GEOPOLÍTICA
¿Por qué el asesinato de Khashoggi en un consulado podría amenazar la paz mundial?
El presunto asesinato del periodista Jamal Khashoggi dañó como nunca antes la reputación de Arabia Saudita, mientras que el gobierno de Donald Trump no sabe cómo evitar enfrentar a su aliado. Las implicaciones podrían incluso amenazar la paz mundial.
Cada día la prensa turca revela nuevas pruebas de lo que ya parece un secreto a voces: agentes de inteligencia bajo órdenes del príncipe Mohamed bin Salmán asesinaron al periodista saudí Jamal Khashoggi. El miércoles, mientras el secretario de Estado Mike Pompeo sonreía ante las cámaras de la mano del príncipe heredero, un alto funcionario del gobierno de Turquía revelaba fragmentos de un audio del momento exacto en que asesinaron al periodista, con detalles escalofriantes. Y mientras que la reputación de los saudíes ante el mundo caía cada vez más, el presidente Donald Trump se empeñaba en defenderlos.
El martes 2 de octubre a la una de la tarde, Khashoggi se dirigió al consulado de su país en Turquía para tramitar los papeles para casarse con su novia, Hatice Cengiz, una periodista turca. Nunca quiso creerles a quienes le advertían el gran peligro al que se estaba exponiendo por criticar los abusos del príncipe. Pero como se supo después, 15 agentes -entre ellos miembros del equipo de seguridad de Bin Salmán- lo esperaban allí para asesinarlo. Tras entrar a la oficina del cónsul Mohamed al Otaibi lo inmovilizaron y comenzaron a golpearlo. Y ahí empieza la grabación, aparentemente realizada por la inteligencia turca, que espiaba a los saudíes. Según el diario turco Yenu Safak, en siete minutos le cortaron los dedos, lo degollaron y empezaron a descuartizarlo. Al Otaibi presenció toda la escena. “Hagan esto afuera porque me pondrán en problemas”, les pidió a los asesinos. “Si quieres vivir cuando vuelvas a tu país, cállate”, le respondieron.
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La hipótesis de que el periodista murió por un “exceso involuntario” durante un interrogatorio quedó enterrada definitivamente cuando se supo que en la escena del crimen estaba el médico Salah al Tubaig. El saudí estudió en Australia patrocinado por su gobierno, trabaja en el Ministerio del Interior y para su ‘visita diplomática’ a Estambul viajó con una sierra eléctrica. En la grabación, aconseja a los agentes sobre cómo desmembrar al periodista, y antes de que le cortaran la cabeza, les da instrucciones detalladas para dejar la menor evidencia posible.
El presidente Donald Trump se ha visto a gatas para defender a Arabia Saudita, cuya familia real tiene fuertes vínculos de negocios con la suya, aparte de una importante alianza estratégica con su país.
Aunque varios funcionarios turcos han revelado paso a paso cómo se dio el asesinato, al cierre de esta edición el presidente Recep Tayyip Erdogan aún no había acusado públicamente a los saudíes ni revelado evidencia para respaldar tales acusaciones. En parte, porque entregar la información sería aceptar que espía a sedes consulares extranjeras, lo que significa violar la Convención de Viena sobre Relaciones Diplomáticas. Pero también porque aún no eran claras las implicaciones de acusar oficialmente al gobierno saudí de un asesinato llevado a cabo en territorio de otro Estado, agravado además por el abuso flagrante del privilegio diplomático. Y el diario The New York Times afirmaba que los saudíes planeaban achacar el crimen a una acción inconsulta de uno de los hombres más cercanos a la seguridad del príncipe.
Bin Salmán y otros funcionarios saudíes han negado cualquier participación en el presunto asesinato, incluso a Pompeo cuando visitó Arabia Saudita. Y Donald Trump, a pesar de amenazar el lunes con un “castigo severo” en caso de confirmarse los hechos, no parece tener intenciones de dañar las relaciones con su principal aliado en la región. De hecho, un día después, con su típico tono informal y poco diplomático, dijo que “esas presuntas grabaciones” del gobierno turco le recuerdan al caso de la confirmación del juez Brett Kavanaugh: “Aquí vamos de nuevo: todos son inocentes hasta demostrar lo contrario”.
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Lo cierto es que el caso Khashoggi metió a Trump en un problema casi sin solución. Si su gobierno rompe sus vínculos con Arabia Saudita, el mayor exportador de petróleo del mundo, ambos países sufrirían implicaciones enormes no solo en lo económico, sino en lo político.
Jamal Khashoggi pertenecía a una prominente familia de origen turco. Tras asesorar a la realeza saudí, cayó en desgracia cuando creció la influencia del joven príncipe. Fue colaborador de The Washington Post, y en su última columna denunció que su país “secuestra la opinión pública”.
Por un lado, Arabia Saudita podría cortar el suministro del hidrocarburo, lo que subiría los precios del crudo y afectaría la economía mundial, incluida la estadounidense. Pero para los saudíes tampoco sería buen negocio. Según contó a SEMANA Barin Kayaglu, analista turco de la American University of Iraq, en 2000 intentaron presionar a Washington por ese camino. A corto plazo su acción aumentó los precios del barril del tipo Brent, pero a largo plazo ayudaron a que en Estados Unidos se consolidara la industria del petróleo y el gas de esquisto (shale gas) que le quitó trascendencia al crudo saudí en el mercado internacional.
Por otro lado, las consecuencias políticas son aún más graves. Ambos países comparten un enemigo en común: Irán. Y Donald Trump, al contrario de su antecesor Barack Obama, está empeñado en extremar las sanciones contra el país persa, al que considera, sin evidencias, el “Estado que más patrocina el terror”. En una medida que rompe el tratado por el que Irán se comprometió a abandonar su programa nuclear, el 5 de noviembre Trump espera cortar todas las importaciones de ese país y prohibir a los norteamericanos hacer negocios con cualquier empresa del mundo que los haga con los iraníes. Todo lo cual podría equivaler a una declaración de guerra contra el país de los ayatolás.
Pero para llevar a cabo ese plan, instigado en la Casa Blanca por el mayor halcón del gobierno, el asesor nacional de seguridad, John Bolton, necesita el respaldo de Arabia Saudita para que cubra el petróleo que aporta Irán. Además, en Riad se sienten cómodos con esa situación, ya que su país, dominado por el wahabismo sunita, compite con el chiita Irán por la supremacía entre los musulmanes del mundo. Una confrontación entre Washington y Riad los obligaría, inevitablemente, a transformar radicalmente sus políticas exteriores.
Y en lo interno, es poco probable que Trump tome decisiones unilaterales, al menos antes de las elecciones legislativas de noviembre en Estados Unidos, que podrían llevar a los opositores demócratas a dominar el Congreso. En todo caso, el escándalo ha tomado tanto vuelo que podría impulsar aún más la tendencia a una barrida demócrata e incluso conducir a una destitución (impeachment) de Trump.
Los servicios secretos de Turquía han revelado imágenes de Maher Abdulaziz Mutreb, miembro del equipo de seguridad de Bin Salmán, cuando llegaba a la capital turca y entraba al consulado minutos antes de la llegada de Khashoggi.
Pero el asunto no se detiene ahí: “Si ganan los demócratas e imponen sanciones, Arabia Saudita podría acercarse a los dos rivales directos de Estados Unidos en su lucha por la hegemonía global: China y Rusia”, explicó Kayaoglu. Y el silencio de ambos tras este escándalo podría ser una señal de su interés por pescar en río revuelto. De hecho, ya había indicios de que el reino saudí estaría pensando en cotizar su petróleo en yuanes, la moneda china, lo que significaría un golpe definitivo a la hegemonía global del dólar y cambiaría radicalmente el mapa geopolítico.
El resto del mundo observa expectante cómo termina este peligroso escándalo. Varios mandatarios condenaron el presunto asesinato y, entre otras cosas, Francia, Alemania y Reino Unido pidieron “una investigación creíble”. Curiosamente, los muertos por las bombas “inteligentes” del gobierno de Riad en la guerra de Yemen no lograron dañar la imagen de Arabia Saudita ante el mundo. Tampoco las constantes violaciones de derechos humanos en su propio territorio y contra su propia población. Como dijo a SEMANA Charles Jones, historiador de la Universidad de Cambridge, “este caso demuestra que ante la comunicación moderna las muertes son altamente desiguales”. Dos meses después de que el mundo entero guardó silencio luego de que un cazabombardero saudí mató más de 50 niños cerca de Saná, este presunto asesinato honró la famosa frase atribuida a Iósif Stalin: “La muerte de un hombre es una tragedia. La de millones es solo una estadística”.