MUNDO
Alcalde de Mariúpol advierte que 200 civiles continúan atrapados en la planta de Azovstal
Estima que aún hay 100.000 residentes de Mariúpol a la espera de ser trasladados.
El alcalde de Mariúpol, Vadim Boichenko, indicó este martes que aún hay 200 civiles atrapados en la planta metalúrgica de Azovstal a la espera de ser evacuados de la zona.
El mandatario de Mariúpol confirmó cifras dadas con anterioridad, un día después de que las labores de evacuación de la asediada ciudad de Mariúpol se vieran dificultadas. Las autoridades ucranianas han acusado a Rusia de impedir el traslado de los civiles que se encuentran en la zona a pesar de la apertura de un corredor humanitario.
La planta de Azovstal es uno de los últimos reductos de la ciudad de Mariúpol que le quedan por conquistar a Rusia, en su intento por tomar el control total del este y sureste de Ucrania y poder formar así un corredor que una las regiones de Dombás y la península de Crimea.
Asimismo, Boichenko alertó de que las fuerzas rusas han bloqueado la evacuación de 2.000 residentes de Mariúpol que se encuentran en la ciudad de Berdiansk, a pocos kilómetros, según informaciones de la agencia de noticias Ukrinform.
“Estamos esperando a que comience esa evacuación, cerca de Berdiansk. Hoy hay unos 2.000 residentes esperando ahí después de haber abandonado Mariúpol. Llevan dos semanas esperando a ser evacuados, pero el enemigo está destruyendo nuestros planes y no los deja salir”, aseveró.
Boichenko estimó que hay más de 100.000 residentes en Mariúpol, quienes también estarían esperando para trasladarse. “Ayer comenzaron los ataques contra Azovstal justo después de la evacuación”, lamentó.
La lucha diaria por sobrevivir en la devastada Mariúpol
En otra vida, hace apenas 10 semanas, Inna era peluquera. Ahora pasa sus días buscando comida y agua, en una lucha por sobrevivir en la ciudad ucraniana de Mariúpol bajo ocupación rusa.
“Corres a buscar agua a un punto de distribución. Luego, a donde reparten pan. Después haces fila para conseguir raciones”, cuenta la mujer de 50 años. “Corres todo el tiempo”.
Después de semanas de asedio, el ejército ruso y las fuerzas separatistas prorrusas tomaron a mediados de abril el control casi total de Mariúpol, ciudad portuaria a orillas del mar Azov, en el sudeste de Ucrania.
La ciudad está más calma, observaron periodistas de AFP en una visita de prensa organizada por las fuerzas rusas, aparte del sordo estruendo de las explosiones procedentes de la planta siderúrgica de Azovstal, el último reducto de las fuerzas ucranianas.
Después de vivir durante semanas en refugios subterráneos o encerrados en sus casas, los habitantes de Mariúpol descubren al salir que su otrora vibrante ciudad quedó devastada.
En un distrito oriental, ninguno de los edificios de apartamentos de la era soviética quedó intacto. Sus fachadas están quemadas y las ventanas rotas por los bombardeos. Otros han colapsado por completo.
Las tiendas fueron saqueadas y se observan varias tumbas recién cavadas en un callejón que discurre en medio de un bulevar.
No hay servicio de agua, electricidad, gas, red de telefonía móvil ni internet. La vida cotidiana está dominada por la búsqueda de los bienes más esenciales.
El día en que AFP estuvo en la ciudad, las autoridades separatistas organizaron la distribución de ayuda al frente de los muros perforados y ventanas rotas de una escuela local.
“No vivimos, sobrevivimos”
Unas 200 personas se agolpan detrás de un camión militar mientras voluntarios entregan paquetes de alimentos con pasta, aceite y conservas, marcados con la letra “Z” que simboliza el apoyo a la campaña militar rusa en Ucrania. Cerca de allí, dos camiones cisterna reparten agua potable.
Un anciano empuja un cochecito desvencijado lleno hasta el tope de latas y paquetes.
Los pobladores se congregan al frente de un edificio donde estufas a gas calientan ollas y teteras. A su lado hay ropa remojada en dos barriles azules convertidos en lavadoras improvisadas.
“Nosotros no vivimos, sobrevivimos”, dice Irina, una diseñadora de juegos de video de 30 años con un pequeño yorkshire terrier asomado en su mochila.
Muchos residentes de la ciudad, de unos 450.000 habitantes antes del conflicto, huyeron ante el avance de las fuerzas rusas.
No está claro cuántos permanecen, pero quienes quedaron atrás no tienen mayores esperanzas de salir.
“Me gustaría irme, ¿pero a dónde?”, preguntó Kristina Burdiuk, una farmacéutica de 25 años con dos niñas pequeñas, cada una abrazando una hogaza de pan.
“No queda nada” en Ucrania, dice, y “ya son tantos” los ucranianos en Polonia. Rusia simplemente no es una opción, asegura.
Burdiuk cuenta que vio coches perforados de balas que trasladaban familias que intentaban huir de la ciudad al inicio del asedio. No sabe quién les disparó.
Así que prefiere permanecer en Mariúpol con su esposo, su madre y su abuela y aceptar el trabajo pagado en rublos que le ofrecen las nuevas autoridades.
“Estoy dispuesta a hacer lo que sea”, afirma resignada.
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Con información de Europa Press y AFP