Informe
Así es la nueva cárcel de Nayib Bukele: celdas de castigo y muros infranqueables de donde los criminales jamás podrán escapar
El Centro de Confinamiento para el Terrorismo se convierte en la cárcel más grande del mundo, destinada a los pandilleros de El Salvador. SEMANA fue el primer medio en llegar a esta imponente construcción.
En un solo día de marzo de 2022 fueron asesinadas 85 personas en El Salvador. Desde ese momento no hubo marcha atrás, fue el detonante de una explosión de autoridad a cargo del presidente Nayib Bukele, quien les declaró la guerra a las pandillas y, nueve meses después, las cifras de homicidios se redujeron tanto que el país tiene la tasa más baja del continente.
Fue decretado el estado de excepción y las instituciones se articularon con el propósito de proteger a los ciudadanos, librarlos de la amenaza que por décadas los mantuvo bajo el miedo y régimen de terror de las pandillas MS y Barrio 18, responsables de homicidios, extorsiones, abusos sexuales masivos y reclutamiento de menores.
El presidente Bukele propuso, el Congreso aprobó y la rama judicial ejecutó. Más de 65.000 pandilleros fueron capturados en el marco del Plan Estratégico de Control Territorial. El código penal cambió y el delito de agrupaciones ilícitas, similar al concierto para delinquir en Colombia, pasó de ocho a 40 años de prisión. Ahora hasta los pandilleros se borran los tatuajes que los vinculan a esas organizaciones criminales. Los pandilleros están expuestos a una pena de cuatro décadas y un régimen penitenciario que pone a rezar al delincuente más ateo.
Las capturas hacinaron las cárceles. El presidente Bukele lo sabía y en julio de 2022 anunció la construcción de una megacárcel para pandilleros. Nació el Centro de Confinamiento para el Terrorismo, que saluda al mundo como un gigante ejemplo de tecnología y eficiencia.
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Es la cárcel más grande de América, ubicada a unos 70 kilómetros de la capital, San Salvador. SEMANA fue el primer medio en llegar a este gigante de acero y concreto, conocer las celdas, caminar por los pasillos y entender por qué esta prisión tiene muertos del miedo a los pandilleros.
Las celdas
El Centro de Confinamiento del Terrorismo (Cecot) fue construido en tan solo seis meses. Está ubicado en un terreno de 300.000 metros cuadrados rodeado por una selva, observado por el volcán San Vicente y alejado de cualquier zona urbana.
Son ocho pabellones con más de 100 celdas para confinar a pandilleros de la MS y el Barrio 18 en camarotes de cuatro niveles, con dos inodoros y dos piletas para bañarse. No hay privacidad, los detenidos tendrán que hacer sus necesidades frente al resto de capturados.
Las celdas tienen una altura de seis metros y desde arriba los pandilleros son vigilados a través de una malla troquelada en rombos, con bordes afilados, que pueden mutilar el dedo de quien se atreva a forzarlos o utilizarlos como arma.
El asunto es radical. No tendrán visitas. Si resultan condenados a la pena máxima, la tendrán que cumplir en absoluto confinamiento y sin posibilidad de visita o encuentros conyugales. Pero ni la falta de privacidad, los controles estrictos o las jornadas de trabajo preocupan tanto a los pandilleros como la posibilidad de terminar en las celdas de castigo.
El castigo
Las celdas de confinamiento, 12 por cada pabellón, son ejemplo de severidad. Los pandilleros, que por años gozaron los beneficios de un sistema corrupto, cómplice de una empresa criminal con sede en las cárceles, están aterrorizados con la posibilidad de caer en el espacio de castigo.
Son celdas de dos metros cuadrados con un techo ubicado a cinco metros de altura y en completa oscuridad. Estar adentro aterra. Una vez se cierra la puerta hasta la respiración se convierte en eco. No se escucha nada, no se ve nada. Es imposible incluso llegar al inodoro que está junto a la pileta con agua.
Solo en escasas oportunidades los prisioneros podrán salir de estas celdas de confinamiento. Lo harán cuando los requieran para una audiencia judicial. SEMANA fue testigo de los procedimientos y el régimen de esta megacárcel. Los pandilleros no verán el sol. Hay luz natural que se cuela por el elevado techo curvo. En los mismos pabellones están las salas de audiencias virtuales y de notificación. La cárcel fue diseñada para una reclusión absoluta.
No hay zonas de recreación, entretenimiento o para caminar y estirar las piernas. El único espacio está entre los camarotes y los inodoros. Recorrer las celdas y pensar que en cuestión de días estarán llenas de condenados a casi medio siglo, resulta impresionante. Aterrador.
El búnker
La seguridad es igualmente estricta. Son ocho anillos que arrancan con un muro de 12 metros de altura, coronado con una malla electrificada de 15.000 voltios, cámaras de alta tecnología, visores térmicos, reconocimiento facial y detectores de movimiento. Todo está conectado al centro de control, un complejo sistema que vigila cada rincón de la cárcel, registra en detalle lo que ocurre a más de 500 metros y con sorprendente claridad.
El resto de filtros, en el Centro de Confinamiento para el Terrorismo, cierran el cerco a los pabellones. Más muros, mallas y torres de vigilancia que se convierten en faros con visuales de 360 grados. Todo reforzado con cerca de 1.000 hombres de la Policía y el Ejército, además de un grupo de funcionarios de Centros Penales, la institución que en El Salvador estará a cargo de este gigante.
Los funcionarios cuentan con la fuerza, la indumentaria y el armamento para enfrentar no solo un motín, sino una guerra. Tienen un salón con armas y todo lo necesario para anticiparse a cualquier eventualidad y permanecer por semanas resguardados de cualquier ataque. El búnker de El Salvador está listo.