugador semiprofesional y licenciado en ciencias de la educación de la Universidad de Lyon, que infortunadamente intentó hacerse con el balón en una barrida, pero se llevó por delante la pierna izquierda de su contrincante, dejándolo sin Mundial y sumergiéndolo en dos años y medio de incertidumbre y dolor.
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Radamel se perdió Brasil 2014. Pékerman lo convocó y esperó hasta último minuto, pero no hubo nada que hacer ante el mal estado de su rodilla. Obligado tuvo que ver como sus compañeros hacían historia en tierras cariocas y vencían a Grecia, Costa de Marfil, Japón y Uruguay. Todo desde afuera y sin poder hacer nada.
La temporada 2014/15 se avecinaba y, pese a no estar en la Copa del Mundo, aún era apetecido por muchos de los grandes de Europa. Adicionalmente, el dueño del Mónaco estaba afrontando una incómoda situación económica por lo que tuvo que prescindir de varios gastos, entre lo que se incluía el salario del colombiano. Todo se dio para que se entablaran negociaciones que posteriormente acabarían en su cesión al mítico Manchester United para ser dirigido por Louis van Gaal.
En suelo británico, le costó tener una buena relación con el técnico holandés que no le dio la confianza que necesitaba después de la lesión. Era recurrente ver a Falcao ocupando un puesto en la banca o, en más de una oportunidad, ni siquiera siendo parte de las convocatorias. A pesar de eso, sus ganas de nunca desfallecer le ayudaron a convertir cuatro goles en una gris temporada. Quedaba claro que urgían minutos para retomar su ritmo.
Por eso es que su cesión al Chelsea, para el año venidero, no fue la mejor decisión. En el conjunto londinense careció nuevamente de continuidad y tan solo pudo aportar un tanto. Además, coincidió con una floja temporada del equipo en el que existían fuertes diferencias entre el estratega José Mourinho y varios de los líderes del plantel. Tanto Falcao como el portugués abandonarían el club.
En la Selección tampoco pudo lograr mucho. Viajó con sus compañeros a la Copa América de Chile en donde cayeron eliminados frente a Argentina en cuartos de final y no anotó. Muchos pensaban que estaba en el ocaso de su carrera y, descaradamente, se arriesgaron a sugerir su retiro. De no ser por su entereza y fortaleza mental, ‘El Tigre’ habría desfallecido.
Llegó así por segunda vez al Mónaco, el club dueño de su pase. Los monegascos habían obtenido un tercer puesto el año anterior, a 31 puntos del PSG que se coronó campeón, y no pretendían más que eso en esa nueva temporada. La realidad superó considerablemente a la expectativa cuando Radamel Falcao se transformó en una máquina de goles.
Con la cintilla de capitán en su brazo y haciendo dupla con un joven Kylian Mbappé, Falcao y el Mónaco no solo conquistaron Francia, sino también Europa. Acabaron con el dominio del PSG y eliminaron al Manchester City de Pep Guardiola en Champions League. Muy cerca estuvieron de llegar a la final de aquella competición, pero perdieron la llave que los emparejó con la Juventus. Y nada hubiera sido medianamente posible de no ser por las 21 dianas del samario.
Paralelamente, Colombia avanzaba, pero no convencía en la Eliminatoria. Se sentía la ausencia de Falcao después de que muchos de los elegidos por Pékerman fallaran en su intento por hacer olvidar al 9 del Mónaco. Aprovechando la falta de gol y su increíble presente, el argentino lo incluyó en sus convocatorias y él calló bocas.
El escenario fue el mismo, el Estadio Metropolitano. El combinado nacional no podía irse con las manos vacías, pero al frente tenía a Brasil. La ‘verdeamarela‘ estaba siendo ampliamente superior y se había adelantado en el marcador con un golazo de Willian que vulneró la resistencia de Ospina. No se veía cómo ni por dónde, hasta que él apareció.
Santiago Arias se descolgó por derecha tras ser habilitado de taco por James Rodríguez. Metió un centro, como lo había hecho en todo el partido sin poder concretar nada, y encontró que Falcao impactaba de cabeza en una posición bastante incómoda.
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La pelota entró, la gente saltó en sus casas, algarabía total y otra vez más cerca del Mundial. Él volvió a marcar en un partido oficial después de casi cuatro años. La última vez fue en ese 11 de octubre de 2013 contra Chile. Un hombre que aparece en momentos claves, no hay duda. Una escena similar con el mismo héroe.
La selección clasificaría y él sería clave. No solo en lo deportivo, sino también en el liderazgo de un grupo humano repleto de juventud. Un ejemplo formidable para las nuevas generaciones, alguien que sabe lo que es tocar el cielo, caer bajo y renacer. Alguien que mañana jugará su primer partido de una Copa del Mundo. Alguien que se lo merece más que nadie.
*Juan Pablo Vásquez. Colaborador Semana.