MUNDIAL RUSIA 2018
Octavos de final, desde la ‘popular’
Desde que se acabó la primera ronda del Mundial, los fanáticos han tenido que jugarse una auténtica eliminatoria para seguir a sus selecciones en la segunda fase. Desde trenes de tercera categoría a pasar noches en hostales. Todo para no perderse la recta definitiva de la Copa del Mundo. Crónica del enviado especial.
Rodrigo Urrego Bautista. Enviado SEMANA.
Kazán, república de Tartaristán. Rusia.
‘La popular’ es el término con el que se denomina a la tribuna más barata en los estadios de Colombia y Suramérica. En la Bombonera de Buenos Aires, es el lugar de ‘la 12’, el jugador más temido del Boca Juniors, y en el Gigante de Arroyito, en Rosario, se hacen los Guerreros, los que alientan a Central. En el Campín de Bogotá, por ejemplo, meterse al tumulto de la Lateral Norte para un partido del rentado colombiano cuesta 35.000 pesos; en el Atanasio Girardot, con 25.000 pesos se está apeñuscado uno con otro, de pie, en la Popular Sur. Allí no se ven los partidos, se palpitan. Por lo general es el lugar de las llamadas ‘barras bravas‘, se canta y se salta sin parar y los que lo hacen fecha tras fecha -por lo general- “están locos de la cabeza”.
A los aficionados más racionales, la popular les da urticaria. Prefieren ver el juego por televisión que jugársela ante las condiciones poco favorables para disfrutar y analizar un cotejo. Pero hay otros a los que el bolsillo les es tan estrecho que es la única ventana para disfrutar de la pasión por el fútbol. Quedarse afuera o estar adentro, esa es la cuestión, como si se tratara de un dilema shakesperiano. La misma encrucijada que por estos días se siente en Rusia, en los octavos de final del Mundial 2018. Estar o no en los octavos de final.
El pasado jueves, cuando se acabó la ronda de grupos, para los seguidores de las selecciones que se clasificaron comenzó una nueva eliminatoria. Conseguir una plaza en aviones, trenes y autobuses para estar presente en los juegos de la siguiente ronda mundialista. Para los colombianos, por ejemplo, muchos de los cuales habían apostado porque Colombia clasificara en el segundo lugar del Grupo H, tuvieron que cambiar sus planes de ir a Rostov del Don y encontrar lugar en Moscú. O los argentinos, confiados en que con Lionel Messi serían primeros en el Grupo D, ya tenían sus tiquetes para Nizhny Novgorod, la sede más cercana a Moscú (a solo 4 horas en tren), pero tuvieron que hacer peripecias para viajar -11 horas- a Kazán.
A esas alturas los tiquetes de avión no solo estaban por las nubes sino que se habían agotado. Y en los trenes, las cómodas literas y compartimentos de primera y segunda clase ya estaban copados. La única alternativa, viajar en tercera. O lo que es igual, el vagón ‘popular’ de los agotadores trenes rusos.
A la media noche del viernes, la estación de tren de Samara estaba que no le cabía un alfiler. Gente de todas las nacionalidades a la espera de que se habilitaran cupos de tren, no solo en las plazas gratis ofrecidas por las FIFA, sino aguardando el milagro de que se habilitaran más trenes en las horas siguientes. El tren 681, cuyo itinerario era una auténtica travesía desde la sede donde Colombia jugó contra Japón, hasta Moscú, y una de sus estaciones intermedias era Kazán, donde el sábado 30 de junio comenzaban los Octavos de final con el duelo Francia vs. Argentina.
El vagón 24 era el de tercera clase, y en realidad parecía la tribuna de popular. No solo por el precio, 1.200 rublos –unos 60.000 pesos colombianos- para un viaje de 16 horas. Apenas con el tiempo justo para llegar al Arena Kazán, al que sin duda ha sido uno de los mejores partidos de Rusia 2018.
Mientras en los vagones de primera y segunda clase hay 10 “habitaciones” privadas, cada una con cuatro camas, dos abajo y dos arriba, con enchufes, luz para lectura, y amplios guarda equipajes, en el vagón 24 había 42 camarotes numerados, sin ningún tipo de división. Los pasajeros tenían que hacer peripecias para acomodar sus equipajes, cuando lograban acomodarse, pasaban las azafatas exigiendo el pasaporte, el fan Id, el tiquete y la tarjeta de inmigración, y con lista en mano entregaban una bolsa con una sábana, una funda para la almohada y una toalla pequeña. Parecía como si se tratara de los prisioneros de la época de la dictadura de Stalin, a los que montaban en los trenes con rumbo a Siberia, para pagar allí sus condenas con trabajos forzosos.
Había turnos hasta para hacer uso de los pocos tomacorrientes disponibles en el vagón para cargar los celulares, y cómo no, para entrar al baño, que olía como a los de la tribuna popular del Atanasio, la Bombonera, el Gigante o El Campín. Había que respirar profundo y tomar aire para aguantar la respiración para cumplir con las necesidades fisiológicas más apremiantes.
Si en primera y en segunda clase los trayectos son de verdad incómodos, en el vagón de la popular eran peor. El calor humano elevaba la temperatura, y el sueño era difícil de conciliar con la ropa húmeda por el sudor. Los agentes de la policía rusa hacían su ronda, y despertaban a los que tuvieran pagando sus celulares y los obligaban a dormir con ellos debajo de la almohada. Se roncaba en todos los idiomas, y quien no pudiera conciliar el sueño tenía que tomarse altas dosis de tolerancia para soportar el recorrido. Los trenes rusos no son bala, van a paso lento y su sonido termina por hacerse insoportable.
Fabián, un colombiano que vive en New Jersey y que vino a acompañar a la selección, estaba a bordo de ese tren junto con su amiga Karen. Ambos relataban las que habían tenido que pasar en territorio ruso como queriendo restarle trascendencia a los padecimientos del vagón 24. Iba en esqueleto, se le veían tatuados dos huellas de bebé, las de su hijo que se quedó en Estados Unidos. Le correspondió una de las camas de segundo nivel del pasillo, cuya distancia al techo no se prolongaba más que la hay entre dos manos extendidas, del dedo pulgar al meñique.
Llegaron a Rusia el 12 de junio, su primera estación fue en San Petersburgo, y sintieron que sería el peor viaje de sus vidas cuando la dirección del hotel que habían reservado por internet era de un parqueadero de camiones y autobuses. Pero tras cruzar la puerta de un edificio y subir las escaleras, todo cambió a tal punto que ha sido, de momento, el mejor lugar en el que han dormido. Limpio, amplio, y muy confortable.
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Todo lo contrario a lo que padecieron en Samara. También confiados en las recomendaciones de internet, reservaron alojamiento que resultó ser una habitación de una familia. La persona que los recibió y les entregó las llaves tenía mal aspecto, como el del barrio donde quedaba ubicado plagado de grafitis y con la sensación de inseguridad, en un país donde el orden y la seguridad parece la norma. Además, el dinero que tenían que desembolsar era más propio de un hotel de tres o cuatro estrellas, por lo que se marcharon y encontraron un hostal cercano. Mientras lograron instalarse perdieron tiempo precioso para llegar al Arena de Samara, al juego de Colombia contra Senegal. Llegaron cuando el cronómetro ya marcaba el minuto 30 del primer tiempo, y se perdieron el himno nacional que es sin duda el espectáculo todos los hinchas quieren protagonizar.
Fabián y su amiga Karen fueron de los pocos que permanecieron en el vagón cuando el tren arribó a Kazán, pues aún les faltaba medio viaje, casi 10 horas más de trayecto para ver llegar a Moscú, a dónde iban a buscar boleta para el juego de Colombia este martes ante Inglaterra.
Pero si el vagón de tercera clase es la popular de los trenes, los hostales lo son en cuanto a alojamientos se refiere. La habitación número 2 del Hostal Kazán, ubicado a solo 800 metros de la estación de trenes de la capital tártara, estaba convertida ese sábado en una especie de consulado argentino. Siete de las ocho camas, a 2.000 rublos la noche, unos 100.000 pesos colombianos, eran de fanáticos de la albiceleste que habían encontrado lugar a última hora, y también porque la oferta hotelera estaba desbordada para ese día. Los camarotes estaban cubiertos con acabados de madera, cada cama parecía una cajita con un colchón, y una cortina corrediza servía para conservar la privacidad. Los argentinos, con la camiseta de su Selección, cantaban sin importar el descanso de los demás, hacían sonar unas vuvuzelas, todo ante la mirada de los administradores que con resignación parecían decir, ni modos, esta es la fiesta del Mundial.
Volvieron a la madrugada siguiente, cuando el sol ya se había asomado por Kazán, pero lo hicieron en silencio, apenas para tomar un descanso y una ducha y empacar sus pertenencias en sus morrales.
-Quedamos sin norte boludo-, decía uno, pues ya tenían los tiquetes comprados para Moscú y luego para Nizhny Novgorod, donde esperaban ver a la albicelestes en los cuartos de final.
-Vamos a buscar uruguayos a ver si vendemos las boletas-
-Pero si los uruguayos son cinco boludo, a lo mejor vamos a Nizhny y nos quedamos al partido-
-Que ganas tengo de alquilarme una suite presidencial, que ganas tengo de cepillarme los dientes sin que me estén golpeando la puerta-, se lamentaba otro.
-Que aguante el de Carlitos y el de Nico. Anoche estaban con dos minas, valían en Argentina para acá no pasaba nada con ellas-.
-A lo mejor nos apuntamos a esto-, decía uno mientras sacaba una tarjetica en la que se ofrecían masajes a la rusa por 800 rublos y dos horas de sexo.
-Que culiadón el que nos pegaron, cuatro los franceses, tres los croatas, no pudimos con Islandia…-.
-Chao Rusia, ahora a Catar. El problema es que con nenitos, con el cochecito…
-Boludo, ¿vos te ves casado?
-Pues llevamos dos años con Virginia y ella anda con el reloj biológico apurando, qué querés que te diga… En todo caso en cuatro años será otro contexto. Ya tendremos 40 años.
- ¿Y cuál es la idea? ¿Llegar a metro con 80 de vasos? ¿Esos son todos los vasos que tenemos?-
-Ya ni hacemos ruido los argentinos…
-Bueno, ya está. Ahora a pensar en la Libertadores-.
Eso era lo que se oía al interior de la habitación 2 del Hostel Kazán. Entre trenes de tercera clase y hostales, así se viven los octavos de final en Rusia, desde ‘la popular’.