INFORME ESPECIAL
S.O.S. democracia: ¿por qué el mundo cae en manos de los autoritaristas?
El fantasma del autoritarismo oscurece el panorama democrático en todo el globo. ¿Qué ha permitido el auge de tantos personajes de mano dura y la eventual crisis del sistema?
Todo tiempo pasado fue mejor, y es posible regresar a un tiempo idílico en el que corrían ríos de leche y miel. Ese parece ser el pensamiento que comparten los personajes autoritarios que están emergiendo en todos los rincones del mundo. Desde Estados Unidos hasta Finlandia, de Francia a Hungría, el fantasma del nacional-populismo se está levantando, y no discrimina ideología ni sistema político, pues no es de izquierda ni de derecha. Su trasfondo es que solo la mano dura será capaz de sacar al país del abismo en el que lo hundieron gobernantes blandos y sin sentido de la historia. Sin importar su contexto histórico, el autoritarismo se presenta como la respuesta a la recesión económica, la desconfianza hacia los partidos políticos, la impotencia del Estado y la falta de oportunidades.
El académico italiano Carlo Bordoni (ver entrevista) afirma en su libro escrito al alimón con Zygmunt Bauman, Estado de crisis, que “la antipolítica da pie al populismo y nacionalismo. (...) Suele ser el preludio de regímenes tiránicos y autoritarios. Comienza con un rechazo de la política y a través de la exaltación de figuras carismáticas” y, entonces, “termina justificando la dictadura del hombre fuerte, el único que puede asumir la hercúlea labor de corregir las cosas”. El informe de The Economist de 2015, ‘La democracia en una época de ansiedad’, pone sobre la mesa el hecho de que el año pasado el sistema democrático debió sobrepasar obstáculos determinantes como el terrorismo, la crisis migratoria y el sostenido decrecimiento económico. Causas básicas del apogeo de las propuestas autoritarias que, si bien han existido siempre, en 2015 tomaron una fuerza especial.
Pero no pueden dejarse de lado otras dos fechas clave: 1991 y 2008. En la primera, no solo quedó claro el fin de la Unión Soviética y la derrota del bloque comunista, sino que Estados Unidos, como ganador, hizo proliferar su ideología con el Consenso de Washington. De esta manera, el neoliberalismo prácticamente se estableció como la única aproximación económica y la democracia como la única forma de gobierno. Pero como nada es para siempre, el sistema del capitalismo salvaje se hizo insostenible, lo cual reventó en 2008 cuando la economía mundial se vino a pique. La promesa del crecimiento ilimitado se quebró y la ciudadanía vio cómo se desmoronaban el pago oportuno de su hipoteca, sus pensiones y la utopía de que las oportunidades iban a aumentar.
Ahora, con el yihadismo que aterroriza a esas mismas sociedades y la ola de refugiados que exige más cargas sociales a Estados con graves problemas económicos, el sistema resquebrajado terminó de romperse. Efectivamente, algunas naciones históricamente han vivido bajo el poder del hombre fuerte, como la Rusia de Vladimir Putin y las integrantes de la antigua Unión Soviética en el caso de la Bielorrusia de Alexander Lukashenko. En otras, está la nostalgia por el poderío de antaño o simplemente el hecho de que nunca se gestó una democracia real. Por ejemplo, en Turquía, la heredera del Imperio otomano, Recep Tayyip Erdogan ha modificado la política a su antojo, y gobierna con tintes dictatoriales desde el cargo ceremonial de presidente en un Estado en teoría parlamentario. En Hungría, Viktor Orbán como primer ministro ha desafiado a la Unión Europea, y dejó claro que “el Estado que vamos construyendo en Hungría no es liberal. No niega valores como la libertad, pero no los convierte en un componente central. Como núcleo propongo un elemento particular: el enfoque nacional”. De ese modo, Orbán usó descaradamente el término acuñado por el analista estadounidense Fareed Zakaria (ver recuadro). Y para no ir lejos, en Venezuela Nicolás Maduro utiliza los poderes judicial y electoral, capturados tras años de unipartidismo chavista, para blindarse del único que no tiene en el bolsillo, el Legislativo. Entre los más recientes, está el electo presidente de Filipinas, Rodrigo Duterte, que abiertamente propuso matar a los traficantes de droga y se burló de la violación colectiva de una misionera australiana. Por último, el polaco Jaroslaw Kaczynski creó controversia esta semana al pelearse con la Comisión Europea, pues Bruselas critica que el primer ministro no solo quiere controlar los medios de comunicación sino también dejar sin competencias reales al Tribunal Constitucional. Y esos son simplemente los que ya llegaron al poder.
Entre los que lo tienen en la mira, nadie se habría imaginado que en el país de la libertad apareciera un personaje como Donald Trump, que llegó con promesas abiertamente xenófobas, machistas y racistas. O que en la patria de la liberté, égalité et fraternité, donde el socialismo y la política de centro parecían no tener rival, por primera vez en la historia los franceses comenzaran a considerar a la dinastía de Marine Le Pen, referente de la ultraderecha europea. Y así siguen apareciendo personajes por doquier. En Reino Unido, el euroescéptico Nigel Farage, como director del partido UKIP, ha propuesto políticas completamente nacionalistas y, aunque parezca increíble, también hay personajes de esa misma línea en Escandinavia como es el caso de Timo Soini, líder del Partido de los Verdaderos Finlandeses. Por su lado, Geert Wilders y su Partido por la Libertad han liderado la politización de la xenofobia en Holanda. Finalmente, en Alemania, donde ya vivieron la mayor tragedia imaginable por cuenta del nacionalismo exacerbado, y la dictadura del hombre fuerte ultrapopular, se está levantando el Pegida, de Lutz Bachmann, con manifestaciones islamófobas y antirrefugiados, y una clara referencia a Adolf Hitler.
Además, estos personajes autoritarios son veletas ideológicas, un día apoyan una idea a muerte y al siguiente la desmienten. No le temen a las consecuencias. Siempre hacen creer que dicen lo que piensan, que convenientemente es lo que nadie se atreve a decir. Pero los populistas también tienen en común que prometen lo que la ciudadanía quiere y afirman tener la solución para el malestar social, lo cual, sin embargo, no significa que puedan –ni quieran– conseguirlo. Son demagogos e inmensamente populares, por lo cual manejan la democracia de facto, la tiranía de las mayorías. Identifican los intereses del grupo dominante de la población y convierten cualquier disidencia en traidora y apátrida. Y mientras el paraíso prometido parece lejos de hacerse realidad, no cabe duda: la democracia en el mundo está en cuidados intensivos.
Vladimir Putin, presidente de Rusia
Es la caracterización del hombre fuerte por excelencia. Exdirector de la KGB, ex primer ministro y varias veces presidente de Rusia, Putin basa su ideología en reunir a las antiguas repúblicas soviéticas y el regreso de la supremacía rusa política, militar y económica. Al comienzo se presentó como cercano al liberalismo y puso en su gabinete a varios personajes prooccidentales. Pero después se dedicó a hostigar a los medios de comunicación públicos y a reprimir las libertades individuales a costillas de un Estado fuerte.
Nicolás Maduro, presidente de Venezuela
Llegó al poder en 2013, cuando sucedió a Hugo Chávez, ídolo del socialismo del siglo XXI. Sin embargo, algunos chavistas como el general retirado Clíver Alcalá han puesto en duda la continuación del legado. Maduro sí siguió la misma línea en las prácticas leguleyas para poner en jaque a la democracia sin represalias. Sin embargo, el secretario general de la OEA, Luis Almagro, puso sobre la mesa la activación de la Carta Democrática por la “abusiva” cancelación del referendo revocatorio. Pero aunque Maduro afirmó que estaba abierto al diálogo con la oposición, esto parece lejos de cumplirse.
Donald Trump, candidato a la presidencia de Estados Unidos
El showman no ha dejado de sorprender a los analistas en el mundo. Contra todo pronóstico, Trump consiguió los delegados necesarios para ser el candidato por el Partido Republicano. Sin una ideología fija ni ideas claras en materia de política doméstica y exterior, el magnate neoyorquino ha conquistado el voto de la clase media blanca con discursos xenófobos y racistas y que hacen referencia a la falta de oportunidades en el que antes representaba el “american way of life”.
Recep T. Erdogan, presidente de Turquía
Ha saltado de ser primer ministro a presidente según le ha permitido el mínimo legal para ser el jefe del Estado. Como si fuera el sultán de Turquía, Erdogan no permite ni un viso de crítica. Actualmente tiene 1.845 juicios abiertos por ‘injurias’, entre los que está la Miss Turquía 2006. Esta, sin intenciones de hacer política, compartió en redes sociales un poema satírico en 2014 que ni siquiera mencionaba el nombre de Erdogan. Fue condenada a prisión, pero la Justicia suspendió su ejecución siempre y cuando no vuelva a ‘insultar’ al presidente.
Rodrigo Duterre, presidente electo de Filipinas
Ganó las elecciones con el símbolo del puño levantado y extremas consignas autoritarias. No solo afirmó que era necesario matar a los narcotraficantes, sino que, preocupantemente, dijo esta semana en rueda de prensa: “Solo porque eres periodista no significa que estés exento de ser asesinado si eres un hijo de perra”, y añadió en clara referencia a sobrepasar las garantías democráticas: “La libertad de expresión no te puede ayudar si has hecho algo mal o a alguien”. No por nada los organismos de derechos humanos lo tienen en la mira.
Geert Wilders, diputado de Holanda
Se declara abiertamente islamófobo. Es el líder del Partido de la Libertad (PVV), que recoge el ala más radical de la derecha holandesa. Su discurso es completamente identitario, ha luchado por la prohibición del Corán y de las mezquitas y propuso que las mujeres con burka debían pagar más impuestos. Por sus comentarios xenófobos, Reino Unido le vetó la entrada al país en 2009. No obstante, se ha vuelto altamente popular entre los demás líderes de derecha, como la francesa Marine Le Pen, del Frente Nacional, con quien hasta se tomó una selfi.
En tiempos de crisis
SEMANA habló con el académico italiano Carlo Bordonisobre su libro ‘Estado de crisis’ y la democracia en la actualidad.
SEMANA: En su libro describe la situación actual como una grave amenaza para la democracia. ¿Cómo ve los años por venir?
CARLO BORDONI: No veo un panorama positivo a corto plazo. Estamos en una transición delicada entre la modernidad en crisis y una nueva condición que aún no ha sido bautizada y, como cada interregno, está caracterizada por la anomia, por la ausencia de leyes, las anteriores ya no tienen ningún valor y las nuevas deben ser elaboradas.
SEMANA: Nuestros sistemas democráticos son bastante recientes, ¿cree que las amenazas actuales pueden perjudicarlos hasta que colapsen?
C.B.: La aplicación práctica de la democracia en los tiempos modernos que planteó Alexis de Tocqueville no ha probado ser estable, por el contrario, es definitivamente frágil, volátil y lista para volverse una ‘posdemocracia’, que se caracteriza por un número de garantías formales que no corresponden a ningún contenido real de libertad. En la anomia, las garantías pueden ser retiradas fácilmente en estados de emergencia, como el terrorismo, y no ser devueltas.
SEMANA: ¿Hay algún factor que explique el auge de políticos de mano dura?
C.B.: El factor determinante es la inseguridad que impregna cada aspecto de nuestras vidas. La gente necesita certeza y para esto se ve forzada a elegir figuras clave que parecen representar la autoridad y prometen salir del atolladero. Pensar que un líder carismático -por el cual los medios son capaces de reunir el apoyo de los votantes gracias a una campaña de propaganda bien orquestada- es la solución ideal pero es pura utopía.
SEMANA: Las crisis subrayan las debilidades pero también la fortaleza de una sociedad. ¿Algún país le hace frente al autoritarismo a pesar de las condiciones económicas y sociales adversas?
C.B.: Las crisis son sin duda momentos de elección, oportunidades extraordinarias para tomar decisiones importantes y abrirse a un cambio en el futuro. No sé si hay países en los que la democracia pueda prevalecer a pesar de la adversidad. Lo que es importante saber es que el equilibrio en el que está sostenida la democracia es muy frágil y puede desmoronarse fácilmente. Debemos estar cautelosos pues en nombre de ideales democráticos vacíos pueden querer cambiarlo, sin dar garantías de libertad. Y, así se podría oscilar entre la posdemocracia, el proceso insidioso de la desdemocratización y hasta una evidente democracia falsa, apoyada por la economía neoliberal y la alarmante amenaza terrorista.
La democracia iliberal
El término acuñado por Fareed Zakaria define casi a la perfección las propuestas de gobierno de los líderes nacionalpopulistas.
“Regímenes elegidos democráticamente, a menudo reelegidos o reafirmados por referendo, ignoran sistemáticamente los límites constitucionales de su poder y privando a sus ciudadanos de derechos y libertades básicos”, afirmó el analista estadounidense Fareed Zakaria para Foreign Affairs en 1997. Casi diez años después, parece que el fenómeno solo empeoró. Estas “democracias iliberales”, como las llamó, cumplen con el mínimo de celebrar elecciones, pero no son necesariamente libres, periódicas ni justas y sobrepasan las garantías democráticas sin perder los dejos de legitimidad. Y como concluyó el analista: “Son peligrosas y traen consigo la erosión de la libertad, el abuso de poder, las divisiones étnicas y hasta la guerra”.