MUNDIAL DE RUSIA 2018
La plaza roja se tiñe de 'bleus'
Desde el Mundial de 1966 en Inglaterra no se marcaban seis goles en una final. Francia se coronó campeón de Rusia 2018 tras derrotar 4-2 a Croacia. Del enviado de SEMANA a Moscú.
Rodrigo Urrego Bautista
Enviado SEMANA
Estadio Luzhniki
Moscú, Rusia.
Había amanecido teñida de blanco y rojo, bajo un cielo plomizo más bogotano que europeo en pleno verano. Por momentos, Moscú, la capital de Rusia, parecía más Zagreb, la de Croacia. Por cada esquina del Kremlin, por el teatro Bolshoi, por la catedral de Kazán o la basílica de San Basilio, en la calle Nikolskaya y en las estaciones del Metro lo que se veían eran camisetas a cuadros, que cubrían el centro de la ciudad como si se tratara de un mantel. Era como si los cuatro y medio millones de croatas hubieran dejada vacía su pequeña nación, que alguna vez perteneció a Yugoslavia. Muchos lo eran, pero los miles de aficionados de todo el mundo que apuraban el último día de fiesta del Mundial habían tomado partido por el equipo que fue verdugo de los anfitriones, pero que se robó el corazón de todos los foráneos.
Y esa Plaza Roja, que al mediodía parecía una pista enjabonada por el aguacero de la mañana, era la misma que durante 32 días se había teñido de todos los colores. Blanco y rojo, como Perú; amarillo de Colombia, albiceleste como Argentina, verdeamarelo de Brasil, o con el tricolor mexicano… Todos soñaban con que la noche del 15 de julio su color fuera el que mandara. Pero el privilegio era de uno solo. La Plaza Roja se tiñó de les bleus, el de los campeones del mundo.
Todos los caminos conducían a la estación de Sportinaya. Vagones repletos con miles de fanáticos de todo el mundo que habían reservado una de las 78.011 butacas para el día de la final. Los 31 días de juegos que antecedieron a esta cita fueron toda una fiesta. La fiesta de fiestas era el juego 64, el único en el que la Copa Mundo se asoma a la cancha. Ese trofeo de 36 centímetros de altura y con 6 kilos de peso (cinco de ellos en oro de 18 quilates) y esculpido por el italiano Silvio Gazzaniga, le quita el sueño a todo el planeta.
Croacia llevaba días desvelada. Desde 1998, el primer Mundial en el que participó, cuando alcanzó las semifinales, nunca antes la había tenido a la mano. Como en aquella ocasión, Francia se le atravesó en su camino, pero esta vez en el último partido.
Las camisetas a cuadros eran casi el triple de las azules de Francia, entre otras porque muchos de los que la lucían no hablan una sola palabra de croata, pero se habían subido al carro del equipo más pequeño. Los que sí lo hablaban llenaron la tribuna sur, aplaudían en coreografía, levantaban los brazos y expulsaban un tremendo grito “Hervatska”.
A este se sumaron los de acento latino, que tras el pitazo inicial, levantaron su voz al unísono, “Croacia, Croacia”. Todo, en buena parte, gracias al ímpetu con el que los croatas desafiaron a los franceses durante los diez primeros minutos de los 90 que tenían por delante para pasar a la historia. Hasta que el pito del argentino Nestor Pitana, en el minuto 17, señaló una infracción fuera del área sobre Antoine Griezman. Los croatas la protestaron y advertían que era una de las tantas simulaciones que también han hecho famosos a los franceses en este Mundial. El propio agredido fue el encargado de enviar la pelota al corazón del área croata, y allí el que más saltó fue el que precisamente tenía soñando a los de la bandera a cuadros con el título mundial. Mandzukic, el que hizo el gol de la victoria contra Inglaterra en la semifinal, la cabeceó con intenciones de despejar el peligro, pero la mandó adentro de su propia puerta. Si en los últimos mundiales las finales se habían caracterizado por definirse con un solo gol, en el Luzhniki de Moscú ya se había cantado el primero antes de los primeros 20 minutos.
Grito de gol el que estremeció a la estatua de Lenin diez minutos después. Vida pescó un rebote y se la sirvió a Perisic, el del gol de karate kid contra Inglaterra, y su disparo alcanzó a rozar el muslo de Raphael Varane, por lo que el balón se alejó de las manos de Hugo Lloris, uno de los mejores arqueros del campeonato. El 1-1 era presagio de lo que se vendría. Pero nadie jamás imaginaba la final tan loca que tendría un Mundial igual de loco.
Como el suspenso entre el minuto 34 y el 38. Un tiro de esquina que Perisic, probablemente sin intención, terminó mandando de nuevo al corner. Los franceses no dudaron en reclamar penalti por una supuesta mano del croata. Pitana, que en cada agarrón previo a un saque de esquina había amenazado con utilizar el VAR, no tuvo otra que recurrir a él ante la presión de los franceses. Se fue corriendo a ver el video y tardó más de la cuenta en tomar una decisión. Cuando parecía tenerla clara, se devolvió para echarle una última mirada al video tape. Luego volvió a la cancha apresurado y señaló el punto blanco de los doce pasos. Los franceses lo celebraron como si fuera un gol. Grito que repitieron cuando Griezman engañó al portero Subasic. Fue todo un baldado de agua fría para los croatas, entre otras porque en ese momento sonó un trueno que precedió al segundo chaparrón de la jornada. Los franceses se iban en ventaja.
Tres espontáneos, vestidos tan elegantes como los hombres de seguridad, invadieron la cancha apenas cinco minutos después de comenzado el segundo tiempo. Los dos primeros fueron controlados con rapidez, pero pocos se habían percatado del tercero que se fue a abrazar a Mandzukic y recibió un empujón del delantero croata, en ese momento con cara de pocos amigos. A esa altura en las tribunas ya no había preferencias, y la gente se levantaba como si tuviera un resorte con las jugadas de lado y lado. Las paredes de los franceses eran saludadas con gritos de júbilo, como las barridas de los corajudos croatas.
Y así llegó el jugadón de la jornada. En apenas segundos, y tres toques, Pogba puso a correr a Mbappé que se llevó la pelota con una velocidad asombrosa. Cerca a la línea de meta la envío al centro del área, y allí Griezman, en una nueva muestra de elegancia y frialdad la durmió con el tacón de su zapato, luego con la punta y cuando parecía que haría la veintiuna se la sirvió a Pogba, el que había empezado la jugada, para que se encargara de terminarla. Pogba disparó a puerta, rebotó en un defensor croata y de nuevo la acomodó a un costado del arquero. El 3-1 parecía definitivo.
Pero faltaba más. El aguacero era mundial, los tejados del Luzhniki sonaban como si les cayeran piedras, y los truenos eran recibidos con júbilo por los espectadores, lógicamente por los que estaban bajo cubierta, pues los franceses y croatas ubicados detrás de ambos arcos estaban emparamados de pies a cabeza.
Lucas Hernández, aprovechando el terreno mojado se escurrió como un jabón en las manos entre las piernas croatas que se le fueron atravesando en forma de zancadillas en su expedición al arco rival en el minuto 65. Vio de reojo a Mbappé y se la puso. El 10 de les bleus, en cuestión de segundos la paró y disparó sin mirar al arco, pues lo tenía dibujado en la frente. Fue el cuarto gol y se convirtió en el segundo jugador menor de 20 años en marcar en una final de una Copa del Mundo. El primero en hacerlo, hace 50 años, en el Mundial de Suecia 1958, se llamaba Edson Arantes y le decían Pelé.
Los croatas de la tribuna sur ahora sí quedaron mudos, y el “allez les bleus, allez les bleus” era ahora el grito que le competía a los truenos que sonaban encima del Luzhniki. Y si no fuera suficiente con autogol y VAR, Lloris, el arquerazo francés, quiso hacer la gambeta de su vida, pero Mandzukic los sorprendió y empujó la pelota. El 4-2. Desde 1966, en el Mundial de Inglaterra, no se marcaban seis goles en una final. Dolor para los croatas, alegría para los franceses, pero emoción en todas las tribunas, los 78.011 fueron testigos de un partido histórico. De la final de un Mundial histórico.
Aunque Lloris con su error pareció llenar de ánimo a los croatas que se levantaron a cantar, ya todo estaba liquidado. Y la nostalgia llegó cuando tras los cinco minutos de adición el silbato Néstor Pitana decretó el final del Mundial de Rusia, al levantar sus manos al cielo. Acto seguido un nuevo trueno y el tercer chaparrón de la noche, el que se extendió hasta después del momento en que se levantó la Copa. Todos mojados, hasta Putin, Macron y la presidenta de Croacia. Lluvia que cayó como Maná para los franceses, y diluvio universal en el que se ahogó la ilusión de los croatas. Ambos equipos se intercambiaron calles de honor para subir a reclamar las medallas, y ni Putin ni Macron ni la presidenta de Croacia, con más de un admirador, se quedaron para ver el momento en que Lloris levantó la Copa.
Los que parecen seguir en el Luzhniki son los franceses de detrás del arco norte, que cantaban a capela La Marsellesa y luego el “la,la, la la la la, champions du mounde…”. La noche del 15 de julio, la Plaza Roja de Moscú se tiñó de les bleus.