Donald Trump usó el racismo como arma política en su campaña. Dejó correr el rumor de que Barack Obama había nacido en Kenia, afirmación a todas luces falsa. | Foto: fotos: ap

ESTADOS UNIDOS

Alerta racista en Estados Unidos

Donald Trump avivó el peligroso fuego del racismo. Tras considerar extranjeras a cuatro congresistas, les pidió “regresar a sus países”. Lo peor es que su electorado lo respalda.

21 de julio de 2019

El presidente Donald Trump ha demostrado, a lo largo de estos tres años de gobierno e incluso desde su campaña presidencial, su absoluta incapacidad de autocriticarse por los errores o las faltas que comete. Si alguien controvertía esto, el mandatario se encargó de disipar las dudas esta semana. Solamente así se explica que el domingo en la tarde trinara que cuatro congresistas de orígenes y raíces extranjeras debían “regresar a sus países”, “infestados de problemas”, y dos días después afirmara que no tenía “un solo hueso racista en mi cuerpo”, y que ellas, no él, debían disculparse con Estados Unidos. En vez de cuestionarse por el evidente racismo de sus comentarios, el magnate tiró la piedra y luego ignoró las consecuencias.

Las afirmaciones de Trump causaron uno de los mayores revuelos que ha vivido su gobierno. Aunque no las mencionó directamente en el trino, para todos resultó evidente que se refería a cuatro congresistas demócratas que han ejercido una férrea oposición a su mandato: Alexandria Ocasio-Cortez(representante de Nueva York, con raíces puertorriqueñas); Ayanna Pressley (representante de Massachusetts,afroamericana); Rashida Tlaib (representante de Michigan, de orígenes palestinos) e Ilhan Omar (representante de Minnesota,nacida en Somalia). El trino, además, refleja gran ignorancia: Trump les pidió que se devolvieran a sus países, pero tres de las cuatro nacieron en Estados Unidos, y todas tienen la ciudadanía.

Rashida Tlaib, Ilhan Omar, Alexandria Ocasio-Cortez y Ayanna S. Pressley han denunciado las políticas migratorias de Trump. 

Como era de esperarse, las aludidas, quienes se llaman a sí mismas the squad (el escuadrón) porque apoyan en grupo políticas migratorias más incluyentes o medidas contra el calentamiento global, condenaron los trinos racistas y ofrecieron una rueda de prensa el martes. Allí les pidieron a sus conciudadanos no caer “en la trampa de Trump”, y no criticar sus políticas y decisiones. Precisamente, eso hicieron dos días antes de los trinos de Trump, cuando denunciaron en la Cámara la denigrante situación de muchos migrantes en los centros de detención en la frontera sur. En vez de defenderse con hechos y resultados, el presidente atacó desde Twitter, su trinchera favorita.

Trump llegó a la Casa Blanca por su racismo, no a pesar de él.

Las palabras de Trump desataron una tormenta mediática y la indignada reacción de muchos demócratas. Quizás, la vocera de la Cámara de Representantes, Nancy Pelosi, definió mejor la situación al afirmar que, cuando Trump se refería a “hacer a Estados Unidos grande de nuevo”, quería en realidad hacerlo “blanco de nuevo”. Sumado a eso, Pelosi impulsó con éxito una reprimenda presidencial, un acto simbólico que la Cámara no había usado en los últimos 100 años. Esta institución debía votar para amonestar al presidente por sus comentarios racistas y lo consiguió con una arrolladora mayoría: todos los demócratas, más cuatro republicanos, lo hicieron a favor.

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La votación, sumamente acalorada, confirmó una de las preocupantes conclusiones de este episodio: el racismo, más que un tema que debería rechazarse unánimemente, se convirtió en otro asunto partidista. Esto no solamente se evidenció en el resultado contra Trump, sino en las declaraciones de los republicanos a lo largo de la semana. Según un conteo del diario The Washington Post, solo 18 congresistas republicanos condenaron sin ambigüedad los tuits del presidente. La gran mayoría guardó silencio, y otro puñado lo defendió o incluso agravó las declaraciones. Por ejemplo, el líder de la mayoría del Senado, Mitch McConnell, aseguró sin muchas explicaciones que Trump “no era un racista”. Otro, el congresista Mike Kelly, le dijo a Vice News que no había razón para que esas cuatro mujeres se sintieran agredidas, pues él, blanco, también era “una persona de color”. Otra cara visible del partido, el senador Lindsey Graham, dijo en Fox News que, si bien los tuits eran racistas, estaban justificados porque sus cuatro colegas eran un “montón de comunistas que odian a este país”.

En un acto de campaña en Carolina del Norte, al mencionar a una de ellas, la gente coreó “¡Devuélvela!”, sin que Trump la corrigiera.

Voces críticas y respetadas, como la de Paul Krugman, economista y columnista de The New York Times, recordaron esta semana que no hay que perder el foco de la discusión. Krugman no solo señala que los tuits fueron racistas, “así de claro y simple”, sino que demostraron que esta discriminación ha revivido en las entrañas del Partido Republicano, lo que despierta viejos temores y peligros que, en apariencia, habían sido superados en un país con un oscuro historial racista. El problema consiste, precisamente, en que Trump llegó a la Casa Blanca por su racismo y no a pesar de él. Nunca lo ha escondido: ni en sus primeros años como empresario (no le gustaba que en sus casinos los afroamericanos tuvieran a su cargo las finanzas porque eran “perezosos”) ni durante su campaña a la presidencia (llamó a los mexicanos “delincuentes y violadores”). Su base electoral, ese 30 por ciento de los votantes republicanos que nunca lo ha abandonado a lo largo de estos tres años, aplaude y celebra los trinos porque responden a la visión que tienen del mundo.

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Los senadores Mitch McConnell y Lindsey Graham defendieron los trinos de Donald Trump, al igual que muchos otros republicanos en el Congreso. 

Algunas cifras reflejan esa interpretación. Por un lado, una reciente encuesta de The Economist y YouGov concluyó que, entre los votantes trumpistas, las tres figuras políticas con mayor desfavorabilidad son Ocasio-Cortez, Omar y Tlaib. Lo que quiere decir que a Trump, electoralmente, le conviene agredir al escuadrón. Por otro lado, varios estudios sociológicos de los votantes republicanos muestran que para la mayoría de ellos “ser norteamericano” está directamente ligado a la raza blanca.

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Todo indica que el tono racista no va a menguar, sino todo lo contrario. Trump entró en modo campaña y nada parece poder detenerlo. El miércoles, habló en un rally político en Carolina del Norte, uno de sus bastiones electorales. En una parte de su discurso, mencionó a Ilhan Omar, y el público coreó “¡Devuélvela! ¡Devuélvela!” sin que el presidente lo cuestionara. Después trató de distanciarse del mensaje, pero era demasiado tarde. Por el voto de su gente, a Trump le tiene sin cuidado insultar a quien sea, sin importarle que tarde o temprano sus palabras afecten negativamente a millones de personas. Con sus actos, está dejando el mensaje de que ser racista no es vergonzoso. Un mensaje peligroso.