ESTADOS UNIDOS
Absolutamente indescifrable: Trump y sus conversaciones rotas
Al despedir a su consejero de Seguridad, John Bolton, Donald Trump demuestra que en los temas internacionales también es un pozo de sorpresas. Decide solo, cambia de opinión y amenaza la seguridad nacional.
“Están muertas. para mí, estas conversaciones están muertas”. Con esta frase Donald Trump le anunció al mundo el fin de semana pasado que no asistiría a la reunión secreta que él mismo planteó con los talibanes en Camp David, una de las residencias presidenciales a las afueras de Washington.
Como es usual en su presidencia, la noticia tomó por sorpresa a los talibanes, a los medios de comunicación e incluso a algunos de sus consejeros personales, que no sabían nada de unas conversaciones de paz con los miembros del grupo terrorista y que mucho menos esperaban un tuit para anunciar su final.
Trump aseguró que no podía “perdonar ni dialogar” con los perpetradores del atentado de hace dos semanas en Kabul, en el que murieron 12 personas, entre ellas un soldado estadounidense.
La Casa Blanca adelantaba conversaciones para salir de Afganistán. Pero ante un atentado en Kabul, Trump las echó por la borda.
En otras circunstancias hubiera sido un pretexto; pero las cosas pintaban mal desde mucho antes. Al Gobierno de Afganistán nunca lo invitaron al diálogo y a los talibanes no les exigieron un cese al fuego. Por el contrario, el delegado especial de Washington, Zalmay Khalilzad, llevaba casi un año reuniéndose con los dirigentes talibanes en Doha (Qatar) sin resultado concreto y sin acuerdo alguno, solo la promesa de retirar 5.000 de los 14.000 soldados norteamericanos de Afganistán.
Precisamente, ese punto molestaba a John Bolton, el consejero de Seguridad Nacional que pagó su discrepancia con su despido el lunes por la mañana. Una vez más, Trump le informó a Bolton por Twitter que le estaba buscando reemplazo.
El presidente no se anda con rodeos, quien lo cuestiona debe irse; los dos consejeros anteriores también lo entendieron a las malas.
Lo paradójico esta vez es que muchos respiraron de alivio con su salida. John Bolton, un republicano clásico, de línea dura, y defensor de las intervenciones militares de Estados Unidos en el mundo, le dijo muchas veces no al mandatario. Nunca estuvo de acuerdo con las conversaciones con Kim Jong-Un ni con los intentos de mediar con Vladimir Putin, Hasán Rohaní o Recep Tayyip Erdogan, ni con su deseo de retirarse de los conflictos.
De hecho, algunos funcionarios de la Casa Blanca les revelaron a los diarios que Bolton sostuvo acaloradas discusiones con el presidente por sus decisiones en política exterior, a las que consideraba débiles y laxas con los dictadores.
Jorge Yarce Tamayo, director del Centro de Estudios Políticos e Ideológicos de la Universidad Central, le dijo a SEMANA que la diferencia es que “Donald Trump no es un belicista, sino un vociferador. Alardea con la fuerza, pero no está dispuesto a utilizarla. Al contrario, Bolton defiende el imaginario de que Estados Unidos debe establecer el equilibrio mundial. Recibir a los talibanes en su propia casa debió ser un oprobio para él. Un republicano de cepa no negocia con terroristas”.
En el fondo, la salida de Bolton únicamente refleja una serie de acciones erráticas de parte del mandatario, quien no solo demuestra que no escucha a nadie, sino que pone en peligro la seguridad nacional cuando lanza a diestra y siniestra amenazas verbales y mensajes contradictorios a sus enemigos y aliados.
La arbitrariedad y falta de palabra de Trump fueron el punto de quiebre con su consejero. Es cierto que los deseos bélicos e imperialistas de Bolton habrían llevado a Estados Unidos a intervenir militarmente a Venezuela, Nicaragua y Cuba, “la troika de la tiranía”, como suele denominarse a esta tríada, y quizás a muchos países más.
Sin embargo, en otras ocasiones, como en Corea del Norte, Siria y Afganistán, los arrebatos del presidente habrían ocasionado un mal acuerdo o una peligrosa retirada de tropas, con un costo humano y político enorme si Bolton no hubiera estado ahí para detenerlo.
El caso sirio habría sido especialmente crítico. Después de que Estados Unidos recibió el apoyo de los kurdos y de la comunidad internacional para detener la avanzada de Isis en Oriente Medio, los aliados habrían considerado una traición la orden de abandonar el país y esto habría dejado un vacío a favor de las milicias de la zona.
Pero la forma de negociación de Trump también es peligrosa. Así lo comprobó el jueves, al coquetear con el plan del Gobierno francés de darle 15.000 millones de dólares a Irán a cambio de que regrese al acuerdo nuclear. Trump había sacado a su país del acuerdo, y obligado a Rohaní a hacer lo mismo a punta de duras sanciones económicas. Pero ahora asegura que no tendría problema en sentarse a negociar con el iraní, a quien hasta la semana pasada llamaba “mentiroso”, y dice que Irán tiene un “potencial formidable”.
Lo cierto es que por esos bandazos Irán reactivó su programa nuclear, Corea del Norte lanza misiles como si se tratara de bengalas, los talibanes amenazaron con próximos ataques terroristas (“peores que los del 11 de septiembre”) y China mostró los dientes en la guerra comercial.
Líderes talibanes, entre ellos Abdul Ghani Baradar (segundo a la izquierda), antes de que las conversaciones en Doha fallaran.
Al presidente no le basta con atacar a los eternos ‘enemigos’ de Washington, sino que está empeñado en tener una mala relación con sus aliados, como con la Unión Europea, a la que acusa de ser una socia comercial “deficiente”. Asimismo, Trump no duda en poner en peligro su amistad con un país si no consigue lo que quiere, incluso cuando hace pedidos descabellados, como exigirle a Dinamarca venderle Groenlandia.
Y así, el mandatario ha desatado querellas y levantado ampollas en casi todo el planeta. En la mayoría de los casos por una improvisación total en su política exterior, que hoy parece inexistente, y por el rechazo a recibir consejo de sus asesores. Como afirman algunos observadores, Trump parece empeñado en quedar como el gran negociador, así en el camino se lleve los más preciados principios de las relaciones internacionales.
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Los bandazos en política exterior
Trump se da apretondes de manos con autócratas vergonzos que, sin embargo, casi nunca salen bien.
• Las conversaciones entre Kim Jong Un y Donald Trump están en un punto muerto desde febrero, pues Corea del Norte no aceptó las condiciones que Washington propuso para su desnuclearización. Desde entonces, el dictador norcoreano continuó con los lanzamientos de proyectiles al mar de Japón, mientras Trump asegura que sus relaciones son “amistosas”.
• Trump, motivado por Bolton, insinuó una intervención militar en Venezuela para derrocar a Nicolás Maduro. Luego acusó a Bolton de hacerlo creer que el chavismo caería más rápido. Hasta ahora, Maduro continúa con el apoyo de la mayor parte de las Fuerzas Armadas, mientras el respaldo a Guaidó se enfría.
• Las relaciones entre el Kremlin y la Casa Blanca nunca fueron amables. Sin embargo, Trump suele elogiar a Vladimir Putin, cuya injerencia en su triunfo electoral está por fuera de discusión.
• Trump inició un guerra comercial con China en 2018, a la que impuso aranceles por 50.000 millones de dólares, por “prácticas desleales” y para fomentar la industria nacional. La relación está en su punto más tenso y de los viejos apretones de manos no queda nada.