Argentina
Agustín Laje describe en SEMANA a Javier Milei y habla de las elecciones en Argentina: “Él ya ganó”. ¿Por qué lo dice?
Agustín Laje explica, en este texto para SEMANA, el rol político del hombre que puede ser el próximo presidente de Argentina como quien les ha mostrado a las masas “la desnudez del rey”. Asegura que hoy es el candidato del cambio.
Como pocas veces sucede, en la Argentina de los últimos dos años la gente empezó a concebir su relación respecto del Estado en términos de relación de fuerza. El Estado, esa máquina impersonal cuyos disfraces cambian a lo largo de la historia, de repente apareció frente a nuestros ojos como monopolio de la fuerza.
El célebre concepto de Max Weber, antes reservado para sociólogos y politólogos, fue parcialmente reconocido por el público no especializado: el Estado es, en concreto, una organización que detenta el monopolio del uso de la fuerza. El reconocimiento fue parcial, no obstante, porque la mayoría olvidó que Weber acompañaba aquello de “uso de la fuerza” con un calificativo que resulta determinante a la hora de entender la índole del Estado, a saber: el calificativo de “legítimo”.
El Estado reclama el uso exclusivo de los instrumentos de violencia, siempre que logre no solo utilizarlos, sino utilizarlos legítimamente. Esta es su diferencia esencial con la mafia organizada. La legitimidad refiere a la validez del dominio. Hay legitimidad cuando aquellos que se encuentran sometidos a un dominio entienden que esas relaciones son, en efecto, como deben ser.
La manera en que el Estado procura legitimarse, es decir, volver aceptable su dominio, varía de acuerdo al tiempo y al espacio. Pero sin legitimidad, ningún Estado podría sobrevivir. La fuerza quedaría entonces desnuda, advertida como injusticia, como mera opresión, y los súbditos no tardarían en levantarse contra el sistema.¿Qué está pasando en Argentina, más allá de la inmediata coyuntura electoral? La legitimidad con la que el Estado ejercía el monopolio de la fuerza empezó a resquebrajarse.
Algunos comenzaron a animarse a gritar que, en rigor, “el rey está desnudo”, y muchos más no dudaron en seguirlos. Los ropajes ideológicos del Estado empezaron a fallar y cada vez resultó más fácil mirar sus desagradables “partes íntimas”: corrupción, mafia, parasitismo, nepotismo, contubernios, etcétera. Javier Milei tiene el mérito indiscutible de haberle puesto nombre: casta. El rol político de Milei ha sido, ante todo, mostrarles a las masas la desnudez del rey.
Durante 16 de los últimos 20 años, los argentinos estuvimos gobernados por el socialismo del siglo XXI. Esta es una ideología que disimula de manera astuta el carácter esencialmente violento del Estado; disimula que, debajo de sus ropajes, hay pura violencia. Así pues, según los socialistas del siglo XXI, el Estado no sería más que una organización solidaria, cuya función en la sociedad consiste en llevar igualdad a los ciudadanos.
Todos hemos de desear un “Estado presente”, un Estado que funciona como un buen padre o, mejor, como una buena niñera.“Igualdad”, “solidaridad”, “inclusión”, “Estado presente”, fueron meras palabras talismán que servían para encubrir el uso de la violencia organizada con el fin de quitar el fruto de su trabajo a los ciudadanos, para financiar una casta corrupta enquistada en el sistema estatal. Nunca ha habido gente menos igual a los demás que aquellos encargados de igualarnos.
Durante mucho tiempo, no pudimos ni supimos verlo. La destrucción económica en el nombre de la “igualdad”, la corrupción en el nombre de la “solidaridad”, la reducción de las libertades individuales en el nombre de la “inclusión”: el Estado no solo vive de su ideología de legitimación, sino que también la apuntala con base en el adoctrinamiento.
Javier Milei irrumpe en la escena política hace apenas dos años como un antisistema. La caracterización no es ociosa: su blanco ha sido la legitimación misma de la que depende el sistema. En tan poco tiempo, ha hecho añicos el sistema ideológico que estamos comentando. Los partidos tradicionales de la Argentina tuvieron que postular los candidatos que, en términos relativos a su propia composición, más a la derecha se encontraban.
Patricia Bullrich fue lo más de derecha que uno podría encontrar dentro de Juntos por el Cambio; Sergio Massa es lo que más a la derecha se encuentra dentro del kirchnerismo. De repente, la idea del “Estado presente” se esfumó. Todos empezaron a hablar, a regañadientes, de reducción de impuestos y cargas estatales. Todos empezaron a invocar el principio de la responsabilidad individual. Todos querían ser, de una manera u otra, como Milei.
¿Cómo se explica que Javier Milei, sin aparato político, con un partido que tiene apenas dos años de existencia, que apenas tiene dos diputados nacionales, haya llegado a la segunda vuelta electoral? En gran medida, se explica por lo que venimos diciendo: Milei pasó a representar, para el pesar de Mauricio Macri y Juntos por el Cambio en general, lo que los argentinos entendemos como cambio. Milei fue elegido como el candidato del cambio, porque cambió las bases sobre las que el Estado argentino se legitima.
Este domingo, la Argentina vivirá su segunda vuelta electoral. Todos los caudillos del socialismo del siglo XXI salieron en apoyo de Massa. Temen que una victoria de Milei contagie al resto de la región, en el sentido de cuestionar la ideología de legitimación que los mantiene en el poder, frente a pueblos verdaderamente zombificados.
El exguerrillero Gustavo Petro no es una excepción: en sus redes calificó a Massa de “esperanza” para América. Hace bien en referirse a América, puesto que las elecciones argentinas tendrán impacto cierto en el continente. Hace mal en hablar de “esperanza”, porque la campaña de Massa se basa íntegramente en el miedo, el gran recurso de la política moderna desde Thomas Hobbes. Esperanza significa, literalmente, la espera de algo mejor. La temporalidad de la esperanza apunta, desde el presente, hacia el futuro: hoy se espera que mañana sea mejor.
Massa no puede vender ninguna esperanza, porque Massa gobierna la economía argentina hoy mismo, y todo lo que nos ha mostrado es que mañana es siempre peor: en solo 15 meses duplicó la inflación (redondeando, de 70 por ciento a 140 por ciento anual), creó 2.200.000 nuevos pobres y pasó el dólar (redondeando otra vez) de 300 a 900 pesos argentinos al tipo paralelo. Su único recurso, entonces, es el miedo, no la esperanza: “Con Milei todavía podrías estar peor”, es lo único que puede decir.
Petro se equivoca, como casi siempre le ocurre. El final electoral en Argentina está completamente abierto. Hay un consenso generalizado de que existe un virtual empate técnico. La mayoría de las encuestas dan alguna ventaja pequeña a Milei, pero se sabe que los socialistas no dudan en hacer fraude cuando los resultados están muy ajustados.
¿Ganará Milei? ¿Ganará Massa? Lo sabremos el domingo. O quizás más tarde aún, si hubiera que esperar a un escrutinio definitivo. De cualquier manera, y visto con cuidado, aun perdiendo, Milei ya ganó. En efecto, derribó el discurso de legitimación del socialismo del siglo XXI en Argentina; sin ningún aparato, se enfrentó al más monstruoso de todos: el Estado, puesto al servicio de la campaña de Massa; sin financiamiento, se enfrentó a la campaña política más cara de la historia (se calculan 8.000 millones de dólares); sin gobernadores, intendentes, diputados, senadores, se enfrentó al partido peronista. Milei encarna la esperanza del cambio en un país empobrecido, sufrido, caótico. Su carrera política, en rigor, acaba de comenzar.