CHINA
¿China reforzará su mano dura en Hong Kong?
Las protestas en Hong Kong llegaron a un punto de quiebre con la amenaza de Beijing de intervenir por la fuerza. El historial de represión trae trágicos recuerdos del país asiático. ¿Llegará China, otra vez, a este extremo?
A China parece acabársele la paciencia con las masivas protestas de Hong Kong, que llevan más de dos meses. El lunes, la primera huelga general sumergió al centro financiero de Asia en el caos: más de 200 vuelos cancelados, el servicio del metro suspendido y las calles principales bloqueadas por los manifestantes. Pero por lo visto China no puede flexibilizar su postura ante las demandas. El portavoz de la Oficina de Asuntos de Hong Kong y Macao (órgano que en la última semana rompió su silencio de 22 años), Yang Guang, amenazó a los protestantes. Dijo que el ejemplar castigo era “solo cuestión de tiempo”, y que “el que juega con fuego se quema”.
La retórica encendió las alarmas, teniendo en cuenta el carácter autoritario del gobierno chino, muchas veces acusado de masivas violaciones a los derechos humanos. “El Ejército Popular de Liberación es incomparablemente fuerte y poderoso, y salvaguarda la seguridad de cada centímetro del territorio sagrado de la patria”, dijo Yang. El vocero advirtió que China jamás permitirá una turbulencia que amenace la unidad nacional. Además, la semana pasada, la guarnición de Hong Kong del Ejército Popular de Liberación difundió un video en el que aparecen sus tropas mientras se entrenan para confrontar a los manifestantes. ¿Qué tan real es la amenaza del Gobierno central? Y más importante aún, ¿cuáles serían las consecuencias?
Beijing advirtió a los manifestantes que "el que juega con fuego se quema".
Para China hay mucho en juego. Diversos analistas consideran que en Beijing impera la tesis de que, si Hong Kong logra ganar el pulso, podría desencadenar un efecto dominó en otras regiones autónomas y administrativas que tienen aspiraciones incluso más extremas. De las cinco regiones autónomas, al menos dos, Xinjiang y el Tíbet, cuentan con movimientos secesionistas. Y las dos regiones administrativas especiales, Hong Kong y Macao, gozan de mayor autonomía, aunque sobre ellas se cierne siempre el control autoritario del Gobierno central.
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A eso se añade el tema de Taiwán, a la que Beijing considera una provincia rebelde pero inseparable, a pesar de su independencia de facto. Justamente, hace dos semanas, Estados Unidos le vendió armamento por 2.200 millones de dólares, lo que propició una dura respuesta del ministro de Defensa chino, Wu Qian: cualquier movimiento hacia la independencia de Taiwán sería una causa de guerra para Beijing. En esas condiciones, el ambiente caldeado de Hong Kong viene en el peor momento para el Gobierno de Xi Jinping. ¿Cómo llegó la situación a este punto?
Todo comenzó cuando la gente salió a las calles para protestar contra un acuerdo de extradición entre la China continental y Hong Kong, que amenazaba con llevar ante la justicia china delitos cometidos en la antigua colonia británica. Pero, con el paso de las semanas, ahora los manifestantes exigen libertades democráticas, la renuncia de la jefa ejecutiva, Carrie Lam, y que las autoridades investiguen el abuso de la fuerza policial.
Desde 1997, cuando Gran Bretaña devolvió la soberanía de la isla a China, Hong Kong se rige por el acuerdo “Un país, dos sistemas”, que le da a la excolonia, hasta 2047, garantías como la libertad de expresión y la justicia independiente. Así, Hong Kong tiene su poder administrativo, legislatura, moneda y su sistema capitalista. Ello le ha permitido conservar la reputación financiera, con un mercado sólido y estable que ha beneficiado no solo a las multinacionales, sino también a la propia China. La Bolsa de Valores de Hong Kong es la segunda mayor de Asia, después de Tokio. Parte del éxito de Hong Kong se debe a que su sistema judicial independiente despierta la confianza de los inversionistas que dudan de los tribunales de China. Pero ahora ello está en entredicho.
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Algunos analistas piensan que Beijing no está en condiciones de mantener una línea dura. Uno de ellos, el profesor Camilo Defelipe, de la Universidad Javeriana, dijo a SEMANA que “China, aunque fuerte, no es inmune a los choques externos. Por ejemplo, la guerra comercial con Estados Unidos y el lento crecimiento global dificultan a Beijing la tarea de generar condiciones de empleo para millones de nuevos graduados. En ese sentido, es probable que Beijing deba hacer énfasis en atender las demandas de acceso a vivienda, empleo y servicios públicos, mientras cede su influencia en el Ejecutivo de Hong Kong y permite una reforma del sistema electoral del territorio”.
Otros, como Michael Davis y Victoria Tin-bor Hui, piensan que China tiene también fuertes razones para mantener al menos una fachada de normalidad. Al fin y al cabo, la condición de Hong Kong como centro financiero le permite al país una conexión con el sistema económico mundial, además de importantes recursos. Por eso, como escriben en la revista Foreign Affairs, Beijing podría más bien usar los mecanismos legales que le permiten asumir el gobierno de la excolonia sin necesidad de entrar en acciones militares.
Carrie Lam, la jefa ejecutiva pro-Beijing, no ha podido manejar la situación. El carácter represor y personalista de Xi Jinping genera malestar entre los habitantes de Hong Kong.
Nada de eso garantiza, sin embargo, que las cosas no puedan salirse de madre. Es inevitable que la memoria colectiva evoque la desoladora imagen del hombre del tanque, que se convirtió en un símbolo de la masacre de Tiananmén. Aquella fatídica noche del 3 de junio de 1989, los soldados chinos desalojaron con plomo a los manifestantes de la plaza, que llevaban dos meses pidiendo más democracia.
Independientemente de si cumplen sus amenazas, que las autoridades chinas las hagan deja una sensación de incertidumbre. Las protestas de Hong Kong muestran un malestar más profundo, estrechamente ligado a la identidad de las dos partes. Los jóvenes de Hong Kong no se sienten culturalmente arraigados con China, lo que el Gobierno interpreta como “traición a la patria”. El control del territorio es un asunto de honor ligado al modo de ser chino.
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Como dijo a SEMANA Raúl Ramírez-Ruiz, autor de Historia de China contemporánea y profesor de la Universidad Rey Juan Carlos, “Tras toda esta situación subyace la definición en sí de la ‘nación china’, muy ligada al concepto de ‘todo bajo el cielo’. China está tratando de redefinirse, salvar la ‘sinidad’ de la nación y la concepción ‘socialista’ del Estado. Por eso poner en duda la ‘unidad armoniosa’ del mundo chino implica ir contra el concepto de pertenencia común a la gran nación china”.