GEOPOLÍTICA
El Tío Sam versus el dragón: la nueva Guerra Fría entre China y Estados Unidos
Estados Unidos y China agudizan su enfrentamiento comercial, tecnológico y político al expulsar mutuamente dos de sus consulados. Esta crisis a muchos les recuerda el tenso clima imperante tras la Segunda Guerra Mundial.
La relación se rompió definitivamente. Primero, Donald Trump ordenó el desalojo del consulado chino en Houston, Texas, tras acusarlo de funcionar como centro de espionaje. Luego, su colega chino Xi Jinping hizo lo propio con el consulado estadounidense en Chengdu, unos días después. El mutuo desalojo caldeó los ánimos, y el tándem de Trump y Xi, que parecía cobrar vida tras el acuerdo bilateral de enero, se ha ido al traste en meses. Para muchos, las dos potencias se mostraron los dientes en una clara antesala de una nueva guerra fría.
Ninguno quiere dar el brazo a torcer. La Casa Blanca ve con malos ojos cualquier operación de China en su territorio, y el desalojo del consulado fue la última de varias provocaciones. Recientemente, el departamento de Estado negó la entrada al país de estudiantes chinos con vínculos militares y planea prohibir el ingreso a cualquier miembro del Partido Comunista de China, lo que dejaría sin acceso a unos 250 millones de personas.
Por su parte, en Beijing aseguran que las acusaciones solo son una persecución política. El ministro de Asuntos Exteriores, Wang Yi, calificó el desalojo en Houston de “temeraria provocación” y concluyó que la represalia fue más que merecida. La situación parece condenada a ponerse cada vez peor.
Donald trump ha desarrollado una política errática frente a Xi Jinping. Pero en realidad el curso de colisión de ambas potencias trasciende a los dos personajes.
Las señales están a la vista. El tratado comercial fue apenas un hiato en la profunda desconfianza que desde hace años la Casa Blanca siente por el Gobierno chino. En Estados Unidos mucha gente piensa que la expansión económica puesta en marcha por Xi Jinping dejará a Occidente a merced del gigante asiático. Además, creen que los chinos la impondrán con trampas, lo que se ve reflejado en las reiteradas acusaciones contra la infraestructura 5G de la empresa de telecomunicaciones china Huawei, señalada por Estados Unidos de posible herramienta de espionaje. La situación ha generado un cerco que ha dado marcha atrás a la entrada del 5G en muchos países de Occidente, a pesar de que Estados Unidos no ha desarrollado la tecnología para reemplazarla.
Además de las acusaciones de espionaje, Trump ha encontrado en los abusos de China contra los derechos humanos un pretexto excelente. El país asiático le ha entregado en bandeja de plata casos como el de los uigures, internados por miles en campos de adoctrinamiento en la provincia de Xinjiang. Y como el de Tíbet, donde Beijing prohibió la entrada de periodistas, diplomáticos e incluso turistas norteamericanos, con lo que crecieron las sospechas de que Xi Jinping planea coartar aún más las libertades allá. Y como si fuera poco, la aplicación violenta de la Ley de Seguridad china en Hong Kong rebosó la copa. Lo peor es que al actuar así, el nacionalista Xi le demuestra a Trump que no teme hacer lo que considere en función de sus intereses, y lo deja como un tigre sin dientes.
Las protestas en Hong Kong y la imposición de la Ley de Seguridad desde Beijing han causado grandes choques ideológicos y un mayor distanciamiento.
Por eso resulta tan peligrosa la situación en el mar del Sur de China, donde este país pretende dominar el tránsito internacional a partir de unas islas artificiales. Estados Unidos, como muchas otras naciones, no reconoce esas supuestas aguas territoriales y con alguna frecuencia pasa sus buques de guerra por ese sector para probarlo. En ese lugar, como en ningún otro, un incidente fortuito podría llevar a una confrontación de consecuencias imprevisibles.
¿Una crisis mundial?
Para los expertos, la tensión entre China y Estados Unidos parece haber llegado a un punto de no retorno. Como le dijo a SEMANA Ryan Hass, especialista en asuntos asiáticos de la Institución Brookings, “la relación va en picada. Es difícil que esa trayectoria cambie, ya que ambas partes sienten que su hostilidad está más que justificada, y ni Trump ni Xi quieren verse débiles al proponer medidas para reducir las tensiones”.
A solo meses de las elecciones en Estados Unidos, hay quienes ven en la hostilidad de Trump y sus voceros una estrategia política para fortalecer su base electoral, pues acusa a China de la tragedia humanitaria que su país vive por cuenta del coronavirus, mientras señala al país asiático de esconder información sobre el origen del patógeno. El magnate también acusó a la Organización Mundial de la Salud de favorecer a China, la excusa perfecta para retirar a Estados Unidos de dicho organismo.
Y ahora, tras las acusaciones de espionaje, el secretario de Estado de la Casa Blanca, Mike Pompeo, ha dejado claro que, de aquí en adelante, Estados Unidos basará sus relaciones con China en “desconfiar y verificar”. Añade que “si nos arrodillamos ahora, nuestros nietos estarán a merced del Partido Comunista chino, cuyas acciones son la principal amenaza para un mundo libre en la actualidad”.
Pero más allá de la errática política exterior de la era Trump, lo cierto es que, en gran medida, el sector demócrata del Congreso comparte esta visión del peligro del ascenso del régimen chino. Por esto, un triunfo de Joe Biden, su rival demócrata, no traería grandes cambios a la postura de la Casa Blanca ante Beijing. Los demócratas consideran inaceptables los abusos contra los derechos humanos y la libertad de expresión. Y Biden no tendría mucho margen de maniobra como para cambiar el proteccionismo predominante durante la era Trump.
Pero a diferencia de la Guerra Fría, una escisión absoluta de las relaciones entre los dos gigantes parece poco probable y, sobre todo, poco conveniente para las dos partes. Durante los dos años de guerra comercial entre China y Estados Unidos, la Reserva Federal de Nueva York calcula que las empresas estadounidenses redujeron su capitalización en 1,7 billones de dólares, mientras que los productos chinos sufrieron una subida de aranceles por un valor de 360.000 millones de dólares. Para Hass, las dos partes tendrán que ceder en algún momento. “La situación no favorece los intereses a largo plazo de ninguno, y mucho menos lo hará que las tensiones escalen fuera de control. Los intereses estarán mejor atendidos por una relación que permita una competencia saludable y la coordinación para abordar desafíos compartidos. Habrá que ver si la crisis toma esta dirección y en cuánto tiempo lo hace, no por sentimientos cálidos o buena voluntad, sino por simple interés de los involucrados”.
En el Mar del Sur de China merodean las armadas de los dos países. La infraestructura 5G es uno de los mayores puntos de quiebre entre las dos naciones.
En todo caso, tal vez Estados Unidos debería mostrarse más preocupado por calmar las aguas, pues ha visto cómo China se ha convertido en una verdadera amenaza en los últimos años. El gigante asiático ha logrado empatarlo en diferentes frentes e incluso se ha gestado una carrera espacial. En materia económica, el PIB de Estados Unidos pasó de 15 billones de dólares en 2010 a 21,4 en 2019. Por su parte, China lo duplicó, al pasar de 6,1 billones en 2010 a 14,3. En el terreno militar, China también creció de manera exponencial y su gasto militar pasó de ser el 1 por ciento del valor mundial al 14 por ciento, mientras Estados Unidos se atenía a acuerdos nucleares y armamentísticos. Occidente ha buscado regular la inversión militar de China, pero el país asiático no se ha mostrado dispuesto a reducir sus fuerzas.
Desde que en 1972 Richard Nixon viajó a China para romper el aislamiento en plena Guerra Fría, las relaciones diplomáticas entre ambos países nunca estuvieron peor. Ahora, con el plan de expansión de Xi en marcha y con Occidente separado por cuenta del aislacionismo de Trump, el dragón chino muestra sus garras.