ARGENTINA

Argentina después de la tempestad

La tormenta económica de las últimas semanas amainó recientemente, cuando el batallón de medidas adoptadas por el gobierno de Mauricio Macri pareció domar al dólar. Pero sobre el país quedó una espada de Damocles.

19 de mayo de 2018

Como sucede luego de un huracán, solo después de su paso quedan claras sus consecuencias. En los negocios de Buenos Aires la gente escaseaba, los supermercados chinos sacaron los vinos caros de las góndolas, los almacenes de materiales de construcción decían que no había precios, los restaurantes tenían pocos comensales. Ese era el panorama de la capital esta semana, cuando la gente se resguardaba en su casa y dejaba de gastar, como previendo una catástrofe.

Es que, tras una devaluación del 25 por ciento en menos de dos semanas y la posibilidad de una corrida cambiaria que se trasladara al mundo financiero, el panorama era negro. Pero el gobierno logró diseñar un plan que fue como tirar un sarcófago de plomo sobre una crisis radiactiva.

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En el temido supermartes 15 de mayo se vencían más de 30.000 millones de dólares en letras del Banco Central (Lebac), equivalentes a la mitad de las reservas del país, y se temía que la mayoría no fuera renovada y que sus titulares pasaran sus pesos a dólares. Al final, la tormenta pasó de largo y las medidas lograron frenar la corrida, aunque a un precio muy alto.

El presidente “tomó la dimensión de la crisis que estamos viviendo”, pero “fue un error dar por superado el episodio”, dijo a SEMANA el analista Rosendo Fraga, para quien hay “una crisis en desarrollo” que depende en gran medida de las tasas de interés internacionales.

El aumento de las tasas de interés en Estados Unidos y la subida de precios del petróleo provocaron una devaluación generalizada de monedas en los países emergentes. A este contexto externo, Argentina agregó lo suyo: el enorme déficit fiscal de cerca del 7 por ciento, el déficit de cuenta corriente, una sequía que redujo la cosecha de soya y medidas contraproducentes del gobierno; todo se juntó para desatar la tormenta.

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El presidente anunció que volverá a poner al país bajo la supervisión del Fondo Monetario y que pedirá un préstamo de unos 30.000 millones de dólares. Pero esta decisión cayó como un balde de agua fría hasta dentro de los propios seguidores del gobierno, en un país donde la sigla FMI hace correr sudor por la espalda. Todos recuerdan la crisis de 2001, cuando Fernando de la Rúa tuvo que huir en helicóptero de la Casa Rosada en medio de las movilizaciones populares, lo cual derivó en un default y en la pérdida de los ahorros de millones de personas.

“El gobierno ganó un tiempo muy precario para hacer un plan de ordenamiento y recortar el gasto más a fondo”, dijo a SEMANA un empresario afectado por la crisis de estos días. “Las medidas están atadas con alambre, y todas las noticias que llegan desde el exterior complican las cosas. Se va a encarecer el crédito, los exportadores están contentos, los que dependen de productos importados están sufriendo”, señaló.

Políticamente, la crisis también tuvo su costo. Macri venía del triunfo en las elecciones de mitad de término de 2017, pero su popularidad se redujo al 37,7 por ciento, al tiempo que saltan las desavenencias internas de la coalición gobernante; y el Senado se apresta a votar un congelamiento tarifario impulsado por la oposición y que Macri ha prometido vetar, a un alto costo político.

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Pero lo más grave está por venir: el crédito del FMI no será flexible como el que tiene Colombia, sino un típico stand by, atado a condiciones y metas trimestrales, para cuyo cumplimiento el gobierno deberá reducir más aún el déficit fiscal, recortar el gasto, frenar obras y despedir gente. Si a esto se suma la inflación que trae aparejada la subida del dólar, hay que esperar a cortísimo plazo las protestas sociales y de los sindicatos, que buscarán renegociar los aumentos pactados por debajo de la inflación. “Lo que más preocupa es el aumento de precios que viene en términos de días”, destacó el analista Rosendo Fraga.

Por ahora, Macri tiene a su favor que la oposición está atomizada y que Cristina Kirchner está rodeada de causas judiciales, pero las circunstancias siempre se encargan de buscar a sus líderes. Como en la película de El día de la marmota, en la que Bill Murray se despierta siempre en la misma fecha, el país parece anclado en su pasado de crisis recurrentes, devaluaciones, inflación y descontento social. La semana terminó mejor de lo que empezó, pero si bien esta vez no llegó el agua al río, quedaron expuestas al sol todas las fragilidades económicas y políticas que se arrastran desde siempre.